Los mexicanos tenemos muchos motivos e innumerables razones para estar orgullosos de serlo. No es que nos creamos lo mejor del mundo ni que retrocedamos a la llamada «época de gloria» de nuestro cine, de borrachos con sombreros charros y con Jalisco en todo y por encima de todo, como si emulase al himno alemán. No trato de ensalzar ese patriotismo de cantina -y antes de pulquería- que tanto nos avergonzó en otros tiempos. Ahora somos un país serio, digno de codearse con los grandes en cualquier reunión internacional.
Lo que yo trato de ensalzar aquí no es un panorama general de México, como si me pagase la Secretaría de Turismo, sino un aspecto que desde nuestro origen nacional todos llevamos en el corazón y aun sin decirlo, nos hace mirar con una cierta suficiencia (lo cual está muy mal, lo sé, pero está justificado) a los demás países.
Yo sostengo que esa actitud, aunque un poco insolente, está plenamente justificada porque no estoy poniendo a México por encima o por delante de las demás naciones, sino enorgulleciéndome de un aspecto, un sólo aspecto de nuestro México en el que sí podemos compararnos ventajosamente con cualquiera y aun merecer la admiración del mundo. Y lo más impresionante es que ese motivo de orgullo lo es, para México, a lo largo de toda su historia, apenas con un brevísimo periodo de unos dos años, allá, a principios del siglo XX, y hubo un general que muy oportunamente impidió que esa tradición nacional fuese alterada, aunque para lograrlo tuvo que matar al presidente que la había transgredido.
Que un país de América Latina sea espejo y ejemplo del mundo en algo, sea lo que fuere, es un verdadero acontecimiento en la historia y un timbre de orgullo en nuestra enseña nacional, muy especialmente en la parte clave de nuestro escudo, lo más representativo de nuestros políticos y nuestros gobiernos: la serpiente.
Porque si bien México y los mexicanos tenemos muchos defectos, hay un tema en el cual somos ejemplo para el mundo y lo sabemos, aunque decirlo constituya pecado de vanidad; ese tema, ese lujo, ese orgullo nacional, esa gloria ganada a lo largo de toda nuestra historia es… ¡la pureza, limpieza y equidad de la elecciones!
Podríamos remontarnos hasta Moctezuma II para describir con qué pureza democrática los habitantes de Tenochtitlán eligieron la piedra que le arrojaron a la cabeza por cobarde (y lo mató), pero no tenemos espacio para tanto, por lo que comenzaremos en épocas más recientes, cuando un hombre ilustre y muy inteligente enseñó al mundo lo que es la democracia verdadera y no esas cínicas ficciones de otros países. Hablo, claro está, del general Álvaro Obregón, que falleció súbitamente, mientras comía en un restaurante mexicano, llamado como un parque de sano esparcimiento en Madrid, España: “La Bombilla”. Su muerte fue tan sentida que hasta una monja, conocida como “la madre Conchita”, estuvo varios años haciendo penitencia en las Islas Marías, con tal fuerza de voluntad para el sacrificio que rompió sus votos y contrajo matrimonio.
A Obregón le sucedió en el poder su muy buen amigo Plutarco Elías Calles, otro paladín de la pureza electoral y de las elecciones libres, una figura preclara de la libertad política, como lo demuestra el originalísimo monumento a él erigido en Huitzilac, Morelos, junto a la carretera.
Calles fue quien instauró el actual sistema electoral mexicano, seguido desde entonces con gran espíritu democrático: Calles creó un partido democrático, nacional y obligatorio, llamado P.N.R. que después se transformó en PRM. Pero nuestro sistema electoral es tan perfecto que para mantenerlo incólume se transformó otro, el PAN que estaba a punto de violar la tradición mexicana porque su fundador, un tal Alejandro Gómez Morín, estaba a punto de ensuciar la antigua, tradicional y brillante tradición de México en materia electoral. Pero allí estaban los preclaros prohombres dispuestos a todo: Vicente Fox y Felipe, que hicieron del PAN un continuador de los principios de Calles: “es muy bueno cuando mandas lo que era malo cuando obedecías”.
Ya lanzados en una nueva adaptación de los grandes y viejos tiempos volvimos a sentir el patriótico fervor que nos inoculó durante más de setenta años el invencible, genial, revolucionario, paradigmático y carismático Partido Revolucionario Institucional, que antes fuese PNR y PRM.
Hemos vuelto a la gloriosa inspiración de la posrevolución Mexicana, a sus métodos y a sus detalles y si bien ya no tenemos Plutarco, ahí está un Carlos que vale por tres y México mantiene su inmaculado prestigio como el país con las elecciones más transparentes de la historia, que asombran al mundo porque mucho antes de que se celebren todos sabemos quién va a ganarlas, como acaba de comprobarse en la última demostración de transparencia que México ha ofrecido a la ONU.
En materia de derecho aquí todo se transparenta: los hechos y sentencias de los dignos, solemnes, cumplidos y respetables magistrados de nuestros diversos tribunales, (y muy especialmente los electorales y la Suprema Corte) son como el más limpio de los cristales y todos vemos, merced a esa transparencia, qué tiernamente, y con qué suavidad y dulzura fallan a favor de los intereses creados –honrado sea Benavente-, como es natural, aunque incomode, naturalmente a quienes, ¡craso error!, caen en la ilusión, ¡pecado de optimismo excesivo!, de creer que basta con los votos para ganar unas elecciones.
¿Dónde quedaría la natural y muy famosa inventiva del mexicano si hiciésemos las cosas lo mismo que en cualquier otro país? Precisamente, ese orgullo legítimo del que vengo hablando cifra los claros timbres de los que estamos ufanos (Díaz Mirón también lo estaba) en la pulcritud, honorabilidad, nobleza y desinterés con que se llevan a cabo los procesos electorales, que han hecho que el mundo diga, asombrado: ¡Como México no hay dos!
Y ya que hemos entrado con don Salvador a la poesía vernácula, cerraremos esta exaltación, tan justificada en los días patrios, con otro poeta mexicano, Amado Nervo, que tituló su obra más conocida inspirado en nuestra democracia electoral:
La amada inmóvil.
Anotaciones:
1.- El «monumento» en Huitzilac son las cruces por el general Serrano y sus amigos, asesinados por Calles en ese lugar por presentarse a las elecciones.
2.- Gómez Morín fundó en 1939 el primer partido que se atrevió a enfrentarse al entonces PRM (hoy PRI) que se llamó Partido Acción Nacional (PAN) en nada parecido al actual, salvo en el nombre.
3.- El «Carlos» que se menciona es Salinas de Gortari, ex-presidente que sigue la línea de Calles: seguir mandando sobre sus sucesores dentro del PRI.
Juan Miguel de Mora. Ciudad de México.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 19 Octubre 2012.