En el momento de escribir este artículo, la ofensiva militar desatada por el ejército israelí contra la Franja de Gaza lleva el trágico balance de 19 personas muertas y unas 150 de heridas. Esta última escalada de violencia empezó la semana pasada cuando soldados israelíes mataron a un joven en una operación de represalia por el lanzamiento de cohetes contra territorio israelí, y la situación empeoró a partir del sábado, cuando militantes palestinos dispararon contra un vehículo militar israelí cerca de la frontera. – seguir leyendo
Palestina después de la operación ‘Pilar de Defensa’
Oriente Próximo: Conflicto palestino – israelí
Los grupos militantes palestinos aceptaron una tregua informal el lunes día 12 pero Israel, con el ataque del miércoles, la rompió dando inicio a la operación “Pilar de Defensa”, en el transcurso de la cual fue muerto Ahmed Jabari, comandante de las Brigadas al-Qassam, el ala militar de Hamas.
Pero la actual oleada de violencia sobre Gaza hay que relacionarla con las tensiones que se viven en la zona norte del Sinaí fronteriza entre Egipto, Israel y Gaza, ya que ha sido escenario de enfrentamientos entre el ejército egipcio y varios grupos armados de naturaleza diversa (unos sólo son contrabandistas y otros son insurgentes islamistas, algunos de los cuales se les atribuyen vínculos con Al Qaeda). La actividad de estos grupos han tomado un gran impulso a raíz de la caída del régimen de Mubarak a comienzos de 2011 y han protagonizado varios ataques como las acciones de sabotaje contra el gasoducto que provee a Israel y Jordania, el ataque contra la localidad israelí de Eilat el verano del año pasado, o la muerte de 16 agentes de policía egipcios en una comisaría situada cerca de la frontera el pasado mes de agosto. Así, en el informe anual sobre terrorismo del Departamento de Estado norteamericano se denunciaba que el norte del Sinaí se había convertido en «una base para el contrabando de armas y explosivos en Gaza, así como un punto de tránsito para los extremistas palestinos” y que el “tráfico de seres humanos, armas, dinero y otros tipos de contrabando a través de la península del Sinaí en Israel y Gaza han creado redes criminales con posibles vínculos con grupos terroristas a la región”.
Desde el verano de 2011 Egipto inició una serie de acciones militares para erradicar estos grupos que se enmarcaban dentro de la llamada “Operación Águila”. En este contexto, y a raíz del atentado del mes agosto, el gobierno egipcio aceleró la demolición de unos 120 túneles que comunicaban Gaza con el territorio egipcio, y que eran vitales para el abastecimiento de productos básicos para la población de la franja y la financiación del Gobierno de Hamas, que grababa las mercancías que entraban a través de ellos.
Esta situación ha agravado la situación en la Franja de Gaza, donde la población ya vive con bastante angustia debido a las penalidades y la precariedad en las condiciones de vida provocadas por el bloqueo impuesto por el ejército israelí el 2006. Esto hace que aumenten las manifestaciones contra el gobierno de Hamas, acusado por unos de no ser capaz de paliar las graves carencias que sufre la población y por otros, especialmente los grupos armados disidentes, que cuestionan sus capacidad para liderar la resistencia contra la ocupación israelí. Estas presiones le obligan ha mantener un frágil equilibrio entre la contención de las milicias palestinas y el apoyo más o menos encubierto a acciones esporádicas contra objetivos israelíes.
Dentro de Israel, se ha apuntado a la proximidad de la cita electoral de enero del próximo año para explicar el incremento de la agresividad por parte del gobierno de Netanyahu. No es la primera vez que un primer ministro hace uso de la guerra para cerrar filas dentro de la sociedad y la clase política israelíes. En este caso, parece ser que Netanyahu temía que el ex primero ministro Ehud Olmert pudiera arrebatar votos a su partido Likud, había rumores que Olmert tenía previsto anunciar su candidatura precisamente en la noche del miércoles pero que el inicio de la operación «Pilar de la Defensa» se lo impidió. Por su parte, el ministro de Defensa Ehud Barak, después de protagonizar una escisión dentro del Partido Laborista en enero de 2011 para garantizar su continuidad dentro del gobierno de Netanyahu, no tenía claro si contaría con los votos suficientes para mantener sus escaños al parlamento. Esto puede explicar en parte que los dos hayan permitido el asesinato de Ahmed Jabari, un hombre presentado como un terrorista sanguinario pero que de hecho había sido fundamental en los últimos cinco años para mantener la seguridad en la frontera con Gaza y que estaba negociando una tregua permanente con el Gobierno hebreo.
Por su parte, el presidente egipcio Mohamed Morsi se ve en la tesitura de mantener un cierto pragmatismo. No puede deshacerse de los vínculos con los EEUU, pues ello supondría el cierre del acceso a las fuentes de financiación externa que necesita si quiere mantener la estabilidad política y social de Egipto, fundamental para llevar adelante su programa de gobierno; lo cual significa el mantenimiento de los vínculos económicos y diplomáticos con el principal aliado norteamericano en la región, Israel. Pero esta posición puede pasar factura a su popularidad y dar fuerza a las fuerzas opositoras tanto del salafismo ultraconservador como de los grupos liberales y de la izquierda egipcia. Así, el gobierno egipcio va alternando la firmeza de las acciones militares en el Sinaí y el cierre de los túneles que comunican con Gaza con los gestos diplomáticos de apoyo al pueblo palestino y los intentos de mediación en el enfrentamiento entre Hamas y el Estado israelí.
Por otro lado, mientras los EEUU siguen en su línea de apoyo incondicional a Israel, la comunidad internacional muestra su más absoluta incapacidad, o carencia de voluntad, para llegar a unos acuerdos que permitan parar la violencia. Todo ello hace que las consecuencias de esta nueva ofensiva sobre Gaza puedan ser terribles, pues de lo que se trata ahora es de mantener la pax americana para el Próximo Oriente construida por los Acuerdos de Camp David, firmados por los EEUU, Israel y Egipto el 1978, aunque sea al precio de la sangre de la población civil palestina.
Palestina después de la operación ‘Pilar de Defensa’
Con el alto el fuego del pasado 21 de noviembre se ha puesto fin a la última ofensiva del ejército israelí sobre la Franja de Gaza que se ha cobrado, según la Oficina de la ONU de Asuntos Humanitarios, la vida de 158 de personas, de las cuales 103 eran civiles. La población civil ha vuelto a una situación de calma aparente, ya que ni ha desaparecido la violencia –siguen produciéndose los incidentes en los que algún palestino resulta muerto o herido por el ejército israelí– ni se ha levantado el bloqueo con el que Israel lleva sometiendo a la población de Gaza franja desde hace más de cinco años. En este sentido, no está de más recordar que la ONG israelí B’Tselem ya denunció que desde el fin de la operación “Plomo Fundido”, en enero de 2009, hasta septiembre de 2012 habían muerto unos 314 palestinos a manos de las fuerzas de seguridad israelíes.
Con todo, no ha dejado de sorprender la rapidez con que se ha acordado el alto fuego entre Hamás y el ejército israelí, sobre todo cuando los peores pronósticos apuntaban a una nueva edición de la brutal y sangrienta operación “Plomo Fundido”. Este rápido desenlace ha dado pie a interpretaciones que sitúan a Hamás y a Egipto como los grandes beneficiados de la reciente crisis. En lo que respecta a la organización palestina, su liderazgo en Gaza se habría visto reforzado en detrimento de las facciones disidentes y, sobre todo, del presidente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmud Abbas y su partido, Fatah. De hecho, hace tiempo que tanto Abbas como Fatah han perdido buena parte de su credibilidad a ojos de muchos sectores de la población palestina. Acontecimientos recientes como la visita del emir de Qatar a Gaza a finales de octubre –la primera de un jefe de Estado a la franja desde el establecimiento del bloqueo–, sin que el presidente palestino tuviese participación alguna en el evento, o las declaraciones realizadas en una entrevista concedida a una cadena de televisión israelí a principios de noviembre en las que Abbas daba a entender que renunciaba al derecho al retorno de los refugiados palestinos, no harían más que confirmar el desgaste del gobierno de Abbas y de Fatah.
Por su parte, el presidente egipcio Mohamed Morsi ha emergido de la crisis como un gran estadista de talla internacional. Su protagonismo en la mediación entre Hamás y el gobierno israelí para que acordasen el alto el fuego habría hecho aumentar su prestigio y popularidad (algo que le ha llegado muy oportunamente dada la fuerte contestación que ha suscitado entre la oposición egipcia las recientes medidas gubernamentales encaminadas a blindar la presidencia frente a la acción de la justicia) y, de paso, ha puesto a Egipto en el centro de la escena política de Oriente Próximo; además de propiciar un acercamiento de Hamás a El Cairo, alejando a la organización palestina de Damasco. Pero no hay que olvidar que la alianza entre Hamás y Siria sólo era coyuntural y que, a raíz del estallido de las revueltas en Siria, el liderazgo político de la organización ya se había trasladado de Damasco a Qatar y El Cairo a finales de 2011. Por otro lado, Egipto –que ya había controlado Gaza entre 1948 y 1967– ha sido prácticamente la única vía de comunicación con el exterior que ha tenido Gaza, especialmente desde que se abrió parcialmente el paso de Rafah tras la caída de la dictadura de Hosni Mubarak. Es decir, que Egipto no ha hecho otra cosa que reafirmar el protagonismo que desde antaño ha tenido en la zona, sólo que esta vez ha contado con el inestimable apoyo de los EEUU. Es evidente que para la Casa Blanca es mejor tener a Hamás –a la que sigue considerando como una organización terrorista– dentro de la órbita de El Cairo que de la de Damasco. Este hecho facilitaría además el control y la estabilidad de la zona del norte del Sinaí egipcio fronteriza con la Franja de Gaza e Israel donde, desde el inicio del proceso de transición política en Egipto, han proliferado los grupos armados de diversa índole – no hay que olvidar que en esta zona el ejército egipcio tiene en marcha la “Operación Águila” con el objetivo de eliminar dichos grupos.
Así pues, mientras Estados Unidos ha manifestado públicamente su tradicional apoyo sin fisura a Israel, por otro lado ha desplegado una intensa actividad diplomática para dar promover la mediación egipcia en la crisis; una actividad que también ha incluido presiones a Tel-Aviv para que frenase su ofensiva, ya que una invasión terrestre de Gaza por parte del ejército israelí podría haber tenido consecuencias a nivel regional muy difíciles de controlar. No obstante, aunque Netanyahu había visto aumentar su popularidad con el inicio de la operación “Pilar de Defensa”, está por ver si la rápida conclusión de la ofensiva, que ha provocado el descontento de no pocos sectores sociales y políticos de Israel que han visto frustradas sus expectativas de que una eventual operación terrestre de envergadura eliminase definitivamente a Hamás, acabará por pasarle factura en sus posibilidades de relección en los comicios del próximo mes de enero. Quien sí ha tirado la toalla –al menos por el momento– ha sido el ministro de Defensa Ehud Barak, que ha renunciado a presentarse a las elecciones.
Es probable que asistamos a un breve periodo de relativa calma, al menos hasta las próximas elecciones de enero en Israel. Pero esto no hará que mejore la suerte de la población palestina, que sigue sometida al régimen de la ocupación militar, la discriminación étnica y la colonización por parte del Estado israelí. El reciente reconocimiento de Palestina como Estado observador de las Naciones Unidas apenas va a tener repercusiones prácticas en esta situación más allá de un cambio formal de estatuto –pasar de ser una entidad nacional a ser un Estado–, aunque no hay que menospreciar la fuerte carga simbólica que comporta dicho reconocimiento (además de que ha supuesto un espaldarazo para el presidente Abbas cuya posición, como ya hemos apuntado, es más que cuestionada por buena parte de la población palestina). Por el momento, el gobierno israelí ya ha reaccionado a tal decisión anunciando la construcción de 3.000 nuevas viviendas en Jerusalén Oriental y Cisjordania, en especial en la denominada zona E1, un corredor que comunica Jerusalén con Ma’aleh Adumim, uno de los mayores asentamientos de colonos israelíes en territorio palestino, lo que supondría la partición territorial de Cisjordania, imposibilitando de esta manera la viabilidad de un futuro Estado palestino.
Darius Pallarès Barberà. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 17 Noviembre / 6 Diciembre 2012
Artículos relacionados: Oriente Próximo: Conflicto palestino – israelí