La truculenta historia de Luis Bárcenas parece no tener fin. Inmersos en una compleja situación socioeconómica, las noticias sobre corrupción se solapan y colapsan nuestros medios de comunicación. Tras muchos meses de rumores, de papeles y de indignación social, la estrategia del extesorero del PP ha dado un giro mortal para su partido: el partido del Gobierno.
En un primer momento, ante la esperanza de que el Gobierno lo respaldase, Bárcenas declaró no ser el autor de aquellos papeles que habían sido filtrados y que mostraban grandes sumas de dinero repartidas entre los miembros del partido. Dinero público supuestamente distribuido por las sucias manos de los políticos, cuentas en Suiza para escapar de Hacienda… un revoltijo de números que no hacía más que aumentar el desconcierto general, un desconcierto que amenazaba con tocar de lleno en el corazón del Gobierno.
Los supuestos 22 millones de euros que había acumulado el extesorero del PP suponían una ingrata sorpresa para la sociedad española. Y desde Génova, el partido trataba de presentar a Bárcenas como el vil ladrón y a ellos como meras víctimas. Por su parte, la prensa apremiaba al extesorero y los escándalos eran cada vez mayores, mientras que su partido se limitaba a evitar cualquier intromisión que le salpicase. Paulatinamente la presión fue en aumento, hasta el punto de crear un abismo entre ambas figuras; Bárcenas se había convertido en el peculiar Voldemort del PP y la relación entre ambos estaba totalmente quebrada.
El supuesto apoyo que creía iba a recibir se esfumó por completo con su entrada en prisión el pasado 27 de junio. El juez Ruz dictó prisión provisional comunicada y sin fianza para Luis Bárcenas Gutiérrez por los presuntos delitos contra la Administración Pública, contra la Hacienda Pública, de blanqueo de capitales, de estafa procesal en grado de tentativa y de falsedad en documento mercantil, lo que propició un vuelco en su estrategia mediática, tan estudiada, para dar lugar a un ir y venir de acusaciones a los miembros del Gobierno; en su particular punto de mira, Mariano Rajoy y Mª Dolores de Cospedal, Presidente y Secretaria General respectivamente.
Este giro repentino hizo que los abogados de Bárcenas, Miguel Bajo y Alfonso García Trallero, renunciasen a su defensa y a la de su mujer, alegando disparidad de criterios con su cliente para dejarlo. Las declaraciones que realizó unos días antes propiciaron un tenso ambiente que se fragmentaba por momentos ante la falta de confianza entre ambas partas. Una muestra más de que el partido no estaba dispuesto a soportar ninguna difamación.
Desde entonces, el dedo acusatorio de Bárcenas ha señalado que todos conocían los sobresueldos y que nadie se negaba a ello. Además, ha afirmado que el Partido Popular hizo pagos en B a sus dirigentes y recibió donaciones que vulneraban la legalidad. Por otra parte, el extesorero ha asegurado que su labor en el partido radicó en prolongar la de su predecesor, Álvaro Lapuerta. Un embrollo de cuentas que se salda con 20 supuestos años de financiación ilegal del partido, lo que, de demostrarse, supondría un duro revés para la derecha española.
Hay que tener muy en cuenta la complicada situación en la que se encuentra actualmente el Gobierno. Entre la espada y la pared, cualquier paso en falso puede desmoronar los pocos pilares que le quedan. Además, ante la necesidad de mantener apartada la imagen del extesorero para evitar cualquier relación con la corrupción, la distancia ha supuesto un arma de doble filo que aprieta el cuello del partido. Demasiados secretos y presuntos delitos afloran cada mañana y se hacen eco en la prensa gracias a las declaraciones del supuesto ladrón de guante blanco.
Necesitamos respuestas para tantas preguntas, pero el Gobierno continúa amparándose en vagos eufemismos y sucios rodeos para evitar cualquier enfrentamiento con los periodistas. Faltan ruedas de prensa con verdaderas preguntas; con preguntas sin pactar. Ruedas de prensa en las que no haga falta leer un papel para relatar las ideas y explicaciones. Y mientras seguimos sin todo esto, las acusaciones directas recaen sobre los altos cargos que gobiernan este país.
La dimisión supondría admitir que todo eso es cierto, o al menos en parte. Por lo tanto, se aferran con uñas y dientes al trono (tómense un segundo para imaginar semejante estampa) y tratan de desviar la atención para a otros temas menos delicados. Sin embargo, las pruebas y testimonios van forjando una imagen difícil de limpiar para el actual Gobierno.
Luis Bárcenas está en prisión, pero no está dispuesto a ser el único. La corrupción salpica de lleno a la política, independientemente de ideologías y partidos, y parece que la lista de imputados es interminable. Él no es, o no debería ser, nuestro objetivo. Es parte de una trama que ha estado aprovechándose del dinero de todos los españoles; riéndose de todos nosotros. Pero afortunadamente, la Justicia parece haber vuelto a la cordura para defendernos de los injustos robos que hemos sufrido a ciegas. Sumas inimaginables para cualquier trabajador. Recortes en sectores vitales para la sociedad, pero millones en bolsillos ajenos, en paraísos fiscales para unos cuantos muy listos.
El peculiar show que se ha creado a raíz de estos enfrentamientos tiene todavía un largo camino por recorrer. Se espera con ansia una comparecencia que esclarezca los hechos, que demuestre que nuestros mayores dirigentes no se han aprovechado del dinero público; aquellos que hipócritamente reclamarían un esfuerzo ciudadano mientras sus cuentas en el extranjero engordaban a ritmo desenfrenado.
Parece que ahora el señor Bárcenas, aunque no creo que merezca semejante apelativo, es el bueno de su atípica telenovela. Colabora mediante sus testimonios en el enrevesado proceso judicial, dando detalles desconocidos y uniendo los cabos que parecen no tener fin. Él tiene la llave para aclarar este complejo tejemaneje, o al menos parte de ella, ya que conoce de buena mano las cuentas del que fue su partido. Falta saber si por fin se hará justicia; si el dinero será devuelto a las arcas públicas y si el castigo será ejemplar. De momento, todos viven tranquilos y solo ellos saben si los supuestos millones repartidos en sobres y maletines llegaron a su destino.
Luis Bárcenas sería el estandarte de la corrupción. El ejemplo de años de maligna astucia, con al menos 47 millones de euros en sus cuentas distribuidas por medio mundo, ejemplo que muchos otros han tomado para no quedarse atrás en esta característica carrera. Poco a poco se va tejiendo una historia con sentido que revela los misterios de los políticos españoles, inmersos en demasiados procesos judiciales pero impunes por el momento.
El silencio de los peperos no resistirá mucho más el embate del aguijón periodístico. Más cuarto poder que nunca, esperan con ansia nuevas revelaciones que terminen el puzle que comenzó en enero. Como siempre, continuará.
Elena Rodríguez Flores. Madrid.
Colaboradora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 30 Julio 2013.
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