A nivel global, el primer gran giro neoliberal se dio con la imposibilidad que tenía México de pagar su deuda, lo cual se debía a las reformas del todo poderoso amo y señor de la Reserva Federal, el señor Volcker. De este modo, a comienzos de los 80, Reagan, que en un primer momento se había planteado retirar su apoyo al FMI, encontró en éste el medio sobre el que sustentarse para extender las ideas ultraconservadoras de sus compañeros de partido. La ortodoxia neoliberal de privatizar en vez de pagar, que se impuso desde entonces hasta la fecha sobre los países que no podían hacer frente a su deuda, comenzó su andadura planetaria. Con ello, «a cambio de la reprogramación de la deuda, a los países endeudados se les exigía implementar reformas institucionales, como recortar el gasto social, crear legislaciones más flexibles del mercado de trabajo y optar por la privatización. Y he aquí la invención de los ajustes estructurales. México fue uno de los primeros estados que cayó en las redes de lo que iba a convertirse en una creciente columna de aparatos estatales neoliberales repartidos por todo el mundo» (*1).
Como todo en la vida, al menos tal y como yo lo entiendo, para alcanzar cualquier visión global sobre el tema que sea de nuestro interés, hemos de ceñirnos al detalle, al hecho concreto, pues de no hacerlo es fácil caer en la verborrea del que se mueve por las vísceras dejando de lado la razón. Con tal fin, pasemos a ver algunos de los acontecimientos relacionados directamente con las políticas del FMI, el BM y otros mecanismos institucionales perversos a escala internacional, así como por las grandes corporaciones y los gobiernos serviles que los han secundado, exponiendo al final, por medio de la frialdad numérica, qué resultados ha generado todo este sistema y si los mismos pueden, de modo alguno, excusarse como necesarios.
El FMI, junto con el BM, han establecido un modelo productivo en el que los países productores se ven obligados a producir mucho más de lo que deberían, al menos bajo un sentido de necesidad real, generando una superabundancia productiva en la que se da la paradoja de que cuanto más producen más se ahogan en la riqueza, además de que los países pobres, muchas veces los que mayor capacidad productiva tienen, se ven abocados a requerir de subvenciones occidentales en las que el Norte les pasa sus excedentes a un precio tan ínfimo que su mercado interno se desmorona al no poder competir con el mismo. De este modo, la población y la producción nacional se ven inmersos en un infierno sin salida, en el que sus antiguos medios productivos no tienen cabida, la gente deja de poder ganarse la vida y, encima, se ven obligados a endeudarse para después privatizar los pocos medios sociales con los que contaban, no teniendo otra opción al no poder hacer frente a la deuda.
El sacrosanto mercado, cuyas crisis son generadas por los que más tienen para tener más, ha dado lugar a auténticos genocidios sociales. Un buen ejemplo de esto lo podemos observar en las consecuencias que tuvo para México la crisis de 1.994 y 1.995, en la que casi 30.000 empresas se fueron a la quiebra, más de la mitad de la población se quedó por debajo del umbral de la pobreza y, por si fuera poco, las coberturas sociales de las que antes gozaban fueron eliminadas en nombre del progreso y los ajustes estructurales. Cruzando el charco, podemos observar el fenómeno de los denominados suicidios FMI —así los llaman en Corea y Tailandia—, en el que los trabajadores, desesperados e incapacitados para ganarse el sustento, optan por quitarse la vida a sí mismos y a sus familias.
Acercándonos de nuevo al Oeste, podremos observar el descenso de la esperanza de vida en la Vieja Rusia, en la que en menos de siete años ésta ha decaído en diez (*2). Este es el precio de los ajustes.
Continuando con nuestro breve recorrido por la aventura neoliberal planetaria, nos llama especialmente la atención el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI), que a pesar de su empuje por los ejércitos neoliberales quedó paralizado ante la movilización ciudadana, al menos en un primer momento.
La verdad es que el AMI supone el súmmum del modelo neoliberal.
Éste —tomando como referencia el pensamiento de la ilustre Vandan Shiva (*3) — es ejemplo magnífico de cómo se defienden los derechos de la empresa frente a los del hombre, que los pierde mientras aumentan sus deberes.
Entre otras lindezas, impide a los gobiernos poner trabas a la entrada de empresas extranjeras; «concede a las empresas privadas y a los inversores el estatus legal para demandar a los estados soberanos» y, en palabras de Renato Ruggiero, el antiguo director de la Organización Mundial del Comercio, tenía el fin de pasar a ser la «constitución de una economía global única» (*4).
La tiranía va mucho más allá al impedir que la libre creación y propagación de la creación humana, piedra angular de la evolución, pueda darse como tal, al convertirse «en un crimen compartir conocimientos» por medio del Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC), de forma que «al redefinir el conocimiento como una propiedad privada, incluso en áreas donde el conocimiento es una creación social, se redefine el intercambio de conocimientos como un robo» (*5).
Todas estas medidas, como es natural, se establecen a espaldas del pueblo, pues sería absurdo buscar su consentimiento ante las mismas, con lo que los Programas de Ajuste Estructural (PAE) pocas veces son extrapolados al conocimiento popular. Se manejan más cómodamente desde la sombra.
Tal como dice Chimni, «las instituciones internacionales han usurpado cada vez más las funciones de los gobiernos y las empresas multinacionales han llegado a ejercer un poder mucho mayor que gran parte de los Estados en el sistema internacional (…) Las cosas no funcionan bien ni siquiera en la Naciones Unidas, donde (*6) el Consejo de Seguridad, por ejemplo, ha sido la sede donde un pequeño grupo de países del Norte toma decisiones “en reuniones secretas y separadas”. En un plano diferente, el FMI y el BM han sido acusados conjuntamente, entre otras cosas, de adelantar en secreto las negociaciones sobre programas de ajuste estructural (…) El secreto ayuda a los líderes políticos y a los funcionarios del Estado deudor a esquivar el control parlamentario y a evitar que los grupos de interés puedan hacer sentir su presión. Y el secreto encaja perfectamente con el enfoque tecnocrático del que son partidarios los expertos del FMI. Ellos no están acostumbrados al control parlamentario y están lejos de su alcance» (*7).
Lejos de quedarnos aquí se hace necesario proseguir con las acciones protagonizadas por las creaciones neoliberales para regir el mundo, siendo una de sus instituciones estrella la Organización Mundial del Comercio, la cual, fundada en 1.995, perseguía en apariencia el estrechamiento de los lazos comerciales entre todos los países para conseguir una mayor cercanía de los mismos y establecer una conexión e interdependencia económica que haría progresar el mundo y mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Muy bonito.
El objetivo primero, y real, de la OMC fue implantar a nivel global el sistema neoliberal, es decir, lograr el mayor enriquecimiento de unos pocos a costa del sufrimiento de la mayoría. Así, sus miembros han aprobado sin recelo todos los acuerdos que han salido de la misma con el fin de extender el modelo neocapitalista hasta el último rincón del mundo.
Bajo la misma línea se ha establecido a nivel legal, y mundial —por supuesto gracias al apoyo gubernamental—, el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS), que ajeno al escrutinio público, persigue «la total privatización y comercialización corporativa de todo lo viviente y la radical transformación de todas las dimensiones de la vida en afines al comercio, o sea servicios o mercancía comerciables y en lo posible a corto plazo» (*8).
Nicaragua y la India son dos países que llevan tiempo palpando el verdadero rostro de la mundialización del comercio. Nicaragua está siendo sometida a planes de privatización del agua ligados a multas equivalentes a 10 veces el salario del nicaragüense medio por proporcionar «un balde de agua al vecino incapaz de costear su propio suministro» y la India ha visto cómo sus ríos han sido vendidos, literalmente, a corporaciones como Coca-Cola, que han dejado secas las reservas de agua del estado de Kerala (*9), extendiéndose tal política a escala internacional y vital, atañendo a «animales, plantas, elementos naturales y paisajes, al ser humano —incluyendo su cabello y su piel— sin olvidar todos los aspectos de la vida humana: el trabajo y el ocio, la sexualidad y el embarazo, el nacimiento y la muerte, la enfermedad y la angustia, la paz y la guerra, el deseo y la voluntad, el espíritu y el alma» (*10).
Siguiendo a Von Werlhof, una de las más lamentables formas adoptadas por el derecho internacional surgidas del espíritu de la OMC se encuentra en el Derecho de Patentes, y en su extensión sobre el mercado del alma y la manipulación genética. Los genes son reinventados —parece ser que antes no existían— haciéndose las corporaciones dueñas legítimas de los genes de plantas, animales y de incluso seres humanos. La vida pasa a ser de propiedad privada, arrancando de su naturaleza libre su esencia y vendiendo lo que antes era de todos a precios exorbitantes, poniendo como ejemplo la patente del arroz Basmati, la patente fallida —no les salió bien— del árbol hindú Neem o la creación de semillas suicidas por la corporación Monsanto, gracias a las cuales los frutos dan semillas muertas, de forma que los campesinos, si quieren cultivar, han de comprar a esta compañía, cuya aspiración es hacerse con el control total del mercado mundial de alimentos, vendiendo semillas a precios imposibles. De esto son buenos conocedores los agricultores hindúes, miles de los cuales se han visto obligados a dejar su antigua profesión e incluso han recurrido al suicidio como salida. No es de extrañar que se haya hecho popular la consigna proletaria “¡OMC asesina de campesinos!” (*11).
Llegados aquí, ¿dónde está el límite? La respuesta es sencilla: No hay.
Las semillas transgénicas de Monsanto, debido a su alto poder contaminante, destruyen las especies no modificadas genéticamente y degeneran la flora y la fauna local —además son de inferior calidad que las naturales—. No obstante, esto no sirve de barrera a que en Argentina y China se cultiven millones de hectáreas con las mismas, en Austria no quede comida que no sea transgénica para los animales (*12), a que la compañía Suiza Syngenta haya tenido la gran idea de desarrollar maíz transgénico anticonceptivo para zonas superpobladas (*13) y al respaldo corporativo del golpe de estado contra Manuel Zelaya, al negociar éste con la Habana la importación de medicamentos genéricos que abaratasen el coste de los hospitales públicos hondureños para sustituir a los que siguen bajo patente (*14).
El coste humano y económico de este funcionamiento perverso es difícil de cuantificar, seguramente imposible. Si bien, limitándonos al aspecto económico, como siempre observado desde la caída del keynesianismo, podemos mencionar los siguientes datos (*15):
– La diferencia entre Norte y Sur a 2.003 era de 70 a 1 frente al 30 a 1 de 1.965.
– La fortuna de los 225 hombres más ricos del mundo equivale al «ingreso anual de las 2.500 millones de personas más pobres del mundo».
– Mientras que al comienzo de los años 70 un director ejecutivo estadounidense «recibía un salario y unas prestaciones entre 40 y 60 veces mayores que los que recibía el promedio de sus empleados», a fecha de 2.003 era «entre 200 y 300 veces mayor».
– Hace 30 años, cuando el 20% de la población tenía el 70% de toda la riqueza mundial, ahora la suma asciende al 86%. En otras palabras, el 80% de la población tiene acceso a sólo el 14% de la riqueza y la diferencia sigue creciendo de forma cada vez más acelerada.
A modo de cierre, y como ejemplo representativo de la conducta real, y amoral, seguida por estas instituciones neoliberales y, por encima de cualquier otra la OMC, conviene recordar el caso de los camarones y las vacas locas, donde la acción de los débiles gobiernos occidentales para tratar de imponer medidas reguladoras en virtud de la defensa del medioambiente y la salud del pueblo, se vio superada y cercenada por la OMC, cuyos estándares impidieron progresar una ley estadounidense que prohibía la importación de camarones por parte de todos aquellos países que no empleasen métodos de pesca «que evitaran las capturas accidentales de tortugas marinas», así como una europea que pretendía prohibir «la producción y las importaciones de la carne de vacas tratadas con hormonas sintéticas» (*16). Ambas decisiones fueron consideradas ilegales por incumplir los estándares de la OMC.
Anotaciones:
1. Harvey, D. Breve historia del neoliberalismo. Madrid: AVAL.
2. George, S. ¿Globalización de los derechos? En J. Gibney, M. (2004) La globalización de los derechos humanos. (págs. 28-29).Barcelona: Crítica.
3. Shiva, V. Derecho a la alimentación, libre comercio y fascismo. En J. Gibney, M. La globalización de los derechos humanos. (págs. 95-115).Barcelona: Crítica.
4. Ídem. Pág. 98.
5. Ídem. Pág. 99.
6. Cursivas del autor.
7. Chimni, B. S. Respuesta a Stiglitz. . En J. Gibney, M. La globalización de los derechos humanos. (Págs.163-165).Barcelona: Crítica.
8. Von Werlhof, C. (2011). La globalización del neoliberalismo, sus efectos y algunas alternativas. THEOMAI. Núm. (23).
9. Ídem.
10. Ídem.
11. Ídem.
12. Ídem.
13. Reiter, G. (2005). Gen Ozid. Flugblatt der Bio-Bauern Schärding, ProLeben Oberösterreich.
14. Ramonet, I. (2009). Mafias farmacéuticas. Le Monde Diplomatique. Año XIII. Nº 167.
15. Tomados de: George, S. ¿Globalización de los derechos? En J. Gibney, M. (2004) La globalización de los derechos humanos. (págs. 28-29).Barcelona: Crítica, y El Informe sobre el Comercio y el Desarrollo de la UNCTAD de 1997.
16. Bakan, J. (2009). Capitalismo Caníbal. La corporación. Barcelona: Robinbook.
Pablo Jiménez Cores. Madrid.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 17 Agosto 2014.