Afganistán, How are you?
( 10 años de desastre y falta de perspectivas hacia el 2014)
por Sàgar Malé
Futuro ante el abismo
En abril del 2002, justo después de la invasión de Estados Unidos que hizo caer el régimen de los talibanes, viajé a Kabul con la periodista Mónica Bernabé. Afganistán era, en aquel momento, un país nuevo y desconocido por sus propios habitantes. Podían escuchar música, volar cometas y pasear por las calles sin ser detenidos por la policía puritana. Ya no serían atacados o masacrados indiscriminadamente como había ocurrido a lo largo de 30 años. Era un brevísimo impasse de libertad en un país que había sido aniquilado. La gente por la calle nos saludaba espontáneamente: «How are you?»
Afganistán lleva una larga historia de destrucción, pero en los últimos 30/40 años, soviéticos, americanos, pakistaníes, árabes, señores de la guerra afganos etc. han llevado al país a su aniquilación en todos los sentidos. Nadie ha tenido ningún interés en reconstruir el país o a su gente. En 2001 había la oportunidad de restituir la paz y la normalidad con el apoyo internacional. Contrariamente todo ha sido un cúmulo de despropósitos que han llevado al país a un callejón sin salida. El año 2014, cuando se plantea la retirada de las fuerzas internacionales con todo lo que ello conlleva, marca una línea de división, un antes y un después para el país. Se deja la población desamparada y con pánico ante el abismo por falta de cambios significativos.
El think tank Afghanistan Analysts Network (ANN) ha hecho un riguroso informe sobre los compromisos de la comunidad internacional hasta 2014 que concluye: «Es prácticamente imposible que la situación en Afganistán cambie radicalmente antes del 2014, y si cambia será hacia una escalada del conflicto con un potencial desestabilizador en la región.»
Al Qaeda, los talibanes y Pakistán
En 2011 Obama asesinó a Osama, en un gesto efectista y revanchista que indicaba que el presidente más esperado de los Estados Unidos sólo continuaba la errónea política de su predecesor: el objetivo único era atrapar a Bin Laden y Al Qaeda, y no una estrategia global de restitución de la paz y la seguridad en el país.
Georges Bush, obsesionado por este objetivo hizo del corrupto presidente paquistaní Musharraf su aliado, a quien no discutía nada. Así, al tiempo que Estados Unidos llevaba a cabo su propia guerra bombardeando a diestro y siniestro (la llamada «Operación Libertad Duradera»), los servicios de inteligencia paquistaníes (ISI), acogían y reestructuraban los talibanes en las áreas tribales fronterizas mientras, para simular el juego de la colaboración, entregaba a la CIA árabes de Al Qaeda (no talibanes).
La guerra de Pakistán era la India, no Afganistán. Quería crear un cinturón de talibanes en la frontera para impedir los contactos del gobierno afgano con los indios, y a la vez crear resistentes islámicos para mandar a la lucha contra Cachemira, región históricamente disputada con la India. Los talibanes se fortalecían y «volvían a casa», o sea en las provincias más pashtun en el sur de Afganistán de donde provenían: en Helmand, en Kandahar, en Uruzgan… En el 2006 se dieron las primeras grandes ofensivas de los talibanes. Además la política del presidente afgano Hamid Karzai favorecía este fortalecimiento ya que no se basaba en la construcción institucional sino de fortalecimiento de personalidades concretas que fácilmente pactaban con quien más les interesaba.
¿Estrategia militar o económica?
Las operaciones militares eran cada vez más impopulares y los muertos civiles de los bombardeos aumentaban. Human Rights Watch en «Troops in contact» documenta que en 2006 se mató 116 civiles, en 2007, 321 y en los primeros meses de 2008, 119. La actuación humanitaria también era víctima militar al adoptarse una estrategia en la que las tropas participaban de los proyectos de reconstrucción (los llamados «Equipos de Reconstrucción Provincial»). Se confundían los objetivos militares y los humanitarios y las ONG se convertían en blanco de ataques. Para rizar el rizo los abogados conservadores de Bush decidieron que los “Acuerdos de Ginebra” en materia de prisioneros de guerra no se aplicarían en su invasión a Afganistán, y a los detenidos se les aplicaba la «presunción de culpabilidad» en lugar la «presunción de inocencia”. Las imágenes macabras en la prisión de Guantánamo dieron la vuelta al mundo. A esta impopularidad se ha sumado los desafortunados actos de las tropas internacionales quemando Coranes que han provocado una reacción extremadamente anti-occidental.
Económicamente no ha habido una estrategia de desarrollo del país. Las ganancias agrícolas no mantienen las familias de las zonas rurales. Se depende económicamente de la ayuda externa. En realidad sólo funciona la economía informal y el cultivo del opio, del que no ha funcionado ninguna estrategia para su erradicación, si es que realmente se ha intentado alguna vez. Karzai, además, no ha actuado de forma contundente, tolerando los sospechosos de narcotráfico, que muchos de ellos forman parte de la estructura de señores de la guerra que dominan el país, o parte de la estructura clánica de los pashtun (su etnia). Además el cultivo del opio fortalece el retorno de los talibanes ya que se cultiva masivamente en las provincias que están bajo su control, como Helmand.
Criminales de guerra
El papel de la «intervención internacional» podría haber sido realmente útil para propiciar un cambio político, apoyando un sistema electoral plural, multiétnico y basado en candidatos no armados. Este es un proceso que no puede ser llevado a cabo por la población afgana por sí sola. Los responsables de la reciente destrucción sanguinaria del país, los llamados señores de la guerra, han pasado ante los ojos internacionales a ser parte de la estructura de gobierno que compone el Parlamento, como ministros, controlando sectores económicos del país, etc. Los «Acuerdos de Bonn» de 2001 y la posterior “Gran Asamblea” del país de 2002 (la «Loia Jirga») eran grandes oportunidades para dejarlos fuera de juego: pero el papel internacional se ha mantenido vergonzosamente neutral y «no intervencionista» en temas políticos, a pesar llenar el país de tropas «intervencionistas». Incluso cuando se firmó un plan acompañado por la ONU para reparar los crímenes, sus responsabilidades y el dolor de las víctimas (justicia transicional), fue bloqueado por una ley de amnistía aprobada por el corrupto gobierno afgano para invalidar las pruebas que aportaba un informe detallado de Human Rights Watch en 2006 sobre los crímenes cometidos en Kabul por estos señores de la guerra.
También es habitual la firma de leyes que en la práctica son papel mojado, especialmente cuando se trata de derechos de las mujeres. Se ha aprobado enmiendas de género en la nueva Constitución, se ha incorporado mujeres en el Parlamento, o se ha aprobado sin restricciones las leyes internacionales contra la violencia a las mujeres (CEDAW) como la cara bonita de la política afgana actual. Pero en la práctica nunca se han cumplido y las brutalidades contra las mujeres fruto de la impunidad patriarcal quedan intactas.
Ni presencia ni retirada
La última torpeza diplomática es llevar a cabo negociaciones monodireccionales con los talibanes, sin contar la variedad de actores de negociación. La población afgana mira en 2014 sin alternativas: ni se quiere la continuidad de la presencia militar internacional que sólo hace que deteriorar su situación, ni su retirada que deja el campo libre a los señores de la guerra y la insurgencia hacia una nueva guerra civil a gran escala.
Sàgar Malé Verdaguer. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 3 Enero 2013.