Casi nueve décadas de Ana María Matute. Es todo lo que hemos disfrutado de esta barcelonesa de cabellos blancos; la niña de la guerra que se hizo un hueco en la academia y que deja huérfana a esa gran “K”.
Con el estallido de la guerra civil, aquel 18 de julio de 1936, la escritora sufrió un fuerte impacto. No tanto físico, que también, si no moral. Desde entonces su obra quedó impregnada del aura bélica, rodeada siempre de niños y combinando descripciones soberbias. Un hecho histórico que la marcó, como a muchos otros, pero que podríamos apostar le dieron un plus a sus novelas, ya que supo aprovechar y tomar lo que le hacía falta para desarrollar sus obras. Una época difícil, sin duda, que no impidió a esta catalana recibir numerosos premios como el Nadal, o más recientemente, el Cervantes, convirtiéndose en la tercera mujer en obtenerlo tras una larga retahíla de hombres. – seguir leyendo
Sección de Cultura
Ana María Matute, literatura pura
por Elena Rodríguez
“De repente, de la noche a la mañana, el mundo se volvió al revés. La guerra y sus atrocidades. En esa época nosotros éramos unos niños y luego nos dimos cuenta de que vivíamos en un mundo de engaños. Todo lo que nos contaban no era verdad. Todo lo que nos decían era un mundo falso. Luego vino la posguerra que en cierto modo fue peor, porque la guerra es horrible y pasan cosas espantosas, pero pasan cosas. La posguerra fue una losa gris que cayó sobre nosotros. Ocurría de todo, había represiones, matanzas, pero no se veían. Luego vino la censura. Toda mi juventud se quedó ahí, con rabia e impotencia”, aseguraba en una entrevista años atrás.
No obstante, supo cómo avanzar en aquella España retrógrada y sobreponerse a todos los problemas que surgían, convirtiéndose en un referente al igual que Laforet o Martín Gaite. A pesar de su condición de mujer en un mundo fundamentalmente machista, supo reflejar la realidad con ironía, superponiendo líneas duras. Una etapa que necesitaba mujeres como ella para reivindicar el papel de la mujer.
Podríamos enumerar una larga lista de obras, oscilando entre la literatura realista, fantástica e infantil. Desde Los Abel, su primera obra publicada y finalista en el Premio Nadal, pasando por Primera Memoria, con unas descripciones que hacen al lector abstraerse y crear su propio mundo. Están también Pequeño Teatro y Luciérnagas, llegando incluso a Olvidado Rey Gudú, “el libro que siempre quiso escribir”, o Demonios Familiares, la novela póstuma que será publicada en septiembre. Nos olvidamos pues de Los hijos muertos, la pequeña Paulina o Los soldados lloran de noche, pero al igual que los premios (Planeta, Nadal, Fastenrath, Príncipe de Asturias o Cervantes, entre otro muchos) sus obras se cuentan por decenas.
Más allá de su obra, Matute lidió en su vida con un divorcio complicado que la alejó de su pequeño hijo Juan Pablo, por lo que durante unos años no pudimos disfrutar de su prosa. Sin embargo, en 1996 volvió a la portada. La publicación de Olvidado Rey Gudú y la entrada en la Real Academia Española consumaron su carrera literaria y la reafirmaron como una maestra del realismo. «Cuando en literatura se habla de realismo a veces se olvida que la fantasía forma parte de esa realidad porque nuestros sueños, nuestros deseos y nuestra memoria son parte de la realidad”. Renació entonces de las aparentes cenizas y volvió a escribir como antaño, gin-tonic en mano “ya que te da una lucidez bárbara”. Aparecieron entonces Aranmanoth y Paraíso inhabitado, reafirmándose como gran escritora.
Con un afán de superación envidiable y una riqueza lingüística notable, se formó en nueve décadas una figura entrañable que sabía narrar como muy pocos saben. Reina del realismo, casi mágico podríamos decir, dama de los adjetivos y los recursos líricos, y señora de las historias jamás contadas, Matute recorrió varios mundos imaginarios de la mano de las palabras y poco a poco los fue haciendo suyos, creando cuentos y escribiendo novelas que merecen ser leídas varias veces.
Fue una mujer dura, había que serlo, tanto en lo personal como en lo moral o profesional, pero nunca ocultó sus preferencias intelectuales e ideológicas. “Yo siempre he sido de izquierdas, pero no comprometida con ningún partido. Lo que aspiro es al deseo de justicia y a que no me engañen. Ingenua, inocente, soy, pero tonta, no». Un pensamiento muy lógico, pero que pocos comparten.
Ana María Matute nos dejó a los 88 años, pero seguía siendo una niña, la niña de los cabellos blancos, que luchaba por mantener esa pueril inocencia. “Nunca me he desprendido de la infancia, y eso se paga caro. La inocencia es un lujo que uno no se puede permitir y del que te quieren despertar a bofetadas”. A bofetadas crueles, por supuesto, ya que la felicidad de un niño no se puede comparar con nada más, y ella sabía plasmarlo a la perfección en todas sus historias. Por ello, su muerte congregó a decenas de escritores, editores, familiares y amigos. Pero también a desconocidos que querían darle el último adiós a la escritora, referente e inspiración de muchas generaciones.
Para terminar, reflexionemos con Maruja Torres. “La ausencia de Matute nos tiene que doler, pero claro está, entra en el orden natural de las cosas. Lo que no entra es que desaparezca de este mundo una persona que le aportaba tanto y se queden otros tantos que restan». Una lástima que Gorogó se quede sin más historias que escuchar.
Elena Rodríguez Flores. Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 8 Julio 2014.