Nikola Tesla, el genio de los Balcanes – por Octavi Mallorquí

Nikola Tesla, with Rudjer Boscovich's book "Theoria Philosophiae Naturalis". East Houston St., New York - Wikimedia Commons

“El presente es de ustedes, pero el futuro, por el que tanto he trabajado, me pertenece”. Estas proféticas palabras pertenecen a uno de los grandes genios de la humanidad, Nikola Tesla.

A continuación presentamos un apunte biográfico de este genio aún no suficientemente reconocido que con su talento ayudó a desarrollar muchos de los logros de los que hoy gozamos.

Nikola Tesla nació el 10 de julio de 1856 en Smiljan, una pequeño pueblo de la Dalmacia interior que por aquellos tiempos era parte integrante del Imperio Austrohúngaro. Su familia era de origen serbio y su padre, Milutin, era el sacerdote cristiano ortodoxo de la localidad.

Vivió sus primeros años en un ambiente rural. Aunque iba a la escuela lo cierto es que se formó de manera autodidacta, y ya con 5 años ideó una rueda hidráulica, y poco después una máquina para volar que casi le costó la vida al caerse de la azotea de una granja. Más exitosa fue la creación de una turbina para cazar abejorros de la que se sentía muy orgulloso. Muchos años después, en unas cartas que escribió a Pola Fotic, hija del embajador yugoslavo en Estados Unidos, él mismo contaba la anécdota que le cambió la vida cuando acariciando a su querido gato Machak, se fijó que frotando el lomo del animal saltaban chispas, desde entonces quedó cautivado por aquel fenómeno que su padre le dijo era la electricidad.

Tras la muerte de su hermano Daniel en un accidente de caballo, su padre aceptó encargarse de una parroquia mayor en Gospic. Esta decisión repercutió en Nikola que perdió a sus amigos y el contacto directo con la naturaleza, pues Gospic era una población urbana, e inventó un mundo imaginario para superar la soledad que sentía.

Un día en el Instituto un profesor de ingeniería le enseñó un generador eléctrico, Tesla le dijo que si no estuviera enchufado funcionaria mejor, que el futuro era deshacerse de los cables, el profesor se rio de la ocurrencia de su pupilo, y el joven se propuso desde ese momento demostrar al mundo sus teorías.

El paso por las Universidades de Graz y Praga fue decepcionante, seguramente las clases eran tan poco brillantes que pronto perdió el interés y cayó en el juego, ganando y perdiendo importantes sumas de dinero con el billar y las cartas. Es entonces cuando su madre, Djuka Mandic, ya viuda, lo avisó del mal rumbo que estaba tomando su vida y lo animó a concentrar su gran talento en aquello que siempre le había interesado, la ciencia. Nikola decidió cambiar.

En 1881, aprovechando la residencia de unos parientes en Budapest se trasladó allí y comenzó a trabajar en la compañía de telégrafos. Entró en contacto con representantes del famoso ingeniero norteamericano Thomas Alva Edison, que le propusieron trasladarse a París, y sin dudarlo marchó a Francia y comenzó a trabajar para la sucursal que la empresa de Edison tenía en la ciudad de las luces. Poco después y vistas las aptitudes del joven, Charles Bachelor, director de la planta de París, le hizo una carta de recomendación en la que decía que sólo había conocido dos personas con gran talento uno era Edison y el otro el joven que llevaba esa carta.

Así pues, en 1884 se embarcó rumbo a Nueva York, iniciándose la gran aventura de su vida.

En los Estados Unidos no tardaría en ganar fama por sus investigaciones en el campo de la electricidad comercial y la comunicación sin cables, pero también por su personalidad excéntrica.

Tesla sentía una profunda admiración por Edison, pero pronto hubo discrepancias entre ellos. Mientras Tesla defendía la mayor operatividad de la corriente alterna, que es un tipo de corriente eléctrica caracterizada por cambiar, ya sea en intensidad o en sentido, a intervalos regulares, el mago de Menlo Park hacía tiempo que trabajaba en la comercialización de la corriente continua, que no era tan fácilmente transformable pues tiene un flujo continuo de carga eléctrica.

A pesar de ello el joven serbio aceptó la oferta de 50 mil dólares que le propuso Edison a cambio de mejorar algunos de sus ingenios. Así lo hizo, pero acabada su tarea Edison se negó a pagarle el dinero prometido y cínicamente le dijo que “se fuera acostumbrando al humor norteamericano”. Tesla ofendido abandonó la empresa de Edison y decidió iniciar en solitario su carrera como inventor y patentar sus propias ideas.

En 1888 llevó a cabo una conferencia en el Instituto Americano de Ingenieros Eléctricos para presentar sus creaciones. Uno de los asistentes a dicho acto fue George Westinghouse el cual se comprometió a comercializar la corriente alterna a cambio de darle una parte de los beneficios. Para sorpresa del propio magnate, el potencial de aquello era tan grande que el proyecto quedó paralizado hasta que Tesla aceptó renegociar el acuerdo y rebajar sus pretensiones económicas a un único pago de 100 mil dólares. Así fue como la multinacional Westinghouse se hizo con el proyecto de la corriente alterna.

Edison, celoso del éxito de su “aprendiz”, inició una campaña de desprestigio en los periódicos de la época, afirmando que la corriente alterna era poco segura. Es lo que se conoció con el nombre de “la guerra de las corrientes”. Un colaborador de Edison ideó a partir de la corriente alterna la silla eléctrica que fue adoptada por el estado de Nueva York para ejecutar a los condenados a muerte en sustitución de la horca. William Kemmler tuvo el triste honor de estrenarla en 1890, y la polémica tomo proporciones patéticas cuando se llegó a ejecutar públicamente a la elefanta de circo Topsy. Con todo ello se quería demostrar lo terriblemente potente y peligrosa que era la corriente alterna, y en parte debió logarse si creemos la anécdota que cuenta como en la Casa Blanca los encargados de encender las luces de las habitaciones era el personal de servicio para evitar que el señor presidente se electrocutara.

Con todo Westinghouse logró la concesión, aunque no en exclusividad, de la explotación de las cataratas del Niágara, iniciándose el periodo más exitoso de la carrera de Tesla que dicho sea de paso acababa de estrenar ciudadanía estadounidense, cosa que como él mismo afirmó en una entrevista para un periódico de la época “le llenaba de orgullo”. En 1893 presentó los primeros prototipos de fluorescentes en la Exposición Colombina de Chicago, y en 1895 realizó una demostración pública de radiodifusión en Saint Louis, iniciándose una polémica con el italiano Marconi sobre su autoría que se alargaría hasta 1943 cuando los tribunales de los Estados Unidos le dieron la razón a Tesla de forma póstuma. En realidad esa época fue tan prolija en ingenios como en demandas, pues muchas de las patentes que se registraban eran pirateadas por otros inventores.

El 13 de marzo de 1895 se incendió el laboratorio que tenía en la 5ª avenida de Nueva York, siendo uno de los golpes más duros de su vida porque no sólo perdió la casi totalidad de sus invenciones sino que además no los tenía asegurados, por lo que tuvo que empezar de cero en muchas de sus investigaciones y con una situación económica precaria.

Tres años más tarde, en 1898, Tesla creyó que podía llegar su gran oportunidad cuando presentó en la feria de la electricidad del Madison Square Garden un barco teledirigido. En realidad su objetivo era aprovechar el fuerte tirón que tenía la guerra hispano-americana por la posesión de la isla de Cuba para vender sus creaciones al ejército de los Estados Unidos. Tesla proponía el uso de armas por control remoto que evitaría la muerte de soldados; en aquel momento aquello sonaba a ciencia ficción y sus propuestas cayeron en saco roto.

Pero la suerte parecía por fin aliarse con Tesla cuando en 1899 y gracias a la venta de la patente de las lámparas fluorescentes al empresario J. J. Astor IV consiguió suficiente dinero para poder montar un nuevo laboratorio en Colorado Springs, una pequeña población en el corazón de Norteamérica. Su objetivo era mejorar la transmisión sin hilos y el transporte a bajo coste de la energía sin cables, pero a pesar de algún momento memorable como cuando consiguió encender un puñado de bombillas a varias millas de distancia, lo cierto es que la experiencia en Colorado debe catalogarse de fracaso pues tras gastarse 100 mil dólares sin conseguir resultados efectivos se quedó sin recursos para continuar sus investigaciones. Los acreedores, que hacía tiempo que no cobraban, empezaron a desmontar el laboratorio. Tesla, posteriormente, consiguió algún dinero vendiendo el diario de sus trabajos, y en ellos se relata entre otros un episodio que le iba a dar fama mundial, pero no precisamente para bien, cuando aseguraba haber captado sonidos del espacio que él atribuyó a mensajes extraterrestres, concretamente de Marte.

La última gran hazaña de Tesla fue, gracias a la financiación del millonario John Pierpoint Morgan, la construcción en Long Island del Wardencliffe, una torre de 65 metros de altura con un terminal esférico de 20 metros de diámetro cuyo fin era establecer una comunicación mundial inalámbrica y mejorar el sistema de distribución de la potencia eléctrica que él quería barata y universal, y que sin duda debió dar muy mala espina a los hombres de negocios del momento. La silueta del Wardencliffe se hizo legendaria, pero también su triste final. De nuevo los desmesurados gastos echaron al traste los sueños de Nikola y antes de que pudieran obtenerse beneficios el proyecto fracasó. La torre fue abandonada y finalmente destruida durante la I Guerra Mundial pues de forma alarmista se consideraba que podía ser un punto de referencia para los submarinos alemanes en caso de ataque.

En el transcurso de la Gran Guerra Tesla propuso nuevamente al ejército de los Estados Unidos hacer realidad algunas de sus revolucionarias ideas como un radar para captar embarcaciones, el uso de torpedos para hundir submarinos, misiles con una capacidad de llegar a 500 kilómetros de distancia o incluso aviones de combate que podían despegar en posición vertical. Pues bien, otra vez todo aquello fue desestimado, el genio serbio volvía a avanzarse a su tiempo, no sólo porque unas décadas después se haría realidad lo que él había ideado sino porque tuvieron que pasar aún algunos años para que los ejércitos valoraran la importancia de tener a los científicos a su servicio.

El postrer momento de gloria de Tesla fue en su 75 aniversario cuando la comunidad internacional le rindió un sentido homenaje. El acto fue organizado por el divulgador científico Kenneth M. Swezey que a la postre sería una de las personas que lo acompañaría hasta el final de sus días junto con su sobrino Sava Kosanovic, artífice del traslado a Belgrado de buena parte de su obra. Como decíamos, Tesla recibió telegramas de felicitación de personajes tan distinguidos como el rey Alejandro de Yugoslavia por quien sentía una gran admiración, o del también científico Albert Einstein con quien discrepaba sobre la teoría de la relatividad, y además la prestigiosa revista Times le dedicó la portada y un amplio reportaje.

Los últimos años de su vida fueron discretos, cambiando a menudo de hotel. Lejos quedaban aquellos años en el Waldorf Astoria donde se codeaba con la alta sociedad neoyorquina, aunque eso sí, siempre conservó su aspecto pulcro y elegante, más propio de un dandy que de un ratón de laboratorio.

Una paga del gobierno yugoslavo, que ya lo consideraba un héroe nacional, y otra de la empresa Westighouse por los servicios prestados, le permitieron afrontar con cierta dignidad la recta final de su existencia.

Nikola Tesla murió el 7 de enero de 1943 en la habitación 3227 del New Yorker, un hotel de segunda fila de la ciudad de los rascacielos. Una placa recuerda su defunción.

Después del desengaño con Edison, siempre trabajó en solitario, y esa puede ser una de las razones por las que su obra no tuvo continuidad. No dejó discípulos ni descendientes que luchasen por su buen nombre, y ciertamente tampoco ayudaron algunas de sus declaraciones espectaculares y misteriosas que lo convirtieron en un objeto de culto de la pseudociencia. Sólo Yugoslavia mantuvo vivo el recuerdo del genio, pero seguramente la Guerra Fría no ayudó a que su talento se reconociera en Occidente.

Quizá ahora con un nuevo panorama internacional y tras haberse hecho realidad muchas de sus propuestas, se esté empezando a hacer justicia a este genio, que tal y como afirma Nacho Palou en el prólogo de la excelente biografía de Margaret Cheney El genio al que le robaron la luz, “se trata del investigador que más ha influido en la tecnología moderna”.

Decir finalmente que en 2011 se publicó el libro de Miguel Ángel Delgado Yo y la energía, Nikola Tesla. Es la edición por primera vez en castellano de dos textos de Tesla publicados en revistas científicas: Mis inventos y El problema de aumentar la energía humana. Los textos van acompañados de un ensayo del autor que permite situar al lector en la fascinante vida del personaje.

Octavi Mallorquí Vicens. Historiador. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 7 Abril 2014.