En palabras de Violeta Stefanovska, presidenta de la asociación cultural Casa Macedonia en Barcelona, el caso macedonio tiene un problema de naturaleza único que ningún otro país ha tenido que resolver en la historia reciente de Europa, tener que luchar por el derecho de identidad y nombre propio.
Introducción histórica
En los siglos VI-VII los pueblos eslavos llegaron a la península balcánica. Un grupo de estos eslavos se establecieron en la región de Macedonia, fusionándose con la población autóctona, imponiendo su lengua, pero manteniendo el nombre del territorio a causa de su prestigio histórico pues la Macedonia clásica había sido la cuna de uno de los imperios más grandes de la humanidad, el de Alejandro “Magno”.
Además, los recién llegados eslavos adoptaron la religión propia de los habitantes autóctonos, el cristianismo, y posteriormente su variante ortodoxa por influencia de Bizancio.
Después de bascular entre serbios y búlgaros, dos de los otros pueblos eslavos establecidos en la zona, la época medieval se cerró con la integración de Macedonia y de prácticamente todo los Balcanes en el Imperio Otomano.
Durante casi cuatro siglos los eslavo-macedonios, así como el resto de eslavos que no aceptaron la conversión al islam, pasaron a ser ciudadanos de segunda a causa de su condición religiosa y étnica.
A lo largo del siglo XIX, “la primavera de las naciones” también afectó a los Balcanes, y los diferentes pueblos eslavos se fueron sublevando contra los imperios opresores. Los eslavo-macedonios no fueron una excepción, pero es aquí cuando comenzó la búsqueda de la propia identidad.
La búsqueda de la propia identidad
Tres han sido los momentos de impulso en lo que significa la construcción de la identidad nacional macedonia:
Final del siglo XIX y principios del siglo XX
Situémonos en la segunda mitad del siglo XIX cuando la región de Macedonia formaba parte del Imperio otomano, limitando al norte con Serbia, al sur con Grecia, al oeste con Albania y al este con Bulgaria. El río Vardar era la columna vertebral del territorio, naciendo en las cercanías de Serbia y desembocando en el Mar Egeo no muy lejos de Tesalónica. Sus habitantes eren mayoritariamente eslavos pero también vivían en la zona turcos, valacos, albaneses, griegos y judíos.
El Congreso de Berlín de 1878 fue la clave de los futuros acontecimientos en el sur de los Balcanes. Puso de manifiesto que el Imperio otomano agonizaba y que las tres potencias regionales (Serbia, Bulgaria y Grecia) ambicionaban sus posesiones, en especial Macedonia, de gran valor por su situación geográfica. En Berlín se trató de Macedonia y a pesar de no ponerse en duda su pertenencia al Imperio otomano se pactó poner en marcha una serie de reformas políticas y sociales encaminadas a mejorar la vida de sus habitantes, siendo esta la excusa para el intervencionismo exterior. En esta partida no tenemos que olvidar el juego de alianzas de alto nivel que se establecieron: Serbia aliada de Francia y Rusia, Bulgaria aliada de Alemania y Austria-Hungría, y Grecia aliada de la Gran Bretaña. Es una opinión generalizada entre los especialistas creer que las grandes potencias mundiales siempre han visto los Balcanes como un espacio semi-colonial.
Una vez llegados este punto debemos referirnos al lingüista Krste P. Misirkov, elegido en Macedonia “hombre del milenio” y que en 1903 publicó la decisiva Za makedonckite raboti (Sobre asuntos macedonios), una recopilación de conferencias en las que hizo un completo retrato de la Macedonia de aquel momento y estableció las bases de la futura lengua macedonia. A Misirkov no le tembló el pulso en reconocer que los eslavo-macedonios se habían identificado tradicionalmente como búlgaros, pero que la situación que se vivía exigía un cambio de rumbo. Misirkov estaba dolido por el papel carroñero de los pueblos vecinos:
– Los serbios llevaban ya varias décadas tratando de atraer a la población macedonia con una astuta política de promoción cultural de becas a estudiantes, fundación de escuelas e iglesias, poniendo de manifiesto vínculos históricos entre unos y otros como la del mítico zar medieval Dusan (fundador de Skopje), y promocionando teorías étnicas que incluían a los macedonios dentro del grupo de los eslavos del sur mientras los búlgaros eren considerados eslavos del este.
– Los búlgaros habían jugado una carta más de acción directa con el Exarcado religioso de 1872 al que los eslavo-macedonios dieron apoyo, y siendo los inductores del VMRO (en macedonio Organización Interna Revolucionaria de Macedonia), grupo guerrillero que en 1903 protagonizó la Revuelta de Elinden (San Elías) que significó la proclamación de la República de Krushevo, “la primera república de los Balcanes”, de efímera existencia y graves consecuencias para la población civil a causa de la dura represión turca posterior, pero que eso sí consiguió un importante eco internacional y un espacio destacado dentro del imaginario del “macedonismo” con figuras míticas como la del líder guerrillero Gotse Delchev.
– Y los griegos que basaban su campaña propagandística en la Iglesia ortodoxa y ambicionaban apoderarse de la Macedonia meridional (o del Egeo) donde había población griega, mayoritaria en la ciudad portuaria de Salónica, no así en el interior, (atención a la flagrante manipulación de censos demográficos que se hizo en esta época, tirando agua al propio molino según la nacionalidad de su autor).
Volviendo a la obra de Misirkov, éste propuso que Macedonia se mantuviera dentro del Imperio Otomano como región autónoma, y consolidar la personalidad propia de los macedonios, entendiendo por “macedonios” cualquier habitante del territorio, independientemente de su condición étnica. ¿Cómo consolidar esta personalidad? pues en primer lugar convirtiendo al dialecto central de Bitola (el menos parecido al serbio y al búlgaro) como el oficial de la lengua macedonia (ya en 1875 Georgi Pulevski en su obra Recnik o Diccionario de las tres lenguas fue el primero en darle categoría de idioma diferenciado al macedonio); segundo instaurar una Iglesia nacional (recuperando el Patriarcado de Ohrid que había sido abolido en el siglo XVIII por presiones griegas); y tercero fomentar la educación del pueblo pues estaba convencido que la educación era progreso. “Y si las circunstancias históricas en un futuro son las propicias, convertirse en una nación independiente” (Misirkov dixit).
Los vientos que soplaban en los Balcanes no jugaban en aquel momento a favor de Misirkov. En las siguientes décadas hasta cuatro conflictos armados sacudieron la región: dos Guerras Balcánicas (1912-1913) y dos Guerras Mundiales (1914-1918 y 1939-1945). Después de dos breves ocupaciones búlgaras, de un intento de serbiatización forzosa en el período de entreguerras (implementación del sufijo –ic en los apellidos, denominación territorial de Vardar), del llamado “genocidio macedonio” en la región del Egeo anexionada por Grecia (el equivalente al 50% de la Gran Macedonia), y de la definitiva repartición del país confirmado por las superpotencias en la Conferencia de Yalta (1945), llegamos a una nueva época, la de la República Federal Socialista de Yugoslavia.
Los años de la Yugoslavia de Tito (1945-1980)
El mariscal Josip Broz “Tito”, líder de la nueva Yugoslavia surgida de la II Guerra Mundial, hizo efectiva la Resolución del Komintern de 1934 que reconocía por primera vez la identidad nacional macedonia y su derecho a la autodeterminación. Eso permitió que Macedonia se constituyera dentro de la nueva patria socialista de los “eslavos del sur” como una de las seis repúblicas federadas, y que los regímenes comunistas de los estados vecinos también lo aceptasen así (incluido el territorio controlado por la guerrilla comunista durante la guerra civil griega 1945-1950). Los nuevos dirigentes hicieron una gran labor en la promoción identitaria: “nacionalidad macedonia” y “lengua macedonia” pasaron a ser oficiales, en 1947 se fundó la primera universidad, en 1967, coincidiendo con los 200 años de su abolición, se restituyó el Patriarcado de Ohrid (considerado cismático aún hoy por la Iglesia ortodoxa serbia), en 1969 se publicó la primera Historia de la Nación Macedonia, y durante todo el periodo fueron numerosos los edificios públicos, carreteras o fábricas “bautizados” con nombres macedonios.
Podemos afirmar pues que buena parte de las iniciativas tomadas por las autoridades socialistas de Macedonia estaban inspiradas por el “macedonismo” de Krste P. Misirkov.
Y un dato más sobre este periodo: la bandera de la República Socialista de Macedonia era totalmente roja con una estrella de cinco puntas en el extremo superior de la izquierda (quizás imbuida por los antiguos colores rojo y negro de la enseña revolucionaria de VMRO).
Desde la independencia de Macedonia en 1991 hasta la actualidad
Con la muerte de Tito en 1980 el estado yugoslavo vivió una descomposición acelerada. Una tras otra las diferentes repúblicas que la integraban se fueron haciendo soberanas. Macedonia, presidida por el ex-comunista Kiro Gligorov, no fue una excepción y para huir del peligro de una nueva serbiatización encarnada en la figura de Slobodan Milosevic, optó democráticamente en 1991 por la independencia.
Los problemas no tardaron en aparecer por parte de un vecino “incómodo”: Grecia, y por un conflicto interno: el de la minoría albanesa establecida al oeste del país que deseaba un mayor reconocimiento para su identidad; tras un breve enfrentamiento armado y gracias a la implicación de la OTAN, que evitó una escalada del conflicto, se resolvió finalmente en el año 2001 con los llamados Acuerdos de Ohrid, que entre otros aspectos otorgaba a los albano-macedonios un estatuto de autonomía.
El choque con el estado griego es de más hondo calado. De entrada tenemos que comentar la polémica que enfrenta a unos y otros desde hace años sobre si los macedonios clásicos eran o no un pueblo helénico… ya que los griegos consideran que la utilización de simbología macedónica es un robo de su legado histórico. Estamos hablando por ejemplo del Sol de Vergina, atribuido a Filipo de Macedonia, que el nuevo estado independiente estampó en su bandera, o considerar a Alejandro “Magno” como héroe nacional. Pero sobre todo lo que molestó a las autoridades de Atenas fue la referencia a la reunificación de todas las tierras macedonias que contemplaba la Constitución del nuevo estado. Grecia hizo uso de su capacidad de veto para bloquear el acceso de Macedonia a cualquier institución internacional. Macedonia tuvo que ceder: modificó la polémica referencia constitucional afirmando que renunciaba a cualquier reclamación territorial, y aceptó el cambio de bandera (un sol de inspiración nipona en lugar del Sol de Vergina) y el nombre provisional de FYROM (que traducido del inglés son las iniciales de Antigua República Yugoslava de Macedonia). A pesar de estos gestos, las relaciones con Grecia no han mejorado, esencialmente por el incumplimiento de los tratados firmados y por el ahogo económico que vive el estado macedonio por culpa de sus vecinos. Como respuesta las autoridades macedonias (con el apoyo de la influyente diáspora en el extranjero) hace años que llevan a cabo una campaña de Antikvizatzija (Antiguización) y que actualmente enciende grandes debates en este país balcánico. Se trata de considerar a los macedonios de hoy en día como descendientes directos y herederos de la Macedonia clásica, minimizando la pertenencia eslava. Así se matan dos pájaros de un tiro: no doblegarse a las pretensiones griegas y distanciarse de los eslavos serbios y búlgaros.
Desde hace unos años los pueblos y ciudades de Macedonia se han llenado de calles, plazas y monumentos dedicados a los legendarios héroes clásicos. El aeropuerto de Skopje se llama Alejandro “Magno”, y en el año 2008 se dio carácter oficial a la visita del príncipe Hunza Ghazanfar Ali Khan, jefe de un clan pakistaní que según la tradición son descendientes directos de las tropas macedónicas que hace más de dos mil años conquistaron la región. Todo esto acompañado de una intensa campaña de propaganda mediática que no duda en tildar a Macedonia como “la nación más antigua del mundo”.
Conclusión
La “cuestión macedonia” es un tema apasionante del cual aquí sólo presentamos una breve pincelada, y que sin duda merece un estudio más amplio.
Dicho esto, debemos considerar que Macedonia es una nación diferenciada del resto de pueblos que la rodean, a pesar de que despertar nacional fuera tardío y hasta cierto punto forzado por los intereses de serbios, búlgaros y griegos. Los macedonios sufrieron reiteradamente “el abrazo del oso” de sus vecinos que a punto estuvieron de hacerlos desaparecer literalmente del mapa, pero la protección del mariscal Tito les permitió sobrevivir como pueblo y reforzar su identidad nacional. Hace dos décadas, con la desintegración de la segunda Yugoslavia Macedonia optó democráticamente por la independencia, pero en el nuevo escenario el caso macedonio se ha convertido especialmente complejo porque ha (re)surgido un doble conflicto: externo e interno.
El externo es por obra y gracia nuevamente de todos los vecinos de Macedonia (Serbia, Bulgaria, Grecia y Albania) que tal y como hemos visto ponen en duda todos los pilares básicos en los que se sustenta la identidad nacional macedonia: historia, religión, lengua y símbolos (nombre, bandera). ¿Con qué objetivo? El desplome del estado macedonio a medio plazo. A Bulgaria le han dado nombre a esta política, se la llama “Un pueblo, dos naciones”, y el mejor reflejo de ello es la otorgación de la doble nacionalidad búlgara-macedonia a todos aquellos macedonios que lo deseen, y teniendo en cuenta que Bulgaria es un estado miembro de la Unión Europea muchos macedonios se sienten tentados a ello. Es fácil imaginar qué pasaría si la nacionalización búlgara se generalizase… y los vecinos lo contemplarían con buenos ojos ya que Grecia se desembarazaría de un problema incómodo y Albania y Serbia podrían sacar algún tipo de tajada territorial.
El conflicto interno no es menor, y es entre los propios eslavo-macedonios, pues a partir de los planteamientos teóricos de Anthony Smith podemos observar un choque de trenes entre las dos grandes corrientes del nacionalismo: la cívica y la cultural.
Misirkov propuso hace más de cien años una nació Macedonia constituida a través de la asociación voluntaria de sus individuos, con una consciencia objetiva que abandonase los egoísmos individuales (por ejemplo cuando planteó la adopción del dialecto central como lengua estándar pensando en el bien común), este sería el nacionalismo cívico planteado por el teórico Ernest Renan quien definía a la nación como “una comunidad solidaria que quiere una vida en común”, y que los líderes socialistas macedonios de la Yugoslavia de Tito hicieron suyo recuperando las ideas cívicas de Misirkov para modelar la identidad macedonia… pero con la independencia de 1991 y sobre todo desde la llegada al poder en 2006 de Nikola Gruevski del partido derechista VMRO-DPMNE (autoproclamado heredero de la histórica Organización Revolucionaria Interior de Macedonia) se ha abandonado la tesis de Misirkov y se han quemado las naves en favor de la ”Antiguización”, es decir de un nacionalismo culturalista, herderiano, donde la nación étnica-cultural se basa en generar vínculos sentimentales, en este caso el del origen común en la Macedonia clásica.
Ciertamente no todos los macedonios dan apoyo al actual proceso de “Antiguización”, los hay que reivindican el retorno al “Macedonismo” de Misirkov, o incluso se sienten “yugonostálgicos” de un tiempo en el que Macedonia dentro de Yugoslavia era respetada dentro y fuera de sus fronteras.
El peligro es que en un país falto de tradición democrática e inmerso en una grave crisis económica estas diferentes sensibilidades sean difíciles de conjugar y pueda haber un estallido social.
Pero referente al derecho de los macedonios a existir como nación, creo que no hay duda. Así se autodeterminaron en el año 1991, y seguro que Macedonia sobrevivirá como nación mientras esa sea la voluntad de los macedonios, como cualquier otro pueblo.
Bibliografía:
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Octavi Mallorquí. Barcelona.
Colaboración. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 9 Enero 2013.