Talidomida: tan inocuo como un caramelo – por Francisca Bernal

‘Tan inocuo como un caramelo’, este era el eslogan con que la compañía alemana Chemie Grünenthal comercializaba una nueva píldora para dormir con el nombre de «Contergan».

El principio sedante de este nuevo fármaco combatía la ansiedad, náuseas y vómitos de las embarazadas y al mismo tiempo les ayudaba a conciliar el sueño. La coletilla la ponía su inocuidad, por lo que se llegó a vender sin receta médica y este motivo contribuyó en cierta medida a su gran expansión en multitud de países. Fueron en total 50 países con 80 nombres comerciales los que hicieron en los años cincuenta que la talidomida fuera uno de los fármacos más vendidos del mundo.

La farmacéutica alemana sacó el producto en 1957 y al año siguiente se constató un aumento en el número de niños que nacían con graves malformaciones. Pero éstas en un primer momento fueron achacadas en un principio a la radiación que producían las detonaciones nucleares que por aquel entonces llevaban a cabo la Unión Soviética y los Estados Unidos.

Fue un médico madrileño Claus Knapp, junto con un compañero de la Clínica Universitaria de Hamburgo, los que empezaron a descubrir el origen de las deformidades en recién nacidos. Tras un arduo trabajo de investigación y de recogida de datos confirmaron su hipótesis: las embarazadas habían tomado talidomida entre los días 37 y 50 de gestación. Ahora llegaba el trabajo más difícil, la comunicación del estudio a la gran farmacéutica, que aunque en un principio negó los hechos, retiró finalmente el fármaco del mercado alemán el 26 de noviembre de 1961. En España se tardó dos años más en su retirada.

Las noticias que llegaban del extranjero sobre los efectos que el fármaco provocaba en los recién nacidos crearon tal alarmismo que muchas mujeres por miedo a que sus hijos sufrieran tales malformaciones optaban por abortar.

El número de afectados por la talidomida se cuantificó en 20.000 recién nacidos durante los siete años que el medicamento estuvo en el mercado. Muchos países reconocieron a sus víctimas pero España no lo hizo. Las razones iban desde que Gobierno de entonces negó que tal medicamento se hubiera comercializado en nuestra país, a porque los médicos españoles que habían recetado la talidomida tenían miedo a las posibles denuncias de los afectados, por lo que negaron reiteradamente haberlo recetado. Con la nula información sobre los efectos secundarios muchas mujeres continuaron tomando talidomida. La Agencia Nacional del Medicamento en 1980 aseguró que la talidomida se distribuyó en España entre 1957 y 1963, hasta seis años después de haberse retirada en Alemania. Durante este tiempo podrían haber sido afectados 1.500 recién nacidos.

Chemie Grünenthal en 1971 acordó indemnizar a los afectados alemanes. En otros países la ayuda llegó por la Fundación Contergan que concedía subvenciones y pensiones vitalicias de 7.000 euros al mes según el grado de discapacidad reconocido.

Esta institución alemana ofreció 120.000 euros al año para todo el colectivo de afectados en España, pero los enfermos se negaron alegando que eran muchos para tan poca cuantía. Desde luego si pensamos y observamos las malformaciones y las minusvalías que estas personas padecen, si pensamos y observamos el día a día de estos pacientes veremos y pensaremos que es insultante la mendicidad que esta fundación pretendía otorgar para lavar su imagen. Los enfermos alemanes son iguales a los españoles, la única diferencia radica en sus gobiernos. En nuestro país ha existido una dejadez de muchos ejecutivos que abandonado a sus ciudadanos cuando más lo necesitaban, ha existido un desinterés para batallar con estas grandes multinacionales y en ello se han visto afectadas personas inocentes cuyas limitaciones persisten hoy en día.

Las secuelas de la talidomida lógicamente persisten en la actualidad. Las personas no se hicieron invisibles cuando el medicamento se retiró, han ido creciendo con sus lastres y viendo como otras personas percibían ayudas y pensiones con las mismas secuelas que ellos. Esto en la realidad es un agravio miserable.

En el año 2003 se fundó la Asociación de Víctimas de la Talidomida en España (AVITE) con la intención de reclamar al ejecutivo español una atención denegada durante cincuenta años que ha supuesto que estos enfermos se hayan costeado todos los gastos médicos, ortopédicos, rehabilitadores, amén de otros dispendios necesarios para su vida diaria.

Todos los afectados se quejan de que su caso no haya sido estudiado en su momento, porque si se hubiesen valorado las consecuencias de la administración de la talidomida a edad temprana, se dispondría de valiosa información que nos daría aclaración y testimonio de las consecuencias que el fármaco produjo en los recién nacidos. Ahora, la falta de pruebas alienta a la farmacéutica Grünenthal a considerar que la mayoría de los afectados no son consecuencia de su medicamento, sino de otras causas ajenas a su fármaco, concluyendo que estas personas no entran dentro de los requisitos que exige la multinacional para el cobro de indemnizaciones. Además se reclama la relación del paciente con el producto, ya sea recetas o frascos, cosa muy difícil de demostrar por el paso del tiempo.

Esa gran empresa ha mantenido en el tiempo, es decir, durante más de cincuenta años que desconocía que el fármaco en cuestión hubiera provocado estas malformaciones en las extremidades de los pequeños. Pero varios estudios han comprobado que la talidomida inhibe el proceso de angiogénesis (formación de nuevos vasos sanguíneos), por lo que se aporta un déficit de nutrientes y oxígeno a los órganos y extremidades que son necesarios para el desarrollo posterior del feto.

La Asociación AVITE en el año 2012 logró sentar en el banquillo a Grünenthal y consiguió que un tribunal de Primera Instancia firmara sentencia a favor de las víctimas. En la primera sentencia condenatoria en el mundo para la farmacéutica se obtuvo una cantidad para los afectados reconocidos de 20.000 euros por punto de minusvalía, en total 20 millones de euros. La jueza alegó que la farmacéutica había obrado de forma culposa por no tomar las medidas adecuadas para la comprobación del fármaco.

Pero poco duró la alegría en la casa del Señor. La dura Grünenthal arremetió sobre la sentencia anterior alegando la prescripción de los hechos, y asegurando que no estaba demostrada la relación de lo acontecido, porque el conocimiento de aquella época en los estudios farmacológicos no eran los de hoy en día. La farmacéutica ha ganado el recurso de apelación a la sentencia. Los afectados han sufrido un duro revés pero continuarán en la lucha porque el agravio comparativo con otros países es de armas tomar.

Las secuelas de este maldito medicamento, que no es tan maldito en otras enfermedades, gracias a los estudios que se realizaron con los niños de la talidomida para averiguar las causas que producían estas malformaciones, merecen un respeto y una ayuda que no han tenido en cincuenta. Grünenthal debe responsabilizarse de los hechos que derivaron que miles de personas no lograran tener las mismas oportunidades en la vida.

Francisca Bernal Pérez. Viladecans. Barcelona.
Colaboradora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 30 Octubre 2014.