Desde 1945 cuando terminó la guerra, toda la propaganda estadounidense en revistas, diarios, televisión y, sobre todo, la gran producción cinematográfica de Hollywood, se han esforzado en convencer al mundo de que la victoria sobre los nazis se debió a los Estados Unidos y, en concreto, al desembarco en Normandía el 6 de junio de 1944, lo que, como enseguida veremos, no es cierto.
La batalla de Stalingrado comenzó el 23 de agosto de 1942 y el 23 de noviembre los rusos cercan a todo el ejército alemán, al mando del mariscal Friedrich Von Paulus, que se rinde el 2 de febrero de 1943 sin que Alemania hubiese podido romper el cerco. Esta batalla duró más de cinco meses y costó a Hitler medio millón de hombres.
Los nazis contraatacan en Kursk en julio de 1943 y, en una batalla de tanques sin precedentes en la historia, tiene lugar la segunda y definitiva gran derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial. En noviembre de 1943 los soviéticos toman Kiev, Odesa, Sebastopol y otras poblaciones. A principios de 1944 entran en Polonia y Rumania y siguen avanzando hacia Berlín. Richard Overy, prestigiado historiador británico, dice:
“En Kursk, el ejército soviético mostró por primera vez una organización superior al alemán en el campo de batalla en verano, tomó la iniciativa y ya no volvió a abandonarla; Kursk desequilibró de manera irreversible el frente alemán”. Y los tanques eran rusos, concebidos y fabricados por rusos, los T-34, los mejores de toda esa guerra, superiores a los alemanes Tiger o Panther, y también a los estadounidenses como atestigua otro historiador inglés, Antony Bevor.
El 6 de junio de 1944, un año y cinco meses después de la gran derrota alemana en Stalingrado y con los soviéticos avanzando indeteniblemente por Europa, tiene lugar el desembarco de Normandía, excelente operación militar que, pese a su mérito, ocurre cuando Alemania ya está derrotada y en retirada en todo el frente del Este.
Quien ganó la guerra en Europa fue el pueblo soviético, no Stalin, como dicen sus fanáticos. Stalin era un tirano sangriento que implantó y mantuvo por décadas un régimen de terror que llegó, antes de entrar en la guerra, hasta el asesinato de sus mejores generales por un engaño de Hitler. El pueblo soviético luchaba en todo el enorme territorio ocupado por los nazis, donde Stalin no tenía mando, y lo hacía no sólo por el gran patriotismo del pueblo ruso sino porque los métodos nazis de asesinato y exterminio de aldeas enteras no dejaban otra alternativa que morir luchando. “La victoria de los aliados no dependió sólo de los recursos materiales sino de algo tan intangible como la moral. La superioridad no basta para ganar una guerra: ejemplos Argelia y Viet Nam”, dice Overy. Curiosamente hay personas, en Europa y en América, que no saben o no creen que Estados Unidos perdió la guerra de Viet Nam. Pues también la fuerza moral de la legítima defensa fue decisiva en el caso de los pueblos de la entonces URSS.
La guerra contra el Japón, en cambio, sí la ganaron los Estados Unidos y la batalla clave fue naval, la de Midway, donde Japón perdió su flota de portaaviones.
Es evidente que ni el cine ni la propaganda pueden desvirtuar la historia más que por poco tiempo y sólo ante pueblos y personas ignorantes. La prueba la tenemos en esos héroes hollywoodenses que “ganan” todas las guerras en la ficción siendo otra la realidad, y en los locos intentos de Stalin por modificar la historia alterando las fotografías en las que aparecían sus víctimas y ordenando reescribir las enciclopedias.
Dos maneras de autoengañarse.
Juan Miguel de Mora. Ciudad de México.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 23 Diciembre 2013.