Marruecos: absolutismo, liberalismo económico y el conflicto saharaui – por Darius Pallarès

Marruecos, situado en el extremo occidental del Magreb, ha gozado históricamente de una estabilidad política e institucional mucho más grande que la del resto de los países del entorno gracias a la permanencia de la dinastía de los Alauíes, que gobierna desde mediados del siglo XVII, y cuyos miembros han ostentado una doble legitimidad política y religiosa (con el título de comendador de los creyentes). Sin embargo, este hecho no le libró de la codicia de los países europeos, sobre todo de Francia y España, atraídos por su estratégica situación geográfica –en la entrada del Mediterráneo–, y por sus recursos agrícolas y mineros, tan próximos los mercados europeos. La penetración colonial culminaría con el Tratado de Fez de 1912, por el que Marruecos se convertía en un protectorado francés, cediendo a España el control de los territorios del norte cerca de Ceuta y Melilla y los del sur limítrofes con el Sáhara Occidental (territorio que había comenzado a colonizar hacia 1880).

En la década de 1950 se inició el proceso de independencia, que aglutinó a la población alrededor de dos focos de oposición anticolonial. Por un lado, el futuro rey Mohammed V, cuya resistencia a someterse a las directrices de la Residencia General (la administración colonial francesa en Marruecos) provocaría su expulsión del país en 1953. Y por otra parte, la actividad de las organizaciones surgidas al amparo del partido nacionalista marroquí, el Istiqlal, en las movilizaciones que culminarían en la huelga general de Casablanca de 1952, cuya represión por parte de las autoridades francesas daría lugar a la proliferación de atentados y acciones armadas.

Así pues, la monarquía personificada en la figura de Mohammed V y el movimiento nacionalista liderado por Istiqlal se convirtieron en las dos principales fuerzas políticas de Marruecos en el momento de su independencia en 1956. Pero sería Mohammed V quien consolidaría finalmente su poder gracias al control de las redes clientelares de un país mayoritariamente rural (el 61% de la población activa formaba parte del sector primario en 1965) y la fidelidad de un ejército organizado por su hijo, el futuro rey Hassan II. Por su parte, el Istiqlal sufriría varias divisiones internas, destacando la del ala izquierdista, dirigida por Mehdi Ben Barka, que daría lugar a la Unión Nacional de Fuerzas Populares en 1959. De esta manera, se instauró un régimen semi-absolutista donde, a pesar de reconocer ciertos derechos y libertades (sindicales, de opinión y de asociación), instaurar un Tribunal Supremo y celebrar elecciones municipales por sufragio universal, el poder supremo y la soberanía recaerían en la figura del monarca, que nunca consentiría la formación de una Asamblea Nacional.

Con el inicio del reinado de Hassan II en 1961, se produciría un recrudecimiento del autoritarismo con una represión implacable sobre la oposición y el control gubernamental en todos los niveles de la vida política y la prensa. Son también años de enfrentamientos fronterizos con Argelia (Guerra de las Arenas de octubre de 1963) y de la ocupación militar del Sáhara Occidental en 1975, un territorio el estatus final del cual aún está pendiente de un referéndum prometido en 1981, y que sigue siendo el escenario de un conflicto armado entre el Frente Polisario y Marruecos, que tuvo su momento álgido entre 1976 y 1986.

A nivel económico, como el resto de los países del Magreb, Marruecos empezó su camino independiente adoptando un modelo de desarrollo basado en el intervencionismo estatal. Pero la crisis económica de finales de la década de 1970 y de la década de 1980 supuso un aumento del déficit de las cuentas públicas y el incremento de la deuda externa (en 1975 ya suponía el 20% del PIB). Así, a comienzos de la década de 1980 se inició un proceso de reformas económicas siguiendo las recomendaciones del FMI, basadas en los ajustes presupuestarios y la liberalización, con la adopción de los Planes de Ajuste Estructural y la adhesión al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), todo para promover la inversión extranjera y las exportaciones.

Pero estas reformas han tenido un precio muy alto. Las revueltas del pan de 1981, 1984 y 1990 revelaron el profundo malestar existente, provocado por el proceso de polarización social de un país donde, mientras dos terceras partes de la población vivían en el umbral de la pobreza, unas pocas familias controlaban el 55% del capital industrial privado, y la familia real disfrutaba de una quinta parte de la riqueza del país.

Sin embargo, en la segunda mitad de los noventa las inversiones extranjeras, sobre todo europeas, en sectores claves (textil, turismo, agroalimentación) y los movimientos migratorios internos (del campo a la ciudad) y externos (hacia Europa) contribuyeron a mejorar un poco la situación económica y a aliviar la tensión social. Así pues, con las reformas económicas Marruecos se ha convertido en un importante centro industrial para Europa, con la creación de zonas francas de exportación y la firma de una serie de acuerdos comerciales preferenciales, convirtiéndose en un mercado atractivo para la Unión Europea.

El principal sector industrial marroquí es el de la confección textil, uno de los primeros en ser objeto de las transformaciones en producción y distribución, es decir, la segmentación, externalización y deslocalización de las partes del proceso productivo más intensivas en mano de obra y de menor preparación técnica. Dicho proceso está muy relacionado con los cambios experimentados en el mundo rural marroquí, con el fomento de la agricultura de exportación en detrimento de la de subsistencia, haciendo que las familias campesinas envíen a sus hijas a trabajar a las ciudades industriales para completar los ingresos familiares. Así, se ha dado forma a un tipo de empleo donde más del 70% de los puestos de trabajo son femeninos, los sueldos son bajos y las oportunidades de promoción son casi nulas. Pero al mismo tiempo, la consideración tradicional del trabajo femenino como ingreso complementario al del hombre ha entrado en crisis con la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, haciendo que su aportación a la economía familiar iguale, e incluso supere, la de los hombres.

A nivel político, la presión interna e internacional hizo que a mediados de los noventa se iniciara un tímido proceso de apertura política: adopción de una nueva Constitución en 1996; celebración de elecciones municipales y legislativas en 1997, y liberación de presos políticos en 1998. Con la muerte de Hassan II en 1999 y el acceso al trono de Mohammed VI, hubo una aparente liberalización de los medios de comunicación –aunque la crítica a la monarquía sigue siendo imposible– y la apertura de espacios para la oposición política, la actividad sindical y otras formas de organización de la sociedad civil como las asociaciones que trabajan contra el analfabetismo, la pobreza y el desempleo, y en favor de los derechos humanos, los derechos de las mujeres y los del pueblo bereber. También se puso en marcha un proyecto de modernización basado en las infraestructuras y el desarrollo del norte –marginado históricamente por Hassan II.

Sin embargo, todavía existen enormes brechas en la cohesión social y entre el mundo urbano y rural. Además, la represión y las violaciones de los derechos humanos siguen vigentes; persisten déficits muy importantes en educación, salud y oportunidades laborales para los jóvenes, y el clientelismo y la corrupción siguen predominando. Por otra parte, el conflicto del Sáhara Occidental, un territorio donde la población vive sometida a la marginación social y económica y a la vulneración de derechos y libertades, cuestiona la credibilidad del cualquier proceso democratizador.

Así pues, la polarización social agravada por las reformas económicas y la represión de la disidencia confluyeron con el estallido de las revueltas de Túnez y Egipto de finales de 2010 y comienzos de 2011, dando lugar a las manifestaciones del Movimiento del 20 de Febrero. Sin embargo, se olvida que en noviembre de 2010 (un mes antes del estallido de la revuelta tunecina) la ciudad saharaui de El Aaiún fue escenario de un levantamiento protagonizado por una juventud que, al margen de las directrices del Frente Polisario, reivindicaba el fin de la discriminación, la igualdad de oportunidades y el respeto a los derechos humanos. Este episodio explica en parte el hecho de que en Marruecos existen todavía profundas divisiones y contradicciones que, a la postre, han impedido que la ola revolucionaria consiguiera los éxitos que obtuvo en Túnez y Egipto.

Darius Pallarès Barberà. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 25 Abril 2013.