Paro juvenil – por Elena Rodríguez

Por mucho que intenten teñir las verdades con bonitos eufemismos, lo cierto es que no hay forma de ocultar un problema tan grave que indigna a gran parte de la sociedad española.

El paro juvenil es una realidad que no hace más que crecer, convirtiéndose en un gigante que aplasta las ilusiones de los más jóvenes, a pesar de los intentos del Gobierno y de otros partidos de disimular los datos oficiales. Es factible que el número total de parados haya disminuido entre nuestras fronteras, según datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) más reciente, pero las razones obvias por las que se produce este hecho es la salida masiva de gente preparada a destinos de lo más variados; la conocida fuga de cerebros que deja a nuestro país en un una compleja situación a 20 años vista.

Los mejores se van ante la falta de apoyos y de medios para desarrollar sus trabajos y aspiraciones. Y los que se quedan no encuentran un trabajo que pueda mantenerlos. Pero, ¿por qué hemos llegado a esta situación? ¿Cómo? ¿¡Cuándo!? Preguntas sin respuestas, ruedas de prensa sin preguntas. Todo un sinsentido.

Lo cierto es que este problema se veía venir, aunque quisiésemos taparnos nosotros solitos los ojos. El abandono escolar fue abrumador hace una década, cuando todos tenían trabajo, cuando el ladrillo era el Súmmum Supremum. Pero hoy en día esos trabajos se han esfumado tan rápido como el dinero público en el bolsillo de alguno, dejando en la calle, sin trabajo y sin estudios, a gran cantidad de jóvenes. La realidad les dio de lleno, abriéndoles por fin los ojos y mostrándoles un crudo futuro.

Y por otro lado, están los jóvenes que continuaron sus estudios. Aquellos que buscaban formarse para encontrar un trabajo acorde a sus capacidades y gustos. Pero la “tijera de la discordia” empezó a hacer de las suyas, recortando ayudas y subvenciones, becas que impulsaban la mejora educativa. No había ni hay dinero para el sector educativo, probablemente uno de los más importantes, pero si lo hubo para bancos. Y ante el efecto de estos famosos tijeretazos, la educación vio mermada su capacidad. La ciencia ha dejado de recibir los apoyos vitales para el desarrollo de su actividad, la investigación está parada y las ayudas a miles de iniciativas agotadas. No hay más que ver las recientes noticias relacionadas con las becas Séneca (una dotación económica que permitía estudiar el mismo grado en otra universidad de España, un “Erasmus a la española”). Becas que ya no existen porque no hay fondos.

Según la EPA, también hemos superado el 50% de paro juvenil. Una cifra impensable hace varios años y que se ha convertido en un problema de verdadera importancia. Uno de cada dos jóvenes no encuentra trabajo. ¡Uno de cada dos! Por lo tanto, no quedan muchas más opciones que emigrar, como hicieron nuestros abuelos, aunque en este caso con una completa formación bajo el brazo. Destinos más accesibles gracias a la globalización del siglo XXI, pero a veces solo reservado a unos pocos. Viajar es caro, y marcharse en busca de la aventura es complejo en muchos casos. De este modo, muchos jóvenes tienen que quedarse y luchar cada día por encontrar un empleo digno en una sociedad tan deshumanizada. No quiero caer en los tópicos de que todos somos malos y egoístas. Simplemente hemos ido perdiendo algunos rasgos que nos han hecho buscar el beneficio propio. Cuestión de supervivencia, imagino.

Pero quizás este grupo no sea el más afectado. Tienen, tenemos, un largo futuro por delante, con mil puertas por abrir y muchas ideas que aportar. Pero quizás a los parados de más de 45 años no les queden ya tantas puertas. Décadas de experiencia en sectores que se reconvierten, máquinas que suplen con eficacia su trabajo. Personas que han trabajado toda su vida pero que de la noche a la mañana están en la interminable cola del INEM. Ya no son el perfil buscado por alguna empresa; ya son “mayores”, cuando en realidad siguen capacitados para desempeñar un oficio digno aportando incluso un elevado grado de experiencia. Claro que nunca es tarde para formarse, que estamos aprendiendo durante toda la vida; solo envejecemos cuando dejamos de aprender. Pero a los peces gordos eso no les interesa, ya que no les resulta rentable un hombre de 50 años.

Nos encontramos pues ante una encrucijada. ¿Trabajo para los jóvenes, o trabajo para los de mediana edad (término que nunca me ha gustado, ya que me parece poco concreto)? La respuesta es sencilla: trabajo para todos. La solución, no lo es tanto. Más de 5 millones de parados que buscan un final al drama constante en el que viven. Miles de historias, con diferentes personajes y contextos, pero la misma esencia.

El problema, de todos modos, no termina ahí. Los universitarios se quejan de que no encuentran trabajo en aquello a lo que han dedicado años de estudio y sacrificio. Un esfuerzo que no se ve recompensado, sino todo lo contrario. Humillados con contratos ridículos o prácticas abusivas por las que incluso les exigen pagar. ¡Pagar por trabajar! Por lo tanto, ante esta situación de explotación, muchos deciden huir. Solución cobarde o inteligente, dependiendo de cómo se mire. Con esta salida de jóvenes preparados, se pierde a las futuras generaciones de médicos, arquitectos, ingenieros o filólogos. “La rubia con mano de hierro” nos roba a todos los ingenieros. Países emergentes como Brasil se llevan a los más preparados. Pero en España todavía no somos conscientes de las consecuencias. Una analogía del deporte: siempre es mejor lo de fuera; es mejor pagarle más a un jugador extranjero que apostar por alguien que ha crecido aquí toda su vida. Así que si ellos se van, ya vendrán otros a suplir su lugar.

Paradójicamente España ha pasado de ser un país inmigrante a ser un país emigrante. Por primera vez en muchos años la población ha descendido, planteándose de esta forma diversas cuestiones. ¿Qué ha sucedido estos últimos años para que abandonemos el barco? Un ir y venir de indignación y corrupción. De crisis y dramas. Problemas que nos obligan a marchar en busca de un futuro mejor.

Hay que tener en cuenta que esta situación es, supuestamente, uno de los puntos de más relevancia de los políticos de turno. Se “preocupan” por los jóvenes, pero en realidad lo que pretenden es callar a un gran colectivo que se levanta con mucha fuerza. No estamos dispuestos a que no se nos escuche, a que se nos menosprecie y humille de cualquier modo. Tenemos mucho que decir y mucho que aportar, a pesar de que se empeñen en ponernos obstáculos a lo largo del camino. Diversas propuestas pretenden estimular el paro juvenil y paulatinamente disminuirlo. Qué bonito. Lo que de verdad se necesitan son hechos, y no palabras. Empresas que por fin hagan un hueco a los nuevos trabajadores y no los traten como escoria. Somos el último eslabón, pero terminaremos siendo el primero cuando los famosos peces gordos vayan cayendo por su propio peso, dejando en su caída libre un rastro de sobres sospechosos. Que no todos, por supuestísimo.

Por lo tanto, hay que paliar este problema de algún modo. Pero de algún modo efectivo que no haga que la mitad de jóvenes españoles tenga que buscar trabajo fuera de nuestras fronteras. Muchos irán y volverán, pero otros se quedarán y formarán allí su vida. Al fin y al cabo somos el futuro, el futuro de un país que se desmorona por momentos pero que todavía tiene opciones para restablecerse. El caso es saber encontrarlas.

Elena Rodríguez Flores. Madrid. Madrid.
Colaboradora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 15 Febrero 2013.