Miedo al silencio – por Pablo Jiménez

Sección SinRazón y Letras
Miedo al silencio – por Pablo Jiménez

El culto al silencio se ha perdido, es más, éste parece haberse convertido en una presencia no deseada, en una molestia a evitar.

La gente, con el silencio, no se siente cómoda. Cierto es que tal parecer podría entenderse, incluso excusarse, cuando uno se encuentra en un bar con una persona que apenas conoce, mientras el amigo común se ha ido al servicio a hacer sus quehaceres, pero el problema viene, y esto es lo realmente inquietante, cuando la persona con la que surge este padecer, es un viejo amigo, o incluso cuando uno se encuentra a solas consigo mismo.

Una vez una amiga —siendo sincero, la amiga de una amiga— me dijo que la tecnología acabaría por dominarnos, por comernos a todos.

En el momento me pareció una exageración, puede que porque así lo fuera, no obstante, y sin temor alguno a caer también en dramatizaciones que molesten al lector, creo que tal parecer no sólo era cierto, sino acertado, que no es lo mismo.

Es curioso, pero se ha convertido en norma tener agradables conversaciones con los amigos en las que cada uno, durante largo tiempo, o bien cada poco, que al fin y al cabo es lo mismo, recurre a su móvil para curiosear Facebook, Tender, Gmail, o incluso WhatsApp, aquel que se ha edificado en el instrumento más popular para hablar con personas no presentes cuando uno está acompañado, reduciendo la cercanía física a anacrónica moda del pasado.

Evitando hipocresías manifiestas, pues soy tan agente activo de esta situación como cualquier otro, lo que sí es cierto es que lo citado, como aquí dejo notable, o al menos manifiesta presencia, me lleva a la siguiente reflexión.

El sistema, al menos yo lo veo así, se ha edificado de tal modo que sus súbditos, tanto usted como un servidor, nos hemos convertido en carceleros de nuestro corazón, quedando inmóviles en una celda en la que no hay barrotes y en la que la salida se muestra evidente ante unos ojos que quisieran verla, de tal forma que somos nosotros mismos los que nos mantenemos alejados de la libertad y los que, además, llevamos a otros a aferrarse a la realidad de lo irreal por medio de la más que demostrada influencia que la presión social —la presión hacia la uniformidad que diría Irving Janis— tiene sobre la conducta ajena.

Cuando uno se encuentra dentro de un estado abiertamente fascista, la posibilidad de luchar contra el malo, o al menos de identificarlo, es bien sencilla, por lo que el dominio actual ha sabido progresar con inteligencia, evolucionando del estado absolutista patente hacia el sutil, gracias a lo cual la necesidad de recurrir a instrumentos coercitivos parece mostrarse casi innecesaria.

Así, el nuevo orden se ha cimentado sobre la cultura de la sacralización de lo tecnológico, llevándonos a hacer del entretenimiento un modo de vida en el que medio y fin se han convertido en lo mismo. Pasar el rato, en sí, se ha normalizado como objetivo deseado, de forma que la profundidad propia y ajena parecen haber desaparecido.

El resultado de tal idiosincrasia es la generación de una generación, si me disculpa la redundancia, que busca en el otro un medio de entretenimiento, sustentándose esta relación sobre un sin sentido vacuo que parece haberse constituido a partir de un conglomerado resultante de combinar la inconsistencia superflua y la pereza relacional.

No es que las relaciones en sí, refiriéndonos a las verdaderas —de tú a tú— hayan desaparecido, que para exagerar ya está el presidente, sino que el camino que éstas siguen parece dirigirse hacia el acantilado.

Hasta tal punto es así que relacionarse de verdad con el otro se ha convertido en algo aburrido, más que nada porque en caso de incomodidad o pereza éste no puede desaparecer con un clic, no puede bloquearse… Toda una molestia.

Por otro lado, como buen pesimista que trata de hacerse optimista, pues el pesimismo carece de sentido a la hora de construirse un sentido, tenemos que tener presente que estas premisas cuentan con un movimiento en contra surgido de la conciencia lógica de lo insoportable que se hace una vida sin relaciones verdaderas.

De esta forma, aunque lo dicho hasta ahora se muestra con clara evidencia, como hecho palpable, la búsqueda de un sentido profundo, de un porqué a la existencia, está tomando forma, y fondo.

Si seguimos los indicadores que analizan el incremento del asociacionismo (*1) y de los seguidores de una filosofía de vida que se cimenta sobre la búsqueda de la compasión auténtica y del amor hacia uno y los demás sin fanatismos ni fatalismos, como bien lo es el budismo (*2) , así como las cada vez más crecientes manifestaciones (*3) –muy a pesar del silencio informativo que rodea a las mismas– que se generan contra los señores de la sombra y que luchan por un nuevo modelo social que se establezca sobre una generación de relaciones y responsabilidades que partan del cooperativismo, frente a la competitividad mal entendida, veremos que hay atisbos de un camino nuevo que se caracteriza por ser del pueblo y no para el pueblo, elementos bien distintos, independientemente del éxito que éste acabe teniendo.

Creo, y vuelve a ser el optimista forzado el que habla, aunque eso sí basándose en datos y comportamientos significativamente relevantes y numerosos, que los medios quieren o parecen querer ocultarnos –tanto monta, monta tanto– , que al igual que en una relación de pareja destructiva, pero que tenga elementos de distracción y enganche sólidos, como bien pudiera ser el de una actividad sexual activa y divertida, necesitamos que el otro nos lleve al límite para tomar conciencia de la absurdidad y caos de la misma, y así poder cortar la afinidad de pasta y té que teníamos, con el sistema ocurre lo mismo.

Se nos ha llevado, siendo nosotros los máximos culpables por benefactores pasivos, a tal extremo de superficialidad y entretenimiento vacuo, que la mente, y por encima de ella el corazón, parecen haber cobrado un vigor que hasta hace poco parecía perdido, de forma que la búsqueda de lo auténtico vuelve a surgir, por lo que cuando caigamos en los oscuros brazos de la desesperanza deberemos recordar que el hombre, por mucho que el establishment trate de impedirlo, está destinado a evolucionar. No queda otra; no es posible involucionar.

Por ello, puedo decir con gusto que la última vez que estuve con amigos, mientras todos hablábamos por el WhatsApp, hubo un momento en que levanté la cabeza y, mientras les contemplaba sin juicio, pude dilucidar no sólo el gran amor y orgullo que sentía hacia ellos, sino el que ellos, por medio de la mirada de uno de los mismos, me profesaban a mí.

Difícil parece que nos anulen; el ser humano, independientemente de los intereses del poder y de sus artimañas, es divino, profundo y mágico. Aunque parezca que la torpeza, el desinterés y el vacío vital se hayan apoderado de él, su alma siempre prevalecerá, y junto a ella, por mera lógica deductiva, la llama que despierta su intuición, su fuerza creativa y su espíritu compasivo.

Anotaciones:

1. “Los datos nos indican que las tasas de asociacionismo juvenil se mantienen en torno a 1/3 de la población joven entre 15 y 29 años. Y si atendemos a la evolución de las tasas de asociacionismo a lo largo de la última década, comprobamos que este dato ha aumentado ligeramente (en 1988 la juventud asociada era de un 33,9% y en el 2000 este porcentaje había crecido hasta un 37,4%)”. Consejo de la Juventud de España «enlace web»

“En los últimos veinte años los españoles se muestran cada vez más implicados psicológicamente con la política (interés, discusión, lectura de periódicos), su participación a través de formas de acción convencionales se mantiene en niveles fundamentalmente estables o sólo ligeramente decrecientes, su participación electoral no está declinando de manera generalizada, las formas de acción de protesta parecen ser cada vez un recurso más frecuente, y el asociacionismo está creciendo de manera paulatina y gradual”. Morales, L (2005) ¿Existe una crisis participativa? La evolución de la participación política y el asociacionismo en España? Revista Española de Ciencia Política, Nº 13.

2. El budismo cuenta en España con más de 300 centros y 80.000 practicantes, número que se incrementa notablemente si tenemos en cuenta a los simpatizantes. Díez de Velasco, F. (2013) El Budismo en España. Historia, visibilización e implantación. Akal.

3. En España se celebran una media de 27 manifestaciones diarias desde que comenzó 2013, casi un 70% más que el año pasado. Europa Press (27/04/2014) «enlace web»

Pablo Jiménez Cores. Madrid.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 28 Abril 2014.