La conmemoración del 150 aniversario de la Proclamación de Emancipación de los esclavos en los Estados Unidos del 1 de enero de 1863, coincidiendo (y dudo mucho que se trate de una mera casualidad) con el estreno en noviembre del año pasado de la última película dirigida y producida por Steven Spielberg, Lincoln, ha dado pie –cómo suele pasar en estos casos– a un cierto interés por todo lo que rodeó a este acontecimiento. Pero la película en cuestión, que en general ha recibido una buena acogida por parte de la crítica y –con algunas matizaciones– del mundo académico, no trata la Proclamación de enero de 1863, sino que se centra en los días que precedieron a la aprobación de la Decimotercera Enmienda a la Constitución por parte de la Cámara de representantes de los Estados Unidos el 31 de enero de 1865. De hecho, fue esta enmienda, y no la proclamación de 1863, la que realmente abolió la esclavitud en todo el territorio de los EEUU de manera permanente.
Así pues, considero que hay que precisar un poco cómo fue realmente el asunto de la emancipación de los esclavos norteamericanos de origen africano y cuál era el contexto en el que se produjo. Por todo el mundo es asumido el hecho de que la cuestión de la esclavitud –o, mejor dicho, de su abolición– fue la causa fundamental de la guerra de secesión que dividió los EEUU. entre los estados de Norte abolicionistas y los estados del Sur esclavistas durante los años 1861-1865. Esta guerra fue un episodio fundamental que no sólo determinaría la evolución posterior de los EEUU, sino que también marcaría profundamente el imaginario colectivo norteamericano; no en vano, el cineasta David W. Griffith nombró a su afamada película de 1915, ambientada en los años inmediatamente anteriores y posteriores a la guerra de secesión, El nacimiento de una nación; de hecho, en la filmografía norteamericana sobre la historia de los EEUU abundan más los títulos que tratan o están ambientados en la época de la guerra civil de 1861-1865 que no en la guerra revolucionaria que llevaría a la independencia de las trece colonias angloamericanas el 1776.
Dos economías, dos sociedades, una nación
Pero, junto con la cuestión de la abolición de la esclavitud, que, sin ningún tipo de duda, fue un tema que dividió profundamente la sociedad norteamericana en la primera mitad del siglo XIX, se ventilaban otras cuestiones relacionadas con la forma como se ha tenía que articular las relaciones entre los estados y el gobierno federal –la Unión–, las competencias de las instituciones de cada estado (gobernadores y asambleas legislativas) y las de la Unión (la Presidencia y la Cámara de representantes). Pero también había una cuestión de fondo, que estaba estrechamente interrelacionada con los aspectos antes mencionados, y que sería determinante en el camino que emprenderían los Estados Unidos para convertirse en una potencia económica a nivel internacional: ¿cuál debía de ser el modelo de desarrollo capitalista que tendría que adoptar los EEUU?
Durante la primera mitad del XIX en el seno de los EEUU se iba produciendo la gestación de dos economías diferentes y, consecuentemente, de dos sociedades muy diferentes entre sí. Una era la de los estados norteños, más urbanizados, en pleno proceso de industrialización y donde el modelo de explotación agraria predominante era la de la pequeña y mediana propiedad de los granjeros independientes. Por su parte, los estados sureños desarrollaron una economía basada en el cultivo de productos comerciales para la exportación donde los propietarios de grandes explotaciones agrícolas (las plantaciones) irían alcanzando la preponderancia. En los primeros tiempos de la colonización, el producto más importante de las plantaciones era el tabaco; pero en el siglo XIX fue desplazado por el algodón, que era objeto de una creciente demanda por parte de las nacientes economías industriales europeas, sobre todo la británica.
Por tanto, los intereses industrialistas y de los pequeños y medianos propietarios agrícolas de Norte pedían, para garantizar su desarrollo, la aplicación de una política económica basada en la imposición de tarifas proteccionistas. Pero los intereses de los grandes propietarios de plantaciones del Sur, y de todos aquellos que debían su prosperidad la exportación de productos agrícolas, se decantaban hacia el librecambismo, pues se trataba de eliminar cualquier tipo de obstáculo a la libre circulación de mercancías para poder acceder a los mercados donde la creciente demanda de unos productos determinados garantizaban la obtención de grandes beneficios. En este sentido, el modelo económico y social del Sur se acercaba al de las economías agro-exportadoras de los países iberoamericanos dependientes de los mercados internacionales; en términos económicos, los estados del Sur eran prácticamente una semicolonia del Reino Unido.
Sin embargo, no es tan fácil explicar cómo la cuestión de la abolición se metió en las controversias entre el Norte y el Sur. Aunque en el Sur se consideraba la institución de la esclavitud como la piedra angular de su “estilo de vida” (además, a pesar de que obviamente no tenían ningún tipo de derechos políticos, los esclavos sí que eran contabilizados a la hora de determinar el número de representantes que tenía cada estado), el hecho era que la población esclava no era mayoritaria, a excepción de algunas pocas zonas, y ni siquiera se concentraba en las grandes plantaciones; al contrario, la mayoría de los esclavos trabajaban para los granjeros blancos o bien en el servicio doméstico. Por otro lado, a pesar de que buena parte de la población norteña aborrecía la esclavitud, y el liberalismo en auge lo consideraba un anacronismo moralmente intolerable, ideológicamente contrario a los principios de libertad y respeto por los derechos individuales y económicamente inviable, la realidad era que los movimientos abolicionistas –a pesar de su intenso activismo– apenas tenían fuerza para influir en las decisiones políticas de la Unión.
Nada hacía imposible, pues, que se pudiera lograr un compromiso y se llegara a una cierta coexistencia entre el Norte y el Sur. Pero hubo otro factor que desequilibró la correlación de fuerzas y, finalmente, hizo inevitable la guerra civil: la expansión hacia el Oeste. Este proceso, que se desarrolló entre 1803 y 1854 mediante la compra, la negociación y la conquista, supuso la incorporación de inmensas extensiones de territorio en los EEUU. Que la mayoría de estos nuevos territorios, que acabarían convirtiéndose en nuevos estados, fueran esclavistas o “suelos libres” –es decir, abolicionistas– determinaría cuál de los dos modelos económicos y sociales sería finalmente el hegemónico en los EEUU.
De hecho fue el Norte quien, gracias a que su desarrollo industrial y demográfico (concentraba el 90% de la producción industrial y el 70% de la población total de los EE.UU.) le hacía disfrutar de un mayor dinamismo económico y social, estuvo en mejores condiciones de encabezar el proceso de expansión hacia el Oeste y, de rebote, de liderar el proceso de construcción nacional. El Sur, consciente que su economía escasamente industrializada no le permitía competir con el Norte en la carrera hacia el Oeste, se cerró sobre sí mismo intentando articular un área propia de comercio alrededor del río Misisipí, o bien promoviendo la anexión de Cuba, o la creación junto con el Caribe de un gran espacio económico basado en la plantación. La extensión de la red ferroviaria entre 1850 y 1860, que era mucho más densa en el Norte que en el Sur, muestra muy claramente este proceso, pues las grandes líneas ferroviarias iban mayoritariamente del Este al Oeste, mientras que eran muy pocas las que lo hacían de Norte en Sur.
Incapaz de competir económicamente con el Norte, el Sur hizo uso del arma política para intentar frenar lo que parecía inevitable. Así, presionó para que la esclavitud fuera aceptada legalmente en los nuevos territorios del Oeste e intentó reforzar la autonomía de los estados haciendo uso del derecho de veto ante las decisiones tomadas por el gobierno de la Unión. Pero nada de esto fue suficiente, como lo demostró el triunfo del partido republicano (una amplia coalición que reunía sectores del liberalismo, el radicalismo, el abolicionismo, de los defensores de los intereses industrialistas y proteccionistas y los que apoyaban la existencia de un gobierno central fuerte) a las elecciones que llevaron a Abraham Lincoln a la Presidencia en 1860. En consecuencia, varios estados del Sur tomaron el camino de la secesión y, el febrero de 1861, establecieron los Estados Confederados de América. Así fue como las tensiones se fueron agravando, desembocando inexorablemente en la guerra civil que estallaría en abril del mismo año.
La guerra civil, la Emancipación de los esclavos
y la Decimotercera Enmienda
A pesar de que hoy sabemos que el potencial industrial y demográfico de Norte, además de disponer de una mejor red de comunicaciones, hicieron inevitable su triunfo sobre el Sur, la realidad era que en los primeros de la guerra años la situación no era nada halagüeña para las fuerzas de la Unión. Una serie de reveses militares de los federales ante unos ejércitos confederados que contaban con una mayor preparación, unos mandos más competentes y una tropa con una moral muy alta se tradujo en la sucesión de diferentes oficiales como comandantes en jefe de los ejércitos de la Unión, lo cual no hizo otra cosa que dificultar la articulación y la cohesión de las fuerzas norteñas. Además, la euforia de la población en el primer año de la guerra se fue atenuando y la incorporación de voluntarios se hizo cada vez más difícil; así, en julio de 1862 se autorizó la organización de levas de reclutas mediante sorteo, pero esto provocó el aumento de las deserciones y el estallido de disturbios y motines como los que acontecieron en Nueva York en verano de 1863. Además, también había que añadir la actitud ambigua de los gobiernos de las principales potencias europeas, Francia y el Reino Unido, que no escondían su simpatía hacia la causa confederada.
Fue en este contexto cuando Lincoln decidió finalmente dar un giro a la situación y puso el tema de la abolición de la esclavitud en el centro del enfrentamiento entre el Norte y el Sur. Así fue cómo, el enero de 1863 se hacía pública la Proclamación de Emancipación de los esclavos. Pero esta medida, que se basaba en los poderes presidenciales en caso de guerra, se enmarcaba en el conjunto de las leyes de confiscación que afectaban a las propiedades de los ciudadanos de los estados secesionistas. En consecuencia, la proclamación no se aplicó en los estados esclavistas que se mantuvieron fieles al gobierno federal (Misuri, Kentucky, Maryland y Delaware), ni en Tennessee (que ya se había reintegrado a la Unión), ni los condados de Virginia que se habían opuesto a la secesión y constituyeron el Estado de Virginia Occidental. De este modo, se evitó la ruptura con estos estados, a la vez que se garantizó el apoyo de los sectores del partido demócrata que, escindiéndose de sus correligionarios secesionistas, se habían mantenido junto a Lincoln.
Sin embargo, la medida tuvo sus efectos al convertir una guerra causada por motivaciones puramente políticas en una lucha moral e ideológica, permitió la incorporación a las filas del ejército federal de unos 190.000 afroamericanos (muchos de los cuales eran esclavos fugitivos provenientes de los estados del Sur) y afianzó el aislamiento internacional de la Confederación, que perdió la complicidad –que nunca había ido más allá de la retórica– de los gobiernos francés y británico, pues se hizo muy difícil poder justificar ante la opinión pública el apoyo –ni que fuera testimonial– que dos países que se presentaban como exponentes del liberalismo daban a unos estados esclavistas.
La derrota de los confederados en la batalla de Gettysburg en julio de 1863, el nombramiento de Ulysses S. Grant como comandante en jefe de los ejércitos de la Unión a finales del mismo año, el desarrollo por parte del general William T. Sherman de la estrategia de tierra arrasada, precursora del concepto de la guerra total (la extensión de la guerra a la población civil mediante la destrucción sistemática de las infraestructuras y el tejido productivo para precipitar la derrota militar del enemigo), y la conquista por parte de este de la ciudad de Atlanta (capital del Estado de Georgia e importante centro de abastecimiento de las fuerzas confederadas) fueron hitos que determinarían el desenlace de la guerra con la rendición de la Confederación en abril de 1865.
Pero, poco antes de que esto sucediera, Lincoln y amplios sectores del partido republicano, conscientes de que el final de la guerra estaba cerca, lo cual supondría la derogación de una Proclamación de Emancipación que se había adoptado como una medida de carácter excepcional, consiguieron que, en enero de 1865, la Cámara de representantes aprobara la Decimotercera Enmienda a la Constitución que prohibía definitivamente la esclavitud en todo el territorio de la Unión. Esta decisión era consecuente con una guerra que se había convertido en una cruzada por la abolición de la esclavitud, que había causado una destrucción humana y material sin precedentes y en la cual miles de afroamericanos sacrificaron su vida para salvar la Unión. Tanta devastación y sufrimiento no habrían tenido ningún sentido si las cosas volvían a estar cómo habían sido antes de la guerra.
A la Decimotercera Enmienda se añadieron posteriormente la Decimocuarta Enmienda (1868) y la Decimoquinta Enmienda (1870), que establecía el reconocimiento de los derechos civiles en todos los estados y prohibía la restricción del derecho a voto por criterios raciales respectivamente. Sin embargo, el Sur, después del periodo denominado de la “Reconstrucción” (1865-1877), volvería a estar dominado por los blancos conservadores y racistas. Los estados del Sur disfrutarían de una amplia autonomía, y gracias al apoyo masivo que darían al partido demócrata, de una gran influencia a nivel nacional; lo cual permitió el sometimiento y la discriminación de la población afroamericana, que no comenzaría a liberarse de la dominación blanca hasta las movilizaciones por los derechos civiles de la década de 1960. En este sentido, no deja de ser significativo el hecho de que las asambleas legislativas de unos pocos estados se resistirían todavía a ratificar la Decimotercera Enmienda: Texas no lo hizo hasta 1870; Delaware, en 1901; Kentucky, en 1976, y finalmente, Misisipí no lo haría hasta marzo de 1995.
Darius Pallarès i Barberà. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 26 Enero 2013.