Once años del Prestige – por Elena Rodríguez

Casi once años después del desastre del Prestige, la costa gallega todavía tiene guardado en la memoria las manchas negras que asolaron el litoral, aquellas que lo barrían todo a su paso y que teñían todo de un negro desesperanzador. Con un juicio once años después, cabe preguntarse si de verdad se ha hecho justicia y si es cierto que nunca máis se repetirá un desastre medioambiental semejante.

La catástrofe del Prestige se produjo el 13 de noviembre de 2002 cuando tuvo un accidente el petrolero con bandera de Bahamas que transportaba 77.000 toneladas de fueloil frente a Costa da Morte en el litoral gallego. No se conoce exactamente la causa del accidente ya que todavía se barajan diversas hipótesis como la fuerza de las olas, una mala maniobra o el choque contra algún tronco que había sido extraviado unos días antes por otro buque. La cuestión fue que ante la grieta que se había formado y ante la posibilidad de que el barco se acabase hundiendo, hubo que tomar una decisión: alejar la nave de la costa o bien remolcarla hasta el puerto de La Coruña para su hundimiento controlado dentro del puerto. Tras un arduo debate y ante el temor a las enormes pérdidas económicas que supondría cerrar el puerto de La Coruña durante varios meses, se decidió alejar la nave. Por tanto, se enviaron a la zona varios remolcadores: en primer lugar se aproximó el Ría de Vigo, que se encontraba en las proximidades, y después fueron llegando los siguientes: el Ibaizábal I, el Charuca Silveira y el Sertosa 32.

Sin embargo, el capitán griego Apostulus Mangouras se negó rotundamente a ser remolcado intentando ganar tiempo y dinero ya que el precio del segundo remolque y del resto que debían utilizarse le parecía excesivo. Además, el capitán advirtió que tomar rumbo noroeste partiría el barco, por lo que pretendía fondear el barco a unas cuatro millas de la costa, a una profundidad en la que podía largar anclas. Su objetivo era salvar la carga y el buque, pero las autoridades españolas no le permitieron acercarse a la costa, obligándole a ser remolcado y detenido acusado de provocar un delito ecológico.

El fueloil, conocido como chapapote, fue desplazándose por el Océano Atlántico hasta cubrir la costa gallega de una espesa capa negra que dejaba a su paso un panorama desolador. La marea negra afectaba ya a 190 kilómetros del litoral coruñés, desde Fisterra hasta Arteixo, convirtiéndose en una catástrofe ecológica y económica y cobrándose la vida de los primeros animales. Aparecieron por aquel entonces los primeros políticos de las administraciones central y autonómica asegurando que los afectados cobrarían las indemnizaciones antes de Navidad. «Aquí ninguén quedará sen turrón» (aquí nadie se quedará sin turrón), afirmaba López Veiga, conselleiro de Pesca. Pero lo peor estaba por llegar y los medios, como siempre, serían insuficientes.

El 19 de noviembre, con todavía 66.000 toneladas de fuel en su interior, el viejo casco del Prestige no soportó el embate de las olas y se partió en dos, hundiéndose y dejando para la historia una imagen que no se olvidará fácilmente en la memoria gallega. Su hundimiento despertó todas las alarmas y se pensó rápido para prepararse ante la dura batalla que se presentaba en el agua salada. Pero quizás esta rapidez hizo que no se pensase con claridad y se tomasen decisiones precipitadas que más tarde perjudicaron a los gallegos.

Una semana más tarde un informe secreto del Ejecutivo reconocía que ya se habían vertido 22.000 toneladas de fuel y que la gran mancha se acercaba a paso de gigante a la costa. Llegó pues la segunda marea negra que afectaba a los puertos de A Costa da Morte y Arousa, a punto de recibir un frente de 11.000 toneladas de fuel. La punta de la gran mancha estaba a solo 12 kilómetros del conocido cabo Fisterra mientras cientos de marineros y mariscadores trabajaban durante toda la noche para armar sus defensas. Revivió entonces el espíritu solidario de los gallegos y sus vecinos, con una marea humana de 200.000 manifestantes al grito de «En estas Navidades, turrón de chapapote», «Máis pesqueiros e menos petroleiros» o «O do bigote que limpe o chapapote». Las Navidades se acercaban pero los voluntarios eran cada vez más a pesar del riesgo que suponía en muchos casos para su salud. La toxicidad del fuel no había sido analizada en profundidad, pero miles de caras anónimas se arriesgaron para luchar contra la catástrofe medioambiental.

Por otro lado, como viene siendo habitual, los datos se manipulaban al antojo de los políticos: supuestamente, ni era tanto el fuel vertido ni eran tantos los voluntarios y manifestantes. Pero los datos hablaban por sí solos; miles de voluntarios, muchos universitarios, luchaban pala en mano contra el chapapote y el fuel vertido era cada vez mayor. Además, la realidad daba de lleno en el Gobierno cuando el batiscafo francés encargado de sellar el Prestige, el Nautile, descubría el 4 de diciembre, cuando Rajoy hablaba de «hilitos de plastilina», que el fuel del Prestige brotaba por una escotilla de casi un metro de diámetro en la proa del buque. «Eso no puede calificarse de grieta, créame, eso es una auténtica fuente de salida», afirmaba por aquel entonces a La Voz de Galicia uno de los tripulantes del batiscafo. El barco sellaría las grietas, pero no suponía más que una solución provisional a la espera de una decisión del Gobierno para acabar con el desastre. Pero a falta de decisiones, el presidente del mismo, Aznar, tardó un mes en pisar suelo gallego durante unas escasas 3 horas para prometer 265 millones para paliar los daños del petrolero.

El fuel continuaba desplazándose y fue entonces cuando amenazó a la Mariña lucense, así como a los vecinos portugueses y a la costa cantábrica. Incluso Francia temía la llegada del chapapote. Además, la impotencia de los voluntarios era palpable, ya que como muchos afirmaban, “Lo que hiciste el día anterior no sirve de nada”. Cada día la marea arremetía con nuevas manchas de chapapote que lo impregnaban todo a su paso, minando la moral de aquellos que luchaban por restaurar la normalidad. La frustración de hacer esfuerzos en vano asolaba a los voluntarios que veían ante sus ojos un panorama desolador, mientras los marineros sacaban el fuel del océano con sus propias manos, intentando salvar lo poco que les quedaba en el océano. Al fin y al cabo, el mar era y es, su medio de vida.

Pasadas ya las Navidades se pudieron constatar los primeros datos; la prohibición de faenar durante 50 días había provocado unas pérdidas de 22 millones de euros a los marineros y mariscadores, lo que suponía la facturación del sector en el mismo período del 2011. Las ayudas tardaban en llegar, si es que llegarían en algún momento, y desde Europa, como viene siendo habitual, los apoyos eran ínfimos. Para más inri, el orgullo de los dirigentes hizo que Manuel Fraga, presidente de la Xunta, rechazase el envío de donativos de solidaridad, ya que los calificaba de «tercermundistas».

Para poner el punto melodramático, habría que recordar a Mann, el alemán de Camelle que “murió de pena” ante la catástrofe natural. Aquel hombre que había venido para quedarse no pudo soportar que el profundo negro tiñese sus amadas rocas, aquellas en las que hacía los dibujos más bellos del lugar. Un hombre peculiar que vivía por y para la naturaleza, que murió mientras su amada lo hacía poco a poco, supuso el punto álgido del drama que se estaba viviendo en la comunidad gallega.

Ya a finales de diciembre salió a la luz que Fomento había desechado en su día trasvasar el fuel del «Prestige» por falta de medios adecuados. Además, se conoció que el capitán del barco, Mangouras, había advertido que tomar rumbo noroeste partiría al Prestige. Una sucesión de malas decisiones y de falta de medios que desencadenó un desenlace indeseable.

Tras un fin de año diferente, según informó el instituto francés Ifremer, propietario del batiscafo «Nautile», se supo que el fuel que afloraba del «Prestige» seguiría impactando en la costa gallega. Su portavoz negaba la teoría del Gobierno español, que afirmaba que el hidrocarburo se evaporaba y/o volatilizaba al llegar a la superficie. Una teoría patética si la miramos a diez años vista, pero que en un principio parecía contentar a unos pocos. Además, el 16 enero el presidente de la Xunta exigió la dimisión del conselleiro Cuíña porque una empresa de su familia vendió material para limpiar el fuel del Prestige, un aprovechamiento inmoral e ilegal.

Por otra parte, en medio del descontrol y la desolación, surgió con fuerza la plataforma Nunca Máis. Bajo este mismo lema se había desarrollado una manifestación de 10.000 personas en 1992 a raíz del naufragio frente a la Torre de Hércules del buque Mar Egeo, que también provocó una marea negra en las rías gallegas. Tras el hundimiento del petrolero y la falta de iniciativas, un grupo de “indignados” decidió formar la Plataforma, ya que como ellos afirmaban, «Surgimos alrededor de la catástrofe, fue una cosa que conmocionó a todo el mundo. Observar con asombro cómo llevaban el barco de un sitio a otro, sin sentido, de una manera errática y la decisión de alejarlo de la costa con un temporal tremendo. El desastre era un desastre anunciado», decía el portavoz de Nunca Máis, Xaquín Rubido. En su manifiesto fundacional exigían tres cosas: la declaración de zona catastrófica, medios para evitar el aumento de la catástrofe y el establecimiento de mecanismos legales y materiales que alejasen el tráfico de mercancías peligrosas de la costa y que proveyesen de medios físicos para estar preparados. Su actuación fue de gran apoyo a los afectados de la catástrofe y su lucha contra los culpables, incansable.

Pasado lo peor, el 23 enero La Xunta decidió invertir 882 millones para relanzar Galicia mediante el proyecto denominado Plan Galicia, que tendría especialmente en cuenta los municipios más afectados por el vertido. Por su parte, al día siguiente, Aznar respondió con una inversión que doblaba el presupuesto de Galicia. El Gobierno destinaba a la comunidad 12.450 millones de euros, casi el doble del presupuesto anual de la Xunta. Además, el presidente afirmaba que el objetivo no era sólo paliar los daños, sino que Galicia «coja velocidad». El plan Galicia se asentaría sobre varios pilares:

– AVE: Todas las ciudades de Galicia, unidas con Madrid en menos de tres horas, además de un tren de alta velocidad entre Ferrol y Bilbao.

– Naval: Solicitud a la UE para que autorice a Ianzar la construcción de petroleros de doble casco, así como una comisión para estudiar la viabilidad del puerto exterior de A Coruña.

– Autovías: Licitación ese año de la Transcantábrica en Galicia. Autovías interiores en el eje Lugo-Santiago-Ourense y una autovía interior Chantada-Monforte. Además, una autovía Pontevedra-A Cañiza.

– Incentivos: 40% en incentivos para crear nuevas empresas. Internet en las escuelas y reducir la fiscalidad en los sectores afectados.

-Recuperación del sector pesquero y la costa: Créditos a las cofradías. Mil millones para recuperar la costa afectada y eliminar la amenaza del Prestige.

Pero todas estas promesas se quedaron en eso: promesas. La alta velocidad a Galicia sigue acumulando retrasos. Ni 2009, ni 201. Ninguna fecha se cumplió, y parece que el 2015 y el 2018 también quedan muy lejanos. Seguimos incomunicados tras Os Ancares, esas montañas que nos impiden acercarnos al resto de la península, y las autovías prometidas dentro de la comunidad continúan siendo meros proyectos. También se prometió un puerto exterior para A Coruña, el de punta Langosteira, pero este tampoco está acabado y no tiene accesos viarios ni ferroviarios. Por lo tanto, aunque es cierto que algunas ayudas llegaron y permitieron en parte recuperar las pérdidas a los más afectados, muchas palabras fueron para acallar las voces que rugían contra el Gobierno y que reclamaban una compensación por la mala actuación del mismo. Este Plan Galicia contemplaba también nuevos programas de prevención y lucha contra la contaminación marina; sin embargo, han tenido que pasar 10 años para que La Xunta apruebe el suyo.

Todo esto tuvo graves consecuencias, por supuesto. Sumado a otras decisiones como la Guerra de Iraq o la tragedia del 11-M, el Gobierno del PP se tambaleó y se fracturó, dejando el camino libre para la legislatura de la izquierda. Además, la falta de criterio de la Xunta de Galicia, encabezada por Manuel Fraga, vio como su mandato terminaba en manos de Touriño (PSOE). Por lo tanto, lo que comenzó como una catástrofe medioambiental terminó con los principales dirigentes de nuestro país y de la comunidad gallega.

El desastre del Prestige supuso un duro golpe para el corazón gallego. Por ello, en un principio se intentó que se sentasen en el banquillo de los acusados los verdaderos responsables. Sin embargo, como afirmó en su momento La Voz de Galicia, “José Luis Pía, el hombre tranquilo que presidió con mano de seda el juicio del Prestige y con quien todas las partes quedaron encantadas, se sinceró con los periodistas que durante estos ocho meses cubrieron las 400 horas de sesiones”. Aseguró sin ningún pudor que “Era obvio que hay más gente implicada en el siniestro, tanto responsables políticos como no políticos”. No se le escapó, pues luego añadió que no solo debían de estar responsables de la administración, sino también personas del entorno del buque. Pero eso no le competía a él, sino a las acusaciones, tanto a la pública como a las particulares, según precisó. “Ellos sabrán por qué no lo hicieron”. Además, el juez también calificó de «desmesurado» el coste económico del proceso judicial, que se elevó a millón y medio de euros en plena crisis económica.

Hay que tener en cuenta que los únicos que pueden ser ahora acusados son tres jubilados: el capitán del buque, Apostolos Mangouras; el jefe de máquinas, Nikolaos Argyropoulos, y el exdirector general de la Marina Mercante, José Luis López Sors. Estas tres personas tendrán que esperar a noviembre para conocer el fallo de un juicio de 8 meses, pero no son más que meras cabezas de turco para limpiar la imagen de los verdaderos responsables. Como afirma Porto, el regidor socialista de Muxía (la zona más afectada), es indignante “la pantomima” de un juicio “que se dilató casi once años”. “Es vergonzoso que no haya consecuencia penal alguna para los verdaderos responsables de decisiones que nos costaron miles de millones de euros que salieron del bolsillo de todos los españoles”. Porto, como la inmensa mayoría de los gallegos, está convencido que tarde o temprano habrá otro siniestro marítimo “sin que otra vez se sepa qué hacer”, ya que ni siquiera con una catástrofe así hemos escarmentado.

Por su parte, El fiscal de Medio Ambiente de Galicia, Álvaro García Ortiz, considera que Mangouras es el principal acusado y pide al tribunal que le condene a 12 años de prisión, pero, sin embargo, en su informe final en el juicio solicitó que el marino griego «no pase un solo día más de su vida privado de libertad» dada su edad, 78 años, y los diez años transcurridos desde la catástrofe. Álvaro García Ortiz considera que la catástrofe del Prestige ha ocasionado daños por un valor de 4.328 millones de euros en España, de los cuales 2.433 millones afectarían a Galicia. A mayores, solicita que la Xunta de Galicia sea indemnizada con 1,2 millones de euros por los gastos que supondrá tratar las 10.000 toneladas de residuos.

¿Pero cómo puede ser una única persona la responsable de una catástrofe de semejante envergadura? Es la pregunta que le ronda a la mayor parte de la población, ya que en casos como este debería existir un sistema de seguridad y garantías que nos proteja. Un proceso que se ha dilatado 11 años no recoge la indignación del momento. Busca condenar a unos pocos para que popularmente se crea que se ha hecho justicia. Pero no es así, ya que dista mucho de haberse hecho.

Como muchas otras catástrofes y tragedias, el desastre del Prestige ha vivido en nuestra cabeza un periodo de tiempo para irse diluyendo con los años. No tenemos presente la imagen de las playas ennegrecidas. Las aves muertas. Las lágrimas de los pescadores. Y todo eso no debería olvidarse, ya que supuso una dura lección. Pero como siempre, los recuerdos se van superponiendo hasta quedar enterrados en la memoria, privados del aire que necesitan para permanecer a flote unos pocos años más. Esperemos que las medidas que se han tomado estos últimos años sean suficientes para paliar cualquier imprevisto. Pero sobre todo, esperemos que nunca máis se repita un desastre semejante.

Elena Rodríguez Flores. Lugo.
Colaboradora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 23 Agosto 2013.