Emigrantes: camino a Europa – por Laura Morillas

Pilar, Carlos, Paola, Ana, Pau, Paloma, María… el nombre es lo de menos, es una lista bastante larga de españoles que han emigrado (y emigran) fuera de nuestras fronteras, en busca de lo que aquí no tienen: empleo principalmente -a secas- y tras esto, un largo etcétera compuesto por oportunidades laborales -tirando por lo alto- más adaptadas a su currículo, educación o formación específicas y posibilidad de investigación, entre otros.

Hasta la fecha ¿qué medidas ha tomado nuestro actual Gobierno, en base a esta circunstancia? bueno, para muestra un botón, quizás recuerden el pasado 26 de diciembre de 2013, cuando incorporaron una disposición adicional, la sexagésima quinta, al Texto Refundido de la Ley General de la Seguridad Social, que limita la asistencia sanitaria a aquellos españoles que salgan al extranjero durante más de 90 días y estén en situación de desempleo; la normativa entró en vigor el 1 de enero de 2014.

La emigración española no es una cosa de ahora, todos aquellos que tengan memoria histórica (algo que nuestro Gobierno también anda siempre detrás de recortar) saben que llueve sobre mojado. A principios de los 50 se creó el Instituto Español de Emigración, que significó el comienzo de una emigración masiva en dirección a la Europa reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial, concretamente hasta cerca del año 1973, miles arrastraron sus bolsillos vacíos (y vidas maltrechas) hasta Francia, Alemania, Suiza, Bélgica y el Reino Unido. Si se paran a pensarlo, son prácticamente los mismos destinos de ahora.

¿Saben? en realidad nadie mide la fuga de cerebros y el propio INE (Instituto Nacional de Estadística) ha reconocido que infrarrepresenta la realidad de la emigración. Aun así, se han emitido datos oficiales, donde se anuncia que se marcharon 2.186.795 personas entre el 1 de julio de 2008 y el 1 de julio de 2013, de los cuales el 11,98% (262.081) son españoles de nacimiento o nacionalizados.

No está de más tener en cuenta que muchos de los nacidos en España que se marchan no se dan de baja en el Padrón ni de alta en los consulados del país al que se mudan, mientras que hay quien vuelve a su país de origen después de haberse nacionalizado aquí.

La vida en el extranjero, no siempre es lo que se pinta en programas como “Callejeros Viajeros” o “Españoles por el mundo”, y hay que conocer qué buscan los foráneos del país donde se va a aterrizar. El sector industrial es el que recibe más demanda, seguidamente encontramos al sector servicios. El 86% de las ofertas de puestos de trabajo exigen una titulación universitaria y un 14% formación profesional o estudios inferiores. Las titulaciones más demandadas según Adecco son: Ingeniería Industrial (24,1%), ADE (6,5%), Ingenieros de telecomunicaciones (4,1%) e informáticos (3,8%). No pensemos que siempre es llegar allí, pensar una frase tan de serie española como: “me encanta esta ciudad, voy a quedarme y ganar dinero a espuertas”, y ya está, conseguir el trabajo -o estudios- de tus sueños, the end.

Emigrar es algo lleno de variabilidad y diversidad. Para muchos, es bajar terriblemente su nivel profesional y trabajar de camarero con el título de Ingeniero de Caminos colgado en el salón de su madre. Para otros, es mejorar su puesto de empleo como saben que no podrán hacerlo aquí durante los próximos años. Para algunos, se queda en una gran aventura, una línea de experiencia buenísima añadida a su currículo, uno o dos idiomas más incrustados en sus neuronas, un montón de amigos nuevos. Para varios, es una frustración más, una película de Woody Allen que no saben por dónde coger.

Academias de idiomas y profesores particulares que aumentan sus alumnos. Familias intentando meter un jamón en el avión para los exiliados. Personas viviendo el gran sueño de su vida.

Extranjeros que se encuentran de repente sabiendo pronunciar “sangría” y con una españolización graciosa de su nombre, a cargo del chico ese español tan majo nuevo en la oficina. Comunidades de españoles que se forman y apoyan en los pueblos más recónditos de Europa. Cientos de votos que llegan por correo para ejercer democráticamente su derecho a pegarle una patada en el culo a toda la casta política a la que le da igual que ellos estén lejos de su hogar, mientras su escaño no peligre.

Voces que se alzan para hablar del fenómeno migratorio, ya sea con ecos fascistas o con propuestas revolucionarias. Culturas que se mezclan, relaciones que se crean o se rompen, emociones, pensamientos y recuerdos que se forman. La emigración tiene muchas caras, además de nombres.

Tras las recientes Elecciones Europeas, con las grietas que se abren bajo los pies de la derecha, con el resurgir de la izquierda (IU y Podemos) y el cierto tambaleo del bipartidismo resultante, es posible que el panorama político español llegue pronto a un punto de inflexión. Sin duda, con mejores decisiones sociales, educativas, sanitarias, económicas, etc., por parte de las personas que nos gobiernan, todos viviríamos mucho mejor, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, y está claro que la emigración se vería influida.

Los cambios nunca dejan de ocurrir, y en esa dinámica se mueve y sobrevive la humanidad desde hace muchísimos siglos. Los flujos migratorios han estado ahí siempre, y lo seguirán estando, porque forman parte de quienes somos y de la sociedad en todas sus formas. El problema no es emigrar a otro país per se, el problema es tener que hacerlo abocado por la falta de soluciones e interés en ti, en tu familia, en tu profesión, en tu sector, en tu vida en general, por parte del Gobierno, la economía u otros problemas graves (como los conflictos armados o posteriores represiones).

Citando a Herbert Simon, uno se encuentra siempre empujando los límites.

Laura Morillas García. Valencia.
Redactora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 29 Mayo 2014.