Desahuciar: despedir al inquilino o arrendatario mediante una acción legal. Definición un tanto escasa para un término que da tanto que hablar, un término que se cuela en las portadas de los periódicos, muchas veces por consecuencias trágicas que nos hacen replantearnos nuestra solidaridad y comprensión.
Cada día vemos y oímos noticias relacionadas con el tema de los desahucios. Pero nunca dejan de sorprendernos: desde que comenzó la crisis, se han producido casi medio millón entre nuestras fronteras, dejando a otro tanto de familias en la calle. Parece mentira que en pleno siglo XXI podamos vivir situaciones como esta, pero son ciertas, tan ciertas como que en EEUU las armas suscitan un intenso debate debido a la facilidad que tienen los ciudadanos, jóvenes o adultos, para conseguir una. No obstante, ciñéndonos al caso, cada vez son más las familias que ven como sus sueños se esfuman, a pesar de agarrarse casi literalmente con uñas y dientes a la que antes era su vivienda, su casa, su verdadero hogar. Ahondando en esta dimensión social, vemos como las familias de muchos rincones de España tienen que hacer frente a una deuda que ni siquiera con la entrega de la vivienda se salda. Pagar una casa que no pueden disfrutar es la paradoja de sus vidas, algo que paulatinamente va minando sus ánimos y hace que se llegue a un punto de desesperación.
Ante tal situación, se necesita un culpable al que achacar las desgracias. Alguien al que poder insultar y lanzar objetos de lo más variopintos. Y el que se lleva la palma en este caso es nuestro querido Banco, que tras una más que cuestionable gestión, ha hecho un gran negocio a costa de las familias trabajadoras. Todo era bonito hace unos años, cuando las entidades bancarias se hacían de oro mediante un arriesgado sistema de endeudamiento. Pero la burbuja explotó, dándonos en todo el jeto con sus (in)esperadas consecuencias y sumiéndonos poco a poco en una profunda crisis.
La cuestión que siempre se plantea es por qué no se vio venir esta crisis inmobiliaria que se fue extendiendo a los demás sectores. Una crisis del ladrillo que dejó en el paro a miles de trabajadores, pero miles eh, y que fue derribando los cimientos de sus esperanzas. Una de las razones de este siempre presente porqué, sería que a los bancos, siempre ellos, les interesaba especialmente conceder créditos hipotecarios. Estos créditos representaban una parte importante del activo de muchas entidades, ya que generalmente son créditos a muy largo plazo, y además su riesgo de impago dependía de la evolución de los ciclos económicos. Por lo tanto, era el negocio perfecto: hacían posible el sueño de muchas familias al poder acceder a una vivienda, y poco a poco engrosaban sus cuentas a costa de sus intereses. Sin embargo, la crisis financiera de EEUU cruzó mares y océanos, haciendo mella en nuestra economía y frenando los salarios de la clase obrera (no sé cómo nos las apañamos, que siempre estamos en todos los saraos). Por lo tanto, aunque seamos de letras, es fácil deducir que a mismo salario y mayores precios, el poder adquisitivo mengua considerablemente. Primero a pocos, ya que aquello no era una crisis, y después dándonos de bruces con la realidad, quizás demasiado tarde, quizás lo suficientemente a tiempo como para descubrir que había poco que hacer. Una rubia de hierro nos manejaba y maneja a su antojo y el propio sistema capitalista se encarga de presentarle trabas a los más desfavorecidos. Llegamos pues a esta situación: un colosal aumento de familias desahuciadas en nuestro país que necesita ser frenado como sea.
Sin embargo, puede que todavía quede algo de humanidad en esta sociedad consumista. Existen diversas organizaciones y plataformas que buscan ayudar a aquellos que se quedan en la calle. Porque desafortunadamente, puede ser cualquiera. A priori cabe pensar que sería consecuencia de una falta de sentido de común, de “meterse a pagar más de lo que se puede”. Pero en su momento, aquellas familias tenían un trabajo digno y se levantaban cada día de su cama y desayunaban en su cocina, percibiendo un salario que les permitía llevar aquel nivel de vida. Bien es verdad que nunca está de más preocuparse por el futuro, por el qué podría pasar… pero en realidad no son más que víctimas de un sucio negocio bancario. Como decía, existen diversas plataformas como la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) que lucha cada día por frenar esta compleja situación, movilizándose para ofrecer su apoyo a quien más lo necesita. De este modo han conseguido parar 510 desahucios, número que esperan incrementar a medida que junten apoyos. Esta plataforma, entre otras iniciativas, busca soluciones como establecer la dación en pago retroactiva, sistema que permite saldar la deuda total con el banco entregando la vivienda, y exigen la paralización inmediata de los desahucios en los casos de vivienda habitual. Tener que dejar su casa y seguir pagándola es algo surrealista, pero demasiado frecuente. La lógica dice que si no podían permitirse esa vivienda, será imposible que puedan seguir pagando por esa casa y encima por otro sitio en el que cobijarse. Tener que alimentarse, criar a los hijos y resguardarse del frío. Pero parece ser que la lógica no es del gusto de todos, sobre todo de los omnipresentes bancos.
Por lo tanto, ante esta encrucijada, muchos afectados recurren a la vía “fácil”. Para muchos la única ante la presión a la que están sometidos, viendo como su familia se queda literalmente en la calle. Y es así como nos conmueven por unos segundos el duro corazón al conocer el trágico final en las noticias. Finales que no deberían producirse, porque todos tenemos derecho a una vivienda digna, aunque las cosas puedan torcerse en algún punto de nuestra vida. Es necesario que se tomen medidas como la ya comentada dación en pago o iniciativas como el pago de un alquiler por la vivienda habitual de la familia, permitiéndoles continuar con su vida y ofreciéndoles tiempo para recuperarse económicamente. Como ya he dicho, no son más que víctimas de una crisis que comenzaron los bancos. Una consecuencia de la pésima situación de las cajas de ahorro que plagan nuestro territorio y de la obsesión por el dinero, que unas veces tanto da y otras tanto quita.
Pero sobre todo, no empecemos la casa por el tejado. En realidad, no empecemos más casas, que tenemos para dar y regalar (aunque no se tomen el refrán al pie de la letra). Claro que es necesario revisar la legislación correspondiente y hacer algo para evitar que se vuelvan a producir situaciones como la presente. Pero lo más importante ahora mismo es ayudar a todas esas familias que no pueden pasar la Navidad en su casa. Aunque sea un tópico y al final esas cenas navideñas se conviertan a veces en un quebradero de cabeza, a nadie le gusta pasarlas fuera de casa. No tengo nada más que decir. Bueno, sí: STOP DESAHUCIOS.
Elena Rodríguez Flores. Madrid. Madrid.
Colaboración. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 3 Enero 2013.