Bergoglio y la Argentina de los años 70 – por Darius Pallarès

El nombramiento del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como nuevo Papa con el nombre de Francisco se ha convertido, como era de esperar, en un nuevo fenómeno mediático acompañado de la consabida plétora de artículos, opiniones, análisis y comentarios ensalzando su figura o, al contrario, criticándola. Si entre los primeros se ha hecho hincapié sobre todo en que se trata del primer sumo pontífice latinoamericano, y también el primer jesuita que accede a dicho cargo, entre los segundos se ha puesto de relevancia su papel durante los oscuros años de la dictadura militar argentina de 1976-1983, ya que entre 1973 y 1979 fue Prepósito Provincial de la Argentina, el cargo más importante a nivel nacional dentro de la Compañía de Jesús, orden en la cual ingresó a finales de la década de 1950.

Pero entre las diversas críticas vertidas contra Bergoglio, y que han circulado por las redes sociales, la más difundida ha sido una fotografía en la que aparece un sacerdote de espaldas dando la comunión al general Videla. A pesar de que se ha insistido en que dicho sacerdote es Bergoglio, ello es más que dudoso ya que algunas fuentes indican que se trata de otra persona, que la imagen fue tomada en 1990, y además, también existe un video de dicha ceremonia. Dado que a mi entender se trata de un ejemplo de manipulación, que hace un flaco servicio a la justicia y a la memoria de las víctimas de la dictadura, y en el esclarecimiento del papel que jugó la Iglesia, considero oportuno hacer una breve exposición del contexto histórico de la Argentina de la década de 1970, del papel jugado por la Iglesia y de cuáles fueron los actos que se atribuyen a Bergoglio.

Por aquellos años, Argentina atravesaba por un periodo de crisis económica, conflictividad social e inestabilidad política. Desde el golpe militar de 1955, que derrocó el segundo gobierno de Juan Domingo Perón, y tras una etapa de alternancia de gobiernos civiles y de gobiernos militares de facto, a partir de 1966 estaba vigente una dictadura militar. Estos y otros factores contribuyeron a que el peronismo, que se encontraba excluido del juego político, y con su líder en el exilio, se convirtiera en un movimiento de masas cada vez más heterogéneo que abarcaría a casi todo el espectro político del país, de izquierda a derecha.

Así pues, mientras en un extremo estaban los sectores conservadores y ortodoxos del peronismo “histórico” y de la élite dirigente del poderoso movimiento sindical, en el otro fue tomando forma un peronismo izquierdista que se denominó Tendencia Revolucionaria, integrada por sectores universitarios, de la Juventud Peronista, del sindicalismo crítico con sus dirigentes y de la intelectualidad. Al calor de la influencia que la Revolución cubana de 1959 estaba ejerciendo en Latinoamérica, dentro del peronismo revolucionario surgieron diversos grupos guerrilleros que lucharon contra la dictadura, entre los que destacó la organización Montoneros, que acabaría absorbiendo al resto de grupos armados y mantendría estrechos vínculos con otros sectores de la extrema izquierda, especialmente con la organización político-militar Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP).

Desde su exilio, Perón mantuvo una posición de equilibrio entre las diferentes facciones peronistas con el objeto de aunar fuerzas para precipitar la caída de la dictadura y favorecer su retorno al poder. Pero con la reintegración del peronismo a la legalidad, bajo la denominación de Frente Justicialista de Liberación, y el triunfo de su candidato, Héctor J. Cámpora, en las presidenciales de marzo 1973, se acrecentaron las tensiones dentro del movimiento. Estas se manifestaron de forma trágica en la masacre en el aeropuerto de Ezeiza el 20 de junio, donde miembros armados de la derecha peronista abrieron fuego contra la multitud que esperaba el avión que había de traer a Perón de retorno del exilio, causando 13 muertos y 365 heridos. La masacre de Ezeiza precipitó la caída de Cámpora, favoreciendo el retorno de Perón a la presidencia de la nación tras su aplastante victoria en las elecciones de septiembre. Pero ello marcó el distanciamiento de la izquierda peronista respecto de Perón, que se escenificó en la concentración del 1º de mayo de 1974, donde Perón pronunció un discurso muy crítico con la juventud montonera que causó un profundo descontento entre la izquierda.

A partir de entonces, Perón comenzó a promover la depuración de los sectores revolucionarios de dentro del partido y la destitución de los gobernadores provinciales vinculados a dicha tendencia. Paralelamente, desde el entorno de la vicepresidenta, y tercera esposa de Perón, María Estela Martínez, conocida popularmente como Isabel o Isabelita, el ex policía y ministro de Bienestar Social, el ultraderechista José López Rega, que ejercía una gran influencia sobre Isabel, promovía la guerra sucia contra la izquierda a través de la organización parapolicial Alianza Anticomunista Argentina, más conocida como la Triple A.

La muerte de Perón en julio de 1974 llevaría a Isabel a asumir la presidencia. Pero ello no hizo más que agravar la situación del país, donde los asesinatos y atentados protagonizados por la Triple A y otras organizaciones de ultraderecha, en connivencia con el ejército y la policía, tenían su contrapartida en los perpetrados por Montoneros y el PRT-ERP, aunque estos habían perdido la capacidad ofensiva que habían alcanzado durante los años 60 y principios de los 70. Además, la precaria situación económica empeoró con la crisis energética de 1973, agravando el malestar social. La incapacidad del gobierno de Isabel para poner fin a la violencia política y paliar los efectos de la crisis económica hizo que los militares volviesen a tener un mayor protagonismo político. Finalmente, en marzo de 1976 una junta militar presidida por el general Jorge Rafael Videla asumía en control del país sumiéndolo en un régimen de terror que se autodenominó Proceso de Reorganización Nacional.

La junta militar se planteó el doble objetivo de establecer un modelo económico y social de corte neoliberal, en sintonía con los intereses de los grandes grupos económicos nacionales y extranjeros, y el aniquilamiento de los movimientos políticos y sociales que podían oponerse a dicho proyecto. Así fue como se desató una brutal campaña de exterminio mediante el secuestro, la detención y el confinamiento en centros clandestinos, y la práctica sistemática de la tortura y el asesinato de toda persona disidente; y en la que no sólo participaron los militares, sino también muchos miembros de la Triple A y de otras organizaciones afines. Se calcula que en unas 30.000 personas desaparecieron durante el Proceso, de las cuales sólo unas 1.500-2.000 tenían algún vínculo efectivo con las organizaciones armadas, la gran mayoría eran miembros de partidos políticos, organizaciones sindicales y estudiantiles, movimientos sociales, artistas, intelectuales, periodistas, o simplemente, familiares suyos.

Evidentemente, al Iglesia católica argentina no pudo ser ajena a todas estas conmociones que sacudieron la sociedad argentina durante los años 70. En su seno también se cristalizaron diversas tendencias y sensibilidades políticas y sociales. Ya a finales de la década de 1960 había surgido el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, cuya personalidad más destacada fue el padre Carlos Mugica, que sería asesinado por la Triple A en 1974. Dicho movimiento, influenciado en parte por los aires reformistas y renovadores del Concilio Vaticano II, manifestaba un gran compromiso hacia los sectores sociales más desfavorecidos, y en la denuncia de la opresión, la injusticia y la violencia institucional. La influencia de los sacerdotes tercermundistas llego a ser muy grande dentro de la izquierda argentina; de hecho, el propio movimiento de los Montoneros surgiría en los ambientes de las organizaciones de la juventud católica.

Pero también existía un poderoso sector de sacerdotes ultramontanos e integristas, con estrechos vínculos dentro del ejército y en los círculos de la derecha peronista, y algunos de sus miembros más jóvenes militarían en la Guardia de Hierro, una organización que, junto con el Frente Estudiantil Nacional, formaría en principal núcleo de encuadramiento de la juventud peronista de derechas.

El golpe de Estado de marzo de 1976 y la brutal oleada represiva que desató contó con la complicidad y el apoyo de las altas jerarquías eclesiásticas, tanto a nivel ideológico como práctico, confortando a asesinos y torturadores, y negándose a asistir a los familiares de los desaparecidos. Evidentemente, no faltaron las voces de los que denunciaron con determinación la violencia y la represión gubernamental, como fue el caso de los sacerdotes, Jorge Vernazza y Alberto Carbone, o los obispos Miguel Esteban Hesayne y Enrique Angelelli; ni tampoco los nombres de los que pasaron a engrosar la lista de desaparecidos. Pero éste no sería el caso de Bergoglio.

Investigadores y periodistas como Horacio Verbitsky y Walter Goobar sitúan a Bergoglio dentro del peronismo de derechas y militante de Guardia de Hierro. Como Provincial desde 1973, se encargó de transferir a un grupo de laicos la dirección de la Universidad del Salvador (USAL), fundada por la Compañía de Jesús en 1956, poniendo al frente de dicha institución a Francisco José Piñón y Walter Romero, ambos dirigentes de Guardia de Hierro. En noviembre de 1977, la USAL otorgó el título de “doctor honoris causa” al comandante en jefe de la Armada, y miembro de la junta militar, el almirante Emilio Eduardo Massera. Un mes antes, los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, que eran conocidos por su labor con las clases más desfavorecidas, habían sido encontrados drogados y semidesnudos tras haber permanecido casi seis meses secuestrados en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), el mayor centros clandestino de detención que funcionó durante el Proceso. La distinción honorífica a Massera se justificó como una contraprestación por la liberación, reclamada por Bergoglio, de los sacerdotes secuestrados en la ESMA.

Pero esta versión no cuadra con las declaraciones de los religiosos secuestrados y de sus familiares, para los que Bergoglio, desde su posición dentro de la Compañía de Jesús, permitió la depuración de sus elementos más sospechosos, sin hacer nada para protegerlos. En su libro Iglesia y dictadura (1986), Emilio Mignone fue más allá y aseguraba que Bergoglio fue uno de “los pastores que entregaron sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas”. Por otro lado, Massera, que tenía entablada una rivalidad con Videla en el seno de la junta militar, había empezado a desarrollar un proyecto político para perpetuarse en el poder a través de las urnas mediante la formación del Partido para la Democracia Social a finales de 1982, contando para ello con la colaboración de diversos miembros de la Guardia de Hierro, con los que mantenía una relación que se remontaba por los menos a los años inmediatamente anteriores al Proceso.

En conclusión, no cabe duda que la actitud de Bergoglio durante aquellos años de militancia en los círculos políticos de la extrema derecha argentina será objeto de no pocas controversias, y no faltará quien diga que el pasado hay que enterrarlo y mirar hacia el futuro. Pero ello sólo será posible si el pasado es aceptado tal y como fue, de lo contrario nunca podrá ser superado, y volverá como un fantasma a atormentar las conciencias de las generaciones futuras.

Darius Pallarès Barberà. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 28 Marzo 2013.

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