Titulo original: Dead Poets Society
Nacionalidad: Estados Unidos
Año: 1989
Dirección: Peter Weir
Guión: Tom Schulman
Interpretación: Robin Williams, Robert Sean Leonard, Ethan Hawke, Josh Charles, Dylan Kussman, Gale Hansen, James Waterston, Allelon Ruggiero, Norman Lloyd, Kurtwood Smith, Melora Walters
Música: Maurice Jarre
Un pletórico Robin Williams encarna al nuevo profesor, John Keating, en la reconocida academia Welton de la Nueva Inglaterra del 59. Keating y Whitman. Poesía como concepción de la vida.
el barco ha sobrevivido a todos los escollos,
hemos ganado el premio que anhelábamos,
el puerto está cerca, oigo las campanas, el pueblo entero regocijado,
mientras sus ojos siguen firme la quilla, la audaz y soberbia nave.
¡oh rojas gotas que caen,
allí donde mi capitán yace, frío y muerto.
Nuestro capitán yace frío y muerto. Pero su recuerdo está más vivo que nunca gracias a obras cinematográficas como El club de los poetas muertos, donde interpretó a un profesor que marcó una época a través de la gran pantalla. Un profesor al que podríamos calificar de excéntrico debido a sus métodos poco convencionales para enseñar a un grupo de jóvenes, pero que a fin de cuentas, supo exprimir al máximo el carpe diem.
¿Qué es un buen profesor? ¿O quién lo es? Keating daba en el clavo. Él sabía siempre qué decir para sacar el brillo de los ojos de sus alumnos. EL brillo de Todd (Ethan Hawke), el de Neil (Robert Sean Leonard), el del joven Knox Overstreet (Josh Charles) o quizás el de Charlie (Gale Hansen). Los cuatro jóvenes intrépidos que conformarían el nuevo club de los poetas muertos gracias al impulso que recibían de su maestro.
No hay más que ver los valores de la prestigiosa academia para entender la febril revolución. Tradición, honor, disciplina y excelencia. Valores perdidos una vez saboreada la libertad. Y con ella, los sueños. O viceversa. Porque «solo al soñar tenemos libertad, siempre fue así; y siempre así será».
A través de Robin Williams comprobamos cómo puede afectar la educación. Cómo unos meros valores pueden quedar relegados a un puesto secundario cuando la adolescencia lucha por rebelarse. Es entonces cuando tiene que haber un guía que muestre el camino adecuado. Un maestro que sepa aconsejar y escuchar, y sobre todo, que busque la forma de motivar a los jóvenes para que se superen. Porque el afán de superación será la clave para que lleguen lejos en ese camino.
«Chicos, debéis esforzaros por encontrar vuestra propia voz. Porque cuanto más tiempo esperéis para comenzar, menos probabilidades tendréis de encontrarla. Thoreau dijo que ‘la mayoría de los hombres llevan una vida de silenciosa desesperación’. No os resignéis. ¡Fugaos! Salid. Este es el momento»
Discursos de Keating como este plasman una de las mejores arengas. El afán por encontrar la propia voz produce una búsqueda interna muy beneficiosa, ya que es entonces cuándo nos conocemos a nosotros mismos. Esa voz, única, es la que debemos mimar y engrandecer, porque será nuestra marca a lo largo de la vida. Por muchas asignaturas que se estudien, aunque sean en la escuela más prestigiosa y elitista, serán en balde si no maduramos como personas. Y qué mejor que a través de la poesía.
«Les contaré un secreto: no leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería… son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida humana. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor son cosas que nos mantienen vivos»
Nos mantiene vivos, porque sin pasión no hay vida. ¿Pero cómo un género que ha quedado tan en el olvido puede mantenernos vivos? Simple. Porque va ligado a la raza humana. Porque va unido a la belleza, al romanticismo, a los sentimientos. Todo lo que nos hace humanos y nos aleja de la fría maquinaria. Y gracias al magnífico guión de Tom Schulman, galardonado con un Óscar, redescubrimos el mundo de la poesía y la filosofía de la mano de Whitman, Thoreau o Frost.
Peter Weir por su parte, nos dirige a vivir nuestra propia vida y a elegir nuestro propio camino. El director se encargó de manejar una tesis sublime como el carpe diem, desgranándola y transfiriéndosela al propio Keating delante de las cámaras. Es entonces cuando Neil decide seguir su camino: el teatro, a pesar de la negativa de su padre. Es su vida, no la de su progenitor, por lo que se aventura a interpretar Sueño de una noche de verano como actor, dando rienda suelta a sus impulsos dramáticos, y recordando en su cabeza el proverbio latino así como las frases de Keating. “Coged las rosas mientras aún tengan color pues pronto se marchitarán…”
¿Trágico final? Por supuesto. Pero qué sería del club sin esa corona en la ventana y sin esa desolación final. A priori, un fracaso para todo lo aprendido y una vuelta a la época pre-Keating, rodeados de disciplina y rectitud, matando todo atisbo de imaginación y creatividad. Es cierto que si escoges tu propio camino, puedes terminar mal. Muerte. Destrucción. Despidos. Pero al fin y al cabo, es nuestra vida y no la de otros, por lo que no debemos malinterpretar ese disparo final. Keating ya había dejado entonces su semilla, y la poesía, así como todo lo que conlleva, no será olvidada por esos jóvenes.
Por otra parte, el clímax de la película llega con esos imberbes alumnos subidos a sus impecables pupitres. Una muestra de apoyo y valentía frente a las estrictas normas y a la injusticia con su amado profesor. Uno a uno se levantan, encogiéndonos el corazón con sus miradas perdidas en busca del guía que una vez tuvieron y que ahora abandona su aula para siempre. Al grito de ¡Oh capitán, mi capitán! buscan el último aliento del maestro, intentando darle una última muestra de apoyo a quién les abrió un nuevo mundo y una nueva vida. Un simple “gracias, chicos, gracias” del capitán emociona al público, inmerso por completo en la historia que sucedió entre los muros Welton, empapado además de poesía y frases para reflexionar.
Williams, Keating. Una simbiosis perfecta de esperanza y dramatismo, aderezada con el mejor carisma para cultivar la cultura de unos cuantos jóvenes.
«Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido».
Y vivió para hacernos reír. Pensar. Llorar. Y eso es lo que importa.
Escena final: Oh capitán! Mi capitán! – El Club de los Poetas Muertos
Elena Rodríguez Flores. Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Agosto 2014.
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