
El 1 de julio de 2013 un nuevo país, y ya van 28, se ha integrado en la Unión Europea. Se trata de la República de Croacia, geográficamente enclavada en los Balcanes pero con una gran vocación occidental. Con este artículo proponemos hacer un repaso a la historia de una nación milenaria que parece por fin haber encontrado su lugar en el continente europeo.
Lo que hoy conocemos por Croacia fue durante el imperio romano parte de la región de Iliria. Los ilirios, como por ejemplo los íberos, fueron un pueblo romanizado, y uno de sus más insignes habitantes fue el emperador Diocleciano, de mal recuerdo para los cristianos, pero que habiendo nacido en esa región hizo construir un bello palacio en Spalato (actual Split) que constituye aún hoy uno de los mejores conjuntos arqueológicos del Mediterráneo.
Pues bien, en el siglo VI y con el imperio romano hecho trizas, un pueblo bárbaro, venido de Asia, los ávaros, se dedicaron a saquear la región de Iliria. Poco después el emperador bizantino Heraclio dispuesto a acabar con los excesos de los ávaros decidió contratar a los croatas, que eran una de las tribus eslavas apacentadas al norte de los Balcanes. Un bello cuadro del pintor romántico Oto Ivekovic plasma la llegada legendaria del pueblo croata a las costas del Adriático, como si se tratara de los israelitas llegando a la Tierra prometida. Los croatas realizaron con éxito la función para la cual fueron contratados: vencer a los ávaros y devolver la región al dominio bizantino. Heraclio les ofreció la posibilidad de quedarse allí pero con una condición: su conversión al cristianismo. Así lo hicieron. De esta manera los croatas se establecieron de forma permanente en lo que hoy es su país hace unos 14 siglos.
En el siglo IX se produjo un hecho trascendental en la historia de Croacia. Los croatas rompieron los lazos con Bizancio y se acercaron a Roma, es decir a Occidente. La razón de este movimiento puede que tenga una explicación tan sencilla como que los croatas no se sentían representados ni protegidos por un imperio convulso que tenía su capital a un millar de kilómetros. Así, a cambio de abrazar la fe cristiano católica y adoptar el alfabeto latino, recibieron el reconocimiento papal. El primer “dux croatorum” independiente del que tenemos conocimiento fue Trpimir (845-864). El territorio se fue llenando de iglesias románicas que a la vez de ser focos de cultura y oración significaban el mejor símbolo del anclaje de Croacia a la órbita vaticana.
Un siglo más tarde Croacia se convirtió en Reino. Esta es una de las épocas más fecundas de la historia de este país, y siempre punto de referencia para el patriotismo local. Monarcas como Tomislav, que contaba según las crónicas con un poderoso ejército de 100 mil soldados, 60 mil caballeros y 180 barcos, o Pedro Kresimir I, denominado “el grande” por sus éxitos militares consiguieron ampliar los límites territoriales a lo que siglos más tarde se ha conocido como “la gran Croacia”, es decir y a grandes rasgos: Croacia y Bosnia. Es en este periodo histórico cuando aparece por primera vez el escudo heráldico nacional: el damero rojo y blanco, y aún más importante, se constituye el Sabor o Parlamento, cámara de representación y negociación entre el rey y los nobles. Esta cultura del pacto era uno de los rasgos que más les enorgullecían.
En 1089 murió sin descendencia el rey Zvonimir, y por el pacto de Convenia (1102) Croacia se integró a Hungría, importante potencia regional, que aceptó gobernar el territorio con un ban (virrey) y respetando las leyes aprobadas por el Sabor. A pesar de las buenas palabras no tardaron en aparecer algunos problemas por la actitud de la nobleza húngara y por la injerencia extranjera. Si por un lado en 1242 los mongoles habían arrasado el reino de Hungría y entre otras ciudades Zagreb fue totalmente destruida, por otro los venecianos llevaban a cabo desde hacía tiempo una política expansiva por el Adriático, asimilando territorios de la costa de Dalmacia que habían formado parte de Croacia desde hacía siglos. El caso más excepcional por su devenir histórico sería el de Ragusa (actual Dubrovnik), que una vez liberada del yugo veneciano se convirtió en una próspera república que durante cuatro siglos y medio hizo de intermediario comercial entre Occidente y Oriente.
Aun así, el gran mal para los croatas pero sobre todo para los húngaros se produjo a raíz de la batalla de Mohacs en 1526 cuando los otomanos consiguieron derrotar a los magiares y ocuparon la práctica totalidad del reino. El sabor croata reaccionó con rapidez y tratando de salvar una pequeña franja de territorio aún libre de la invasión turca, pidió protección al emperador Fernando I Habsburgo. De esta forma Croacia hacía otro paso en su integración a Occidente, huyendo una vez más de las imposiciones que venían de oriente.
La situación, a pesar de todo, no era para nada halagüeña. Croacia, por su situación geográfica frente a la Sublime Puerta, fue llamada la “Vojna krajina” (la frontera militar) o directamente la “muralla del cristianismo”. Se produjeron episodios épicos que aún se recuerdan como el sitio de Siget, en 1566, cuando el ban Nikola Subic Zrinski se hizo fuerte en esta población ante el ataque de 100 mil otomanos. Subic y sus hombres fueron finalmente derrotados, pero el coste fue tan grande para los turcos que desistieron en atacar Viena, su verdadero objetivo. Sellos, monedas, una plaza de Zagreb e incluso una ópera, conmemoran ese episodio. Incluso hubo quien en la reciente guerra de independencia de Croacia, comparó el heroísmo de los habitantes de Siget con los de Vukovar, aunque eso ya lo veremos más adelante.
Comentábamos anteriormente que existieron tensiones entre la nobleza húngara terrateniente y los campesinos croatas. Muestra de ello fue que en 1573 estalló una revuelta liderada por Matija Gubec contra los abusos de los nobles. El movimiento fue aplastado a sangre y fuego pero en el colectivo imaginario quedó aquel dramático episodio y el deseo de justicia social, como bien el régimen de Tito durante la Yugoslavia socialista del siglo XX se encargaba de reivindicar.
En 1593 se produjo un episodio bélico de primer orden: la batalla de Sisak, en la que los croatas, liderados por el ban Tomás Erdody, causaron a los otomanos su primera derrota terrestre. La primera derrota de los turcos había sido la batalla naval de Lepanto en 1571, por eso esta primera derrota terrestre tuvo un gran eco internacional. Las consecuencias fueron muy importantes: se recuperó buena parte del territorio croata ocupado desde hacía décadas por la Sublime Puerta, entre otras la región de la Eslavonia que acogió a centenares de familias serbias que huyendo de los turcos se establecieron allí, y quedó abierta la cuestión de Bosnia, que aunque seguía en manos turcas, se empezó a convertir en el oscuro deseo de los croatas pues allí existía una importante comunidad católica. Despertaba por tanto el objetivo de recuperar aquella gran Croacia medieval. Por cierto que aún hoy, cada día a las dos de la tarde suena la campana pequeña de la Catedral de Zagreb rememorando la victoria en Sisak.
Decíamos que los croatas quisieron entonces ampliar sus límites territoriales, así como también los húngaros, y ante la negativa del emperador Habsburgo Leopoldo I de iniciar una nueva campaña contra el Imperio Otomano, estalló en 1671 una conspiración llamada de Zrinski-Frankopan, por el nombre de sus líderes. Leopoldo que parecía más ocupado en asuntos palaciegos que en nuevas guerras con los turcos no dudó en ajusticiar a los líderes de la revuelta. Algunos han querido ver en aquel movimiento un primer sentimiento nacional.
Lo cierto es que no mucho después los croatas supieron aprovecharse de la Guerra de Sucesión Austriaca (1740-1748) y del apoyo que dieron a la futura emperatriz María Teresa para ganarse una serie de privilegios tales como una reducción de impuestos, una mejora administrativa y también de las condiciones de vida de los campesinos.
Las guerras napoleónicas iban a ser para los croatas como un vendaval pues en poco tiempo cambiaría el paisaje de la zona para siempre. Las ideas revolucionarias serían una semilla que con el tiempo fructificaría, pero vayamos por partes.
Tras la batalla de Wagram (1809) se firmó en el palacio de Schönbrunn el Tratado de Viena que plasmaba la supremacía de Napoleón sobre Austria. Referente a Croacia, la parte más oriental del territorio seguía siendo dominio de los Habsburgo, pero la occidental, que se correspondía con la Dalmacia se integraba en un nuevo ente llamado Provincias Ilirias, satélite del Imperio francés, donde el gobernador August de Marmont llevó a cabo una serie de reformas tales como la abolición de los malos usos de los nobles, la aplicación del Código Civil revolucionario y la cooficialidad por primera vez del croata con el francés y el alemán. Es digno de mencionar que para bautizar al nuevo territorio se hubiera rastreado en el pasado hasta llegar a los Ilirios, y ya veremos que más allá de las vicisitudes militares, el nombre hizo fortuna. Por cierto que Ragusa perdió su estatus de república independiente para no recuperarlo nunca más.
Napoleón acabó siendo vencido, y en el Congreso de Viena de 1815 se dibujaron de nuevo las fronteras de Europa. Austria, como una de las potencias ganadoras, se adueñó de las Provincias Ilirias, pero no unificó a Croacia en una sola región dentro de su Imperio sino que la mantuvo separada en dos: Dalmacia y Eslavonia. Se trataba del clásico “divide et impera”… pero la “Primavera de las Naciones” no iba a tardar en hacer su aparición. Por todo el continente a lo largo del siglo XIX surgieron sentimientos nacionales de pueblos integrados con mayor o menor fortuna dentro de grandes reinos. Así también los croatas, o mejor dicho los eslavos del imperio austriaco que buscando un nombre que pudiera satisfacerlos a todos denominaron a su movimiento como “Ilirio”, aunque era directamente eslavista. En 1832 el conde Janko Draskovic publicó “Las Disertaciones” en defensa de la lengua croata, y en 1848 fue el ban Josip Jelacic quien presentó en el Sabor “Las Reivindicaciones del pueblo”. Unos años más tarde, concretamente en 1871, tuvo lugar la “Revuelta de Rakovica” liderada por Eugen Kvaternika, de carácter netamente secesionista pero que una vez más fue aplastada a sangre y fuego por las autoridades imperiales. Kvaternika y los suyos lucieron la bandera croata, de nueva creación y combinada a partir de los colores paneslavos: rojo, blanco y azul. En el campo cultural nombres insignes se hicieron un espacio en el imaginario cultural croata: Ljudevit Gaj, gramático de la lengua croata y fundador del primer periódico en esta lengua en 1835, el Novine Horvatske; Vatroslav Lisinski, miembro del movimiento Ilirio, compositor de la primera ópera croata Ljubav i zloba; el ya citado pintor Ot Ivekovic, especializado en temas históricos y religiosos; y el genial Vlaho Bukovac, considerado por algunos como el mejor pintor croata de todos los tiempos.
El 1878 en el Congreso de Berlín el mapa de los Balcanes iba a sufrir serios cambios. Los otomanos perdieron en favor de los austriacos la región de Bosnia. El objetivo era convertir a este territorio en una especie de tapón en caso de guerra con los turcos, pero a medio plazo se vio los odios que generaba esta anexión. De todas maneras para los croatas iba a ser la primera vez desde hacía mil años que croatas de Croacia y de Bosnia estaban del mismo lado de la frontera. Por otro lado, es en esta época cuando surge el fenómeno del turismo. Recomendado por los médicos de la corte austriaca y con el apoyo de pintores como Rudolf Van Alt que realizó una excelente colección de paisajes, muchos serían los nobles vieneses que se animarían a pasar las vacaciones en las bellas costas dálmatas. Se construyeron villas veraniegas, se realizaron cruceros por el Adriático, y la propia familia imperial dio ejemplo pasando el verano en Croacia. A Lord Byron se le atribuye la expresión referida a Dubrovnik de “la perla del Adriático”, y es precisamente allí donde se construyó el Gran Hotel Imperial (hoy en día Hotel Hilton).
Pero esta idílica aunque artificial situación se vio rota cuando en 1914 es asesinado en Sarajevo el emperador Francisco Fernando de Austria a manos del joven Gavrilo Princip, que quería reivindicar que Bosnia debía integrarse en el reino de Serbia. Este magnicidio fue el causante del inicio de la I Guerra Mundial. Los eslavos del sur de Europa se vieron enfrentados en una guerra de imperios que provocaría que en 1917 se reunieran en la isla de Corfú para trazar un plan de ruta para crear un estado unitario de eslovenos, croatas y serbios.
Así es como en 1918, tras el final del conflicto bélico, y con la consiguiente desintegración del Imperio Austríaco se creó un nuevo país que poco después recibió el nombre de Yugoslavia (la tierra de los eslavos del sur). El estado nació marcado por la precipitación: reivindicaciones de los irredentistas italianos, imposición del modelo de estado centralista serbio, autoritarismo. Stefan Radic, líder del Partido Campesino (nacionalistas croatas), fue asesinado en 1928. Los croatas reclamaban una autonomía y la muerte de su líder provocó la aparición de un movimiento armado llamado Ustacha. La reacción del rey Alejandro I fue una nueva distribución territorial basada en las banovinas que buscaba la desaparición de las regiones históricas. En el caso de Croacia se partía (otra vez, como en tiempos de los Habsburgo) el territorio en dos, y además se entregaba a Montenegro la histórica ciudad de Dubrovnik. El rey, estando de visita oficial en Marsella en 1934, fue asesinado por una trama de opositores al régimen. Después de este luctuoso suceso, y a pesar de unos tímidos intentos por encontrar la reconciliación nacional, lo cierto es que debemos situarnos en 1941 cuando las tropas alemanas invadieron Yugoslavia, y fueron recibidas como libertadoras por las calles de Croacia. Se creó el Estado Independiente de Croacia, satélite de Berlín, liderado por el líder ustacha Ante Pavelic, y que durante cuatro largos años realizó una auténtica limpieza étnica de serbios en su territorio. Vale la pena recordar que no todos los croatas dieron apoyo a los nazis, ya que los partisanos yugoslavos eran liderados por un croata, Josif Broz “Tito” quien en poco tiempo y gracias a sus éxitos militares consiguió hacerse con el poder, siendo designado en 1945, tras la derrota del Eje, como presidente del gobierno de la proclamada República Popular de Yugoslavia. La nueva Yugoslavia nació con el objetivo de ser la casa común de todos los pueblos eslavos del sur y aún más, también de los albaneses, húngaros, gitanos y judíos que habían sobrevivido a la guerra.
Con una eficaz política de autogestión económica y un brillante modelo de política internacional basado en países no alineados, es decir aquellos que escapaban del área de influencia de estadounidenses y soviéticos, la Yugoslavia de Tito supo ganarse el reconocimiento internacional. Y allí donde no llegaba el genio yugoslavo lo hacía el crédito mundial.
Por lo que respecta en concreto al caso croata, Tito trató a los suyos con mano de hierro en guante de seda. No hubo represión a gran escala ni estigmatización de todo un pueblo, incluso geográficamente podemos considerar que Croacia salió ganando pues se le adjudicó la recién conquistada península de Istria, así como se eliminó el concepto de las Banovinas para unificar todo el territorio croata y se recuperó el control de Dubrovnik. Además se les otorgó una importante capacidad de desarrollo económico y una cierta autonomía. Las playas del Adriático poco a poco se fueron llenando de turistas venidos de diferentes partes del continente, siendo una de las principales fuentes de financiación del país.
A pesar de ello hubo también momentos de gran tensión, como en el caso del arzobispo de Zagreb Aloysius Stepinac, acusado por el titoismo de colaboración con el régimen ustacha durante la guerra mundial y condenado a 16 años de prisión. Stepinac era un símbolo para la comunidad católica croata. No llegó a cumplir íntegramente la condena, y fue recluido en su parroquia natal de Krasic, pero su nombramiento como Cardenal motivó la ruptura de relaciones diplomáticas con el Vaticano. Stepinac murió poco después, hay quien dice que envenenado… Fue beatificado por el papa Juan Pablo II en 1998.
También la “primavera croata”, conocida como “MasPok” (mosovni pokret, movimiento de masas) tuvo en jaque al sistema. El movimiento era liderado por intelectuales y miembros del Partido Comunista de Croacia, que pedían una mayor descentralización del estado. La represión policial fue dura, causando numerosas detenciones y depuraciones, entre ellas la de la propia líder de los comunitstas croatas, Savka Daboevic-Kucar. De todas maneras, poco después, 1974, se redactó una constitución en la que en parte se reconocían las aspiraciones del “MasPok” y abría las puertas a que Yugoslavia de facto se convirtiera en un futuro próximo en un estado confederal.
En 1980 se produce la muerte de Tito, entre grandes muestras de condolencia. La tribuna de personalidades en su entierro fue una de las pocas muestras de unidad internacional durante la guerra fría, y a nivel interno fue inmenso el dolor de la mayoría de los yugoslavos que consideraban a Tito como el padre de la patria. En realidad desde el mismo momento de su fallecimiento negros nubarrones parecieron cernirse sobre el futuro de los eslavos del sur. A pesar del proyecto constitucional que entre otros aspectos implantaba una presidencia anual rotativa con la clara intención de evitar una supremacía serbia, pronto se pasó del debate político al rencor étnico, añadiendo a todo ello una catastrófica situación económica que no se pudo o supo remontar. Y decimos supo porque a pesar de la ayuda que se pidió a organismos internacionales parece que el remedio fue peor que la enfermedad. Los hombres del FMI fracasaron en sus recetas neoliberales.
Mucho se ha escrito sobre las causas que motivaron la desintegración de Yugoslavia, y aquí sólo apuntaremos algunas de ellas y centradas en Croacia.
Los croatas rechazaban la hegemonía de los serbios que por razones demográficas e históricas siempre habían ejercido. Había que añadirle cuentas pendientes como los trágicos acontecimientos de la segunda guerra mundial con sus antecedentes de la primera Yugoslavia, además de importantes desequilibrios económicos entre Norte y Sur, y una mal disimulada tensión religiosa pues los croatas como ya hemos contado son católicos mientras que los serbios son ortodoxos.
Tampoco los dirigentes territoriales hicieron mucho para apaciguar los ánimos, más bien lo contrario, pues la mayoría antes que dejar su sitio a nuevos líderes que lideraran la transición democrática, prefirieron avivar el rencor étnico.
En junio de 1991 el estado yugoslavo entró en barrena cuando Serbia, dirigida por Slobodan Milosevic, decidió no reconocer al presidente de turno, el croata Stipe Mesic, y rechazó el proyecto de convertir a Yugoslavia en un estado confederal que hubiera podido evitar la desintegración. Los hechos se precipitaron.
Croacia proclamó la independencia el 25 de junio de 1991 tras celebrarse un referéndum que fue boicoteado por la minoría serbia con la llamada “Revolución de los troncos”. El encargado de liderar el proceso soberanista fue Franjo Tudjman, un hombre que contaba con un gran prestigio pues en su juventud había sido el general partisano más joven, luchando codo con codo con Tito, y ya durante el régimen comunista fue una de las caras visibles del “MasPok”, y fue precisamente esa amistad con Tito lo que le salvó, siendo simplemente castigado con el ostracismo hasta que las circunstancias lo devolvieron a primera línea convirtiéndose en presidente de Croacia.
Como hemos dicho anteriormente los serbo-croatas boicotearon el referéndum por la independencia allí donde eran mayoría, concretamente en las regiones de la Eslavonia oriental y occidental y en la Krajina. No se trataba de una población recién llegada, sino de gente que en algunos casos hacía siglos que estaba aposentada en esos territorios, que había huido de los otomanos, resistido y luchado, y que en tiempos más recientes había tenido que sufrir la persecución ustacha. Quizá su oposición a una Croacia independiente se hubiera podido mitigar con una amplia autonomía, pero el pacto no fue posible, y la guerra se hizo inevitable.
La guerra de independencia de Croacia, que es así como podemos llamarla tuvo dos fases muy definidas: un primer periodo a partir de 1991 de ofensiva federal yugoslava con el apoyo paramilitar de serbios y montenegrinos que produjo escenas dantescas como los asedios a Vukovar y Dubrovnik, y en la que sólo gracias a la tenacidad croata pudo evitarse la ocupación total del país; y un segundo periodo en 1995 en la que los croatas gracias a las operaciones “Flash” y “Tormenta”, que contaron con el visto bueno de los Estados Unidos, pudieron recuperar las regiones perdidas cuatro años antes.
Así llegamos a la fecha del 14 de diciembre de 1995 en la que se firmaron en París los Acuerdos de Dayton que hasta hoy en día son la piedra angular sobre la que se sostiene la paz en los Balcanes. Por parte de Croacia, el presidente Tudjman consiguió el reconocimiento de las fronteras de su país en base a las fronteras internas existentes en la antigua Yugoslavia, aunque por otro lado debía renunciar a la Gran Croacia con la que la mayoría de los nacionalistas soñaban, es decir unificar bajo un mismo estado a croatas de Croacia y de Bosnia.
Desde 1995 el camino de Croacia ha sido nítido: paz, reconstrucción e integración a Europa. Si bien es cierto que hasta el fallecimiento del presidente Tudjman en 1999 la comunidad internacional tuvo ciertas reticencias a cómo se desarrollarían los acontecimientos, los siguientes líderes croatas, con reforma constitucional incluida, han trabajado activamente para mostrar la cara más amable de Croacia al mundo. Se facilitó el retorno de refugiados, se colaboró con el Tribunal Penal Internacional para la detención de presuntos criminales de guerra, y se aceleró el ingreso croata en todo tipo de instituciones internacionales que avalaran su legitimidad democrática. La crisis económica también ha afectado duramente a Croacia, aunque el país confía sobretodo en su potencial turístico, locomotora económica del país. Tras unas duras negociaciones con Eslovenia, que vetaba el ingreso de Croacia a la Unión Europea por una cuestión de acceso a aguas internacionales, finalmente durante el gobierno de Jadranska Kosor se pudo llegar a un acuerdo para que el acceso de Croacia se hiciera efectivo a partir del 1 de julio de 2013.
Sin duda, la vocación europeísta y la reciente evolución democrática de Croacia debe ser un ejemplo a seguir para el resto de los países de la antigua Yugoslavia.
Octavi Mallorquí. Barcelona.
Colaboración. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 2 Agosto 2013.