Misioneros de todo el mundo dejan sus hogares y parten hacia tierras extrañas con el fin de amparar a sus protegidos, haciendo acopio de caridad y apelando a la intercesión divina. Pero, puestos a ayudar, sería preferible detener primero a los actores que protagonizan los dramas ocurridos en el continente africano. Frente al lamentable panorama de pobreza, guerras e inanición vigente, las misiones constituyen un bálsamo, aunque temporal y poco efectivo. La solución pasa por formar una oposición que garantice cambios en el orden geopolítico internacional y asegure el bienestar de las generaciones que están por venir.
Sabemos que cientos de años atrás, los colonos profanaron aldeas y, a cambio de ofrecer mejor calidad de vida, si es que la necesitaban sus pobladores, tomaron la licencia de hacer el mayor espolio que jamás se haya conocido. Hoy en día, el ciudadano de la globalización entiende que la explotación no es de recibo y aquellos comportamientos al estilo de los antiguos patrones reciben duras reprimendas. Sin embargo, los indígenas sufren los efectos póstumos del imperialismo, visibles aún en la insuficiente justicia social que hay. Las respuestas a los interrogantes que puedan plantearse los nativos acerca de la trágica circunstancia en que conviven, están en la historia.
En las relaciones capital – periferia, existen desequilibrios que obedecen a la función nodal que cumplían las primeras en las antiguas rutas comerciales. El abastecimiento sigue siendo asunto de los poblados periféricos, mientras que los centros de poder, ubicados en las capitales, ejercen las funciones de distribución, debido a lo cual experimentan un fuerte grado de urbanización. Las guerras civiles estallan entre unas élites «occidentalizadas», que gobiernan de forman despótica, y determinan a donde se destina el dinero extranjero recaudado tras la venta de materias primas; y grupos rebeldes en favor de la emancipación. Una vez más, los europeos, que trazaron arbitrariamente las fronteras para delimitar las zonas de producción, son los responsables de que las etnias continúen enemistadas. No sería descabellado afirmar que el principio de libre determinación de los pueblos, uno de los artículos que contempla la Carta de Naciones Unidas de 1945, aún no se haya cumplido.
El empuje definitivo a la recuperación está en borrar todo elemento heredado de épocas pasadas y separar a los africanos de la dependencia exterior, que pesa sobre el pueblo como una losa. Detrás de cada guerra hay una serie de responsables, propietarios de diversos negocios, de los cuales las elites locales no quieren desembarazarse por no estar dispuestos a renunciar a las elevadas sumas de dinero resultantes en los tratos. Los interesados en mantener la explotación de recursos alimentan la violencia para ganar dominio sobre yacimientos de petróleo, piedras preciosas y suministro de madera, a cambio de financiación militar. Esto lleva ocurriendo desde la Guerra Fría. Así, los guerrilleros obtienen la impunidad que desean y surgen las guerras que tanto atenazan la estructura social y el progreso.
Frente a esto, el ciudadano modélico de la globalización, está al corriente y siente deseos de movilizarse. Él se preocupa por el porvenir mundial, detecta las relaciones opresivas, comprende cuales son las tendencias económicas, la importancia de los cambios tecnológicos, respeta el medio ambiente, apoya la igualdad, participa del crecimiento común, tiene pensamiento crítico, sabe argumentar y coopera porque se siente miembro de una comunidad universal. Los mensajeros de la fe deberían estudiar estas virtudes y apoyar los movimientos populares africanos porque lejos de la imagen moribunda, de un mundo debilitado, África rebosa vitalidad, tiene iniciativas y capacidad para cambiar el destino que se le ha impuesto vilmente. Los encantos de África, que le faltan a Europa, residen en la multiplicidad cultural, el sinfín de lenguas y etnias, disconformes con una corriente única de pensamiento, al contrario que los europeos, que han acabado subordinados al sistema capitalista y neoliberal.
La caridad no basta. Debe haber un organismo que ayude a restituir plenamente las propiedades que les arrebataron los colonos para que así vivan en paz y armonía, como antes de que ellos llegaran. Los misioneros observan países en proceso de descomposición, pues tribus enfrentadas que no se sienten parte de un mismo pueblo estallan incesantemente en conflicto. Una nación no se construye gracias a un mandato divino, como hicieron colonos y emisarios de Dios. Una nación queda contextualizada dentro de un marco histórico y las etnias y creencias religiosas tan diversas que hay en unos y en otros, nunca armarán un edificio administrativo único.
Son incomprensibles las medidas en política exterior que llevan a cabo los líderes europeos. Por un lado celebran la labor de los misioneros y mandan ayuda humanitaria, pero por otro, no se dignan a poner en práctica en territorio africano las claves que les han llevado a la cumbre mundial del estado de bienestar, como el consenso, el diálogo y el rechazo a la violencia. Es paradójico que en un mundo globalizado, donde circulan a escalas exorbitantes bienes y servicios, pero también pensamientos y conceptos, existan regiones de pobreza extrema. Los países occidentales tienen que reflexionar y hacer un esfuerzo por modernizar África, algo que, dicho sea de paso, les podrá absolver de los daños que causaron sus antepasados cuando se lanzaron a la conquista del continente. La honradez cívica permitirá construir sociedades más justas y el esfuerzo que propongo no es ningún acto de heroicidad, es la obligación de saldar una deuda con ellos que hemos contraído y seguimos teniendo, ya que de estos males participamos con nuestro estilo de vida consumista. Así recuperaremos la dignidad perdida. Hagamos que la espontaneidad con que los indígenas, vacíos de esperanza e ilusión, abrazan la fe predicada por los misioneros, sea la misma que apliquen a la comprensión de la verdadera raíz de sus problemas.
Iván Dueñas Villamayor. Toledo.
Colaboración. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 16 Noviembre 2014.