Abortar. Qué simple y qué complejo. Lo cierto es que con Gallardón la situación se complica por momentos gracias a sus propuestas extremistas, esas que nos impiden a las mujeres decidir por nosotras mismas.
Probablemente la cuestión vaya más allá del hecho de poder abortar o no. En sí, el tema es muy delicado, ya que como hemos sabido, únicamente se permitirá el aborto en caso de violación o grave peligro para la vida o la salud física o psíquica de la mujer. No obstante, ni siquiera se podrá abortar en el caso de malformaciones del feto. Un retroceso enorme en pleno siglo XXI y en plena democracia.
Podemos afirmar entonces que interrumpir el embarazo deja de ser un derecho de la mujer en las primeras 14 semanas y volverá a ser un delito despenalizado en ciertos supuestos, como lo era con la Ley de 1985. Casi tres décadas atrás. Un recorte de recortes, intentando borrar la ley de ZP para apaciguar los ánimos de la Iglesia.
Es entonces cuando salen a la calle miles de manifestantes reclamando unos derechos inherentes a cualquier persona. El derecho a decidir, el derecho a elegir el rumbo de tu propia vida. Una batalla frente a frente con las familias pro-vida que ven a estas mujeres como personas egoístas, faltas de valores e inmorales. Una batalla perdida, a priori, ya que la influencia de los sectores católicos es demasiado fuerte en el sistema actual.
Lo que parece obvio es que cada persona debería poder decidir su futuro. Elegir el mejor momento para formar una familia, del tipo que sea, sin tener que verse obligado a seguir unas normas. No estar preparadas; no tener medios suficientes; no tener apoyos. Cientos de variables que influyen en la vital decisión, valga la redundancia, de traer una nueva vida al mundo, y que no deberían verse condicionadas por ninguna ley restrictiva.
Pero no. Parece que es mejor no “matar” a un ínfimo embrión para así tener una boca más a la que alimentar, a la que cuidar y a la que mantener. Porque es un asesinato. Porque por Dios y el Espíritu Santo, ¡una vida es una vida! Barbaridades de este calibre se escuchan en algunas de estas manifestaciones de apoyo al gran, grandísimo, Gallardón, ya que al parecer se piensa que abortar es una decisión sencilla. Que es una decisión que se toma a la ligera y de manera inconsciente por un grupo de mujeres insensatas que quieren matar lo que llevan dentro después de noches de excesos y locuras.
Como he mencionado, quizás la cuestión vaya más allá del mero hecho de poder abortar. En el sentido de que se limitan las libertades y derechos de las mujeres, impidiendo que tomemos decisiones. Decisiones inalienables, para mi entender, ya que concebir una nueva vida es un gran paso con grandes consecuencias. Todo ello supone un retroceso importante en el desarrollo de la mujer, que parece que debe retornar a su rol tradicional de ama de casa y dejar de lado cualquier iniciativa propia. Por lo tanto, dejando a un lado la indignación social ante tal normativa, esta ley podría extrapolarse a otros ámbitos en los que la mujer va perdiendo el valor que tantos años le ha costado alcanzar. Es decir, esa vuelta a la “mujer-mujer”, a la madre tradicional. Una idea extendida entre los sectores más radicales y extremistas pero que sorprendentemente cala en parte de la sociedad.
Pero también se trata de una cuestión de respeto. La situación es compleja, pero al igual que se respetan aquellas ideologías que ven adecuado no hacer uso de los métodos anticonceptivos y formar familias de ocho y nueve miembros, también deberían respetarse las que prefieren abortar, por su bien y por el de su hijo. Nadie debería decidir por nosotros, ni siquiera un Gobierno, por mucho poder que abarque. No se trata tampoco de una cuestión feminista, sino que es una decisión que influye a ambos géneros, ya que los hombres también se verían afectados. Podríamos calificarlo como una cuestión humana en la que el juicio personal debería primar sobre unas normas establecidas con dudoso rigor. En la que la conciencia de cada uno sesgase las decisiones.
Lo cierto es que al ministro le llueven críticas de muchos sectores, hasta desde su propio partido. Incluso Cifuentes, esa mujer de hierro, de acero, y de todos los materiales posibles, ha salido en su contra. ¿Un poco de cordura en este mar de locos? No lo sabemos, pero esperamos con ansia que se dé marcha atrás en esta alocada “protección” a las mujeres.
De todos modos, gracias señor Gallardón por protegernos a todas las mujeres ante las barbaridades que se llevan cometiendo todos estos años. Gracias por hacernos retroceder unas cuantas décadas y por humillarnos públicamente. Ojalá usted no tuviese pene para sufrir sus propias decisiones.
Elena Rodríguez Flores. Madrid.
Colaboradora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 30 Enero 2014.