Fronteras mortales – por Laura Morillas

Casi todos hemos leído alguna vez la definición de frontera; no dejan de ser palabras escritas en un diccionario para la mayoría de nosotros, sin una verdadera gran trascendencia en nuestras vidas. Hasta que un día, salta la tragedia a los titulares del Telediario y caemos en la cuenta de que, desgraciadamente para muchas personas, ésas palabras son la diferencia entre la vida y la muerte.

El día 3 del presente mes de octubre un barco, con más de 500 inmigrantes, procedente del puerto libio de Misrata se incendió frente a la isla de Lampedusa, a 205 kilómetros de Sicilia y a 113 de la costa africana. Las autoridades italianas elevaron los muertos a 339. Los supervivientes han asegurado que barcos de pesca circundantes ignoraron sus gritos de auxilio. Aquel mismo día, unas horas antes del naufragio, 463 refugiados sirios habían arribado a Lampedusa. El Gobierno italiano decretó un día de luto nacional por el desastre humano. Sin embargo, la única novedad real en esta noticia fue el número. Un número suficientemente alto como para destacarlo con grandes palabras y alarma social, cuando lo cierto es que se trata sólo de una pequeña parte de los miles que han perdido su vida en los últimos años.

Un dato relacionado y significativo, que no todos conocen, es que existe una ley que multa a los barcos que presten auxilio a embarcaciones con inmigrantes ilegales. El derecho internacional del mar no se está cumpliendo. La obligación de socorro se interpreta de manera restrictiva y hay países como Italia en los que se penaliza a los patrones que ayudan o se les dificulta el desembarco a los náufragos.

El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, declaró posteriormente que nunca olvidará los 339 ataúdes, algunos de ellos blancos, alineados en un hangar del aeropuerto de Lampedusa. Cuando aún continuaban rescatándose cadáveres del barco hundido, otra barcaza con aproximadamente 250 personas a bordo volcó en el canal de Sicilia, a unas 70 millas náuticas (130 kilómetros) al sur del ya tristemente famoso Lampedusa.

Durante siglos la humanidad ha estado en continuo movimiento de un lugar a otro, sin embargo parece que es en la actualidad cuando más importancia mediática están cobrando los flujos migratorios. El principal motivo podría argumentarse que es la tremenda diferencia económica y social existente entre los países.

Las migraciones son movimientos de grupos más o menos numerosos de personas que abandonan un país para ir a establecerse en otro; en la historia han correspondido a causas físicas, políticas, económicas, etc., y han tenido gran importancia en el desarrollo de las civilizaciones, las razas y los idiomas. En Europa se pueden destacar las de los siglos III y IV originadas por los hunos de Asia; la de los árabes del norte de África (s. VII y VIII); la de los turcos otomanos (s. XVI). La migración de Europa hacia América entre los siglos XVI y XX fue por núcleos de familias o individuos aislados, obedeció a causas económicas, religiosas y políticas. Entre los años sesenta y setenta las migraciones interiores eran principalmente del campo a la ciudad (aunque en la actualidad esa corriente se ha invertido y la mayoría de la población de clase media-alta residente en las ciudades se desplaza a los pueblos o a la periferia de las grandes ciudades).

Gracias a la inmigración se han enriquecido culturas, se ha expandido nuestra experiencia del ser humano y de la sociedad, se han asentado costumbres o se han removido en base a su utilidad, se han levantado economía y natalidad, se ha dado a conocer el enorme valor de la diversidad.

La historia nos enseña que los mapas se basan en criterios geográficos y sociopolíticos, y éstos acumulan muchas modificaciones en los siglos que la humanidad lleva recorridos. Las montañas y los océanos son producto de la naturaleza, pero las fronteras las creamos nosotros, la sangre que las tiñe es nuestra responsabilidad.

El gran naufragio del 3 de octubre no va a ser el último, casi con total seguridad, pero ha de llegar un momento en que se marque un punto de inflexión. Europa ya no puede alegar que no está al tanto de lo que se entreteje en sus límites.

Particularmente, desde 1990, el drama de la inmigración ha arrojado a la isla siciliana de Lampedusa más de 8.000 cadáveres, de ellos, 2.700 durante 2011, coincidiendo con el conflicto de Libia o mejor dicho, el estallido de las primaveras árabes. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, desde el inicio de 2013, Malta y Lampedusa han acogido a 32.000 personas, de las cuales dos tercios han solicitado después el asilo. Ésto sudece ya que el estrecho de Sicilia, que separa la isla italiana de la costa africana de Túnez, es el último obstáculo geográfico para entrar en Europa.

“La situación actual es inhumana. Centrarse en el control físico de las fronteras y en las barreras no resolverá el problema. Es fundamental comprender que la violencia y la guerra no van a desaparecer y que la gente va a seguir intentando escapar. Cuanto más se cierren las fronteras, más peligrosas resultarán las vías clandestinas. Por eso, yo creo que el planteamiento actual solo contribuye a poner más vidas en peligro”, sostiene Nicolas Beger, director de Amnistía Internacional en Europa.

Por un lado están aquellos que exigen fronteras herméticamente cerradas, por otro los que solicitan mayor apertura tanto para refugiados políticos como para inmigrantes económicos. En lo único que hay un verdadero consenso europeo es en que las barreras físicas no bastan. Que el actual modelo no funciona. Y que algo hay que hacer.

Los conflictos armados, las mafias, el tráfico comercializado de seres humanos (órganos, sexual, migratorio), la desigualdad, la solidaridad internacional; grandes temas a resolver a largo plazo. Además, urge parar las tragedias y aplicar un nuevo modelo que permita ordenar el tránsito de personas de forma justa, humana y sostenible.

Concretamente, refiriéndome al trafficking, subrayar que la trata ilegal de personas para su explotación es un fenómeno antiguo; de hecho tiene su inmediato precedente en la esclavitud, abolida en Europa a finales del S. XIX. Hoy día, el tráfico de mujeres para su explotación sexual se califica como el segundo delito más lucrativo, por delante de las drogas y sólo superado por el tráfico de armas. La Brigada de extranjería de la Dirección General de la Policía calculaba que en 2008 debían existir en España más de 4.000 personas víctimas de trafficking.

Estas víctimas, son personas procedente de un origen económico o geográfico pobre, que desea emigrar o es engañada u obligada a ello. Cierto es que el fenómeno del tráfico de personas siempre ha aparecido vinculado a las mujeres (“trata de blancas”), en tanto al comercio transfronterizo para su explotación sexual; sin embargo y cuando el objeto del tráfico es el trabajo manual (normalmente duro o fatigoso) o las donaciones de órganos, son los hombres los principalmente traficados. Los niños y adolescentes, en cambio, suelen participar en actividades de mendicidad organizada, independientemente de su sexo.

A nivel legislativo, el endurecimiento de las políticas de migración no resulta efectivo para luchar contra el trafficking, pues cuanto más se endurecen los requisitos de entrada en un país, más suelen recurrir las víctimas a las mafias para conseguir emigrar.

Volviendo al tema central de este artículo y en palabras de Vittorio Longhi, «lo que está sucediendo ante las costas europeas cobra dimensiones bélicas». Éste autor cree que las cifras de inmigrantes muertos bien podrían ser las de una guerra, y piensa que por pretender que no existe, el problema no va a desaparecer.

Para Elizabeth Collet, directora para Europa del Migration Policy Institute, y en mi misma línea de pensamiento “las fronteras son un concepto en evolución continúa. Que hace 40 años nadie pensaba que en la zona Schengen la gente pudiera viajar sin pasaporte y que países como México o Turquía pasarían a ser receptores de inmigrantes”.

El caso de la inmigración en la Unión Europea es un caso especial. Según los distintos tratados firmados en la Unión Europea, se acordó la libre circulación de personas entre los países miembros.

Schengenland (acorde con Wikipedia) es la denominación dada al territorio que abarcan Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Luxemburgo y Holanda, que tras diversas reuniones acordaron la creación de un espacio común cuyos objetivos son la supresión de fronteras entre estos países, la seguridad, la inmigración y la libre circulación de personas. Se fueron sumando distintos países hasta llegar a la actual configuración del Acuerdo de Schengen. En la actualidad forman parte del territorio de Schengen los siguientes países: Alemania, Austria, Bélgica, España, Francia, Grecia, Holanda, Italia, Luxemburgo, Portugal, Dinamarca, Suecia y Finlandia. No obstante, todo estado miembro de la Unión Europea podrá convertirse en parte del territorio de Schengen.

Pero quisiera acabar centrándome en el caso particular de España. Las dos grandes puertas de entrada a Europa para barcos y pateras son el estrecho de Sicilia y el estrecho de Gibraltar. Y es por ésto que cientos de personas subsaharianas que cruzan las vallas de Ceuta y Melilla en un intento de más tarde, cruzar a nuestro país y eventualmente pasar al resto de Europa.

La inmigración en España es desde la década de 1990, un fenómeno de gran importancia demográfica y económica. Según el INE 2011, a 1 de enero de 2011 residían en el país casi 6,7 millones de personas nacidas fuera de sus fronteras (de los cuales más de un millón habían adquirido la nacionalidad española).

España ha pasado de ser un país generador de emigración a ser un receptor de flujo migratorio. A partir de 1973, con la crisis del petróleo, la emigración de españoles al extranjero empezó a dejar de ser significativa. Desde el año 2000, España ha presentado una de las mayores tasas de inmigración del mundo (de tres a cuatro veces mayor que la tasa media de Estados Unidos, ocho veces más que la francesa). Actualmente, hay 1.816.835 españoles residiendo en condiciones legales en el extranjero (datos de 1 de enero de 2012), cifra que va aumentando paulatinamente debido a la incidencia de la crisis que vive nuestro país.

Según el censo de 2009, la localidad española con mayor proporción de extranjeros es San Fulgencio (Alicante), donde el 77,58% de sus 12.030 habitantes son no españoles. Los únicos municipios de más de 10.000 habitantes donde los extranjeros superaban a los nacionales son Rojales (65,25% de extranjeros), Teulada (60,37%), Calpe (58,61%), Jávea (51,22%) y Alfaz del Pi (50,89%), todos ellos en la provincia de Alicante. La ciudad de más de 50.000 habitantes con mayor proporción de extranjeros es Torrevieja (con un 47,65% de foráneos sobre 84.348 habitantes), también en Alicante, y la capital de provincia con mayor porcentaje es Castellón de la Plana (15,23% sobre 167.455 habitantes).

La inmigración subsahariana en España es de vieja data, pero siempre fue cuantitativamente muy limitada. Esta situación comienza a cambiar en los años 90, cuando empieza a llegar a Melilla un flujo mayor de africanos procedentes del sur del Sáhara. En enero de 1998 vivían en España unas 36.000 personas nacidas en África subsahariana, pero no sería hasta los años posteriores a la regularización de 1996 cuando se produce el primer “boom” de la inmigración subsahariana y de su acceso al mercado de trabajo español el cual se orientará, fundamentalmente, hacia sectores como la agricultura, la construcción, los servicios y el comercio ambulante, sectores caracterizados por los bajos salarios y las condiciones precarias de empleo.

La irregularidad ha sido la forma mayoritaria que ha asumido la migración subsahariana, lo que hace que los primeros años en España estén caracterizados por la precariedad y el acceso al mercado informal de trabajo. Para muchos subsaharianos se trata, sin embargo, de una forma de exclusión o irregularidad extrema dada la imposibilidad de muchos, debido a su falta de documentación, de empadronarse y obtener por ello la regularización vía arraigo. Esto hace de los inmigrantes subsaharianos una categoría especialmente vulnerable dentro de las migraciones provenientes de países no comunitarios. Las comunidades autónomas con mayor porcentaje de inmigrantes empadronados de origen subsahariano eran en 2010: Cataluña (27,6%); Madrid (16,9%); Andalucía (12,9%); y la Comunidad Valenciana (10,4%).15

Como última reflexión, decir que hace mucho tiempo que hay países pobres y hambre en el mundo, pero en estos momentos los efectos de la globalización acentúan el ritmo de las migraciones. El capitalismo global deja al margen del mercado global a millones de personas, que no son necesarias para su engranaje y estos excluidos alimentan las migraciones. Pero también la era de la información global, ya que la publicidad, la televisión, llega a los lugares más recónditos. Y allí no son los que se mueren de hambre, o los más indefensos, que ya están desahuciados, los que emprenden el viaje, sino las generaciones jóvenes, con esperanza en un futuro mejor, que es el bienestar que se refleja en un anuncio del primer mundo. Son lo mejor de la fuerza de trabajo de un país subdesarrollado los que emprenden un costoso y difícil viaje. Ellos quieren ayudar a sus familias, labrarse un porvenir en un lugar en donde puedan hacerlo, pero también quieren formar parte del sueño de consumo del primer mundo.

Laura Morillas García. Valencia.
Redactora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 17 Octubre 2013.

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