Aventuras Ecorgánicas – por Laura Morillas

Probablemente si ustedes van habitualmente a hacer la compra se habrán preguntado más de una vez por qué en el supermercado media docena de huevos camperos cuestan el doble que una docena de huevos normales, o cuál es la diferencia real entre un pepino de Mercadona o Carrefour y uno comprado en una tienda ecológica, o cuántas clasificaciones más se le pueden añadir a una botella de aceite de oliva extra virgen superior de alta categoría ecológico con denominación de origen y calidad certificada que cuesta tres veces su valor medio.

No, no se les ha ido la cabeza a los responsables de los supermercados del mundo, se le fue a la sociedad de consumo hace mucho tiempo. Aunque hay que saber distinguir entre lo que es una compra inteligente y cuándo no están tomando el pelo en nuestras aventuras ecorgánicas.

Resulta que lo que en nuestra sociedad actual se consideran productos normales no lo son tanto, porque lo normal es muy relativo, y si le preguntamos a un agricultor de toda la vida de hace 100 años, nos diría que lo normal es abonar el campo con el estiércol de tus vacas y cerdos, plantar semillas, cuidar los tomates hasta que están maduritos al sol y recolectarlos a mano para venderlos en el mercado, no encontrarlos en un supermercado perfectamente asépticos en una caja de plástico con fecha de caducidad impresa, sin color, sin olor y sin sabor.

Si lo piensan el precio de unos huevos camperos puestos por gallinas criadas en libertad en vez de en jaulas minúsculas compartidas con otras 15 gallinas a las que les cortan el pico para que no se maten entre ellas por tener un poco más de aire, quizás sea bastante más justo y necesario para ésas pobres gallinas, sus huevos y sus dueños.

Lo que quiero decir es que vivimos dentro de una arquitectura de consumo en la que se ha sustituido en demasía lo tradicional por lo prefabricado, eso tiene sus ventajas al maximizar la producción (si usas pesticidas sobre las matas de pimientos, eliminas el peligro de las plagas y podrás recolectar y vender más) por ejemplo, pero también tiene consecuencias como la bajada de calidad (¿han probado ustedes los huevos camperos ecológicos con gallinas alimentadas con maíz de verdad y espacio? volverán a amar los huevos como sus abuelos) y el daño en diversos grados y diferentes formas al medio ambiente, los animales, los propios alimentos o productos y las personas.

La tecnología nos permite una cantidad inmensa de mejoras en todas las facetas de nuestra vida, y no hay que renunciar a ella, pero deberíamos de ser más selectivos a la hora de consumirla ¿no creen?, porque no es lo mismo poder disponer de calefacción de gas en casa para estar calentito en vez de pasar frío, que limpiar el fregadero con un súper ultra detergente que mata todo lo que encuentra a su paso y sigue haciéndolo al llegar al mar, cuando podría limpiarse usando métodos más naturales y menos dañinos.

Esther Vivas, en su artículo Grupos de consumo: otra agricultura y alimentación es posible, publicado en este mismo periódico hace unos meses, se preguntaba de dónde viene aquello que comemos, y no puedo compartir más fuertemente ésa misma pregunta. Porque si la necesidad de usar productos de consumo que no sean dañinos para el medio ambiente es fuerte, la necesidad de volver a saber de dónde viene y qué tiene aquello que habitualmente comemos y bebemos, es vital.

La agricultura ecológica, o sus sinónimos orgánica o biológica, es un sistema para cultivar una explotación agrícola autónoma basada en la utilización óptima de los recursos naturales, sin emplear productos químicos de síntesis, u organismos genéticamente modificados (OGMs) -ni para abono ni para combatir las plagas-, logrando de esta forma obtener alimentos orgánicos a la vez que se conserva la fertilidad de la tierra y se respeta el medio ambiente. Todo ello de manera sostenible y equilibrada. Este tipo de agricultura es un sistema global de gestión de la producción, que incrementa y realza la salud de los agrosistemas, inclusive la diversidad biológica, los ciclos biológicos y la actividad biológica del suelo.

Esta forma de producción, además de contemplar el aspecto ecológico, incluye en su filosofía el mejoramiento de las condiciones de vida de sus practicantes, de tal forma que su objetivo se apega a lograr la sostenibilidad integral del sistema de producción agrícola; o sea, constituirse como un agrosistema social, ecológico y económicamente sostenible.

En algunos países la agricultura ecológica está también definida por el Derecho. Así en la Unión Europea (UE), la agricultura ecológica está regulada a partir del 1 de enero de 2009 por el Reglamento (CE) 834/2007 del Consejo de 28 de junio de 2007 sobre producción y etiquetado de los productos ecológicos, que deroga el antiguo Reglamento (CEE) 2092/91. En él se especifica claramente las técnicas autorizadas en este tipo de cultivo. Los productos ecológicos deben llevar obligatoriamente el sello oficial de la agricultura ecológica de la Unión Europea, permitiéndose añadir, además, los logotipos del país o región de origen.

Los estudios hasta comienzos de la segunda década del siglo XXI aún no habían demostrado que el consumo de productos biológicos repercutiera en un mayor beneficio sobre la salud. Una importante revisión de estudios científicos certificada por la Food Standard Agency y publicada en el American Journal of Clinical Nutrition ha llegado a la conclusión de que no existen diferencias nutricionales significativas para la salud entre alimentos bio y alimentos clásicos más allá de su contenido en pesticidas, pero esto ya es muy, muy importante. Alimentos sin pesticidas o biológicos no son alimentos con más nutrientes, pero sí más naturales y menos dañinos para la salud y nuestra huella medioambiental.

Alto y claro. Los agricultores y ganaderos convencionales se preocupan por la obtención de productos agradables a la vista, “vendibles”, sin analizar los ocasionales perjuicios que puedan traer al consumidor. Frente a esta postura, la alimentación ecológica o biológica es aquella obtenida sin el uso de fertilizantes, plaguicidas u hormonas de crecimiento. Además se vende de forma local, evitando así gastar energía en transporte.

Las frutas y verduras convencionales suelen producirse de forma industrial, en monocultivos intensivos en los que se cultiva una única especie de forma sostenida en el tiempo. Esto ocasiona un enorme impacto sobre el suelo, que agota sus nutrientes en seguida, por lo que es necesario añadir gran cantidad de fertilizantes, para sacar rendimiento al cultivo. La fabricación de fertilizantes, además de ser una actividad muy contaminante, ocasiona un gran gasto de agua y energía, tanto por la producción como por el transporte. Por otro lado, estos monocultivos son muy atractivos para las plagas, lo que hace necesaria una utilización constante de pesticidas. Su fabricación implica el mismo impacto que la de los fertilizantes, y añade otro más: la acumulación en el suelo y el alimento de gran cantidad de sustancias químicas. A estas desventajas, hemos de añadir la globalización de la producción de alimentos, que implica que gran parte de los alimentos que consumimos hayan sido producidos a muchos kilómetros del lugar de su consumo. Esto implica, además de una inversión energética considerable para transportar esos alimentos, la explotación de los agricultores, a los que se paga un precio irrisorio para mantener la rentabilidad del proceso.

Sin embargo, en la agricultura ecológica se deben utilizar tierras que hayan descansado al menos cinco años de la agricultura convencional, período que permite la eliminación de residuos químicos. Las semillas deben separarse de forma adecuada para permitir el desarrollo de productos con la máxima absorción de sales minerales. Se realiza la siembra y cosecha de productos de estación, para que los cultivos sigan su ritmo natural y no utiliza invernaderos. Las plagas se controlan a través de la rotación de cultivos, control biológico de plagas o productos orgánicos, utilizan abonos biológicos para la fertilización.

En la ganadería ecológica se trabaja con razas autóctonas del país y controladas desde su origen. Los animales se crían al aire libre y se alimentan de la leche materna hasta los ocho meses. Luego, continúan su alimentación con productos naturales como el maíz y la soja. No se utilizan piensos, aditivos ni estimulantes de ningún tipo para acelerar su crecimiento y engorde. El sacrificio de los animales se realiza de forma individualizada y el mínimo sufrimiento posible, para reducir las toxinas que se alojan en la carne cuando el animal se encuentra en situaciones de estrés.

A mí todo ésto me parece mucho más lógico, además de saludable y sostenible. Por supuesto sigue aplicando aquello de “hecha la norma, hecha la trampa” y es este mundo nuestro donde la educación y la ética están cada vez más malitas (véase para muestra mi anterior artículo, Corrupción, Corrupción, Corrupción) aún con todos los sellos imaginables, si un agricultor, ganadero, productor en general de productos ecológicos, quiere engañar en sus métodos y/o resultados, por supuesto que casi seguro lo intente hacer y consiga en muchos casos, sin enterarnos nosotros, criaturas ingenuas, que pagamos más por consumir mejor.

Múltiples negocios, a la luz de las inquietudes biológicas y sostenibles, han nacido y crecido entre nuestras calles, ofertándonos muchos locales donde vivir aventuras ecológicas de las que a veces salimos encantadamente concienciados y otras escapamos monetariamente escaldados.

Cestaverde.com, Enterbio.es, Ecorganic.es, HerbolarioNavarro.es, Mumumio.com, Ecoenvio.es, ProductosEcológicosSinIntermediarios.es, etc… Google está lleno de tiendas online donde ver y comprar productos de todo tipo (no sólo alimenticios) ecológicos; algunas sólo son online, otras tienen locales físicos en varias ciudades. Además, muchos supermercados tipo Carrefour, Mercadona, Consum, se están sumando ofertando algunos de sus productos también en versión / marca ecológica. Además, en el caso de las tiendas especializadas, puedes encontrar productos que son normalmente difíciles de encontrar en otro tipo de supermercados genéricos, como son una enorme variedad de cereales y legumbres buenísimas para la salud, tés, productos asiáticos, hierbas, etc.

Ahora bien, ¿merece la pena económicamente y/o por su calidad comprar todos éstos productos ofertados? Desde un punto de vista económico estricto hay muchos productos que se nos escapan absolutamente de las posibilidades diarias de compra a las personas con un sueldo medio (aceite de oliva ecológico o jamón serrano orgánico me vienen a la cabeza). Para comprar otros productos, has de estar realmente muy, muy concienciado con todo el pensamiento orgánico sostenible para comprarlos, ya que aunque su precio pueda estar encarecido de forma más o menos asequible, su sabor por ejemplo, no cambia nada y puedes llegar a sentirte algo tonto (yo descubrí ésta sensación comprando plátanos de cultivo ecológico).

Considerar los productos bio como un capricho lava-conciencias para ricos sería tan injusto como creerte superior por consumirlos. Si eres dispones el dinero suficiente para comprarlos y los consigues de buena calidad, resulta coherente seguir apostando por ellos, en la cantidad y tipos que selecciones. Así además la demanda hace que los productores y distribuidores amplíen la oferta, aparte de que siempre será bueno para el medio ambiente que esta manera de proceder se extienda. Y quisiera pensar que un mayor interés de los consumidores debería llevar a las autoridades a promover y facilitar la producción ecológica (si es que las autoridades tienen algún tipo de sensibilidad hacia estos asuntos, claro).

Por otro lado, gracias a la tecnología cada vez es más fácil acceder a este tipo de comida a un coste razonable. Internet permite el contacto directo entre el consumidor y los productores, y la actual variedad de webs que venden cestas ecológicas a domicilio significa más competencia y menos intermediarios, es decir, más oportunidades de encontrar buenos precios.

Desde luego si alguno de ustedes nunca ha sentido curiosidad por todo este mundo de lo orgánico, lo biológico y lo sostenible, le recomiendo que se acerque a una de las tiendas especializadas que existan en su ciudad (si vive usted en la ciudad, claro), ya que a veces es mucho mejor vivir, sentir, oler, tocar las cosas que alguien te las cuente, y posiblemente usted descubra (si se atreve a comprar) algunos productos sorprendentemente buenos, responsabilidad y conciencia aparte, como es mi caso con las hamburguesas ecológicas, que están muchísimo más buenas que en ninguna carnicería en la que yo personalmente haya estado jamás aquí en España. O al descubrir un cereal sanísimo y estupendo como es la Quinoa. O al poder comprar yogures caseros y con sabor a leche de verdad. O al surgirme la idea de no volver a comprar fruta y verdura en grandes supermercados y sí al menos en fruterías de barrio, si mi economía no alcanza para comprar todos éstos productos en una tienda ecológica. O… podría seguir así hasta mañana.

Laura Morillas García. Valencia.
Redactora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 7 Marzo 2013.