Mucho se ha notado la presión tributaria en el consumo de servicios turísticos. El sector, como tantos otros, ha sido incluido en el programa recaudatorio que el gobierno diseñó desde que comenzó su andadura. Ahora, salir de viaje, pasar a visitar un monumento o ir al cine, cuesta más dinero porque estas actividades están siendo explotadas para sanear la maltrecha economía nacional. El deber nacional que lleva ocupando un lugar preferente en los últimos años es equilibrar la balanza del déficit y restituir los fondos invertidos en proyectos que a la larga han revelado ser inviables. Este es el principal motivo que explica el asalto que ha sufrido el turismo, pues la perspectiva política es ahorrativa y los dirigentes tienen intención de crear un nuevo modelo productivo.
Sin embargo, la otra realidad estriba en que los recortes están causando destrucción de empleo y abaratamiento de salarios, y si a esto añadimos que los productos han elevado sus precios, encontramos que hacer turismo cultural se convierte en un exceso difícil de asumir. Pero los problemas no acaban aquí. La pérdida de poder adquisitivo del consumidor ha llegado en una coyuntura que ya presentaba retos al sector, como el desarrollo incipiente de los cambios tecnológicos, con los consecuentes recortes de plantilla, y la amenaza de la economía sumergida, sustentada en meros cambalaches comerciales, como los alquileres de coches por ejemplo.
Por otro lado, quien no ha oído decir que ahora el motor de la economía española está siendo el turismo, después de haber escalado hasta situarse en un 10% del PIB y haya ocupado un lugar preeminente después de la caída estrepitosa de la construcción. La práctica turística reporta pingües beneficio y lo hace a costes financieros bastante bajos. Entonces podemos preguntarnos ¿qué motivos hay para reducir la competitividad de un sector que tanto bien hace al tesoro público? El turista cuando viaja busca las mejores ofertas, las que más se adecuan a sus expectativas y si los precios suben, su abanico de posibilidades se reduce y contrata menos servicios.
La crisis engloba otras crisis y las prisas por recaudar socavan de lleno los negocios consolidados que estaban sorteando con éxito los obstáculos naturales de estos tiempos que poco acompañan a la prosperidad. Salta a la vista que en esta línea perdemos todos, y en este caso, lo que ponemos en peligro es el encanto y atractivo que tiene el patrimonio español. Las visitas a ciudades de interior por motivos culturales, han descendido en general, sin considerar claro eventos puntuales como el IV Centenario del fallecimiento del Greco en Toledo o la Exposición Dalí en el Museo Reina Sofía, por citar los más relevantes. Estos encuentros incluso han acabado con la fuerte estacionalidad que venían arrastrando dichos destinos y ha elevado el número de pernoctaciones en ciudades de tamaño medio, como la misma Toledo, pero las cifras hablan de que esta mejoría hay que atribuirla principalmente a la demanda extranjera: un 88% de la diferencia con respecto al año pasado concretamente. Las entradas a museos y edificios de interés han subido notablemente entre el IVA cultural y los cada vez más caros gastos de manutención y quien más lo ha percibido ha sido el turista nacional que no está precisamente para muchos encarecimientos. El Museo del Prado ha tenido un 20% menos de visitas tras la subida de la entrada de 12 euros a 14 y la reducida de 6 a 7 y el Museo Thyssen ha perdido uno de cada cuatro espectadores.
Aun así seguimos haciendo viajes a lo largo y ancho de la geografía nacional, aunque ahora gastamos menos dinero. El promedio está en 706 euros, un 33% menos que hace 14 años y la recuperación no llegará hasta que nazcan nuevos y mejor remunerados puestos de empleo. El turista extranjero, en cambio, suele gastar doscientos euros más, aunque actualmente preocupa que incida en el flujo de visitantes los peligros que se abaten sobre el panorama internacional, como el conflicto ucraniano o la epidemia de ébola. Mejor dar la razón al vicepresidente ejecutivo de Exceltur, José Luis Zoreda, y hacernos a la idea de que “es importante no caer en triunfalismos”. La situación actual está muy lejos de parecerse a como era antes de la llegada de la austeridad. Además, los cambios estructurales aún no han llegado y sigue habiendo dependencia del turismo de sol y playa.
El consumidor es más sensible a los cambios y busca por impulso las ofertas más baratas pero de dudosa calidad. El problema que subyace de todo esto es la aparición de negocios fraudulentos y con ellos hay que acabar para proporcionar servicios de calidad y seguridad al usuario, brindando la oportunidad de hacer turismo a todas las capas sociales. Otros destinos, ubicados en el Mediterráneo Oriental, como Grecia y Egipto, están creciendo y se están colocando como firmes competidores, mientras que aquí nos entretenemos en aprobar medidas económicas que ahuyentan a la clientela.
Iván Dueñas Villamayor. Toledo.
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Incorporación – Redacción. Barcelona, 19 Octubre 2014.
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