Hasta que la muerte nos separe… – por Leticia Vijuesca

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la violencia como “El uso intencional de la fuerza física o el poder contra uno mismo, hacia otra persona, grupos o comunidades y que tiene como consecuencias probables lesiones físicas, daños psicológicos, alteraciones del desarrollo, abandono e incluso la muerte”.

Vivimos en una sociedad caracterizada, tristemente, por manifestaciones de violencia en todos los ámbitos de nuestro día a día. Hablamos de violencia familiar, de acoso escolar, de violencia de género, de violencia en la pareja, de violencia en los medios, en el deporte, en la política, etc., sin ser conscientes de que la violencia no se elige, sino que se impone.

Actualmente la violencia en pareja se ha equiparado a la violencia doméstica, dejándonos, sólo en España, cifras escalofriantes de victimas que las padecen, que sufren, que lloran, que temen, y muchos nos preguntamos hasta cuando vamos a vivir esto, otros, sin embargo, hasta cuando van a vivir.

La violencia es un mal tan extendido que se ha convertido en uno de los más grandes desafíos de nuestra época. Algo que no solo debe doler a la víctima, sino a toda la sociedad, una sociedad que nos pide confianza, que promete soluciones y que quiere transmitir una cierta esperanza mientras nos recuerda que en cualquier momento puede morir una persona o que otras tantas están siendo maltratadas.

Una sociedad constituida por todo tipo de personas; unas más felices que otras, unas más afortunadas y otras menos, personas optimistas, solidarias y entregadas, personas que piden al mundo que abra los ojos y vea la realidad, pero también constituida por las victimas y sus verdugos, por aquellas que un día confiaron en alguien equivocado y han pagado, pagan y pagarán un injusto precio.

Una sociedad en la que se pueden barajar miles de nombres para cada tipo de violencia, pero que para cada mujer u hombre que la sufre la siente como única.

Una sociedad en la que las victimas aún tienen que convivir con los argumentos de minorías cuyas bases se sustentan en la más profunda ignorancia y falta de respeto hacia el ser humano y su derecho al respeto y a su libertad.

Minorías que provocan que aún a día de hoy se tengan que escribir líneas, páginas enteras y libros varios desmontando sus conclusiones bajo titulares tales como “Los mitos de la violencia doméstica”. ¿En qué sociedad vivimos para que una victima se llegue a preguntar el porqué tiene que demostrar hasta la saciedad que sufre maltrato mientras que otros intentan justificar cada uno de sus fundamentos?.

Una sociedad en la que las victimas sienten miedo, indefensión, ira, vergüenza y humillación debido a la desvalorización de su pareja. Miedo por sentirse juzgadas y culpadas de la violencia que sufren. Indefensión por reclamar un apoyo que debería ser obligatorio.
Ira por sufrir lo que sufren, por escuchar soluciones fáciles.
Vergüenza y humillación porque alguien te hizo creer que no eras nada pero que no deja que te vayas de su lado.

No voy a exponer datos, cifras, porcentajes. No voy a debatir a esas minorías el porqué el problema de la violencia es un problema complejo que deriva en graves consecuencias físicas, psicológicas y sociales y no un “problemilla exagerado”. No voy a hablar del origen de la violencia y de como nos rodea. Tampoco de si la violencia intrafamiliar es un problema mayor en las diferentes clases sociales.

No, simplemente no.

Solo cada victima sabe lo que es, lo que se siente cuando depositas toda tu ilusión en crear un futuro junto a esa persona que un día te juró amor, protección, apoyo, seguridad y confianza, y destrozó todas tus ilusiones y sueños.

Esa persona que prometió enamorarte con cada una de sus caricias convertidas en golpes que marcan el cuerpo como recordatorios de quién posee el poder, de quien aplastará tu persona por la necesidad de acallar sus frustraciones e inseguridades.

Y te callas, y un día quieres hablar pero no te sale la voz porque te has quedado sin ella. Ves como cada suspiro que regalabas a esa persona se ha convertido en un intento de contener el aliento por si lo que haces o dices está mal, aún a sabiendas que lo que haces o dices siempre estará mal. Como tus ilusiones se han convertido en preocupaciones, en ruegos para que, por una vez, puedas obtener permiso para hacerlo y no tengas que renunciar a ellas porque las frustraciones de la otra persona las conviertan en algo egoísta.

Y vives algo donde nada es lo que parece y todos son lo que son pero nadie ve quién es quién.

Y quieres luchar pero alguien te frena absorbiendo hasta el último halo de tu existencia, porque no vales nada pero lo quiere todo de ti.

Y aprendes a rezar, por un presente rápido y por un futuro asegurado, porque el día a día se pase pronto y porque el mañana llegue para que finalice lo antes posible.

Y preguntas porqué, cuando tu único error es esa “persona”.

Quizá no sea esto lo que una victima dijese, pero queda un largo recorrido para que dejen de sentirlo.

“Perdóname, no volveré a hacerlo”, No, es que jamás deberías haberlo hecho.

Leticia Vijuesca Martín. Madrid.
Colaboradora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 16 Octubre 2012.