La célebre frase “Ich bin ein berliner” (Yo soy un berlinés) del presidente John F. Kennedy bien podría ser pronunciada medio siglo más tarde por su sucesor Barack Obama, pero cambiando el gentilicio pues la zona caliente del continente europeo se ha desplazado aún más al este.
De alto valor geopolítico debe considerarse la visita que el presidente estadounidense Barack Obama realizó el pasado miércoles 3 de septiembre a la más septentrional de las repúblicas bálticas, Estonia. Fue una visita relámpago de unas pocas horas, en la que aprovechó para entrevistarse también con representantes de Letonia y Lituania, antes de desplazarse a la cumbre de la OTAN en Gales. Huelga decir que los tres estados bálticos son miembros de pleno derecho desde hace una década de dicha organización, pero parecía necesaria una puesta en escena como la que ha sucedido para calmar los ánimos de estos estratégicos aliados.
Son dos los motivos que intranquilizan a estonios, letonios y lituanos. Por un lado la esperada reaparición de Rusia en el tablero internacional como lo que es, una superpotencia. Con Vladimir Putin Rusia ya no es aquella comparsa yeltsiniana en la que se había convertido tras la desintegración de la URSS. El gigante se ha puesto en pie, y como no podía ser de otra manera, es incómodo para Washington y aún más para los antiguos satélites que ya notan el aliento del oso en el cogote. Polacos, checos, eslovacos, húngaros, búlgaros, rumanos, todos temen ser de nuevo presa del expansionismo ruso, pero sobre todo aquellos territorios que habían formado parte de la antigua Unión Soviética y tradicionalmente del Imperio ruso, y que, y ese es el otro aspecto de la cuestión, tienen población rusa dentro de sus fronteras. Es evidente que con lo que está sucediendo en Ucrania los bálticos se han hecho suyo ese refrán que dice “Cuando veas las barbas de tu vecino pelar…”, pero no deberíamos sorprendernos por lo que está aconteciendo pues desde hace años primero en el Cáucaso y ahora en Ucrania, Rusia usa a las minorías rusas como caballo de Troya para hacerse valer.
De todas maneras, y analizando la situación con ojo clínico, no deberíamos olvidar que lo que Putin hace es simplemente dar arañazos, pues así y no de otra manera es como debemos catalogar su decidido apoyo a las regiones de Osetia del Sur y Abjazia en Georgia, la Transnistria en Moldavia, y en los últimos meses la península de Crimea y la región del Donbás en Ucrania. Arañazos dolorosos por los muertos que se cobra pero al fin y al cabo nada más que coletazos, pues Occidente ha sabido moverse de manera astuta desde la caída de la URSS, integrando en su seno, y entendemos por su seno a la OTAN y la UE a la totalidad de los exsatélites del este europeo más las tres repúblicas bálticas que formaban parte de la URSS, y además, recientemente, y con el arte del birlibirloque, atraerse para sus intereses a Ucrania, la “pequeña Rusia”. Quizá haya vuelto el “Gran juego”, eufemismo con el que se definía a la Guerra Fría, pero no hay duda que la posición de fuerza de los Estados Unidos es inconmensurablemente mayor que la que tenía en 1991. Rusia ha despertado, sí, pero se ha encontrado a los occidentales tomando el te en su sala de estar y de ahí difícilmente los va a sacar, y a la desesperada araña donde puede. Cosquillas para Washington, no mucho más, aunque la teatralidad de unos y otros nos parezca otra cosa.
Dicho esto, vale la pena incidir en la visita de alto rango que Barack Obama ha hecho a Estonia. Hablábamos del caballo de Troya que significa la inmigración rusa en las diferentes exrepúblicas soviéticas y Estonia no es una excepción. Stalin en su afán por crear el “homo sovieticus” obligó a millones de personas a desplazarse por las fronteras internas de la URSS y al ser los rusos el grupo de población que sufrió mayor movilidad (pues era el más numeroso y el que mejor representaba las esencias del Imperio) fueron diseminados por toda la Unión Soviética, también en Estonia.
Recordaba hace unos días el editorial de Postimees, el periódico estonio de referencia, que según el pensador americano William James (1842-1910), para entender cualquier asunto se necesita el contexto correcto. Así que echemos un vistazo al pasado reciente de los estonios para comprender la situación actual:
Los estonios son un pueblo ugrofinés, emparentado con los fineses y que por tanto nada tienen que ver con los eslavos. Durante siglos estuvieron en la órbita de las grandes potencias de su alrededor. Su capital, Tallinn, fue fundada por los daneses, la nobleza que se asentaba en sus tierras era germánica, y formó parte del imperio sueco hasta que en el siglo XVIII fue anexionada a Rusia. Los estonios siempre se han sentido orgullosos de sus vínculos con Suecia e incluso les gusta definirse como un pueblo nórdico. El sometimiento a Rusia duró hasta el final de la I Guerra Mundial cuando aprovechando el desmoronamiento del imperio zarista consiguió independizarse.
El periodo de entreguerras fue convulso, aunque vale la pena recordar que el nivel de vida de sus habitantes era de los más altos hasta que llegó la II Guerra Mundial. El Pacto Ribbentrop-Molotov repartió el este del continente europeo entre nazis y soviéticos, y los estonios quedaron en el área de influencia de Stalin. El ejército rojo invadió Estonia y tras el final del conflicto las potencias vencedoras legitimaron su integración a la Unión Soviética. A partir de ahí la tragedia de un pueblo con clara vocación occidental que fue obligado a vivir durante casi cinco décadas bajo una dictadura comunista, a lo que además debía añadirse la deportación de varios miles de sus ciudadanos y la llegada de otros, sobre todo rusos que se asentaron especialmente en la capital y en el industrializado este del país donde pasaron a ser (y aún son) mayoría.
Los avatares de la historia hicieron que en 1991 Estonia recuperara la independencia, “La revolución cantada” como a ellos les gusta decir, porque el movimiento separatista fue siempre pacífico, cantando canciones patrióticas en las plazas de pueblos y ciudades…. La situación económica y social de Estonia en ese momento era extremadamente frágil: técnicamente en bancarrota y demográficamente divida (del millón y medio de habitantes de la república, una tercera parte eran rusos), podía parecer el escenario perfecto para ser el escenario de un conflicto interétnico pero no sólo no fue así sino que en pocos años el país supo recuperarse, culminando este proceso en 2004, “el annus gloriosus” de los estonios, en el que se integraron a la Unión Europea y a la OTAN. Si lo primero significaba el encaje en las democracias occidentales, lo segundo era una manera de cubrirse las espaldas para cuando Rusia despertara, algo que nunca han dudado que pasaría… Una carrera contrarreloj para que llegado el momento (y parece que ha llegado) les cogiera en la mejor de las situaciones. Y ahí están, en la brecha, porque la geografía es la que es, y los estonios saben que están en primera línea y que podrían ser engullidos otra vez.
Es por esto que la llegada del presidente Obama a Tallinn para dar apoyo a los estonios ante los recelos que el expansionismo ruso provoca, nos recuerda aquel ya lejano 26 de junio de 1963 cuando John F. Kennedy desde el balcón del edificio del Rathaus Schöneberg dijo aquella mítica frase “Ich bin ein Berliner” (Yo soy un berlinés) solidarizándose con los berlineses occidentales por la presión que ejercían las autoridades de la R.D.A. siguiendo el diktat de Moscú, primero con el bloqueo terrestre y luego con la construcción del muro. Kennedy que siempre había sido considerado débil por los sectores más conservadores de la política norteamericana ese día dio un buen golpe de efecto, la pica en Flandes que significaba el Berlín occidental no la iban a dejar escapar y ese fue el mensaje… el mismo que Obama ha transmitido ahora a Putin: estamos aquí, y no nos vamos a ir.
Obama se reunió primero con su homólogo estonio Toomas Hendrik Ilves, el cual por cierto habla perfectamente inglés por ser hijo de la diáspora que se asentó en los Estados Unidos, con quien ofreció una conferencia de prensa conjunta. En ella Obama alabó la política exterior de Estonia, fiel aliado desde hace años de los EE.UU. que la ha llevado a intervenir en Afganistán e Iraq, recordando las hasta ahora nueve bajas que el ejército estonio ha tenido en dichos conflictos. Ya en clave más interna Obama señaló textualmente que “Dentro de la OTAN, Estonia nunca perderá de nuevo su independencia”, que “Nuestra alianza no tiene viejos y nuevos miembros. Todos son aliados, y eso es lo que somos; vamos a defender la integridad territorial de todos los aliados. La defensa de Tallinn, Riga y Vilnius es tan importante como la defensa de París, Berlín y Londres”, reiteró además que el “Artículo cinco de la OTAN es inquebrantable”, que reseña la defensa de uno de sus miembros en caso de ser atacado, y que “Estonia nunca estará sola de nuevo”, referencia clara y evidente a la anexión a la URSS de 1945. Finalmente, y demostrando estar muy bien asesorado, Obama supo ponerse en el bolsillo a la opinión pública al citar a Heinz Valk, uno de los líderes de la independencia, que popularizó la frase “Ükskord me võidame nii nii kui!” (¡Algún día ganaremos, de todas formas!).
En los próximos meses puede que las relaciones entre Estonia y Rusia se tensen si se confirma la información del KaPo (Servicio de Seguridad Interno de Estonia), considerado por el prestigioso analista internacional Michael Weiss como uno de los mejores del mundo, referente a las maniobras de Moscú para violentar a la importante minoría rusa del país. Deberemos seguir atentos a las informaciones que nos lleguen de las repúblicas bálticas.
Octavi Mallorquí Vicens. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 6 Septiembre 2014.