Cultura oral, cultura escrita y la ‘revolución’ audiovisual – por Darius Pallarès

El desarrollo de las denominadas Tecnologías de la Información y de la Comunicación (las telecomunicaciones, la informática, Internet) ha supuesto una verdadera revolución en los procesos de tratamiento, transmisión e intercambio de la información. Ello incluye aquellos tipos de información que denominamos de contenido informativo y cultural, es decir, aquella que se produce y reproduce a través diversos medios y soportes (textos, imágenes, sonidos o audiovisuales) con el objeto de comunicar acontecimientos y de expresar y transmitir conocimientos, ideas, opiniones, pensamientos, experiencias, sensaciones y emociones. También implica cambios no menos profundos en los procesos cognitivos, es decir, en la forma en que procesamos la información que recibimos mediante la percepción, la memoria, el aprendizaje y la experiencia adquirida. Cambios que, en definitiva, han repercutido poderosamente –y lo seguirán haciendo– en la manera, o más bien maneras, de percibir, de concebir y de comprender la realidad, y de interactuar con ella.

No obstante, dado que se trata de un fenómeno en marcha desde hace relativamente poco tiempo, en el cual seguimos inmersos y es previsible que aun esté lejos de alcanzar su cénit, no se tiene todavía la suficiente perspectiva para calibrar el alcance y la profundidad de las transformaciones que su desarrollo comporta, sobre todo porque muchos de estos cambios aún están por llegar. Pero si ampliamos nuestra perspectiva cronológica, y dejamos por un momento de lado esa manía de asociar el desarrollo tecnológico únicamente con el desarrollo y la sofisticación de las máquinas, podemos observar que se trata de un proceso con una trayectoria de mucho mayor recorrido.

De hecho, la aparición de la escritura hacía finales del IV milenio a. C. supuso ya de por sí uno de los principales factores que impulsaron a transformación de las sociedades humanas, que pasaron de una cultura donde predominaba la transmisión oral –aunque la imagen también jugaba un papel nada desdeñable, como lo atestigua el arte rupestre–, a una cultura donde el dominio de la palabra escrita suponía el acceso a un tipo de conocimientos y saberes que establecían la línea divisoria entre una élite gobernante letrada y una población mayoritariamente analfabeta. Tal era el poder que otorgaba la escritura que, convencionalmente, se ha considerado que la historia de la humanidad comienza con aquellas civilizaciones que fueron las primeras en dejar testimonio escrito de su existencia.

Un segundo hito fue el desarrollo de la imprenta a finales del siglo XV. Ello no sólo supuso un abaratamiento de los costes de la producción y reproducción de libros, sino también la aparición de otros formatos editoriales mucho más reducidos –y económicamente más asequibles– en los que se combinaban la imagen y el texto, como las estampas religiosas, los pliegos de cordel, las aleluyas o aucas, las hojas volanderas, los pasquines, los avisos, las gacetas, los calendarios, los opúsculos y otros tipos de pequeñas publicaciones que, a partir del siglo XIX, darían lugar a los periódicos, las revistas, los magacines, las caricaturas, los folletines, las novelas por entregas y, ya en el siglo XX, a las foto-novelas, los tebeos y los cómics. Fueron este tipo de publicaciones menores las que tuvieron un papel en la alfabetización y en la difusión de hábitos de lectura entre sectores sociales y colectivos tradicionalmente excluidos del acceso a la cultura escrita (como el campesinado, las clases asalariadas y las mujeres) mucho mayor que el ejercido por los libros, ya que, al ser estos más caros, fueron durante mucho tiempo destinados preferentemente a un público mayoritariamente masculino y con un estatus socioeconómico acomodado, en otras palabras, que tenía estudios y un mayor poder adquisitivo.

No obstante, el proceso de generalización de la alfabetización ha sido un fenómeno mucho más reciente, y está íntimamente relacionado con las transformaciones políticas, sociales y económicas que comportaron, entre otras cosas, la modernización de las sociedades y una mayor movilidad social y de apertura de los espacios de participación política para el conjunto de la población. Con ello quiero decir que la cultura oral y la cultura escrita han coexistido durante muchísimos siglos, evolucionando el paralelo, pero también influenciándose y complementándose mutuamente. Esta coexistencia ha llegado hasta nuestros días, cuando el desarrollo de los medios audiovisuales con la aparición, a partir de finales del siglo XIX y, sobre todo, a lo largo del siglo XX, del cine, la radio y la televisión ha supuesto una nueva revolución cultural en la que nos encontramos con dos situaciones paradójicas. Por un lado, como han puesto de relevancia algunos investigadores, el predominio de los medios audiovisuales ha coincidido con el mayor grado de alfabetización alcanzado en la historia, lo cual comporta que vivamos en sociedades donde, a pesar de que la gran mayoría de la población sabe leer, el hecho es que se lee poco o casi nada, ya que la mayor parte de los contenidos culturales e informativos que consumimos nos llegan sobre todo a través de los medios audiovisuales.

Por otro lado, estos medios audiovisuales parecen recuperar, o de alguna manera readaptar, uno de los rasgos que los estudiosos de la cultura oral consideran más característico de ella: la performance, es decir, el acto comunicativo mediante el cual uno transmite con la voz un mensaje que es escuchado y recibido por otro. La recitación en público de noticias, historias, leyendas y vivencias, ya fuesen en prosa o en verso, cantadas o no, escenificadas en piezas teatrales por actores o simplemente relatadas por juglares, pregoneros y músicos ambulantes, parece haberse adaptado mucho mejor que la palabra escrita a los nuevos géneros y subgéneros surgidos con la nueva era audiovisual, como son los informativos radiofónicos, los telediarios, el radio-teatro, las películas, las series televisivas, las telenovelas y los culebrones. Tales formas audiovisuales de, como dice el tópico, “informar, educar y entretener” a la audiencia comparten con la oralidad esta dimensión de performance, con la salvedad de que, a diferencia de la transmisión oral, el emisor y el receptor no se encuentran el mismo plano temporal ni espacial –y éste es precisamente un rasgo que lo audiovisual comparte con lo escrito.

En definitiva, no cabe duda de que la revolución audiovisual, impulsada por el desarrollo de las TIC, está llamada a transformar la humanidad a un nivel sin precedentes en la historia. No obstante, como ocurre en muchos ámbitos de la actividad humana, los cambios son fruto de la amalgama de materiales viejos con materiales nuevos. Por ello, el desarrollo de la cultura audiovisual no supondrá la desaparición de la cultura escrita, a pesar de las voces apocalípticas que nos advierten de ello. De la misma manera que la aparición escritura nunca supuso la total extinción de la cultura oral, sino que ambas coexistieron durante siglos, lo audiovisual coexistirá con lo escrito y lo hablado, interrelacionándose a diferentes niveles, cambiando, eso sí, las formas y los medios con que se crean, se recrean y se difunden el conocimiento y la cultura. Son numerosas las obras consideradas fundamentales de la historia de la literatura escrita cuyos orígenes se remontan a los cuentos y leyendas que fueron transmitidos oralmente de generación en generación hasta que alguien le dio un día por ponerlos por escrito. Del mismo modo, no son pocos los casos en que obras escritas han sido, gracias a la transmisión oral, incorporadas al acervo y al patrimonio cultural de una sociedad. ¿E igualmente, cuantas historias, argumentos y temas que el cine y la televisión han hecho suyos no son más que adaptaciones de la narrativa escrita y oral?

Tal vez ya va siendo hora de dejar de lado los prejuicios propios de cierto elitismo cultural y de cierta pedantería academicista, herederos ambos de otros tiempos –pero que todavía están presentes en determinados círculos intelectuales y científicos– en los que se asociaba la “auténtica cultura” con la palabra escrita, especialmente si ésta aparecía dentro de un libro. Sólo así estaremos en condiciones de comprender y encarar los desafíos que plantea el desarrollo de la cultura audiovisual.

Darius Pallarès Barberà. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 29 Noviembre 2013.