Qatar, el influyente emirato petrolero del Golfo – por Darius Pallarès

Como el resto de las pequeñas monarquías de la Península de Arabia, la historia contemporánea de Qatar ha estado marcada por su sometimiento al protectorado británico, a excepción del período en que estuvo bajo la autoridad del gobernador otomano de Basora (1872-1915). De hecho, su independencia en 1971 no supuso la ruptura de sus vínculos con las potencias occidentales, que incluso se reforzarían raíz del descubrimiento y la explotación de sus inmensos yacimientos de hidrocarburos: las reservas de petróleo del país están estimadas en 15 mil millones de barriles, y las de gas natural –unos 26 billones de metros cúbicos– son las terceras más grande del mundo.

Qatar, una pequeña península situada en el Golfo Pérsico –sólo tiene un tercio de la extensión de Cataluña–, es gobernada desde mediados del siglo XIX por los miembros de la dinastía al-Tani, descendientes de un comerciante local que tomó el poder con la protección de británicos y otomanos, y con la independencia se constituyó como una monarquía absolutista, donde la versión wahabí del islam suní se convirtió religión de estado. El poder ejecutivo descansa en un Consejo de Ministros elegido por el emir entre los notables y los miembros de la familia al-Tani. Sólo existe una asamblea, la Majlis al-Shura, con competencias meramente consultivas. Esta situación cambió parcialmente a raíz del golpe palaciego de junio de 1995, que destituyó al jeque Halifa ibn Ali al Tani y lo sustituyó por su primogénito, Hamad ibn al-Tani. Entonces se inició una liberalización política bastante moderada. En este sentido, una nueva Constitución, que entró en vigor en 2005, permitió que 30 de los 45 miembros de la asamblea fueran elegidos por sufragio universal (el resto seguirían siendo designados por el emir) y amplió sus atribuciones como proponer la adopción de leyes, aprobar y enmendar el presupuesto o debatir la política del Gobierno. Sin embargo, la Constitución no prevé la creación de partidos políticos, aunque reconoce el derecho a la libertad de expresión y asociación y la libertad de culto.

Pero, a pesar de esta tímida liberalización, la situación del emirato en materia de Derechos Humanos aún deja mucho que desear en cuanto a la libertad de expresión (las críticas al emir o al gobierno pueden conllevar penas de prisión), los comportamientos privados (la homosexualidad y el adulterio son duramente penados por la ley) y la aplicación de castigos corporales. En cuanto a la situación de las mujeres, según el informe de Amnistía Internacional de 2011, éstas aún siguen estando discriminadas en el ámbito legal y no reciben la debida protección contra los casos de violencia en el ámbito familiar.

En el aspecto económico, sus reservas energéticas, explotadas desde la década de 1940, y controladas directamente por el Estado desde 1974, son la base de su prosperidad –Qatar tiene el PIB per cápita más grande del mundo. Sin embargo, ya diferencia de sus vecinos, el emirato ha sabido hacer uso de las rentas petroleras para diversificar y modernizar su economía, y no tener que depender exclusivamente de la exportación de crudo, cuyos precios están demasiado sometidos a los vaivenes de los mercados internacionales. Así pues, desarrolló una serie de industrias vinculadas con el refinado del petróleo, la petroquímica, los abonos y la siderurgia. Igualmente, amplió su actividad financiera, fomentando las inversiones en el extranjero –en 2007, la Qatar Investment Authority se hizo con el 20% de la Bolsa de Londres.

En los últimos años, el emirato está viviendo una verdadera fiebre constructora. A raíz de la adjudicación de la Copa del Mundo de fútbol del año 2022, se prevé que las inversiones en infraestructuras serán de aproximadamente unos 100 mil millones de dólares. Esto incluye varios proyectos ferroviarios, como la inversión de 25.000 millones de dólares en la red ferroviaria –incluyendo diferentes líneas de metro ligero y una línea de alta velocidad–, y los planes para mejorar la red de carreteras, tanto interiores como las que comunican con los países vecinos. Todo ello sin contar con la construcción de nueve estadios y la remodelación de otros tres, además de estar proyectados 24 hoteles y 48 campos de entrenamiento, aparte de otros complejos residenciales y turísticos.

Pero esta intensísima actividad económica nos lleva a tratar uno de los principales talones de Aquiles de Qatar: la cuestión social relacionada con la población migrante, que supone el 80% de los cerca de 2 millones de habitantes del emirato, y el 94% del total de la fuerza del trabajo. Esta proviene sobre todo de Asia (iraníes, indo-paquistaníes y nepaleses) y de otros países árabes (jordano-palestinos, omaníes, egipcios y norteafricanos), y es ocupada sobre todo en la construcción y en el servicio doméstico. La población migrante no sólo tiene un nivel de vida inferior al de los ciudadanos qataríes, sino que además, como denuncian la Confederación Sindical Internacional y Human Rights Watch, vive sometida a unos regímenes de contratación abusivos ya unas condiciones laborales que vulneran sistemáticamente las normativas vigentes sobre la salud y la seguridad laboral, cobrándose la vida de cientos de trabajadoras y trabajadores.

Pero, por otra parte, otro foco de tensión han sido los conflictos fronterizos con los países vecinos. Qatar ha mantenido relaciones conflictivas con Bahrein por la soberanía del islote de Fach al-Dibei, la isla de Huwara y el territorio de Zubar. Mantuvo un largo contencioso territorial con Arabia Saudí que no se resolvió hasta 2008. También ha tenido litigios fronterizos con los Emiratos Árabes Unidos (EAU), y con Irán por el fondo marino situado en el noreste de la península –donde se encuentra el yacimiento de gas natural de North Field.

Este hecho y su situación geográfica, en medio de las dos potencias regionales del Golfo Pérsico –Arabia Saudí e Irán–, le han llevado a llevar a cabo una política exterior independiente y bastante ambivalente pues, a pesar de formar parte del Consejo de Cooperación del Golfo, mantiene una postura crítica con el liderazgo de Arabia Saudita en el seno de esta organización, a la vez que mantiene relaciones con Teherán –ha defendido el derecho de Irán a desarrollar la energía nuclear. También ha abierto relaciones diplomáticas y comerciales con Israel, aunque esto no le impide ser uno de los principales países que más ayuda financiera ha proveído al gobierno de Hamás en la Franja de Gaza desde que Tel Aviv estableció el bloqueo de este territorio. Igualmente, Qatar se convirtió en una pieza clave en la lucha antiterrorista iniciada por EEUU tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, acogiendo la base aérea de Al Udeid, una de las mayores bases estadounidenses ubicadas en un país árabe, lo cual no ha sido obstáculo para que en 2012 los talibán abrieran una oficina en Doha, la capital del emirato, como paso previo al establecimiento de las conversaciones de paz con el gobierno afgano. En el actual contexto marcado por los conflictos y procesos suscitados por la llamada «Primavera árabe» apoya, junto con Turquía, a los grupos de la oposición siria organizados alrededor del Consejo Nacional Sirio y del Ejército Sirio Libre. De la misma manera, ambos países apoyaron al depuesto gobierno de Mursi en Egipto, en contraste con la ayuda financiera que Arabia Saudí, Kuwait y los EAU están dando al actual gobierno interino.

Muy relacionado con esto, está la creación en 1996 de la cadena de televisión por satélite en lengua árabe, Al Jazeera. Sostenida inicialmente por la familia real qatarí, ha devenido un verdadero fenómeno que ha marcado un antes y un después en la historia de los medios de comunicación en el mundo árabe en ofrecer un servicio de noticias alternativo al proporcionado por las cadenas de televisión gubernamentales; haciéndola entrar en conflicto con regímenes árabes de diferente color político –la cadena está vetada en Jordania, Siria, Kuwait, Arabia Saudí y Argelia. También ha tenido sus tensiones con EEUU para emitir mensajes y entrevistas de Bin Laden y de otros miembros de Al Qaeda, y también por publicar documentos referentes a la guerra de Irak divulgados por Wikileaks. Más recientemente, ha recibido fuertes críticas por tratamiento excesivamente parcial respecto de la guerra civil siria en favor de la oposición.

En conclusión, Qatar es considerado como el caso paradigmático de cómo la riqueza proveniente de la explotación de las reservas de hidrocarburos (la savia que alimenta el motor de las economías occidentales) ha hecho que un emirato, diminuto tanto en dimensiones como en población, se convierta en un actor con una gran influencia política y económica en el mundo árabe capaz de igualar a la de las grandes potencias regionales e internacionales.

Darius Pallarès Barberà. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 28 Julio 2013.

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