Nelson Mandela y Sudáfrica: del apartheid a la ‘nación del Arco Iris’ – por Darius Pallarès

El fallecimiento de quien fue el primer presidente negro de Sudáfrica, Nelson Mandela, ha dado pie al consabido espectáculo de la exaltación de su figura por parte de gobiernos, dirigentes políticos y medios de comunicación. Pero no han faltado voces que han señalado la paradoja de ver la profusión de elogios y alabanzas en boca de estadistas de países que hace unos treinta años lo consideraban poco más que un terrorista, y que ahora lo presentan como un hombre de paz, un político visionario, carismático y con unas extraordinarias dotes de liderazgo que le permitieron dirigir el proceso de transición del régimen racista del apartheid a la democracia multirracial través de la negociación y la capacidad de alcanzar compromisos con los que antaño habían sido sus carceleros, evitando de este modo una radicalización que podría haber puesto el país al borde de una guerra civil. Tampoco han estado ausentes aquellas, que desde posiciones ideológicas de izquierda, han denunciado esta apropiación de la imagen y del legado político del que fue considerado –y aún sigue siéndolo– uno de los máximos exponentes de la causa revolucionaria, antirracista y antiimperialista. Otros, aunque no cuestionan su talla política ni la trascendencia de su lucha, recuerdan que su victoria en la mesa de negociación tuvo un precio ya que, aunque supuso el fin de la discriminación política en Sudáfrica, todavía hoy se está lejos de conseguir el fin de la discriminación económica y social.

Ante unas opiniones tan divergentes entre sí se hace difícil saber quién fue realmente Nelson Mandela o que llegó a significar para sus contemporáneos, especialmente para alguien que haya nacido años después del fin del régimen del apartheid en Sudáfrica. Al fin y al cabo, Mandela y la lucha de la que él fue uno de sus dirigentes más destacados –así como la imagen que se fue construyendo alrededor de ellos–, fueron cambiando con el paso del tiempo a tenor de cómo evolucionaron el régimen del apartheid y el papel de Sudáfrica en el contexto internacional.

Sudáfrica –que sigue siendo actualmente uno de los mayores exportadores de oro, diamantes y platino del mundo– ha tenido un peso nada desdeñable en las economías occidentales, llegando a concentrar alrededor del 60% de las inversiones europeas en África. De hecho, el Estado sudafricano no era más que el producto de la expansión europea en el extremo meridional de África y del pacto que se estableció entre colonizadores blancos; y donde discriminación racial ya estaba institucionalizada desde la creación de la Unión Sudafricana en 1910. En 1912, un pequeño grupo de intelectuales nacionalistas procedentes de diferentes grupos étnicos sudafricanos crearían el embrión del African National Congress (ANC), que se fortalecería en las décadas siguientes con la incorporación del partido comunista y el movimiento sindical. Pero también fue por aquel entonces cuando las reivindicaciones del nacionalismo afrikáner, cuyos orígenes se remontaban a las guerras que mantuvieron los bóeres (descendientes de los colonos neerlandeses que llegaron al Cabo de Buena Esperanza a mediados del siglo XVII) con el Imperio británico entre 1880 y 1902, cristalizaban en 1914 con la fundación del National Party (NP). Pero en lugar de apelar a la lengua o a la religión, el nacionalismo afrikáner optó por los rasgos biológicos, como la raza o la sangre, a la hora dar contenido a sus aspiraciones particularistas. Consecuentemente, mientras aceptaba compartir la supremacía racial con otros colonos europeos, sobre todo de origen británico, el NP excluyó sin contemplaciones a la numerosa población mestiza que era culturalmente afrikáner.

En 1950, dos años después del triunfo del NP en las elecciones, el sociólogo Hendrik Verwoerd asumía el ministerio de Asuntos Nativos y comenzaba la tarea dar forma a los planes del “desarrollo por separado”, conocido como apartheid. A grandes rasgos, el proyecto pretendía crear una Sudáfrica blanca y devolver al resto de grupos raciales a sus respectivas “patrias” bantúes (bantustanes), permitiéndoles residir en el territorio blanco únicamente como inmigrantes temporales, sin gozar de ningún tipo de derechos civiles o políticos. En 1954 se presentaba un informe recomendando la creación de una decena de bantustanes. Con la Ley de Promoción de Autogobierno Bantú de 1959, se excluía la participación en el parlamento a los representantes negros, se clasificaba a la población no blanca en ocho grupos étnicos diferenciados y se creaban diez bantustanes –que apenas cubrirían el 13% de la superficie del Estado– donde éstos habrían de asentarse.

Inicialmente, la reacción del ANC al proyecto racista y particularista del NP se plasmó en la Carta de la Libertad de 1955, en donde, además de afirmar que “Sudáfrica pertenece a todos los que viven en ella, negros y blancos”, y definir por primera vez a Sudáfrica como un país, también declaraba el “estatus de igualdad […] para todos los grupos nacionales y todas las razas; […] todo el mundo tendrá los mismos derechos a emplear su propia lengua y a desarrollar su propia cultura popular y sus costumbres”. Pero, a partir de la década de 1960, y a medida que el régimen de Pretoria profundizaba en la política del apartheid y endurecía la represión sobre la disidencia, en el seno del ANC (especialmente desde los sectores marxistas) se fueron desarrollando unos postulados nacionalistas de corte unitario cada vez más intransigentes ante las manifestaciones particularistas de las diferentes nacionalidades y etnias que componían Sudáfrica, a las que consideraban como meros instrumentos para dividir a la mayoría negra en beneficio de la minoría blanca. En cierta medida, estos nuevos planteamientos jacobinos del ANC se alineaban con los emergentes movimientos de liberación nacional que emprendían a tarea de desmantelar los viejos imperios coloniales europeos en África y en Asia. En este sentido, el ANC concibió la lucha anti-apartheid como un movimiento independentista y africanista que emprendía la guerra contra un tipo especial de dominación colonial basado en la supremacía racial.

Dado que los movimientos nacionalistas africanos –incluido el ANC– comenzaron a contar con el apoyo de los países socialistas (fue por aquellos años cuando un grupo de cubanos encabezados por Che Guevara llegaba a África para dar apoyo al movimiento revolucionario congoleño), y que en el sur del continente ello dio lugar al largo proceso de independencia de las colonias portuguesas de Angola y Mozambique –que culminaría a mediados en la década de los setenta con la instauración de gobiernos de izquierda en esos países–, las tensiones generadas por la confluencia de los procesos independentistas con la rivalidad política e ideológica que se desarrollaba a nivel mundial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en el marco de la guerra fría estallaron en el sur de África en la larga guerra que, entre 1965 y 1988, asoló Namibia –una antigua colonia alemana ocupada por Sudáfrica desde la primera guerra mundial. En dicho conflicto, el ejército sudafricano, aliado al grupo opositor angoleño União Nacional para a Independência Total de Angola (UNITA), y con el apoyo indirecto de EEUU, Israel, Reino Unido, Francia y Alemania Federal, se enfrentó a la guerrilla independentista de la South West African People’s Organisation (SWAPO), apoyada por el ANC y por los gobiernos de Angola, Etiopía, Cuba y la URSS. En cierto modo, la guerra de Namibia fue para Sudáfrica algo parecido a lo que la guerra de Vietnam supuso para los EEUU, o la de Afganistán para la URSS: una guerra larga y costosa, con graves repercusiones políticas y económicas para la propia supervivencia del régimen de Pretoria, y que, a la postre, no impidió que Namibia accediese finalmente a la independencia en 1990.

Con todo, ni la guerra de Namibia, ni las movilizaciones de los grupos opositores, brutalmente reprimidas por el por el régimen –como en el caso de la masacre de Sharpeville en 1960–, ni el inicio de la lucha armada por parte del ANC, cuyo principal dirigente –Nelson Mandela– había sido condenado a cadena perpetua en 1964, frenarían la determinación de Pretoria de seguir adelante con los delirantes planes del “desarrollo por separado” concebidos por Verwoerd. En 1970, se promulgaba la Ley de Ciudadanía de las Patrias Bantúes, con la que se desposeía a la población negra de la nacionalidad sudafricana. También se concedía la independencia a los bantustanes de Transkei (1976) y, posteriormente, Bophuthatswana, Venda, Ciskei (entidades que no serían reconocidas por la comunidad internacional). A finales de los años ochenta, un 57% de la población negra y un 44% de la población total sudafricana residían en los bantustanes. Además, el apartheid se convirtió en un modelo que se intentó exportar a las vecinas Rodesia (la actual Zimbaue) y Namibia.

Pero ello no impidió que, paulatinamente, Sudáfrica se fuese quedando cada vez más aislada internacionalmente a partir de finales de la década de 1970. Un punto de inflexión supuso la masacre de estudiantes en Soweto (1976) y la extensión de las protestas a otros townships (guetos negros ubicados en la periferia de los grandes centros urbanos) entre 1983 y 1985. La brutal represión desencadenada por el régimen –que comenzó a ser ampliamente difundida y denunciada a nivel mediático– conmocionó a la opinión pública occidental. Una ola de indignación recorrió el mundo. En 1977, la ONU aprobaba el embargo obligatorio de armas a Pretoria y a partir de 1980 se imponían sanciones económicas y la exclusión del país de los Juegos Olímpicos y de otros eventos internacionales.

Especialmente significativo fue la detención, tortura y asesinato en prisión de Steve Biko, fundador del Movimiento de la Conciencia Negra, en 1977. Biko se convirtió en un símbolo de la lucha anti-apartheid a raíz de la publicación de dos libros escritos por el periodista sudafricano Donald Woods (Asking for Troubles y Biko) en los cuales denunciaba el asesinato del activista a manos del régimen de Pretoria; y en estos dos libros se basó la película dirigida por el cineasta británico Richard Attenborough Cry Freedom (1987). Incluso solistas y bandas de la escena pop publicaron canciones en su homenaje, como Biko, compuesta por Peter Gabriel en 1980. El reconocimiento internacional al movimiento encarnado por Biko, basado en la no-violencia y la desobediencia civil, se plasmaría en la concesión del premio Nobel de la Paz al obispo Desmond Tutu en 1984. De hecho, Biko y Tutu representaban a los ojos occidentales una cara del movimiento anti-apartheid mucho más presentable que la de un ANC comprometido con la lucha armada revolucionaria, y que tenía unos compañeros de viaje muy poco convenientes.

Todo ello se vio favorecido por los cambios que se produjeron a nivel internacional con el fin de la guerra fría y el hundimiento de la URSS, y que condujeron a la transición política en los antiguos países de la órbita soviética y al inicio de procesos de paz en conflictos armados como el de Nicaragua (1988), El Salvador (1992), Guatemala (1996), el malogrado acuerdo palestino-israelí de Oslo (1993) o el Acuerdo de Viernes Santo en Irlanda del Norte (1998). En este contexto, el ANC se vio obligado a replantear sus posiciones ante el proceso de transición política que se iba a llevar a cabo en Sudáfrica entre los años 1989 y 1994.

Ciertamente, el ANC era sin duda alguna la principal organización de masas que había liderado la lucha anti-apartheid, y su dirigente, Nelson Mandela, era el preso político más famoso del mundo. Pero los retos a los que tenía que hacer frente ante el inminente desmoronamiento del régimen del apartheid eran grandes. El mundo se encaminaba hacia un “nuevo orden mundial” liderado por unos EEUU que se habían salido vencedores de la guerra fría, y los antiguos aliados internacionales del ANC o bien estaban desapareciendo o bien reducían su implicación en los asuntos africanos. A nivel interno, la conflictividad política y la crisis económica impulsaba la dinámica social con el surgimiento de nuevos actores y movimientos, en los que tendrían un especial protagonismo las jóvenes generaciones urbanas nacidas en los townships. Por otro lado la diversidad étnica no sólo era una realidad cuya evolución se había visto brutalmente alterada por el particularismo segregacionista impulsado por Pretoria, sino que también había sido un foco de tensión incluso dentro el mismo ANC, donde la abrumadora presencia xhosa en la dirección levantaba las suspicacias de los miembros pertenecientes a otras etnias. Estas tensiones amenazaban con desembocar en un grave conflicto armado en la región de Natal-Kwazulu, donde el ANC se enfrentaba a los nacionalistas zulúes del Inkatha Freedom Party (en este sentido, no está de más recordar que también entonces se estaba produciendo la desintegración de una Yugoslavia que se hundía en la vorágine de la confrontación étnica).

Todo ello propició que el ANC se alejara progresivamente de sus postulados más extremistas y fuese asumiendo unas posiciones cada vez más pragmáticas que le llevarían a negociar una transición política consensuada con su principal enemigo histórico, el NP. Ello supuso, entre otras cosas, garantizar a la minoría blanca el mantenimiento de su estatus socio-económico a cambio de que aceptase ceder el poder político a la mayoría negra; lo cual implicaba renunciar a una parte sustancial del programa económico del ANC –basado en la nacionalización de sectores productivos y en la redistribución de la riqueza– y aceptar las reglas de una economía de mercado que se desarrollaría en el marco de una globalización impulsada por la influencia hegemónica de las doctrinas neoliberales.

Respecto a la cuestión nacional, cuando el ANC se hizo con el poder no dudó en desmantelar los bantustanes y reintegrar sus territorios al Estado sudafricano, usando la fuerza si ello era necesario (como cuando el ejército sudafricano intervino en marzo de 1994 para expulsar al presidente de Bophuthatswana, que se resistía a la disolución del bantustán). Pero en las primeras elecciones democráticas de abril de 1994, y a pesar de que el aplastante triunfo del ANC convirtió a Nelson Mandela en el primer presidente negro de Sudáfrica, el electorado mestizo de la región del Cabo votó masivamente al NP de Frederik de Klerk (la segunda fuerza política en número de votos); el sentimiento de pertenencia a la cultura afrikáner de buena parte de la población mestiza pareció pesar más que la marginación que había sufrido históricamente por parte de nacionalismo afrikáner. Por su parte, el líder del Inkatha, Mangosutho Buthelezi, obtuvo la mayoría absoluta en Natal-Kwazulu, y más de un 10% de los votos en el conjunto de Sudáfrica (convirtiéndose en la tercera fuerza política). Era evidente que en la nueva Sudáfrica que surgía de las elecciones de 1994 le iba a resultar muy difícil al ANC imponer su proyecto nacional unitario y centralista. También en este terreno tuvo que hacer concesiones –sin que por ello modificase sustancialmente su discurso– e introducir elementos federativos en el nuevo sistema político, como el establecimiento de la cooficialidad de las once lenguas existentes en Sudáfrica o la división del territorio en nueve provincias autónomas.

En definitiva, la compleja evolución de Sudáfrica durante la segunda mitad del siglo XX, y su interrelación con los procesos que se desarrollaron en África, y en el mundo en general, a lo largo de dicho periodo (y que se ha intentado esbozar en el presente texto) ayudan a explicar en parte el porqué de tantos discursos y puntos de vista diferentes que compiten entre sí en la pretensión erigirse como la única interpretación válida de la imagen y la memoria de la figura de Nelson Mandela, del movimiento anti apartheid y de lo que su lucha ha significado, y continúa significando en la actualidad.

Darius Pallarès Barberà. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 23 Enero 2014.

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