Vivimos en unos tiempos convulsos en los que la información nos satura. Nunca antes tuvimos al alcance de nuestra mano tantos canales y medios de comunicación como ahora pero nunca antes tampoco tenemos tanta confusión. En este país las noticias de cabecera de los principales canales de televisión nos muestran diariamente una crisis económica despersonalizada con cifras que deberían decirnos algo y casos de corrupción en todos los partidos políticos que son la viva muestra de una descomposición nacional. Las noticias del ámbito internacional son cada vez menos y más breves, de vez en cuando un atentado en algún sitio, una guerra civil estancada, o una amenaza latente para meternos el miedo en el cuerpo. Y después un bloque de noticias irrelevantes con las que reconfortarnos que de su cometido de relleno han pasado a ocupar cada vez más espacios. Todo digno de estudio, pero no tanto por las informaciones que nos muestran la mayoría de medios de información, si no por esta forma transfigurada de hacer periodismo.
Tal como yo entiendo el periodismo este debería de ser la profesión en la que los implicados en la misma fueran capaces de relatar el mundo más cercano y más lejano que nos rodea y que de alguna forma nos afecta como personas tanto en lo más grande como en lo más pequeño. Ya hace algunos años en un artículo en esta misma sección (*1) argumentaba que los medios de comunicación deberían de informar ante todo de aquello que afecte de alguna u otra manera a un gran número de personas, es decir, de aquello que tenga realmente trascendencia social. Por esa razón proponía que los conflictos armados o políticos -esto no es una reiteración pues si es cierto que todo conflicto armado tiene una implicación política no todos los conflictos políticos llegan a las armas- estuvieran cubiertos mientras estuvieran en activo. Pero iba más allá proponiendo también un trabajo periodístico no solo durante el conflicto si no también en la postguerra e incluso antes del estallido. La labor del historiador en este proceso juega un papel fundamental. Todo ello contextualizado para que el receptor no solo estuviera informado si no que lograra entender el conflicto y también ser capaz con su sentido critico de expresarse y tomar sus decisiones políticas. Esta forma de hacer periodismo, y no solo la participación en las redes sociales, es la que permitiría ser a las personas elementos activos en cuestiones que aparentemente están fuera del alcance de nuestras manos.
La ingente cantidad de noticias sobre la crisis económica y los innumerables casos de corrupción política generan un hartazgo en los receptores que tienen una mínima sensibilidad que provoca un descreimiento y resentimiento con el sistema económico y político. Frases como todos los políticos son iguales son un lugar común. Pero esto que podría significar un revulsivo la mayoría de las veces ejerce un efecto paralizante dejándonos una vez más en las manos de los que manejan la situación. Todo aquello que nos ofrecen los grandes medios de comunicación -que están en manos de grandes empresas de comunicación muchas veces vinculadas a otros sectores económicos- no nos engañemos es para mantener el actual estado de cosas. La máxima expresión política de esto es el bipartidismo entre el partido conservador y el progresista dando igual el país en el que se enfrenten: en lo fundamental están de acuerdo. Sucede lo mismo con la producción cultural salvo honrosas excepciones. La prensa, la televisión, la radio, el cine y hasta la literatura a lo único que han llegado es a generar modelos de comportamiento que nosotros consciente o inconscientemente reproducimos. Esto puede verse con la mayor claridad en los regímenes dictatoriales -el régimen franquista sin ir muy lejos fomentaba a través de todo tipo de medios un modelo de mujer sometida al hombre- pero también en las democracias: en los cuarenta en los Estados Unidos la mujer en el cine era independiente porque se había puesto a trabajar mientras los hombres luchaban en la guerra, mientras que a su regreso en los cincuenta se convertirá en la perfecta ama de casa. Y no es que haya ningún tipo de conspiración son sin más tendencias. Pero estábamos hablando del periodismo deseado, aquel que debería cumplir una función fundamental en nuestras democracias haciendo posible que los ciudadanos estén informados y tomen sus decisiones políticas en plena libertad.
Me gustaría terminar recordando unos hechos que acaecieron en nuestro país en el año 1981. El 23 de febrero una intentona golpista encabezada visiblemente por el teniente coronel Antonio Tejero amenazaba con devolver a España al período dictatorial. El capitán general Jaime Milans del Bosch sacó los tanques a las calles de Valencia pero todo aquello, aunque el general Alfonso Armada intentó mediar entre las partes para imponer un hipotético gobierno de unidad nacional liderado por él mismo, quedó en nada, primero por la negativa de sublevarse del resto de militares, y segundo por la irrupción en televisión de Juan Carlos I oponiéndose a la intentona y llamando al orden al ejército. Los partidos políticos catalanes y vascos mantienen que la promulgación en el mes de julio de 1982 de la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA) que limitaba el desarrollo autonómico fue una consecuencia de la intentona golpista. En primavera en las regiones del centro y el norte del país empezaron a enfermar miles de personas por razón desconocida. Empezaron a morir enfermos y entonces se empezó a hablar de una neumonía atípica y con la llegada del verano del aceite de la colza. La versión oficial establecía que unos desalmados habían desnaturalizado para lucrarse una partida ingente de aceite de colza. Hipótesis que no explicaba porque solo enfermaron algunas familias -y dentro de éstas solo algunos miembros- cuando el aceite de colza fue consumido de un modo generalizado, como tampoco se explicaba porque el número de casos descendió un mes antes de la retirada de las partidas del aceite supuestamente contaminado. Voces disidentes como la del doctor Antonio Muro propusieron como el origen de la enfermedad el consumo de una partida de tomates tratados con un compuesto de insecticidas organotiofosforados, cultivados en la localidad de Roquetas de mar, en Almería. El periodista e investigador Andreas Faber Kaiser fue uno de los primeros en divulgar toda esta historia alternativa a la versión oficial en su libro Pacto del Silencio (*2), en el que como su propio título anuncia denunciaba un pacto entre las principales fuerzas políticas para silenciar el origen de esta tragedia. El síndrome tóxico mató a más de mil personas y envenenó a 60.000. El 30 de mayo de 1982 España -país en la que habían bases norteamericanas desde los años cincuenta- ingresó finalmente en la OTAN. Todo ello de gran trascendencia social.
Anotaciones:
1. Me refiero a este artículo: Causas justas olvidadas y el papel de los medios – por Francesc Sánchez
2. Para una mayor información puede leerse la reseña de Pacto del Silencio, el artículo La mentira de la colza de Andreas Faber Kaiser, y oirse el programa en catalán y castellano Arxiu Secret de Catalunya Radio La Síndrome Tòxica.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 2 Mayo 2013.