Bernardo Atxaga, El hombre solo, 1999.
Pero hay que hacer un repaso a los acontecimientos que desembocaron en esta matanza. El conflicto palestino-israelí fue en parte el detonante de la guerra civil libanesa de 1975-1990. Desde la proclamación unilateral del estado israelí el 1948 numerosos palestinos fueron expulsados de su tierra para refugiarse en el Líbano. Su presencia en este país suponía un factor de desestabilización del frágil equilibrio entre las comunidades de raíz confesional que eran la base del ordenamiento político e institucional libanés. Esta tensión llegó a un punto crítico a raíz de los hechos de “Septiembre Negro” de 1970 en Jordania, cuando el rey Hussein ordenó la expulsión de las organizaciones palestinas que habían convertido el país en la base de la resistencia a la ocupación israelí –y suponían un peligro para la supervivencia de la monarquía hachemita–, que se instalaron en territorio libanés. La presencia de las principales organizaciones palestinas, sobre todo de la Organización para la Liberación de Palestina de Yasser Arafat (OLP), fue vista como una amenaza por la hegemonía de las élites comunitarias libanesas, especialmente para la derecha cristiana maronita. Esto precipitó el estallido de la guerra con el enfrentamiento entre los palestinos, con el apoyo de la izquierda y de la mayoría de los musulmanes libaneses, y, por otro lado, las fuerzas cristianas de derecha encabezadas por el Partido de las Falanges Libanesas (Kataeb).
El mayo de 1976, cuando parecía que las fuerzas palestinas y de la izquierda libanesa estaban a punto de vencer, el régimen sirio de Hafez al-Assad envió sus tropas al Líbano para apoyar al Kataeb. Esta intervención contó con el visto bueno de las potencias internacionales –los EE.UU. y la URSS– y el acuerdo tácito de Tel Aviv, siempre y cuando las fuerzas sirias no se internaran al sur del río Litani, cerca de la frontera con Israel. El ejército sirio colaboraría con las milicias cristianas en la destrucción de los campos de refugiados palestinos cercanos en Beirut mientras se extendían las matanzas de civiles. Finalmente, el acuerdo de Riyad (Arabia Saudí) permitió establecer un precario alto el fuego que dividía la capital libanesa entre los sectores este (cristiano) y oeste (musulmán).
Pero los cambios que se produjeron a nivel regional a partir de 1977 supusieron un viraje en las alianzas. Egipto e Israel empezaron un proceso de normalización de las relaciones diplomáticas e iniciaron conversaciones de paz que culminarían con los Acuerdos de Camp David (1978). Este hecho provocó el rechazo de muchos países árabes y, de rebote, comportó el entendimiento entre Damasco y la OLP; entonces, el gobierno israelí decidió apoyar a las milicias falangistas y, en marzo de 1978, invadía el sur del Líbano para apoyar la creación de un estado-tapón cristiano: el Estado Libre del Líbano.
El junio de 1981, el partido del primer ministro israelí Menachem Begin, Likud, volvía a ganar las elecciones. Artífice de las negociaciones de paz con Egipto, Begin necesitaba dar satisfacción a los sectores más intransigentes, descontentos porque, entre otras cosas, los Acuerdos de Camp David suponían la devolución del Sinaí a Egipto, ocupado por Israel desde 1967. Entonces, junto con su ministro de defensa, Ariel Sharon, empezó a planear una operación de mayor envergadura en el Líbano para aplastar a la OLP. Pero este plan también tenía el objetivo de apoyar a Bachir Gemayel, líder del Kataeb, para que se hiciera con el poder en el Líbano y, así, ponerlo dentro de la órbita de influencia de Tel Aviv.
Así, usando como pretexto los ataques palestinos al norte de Israel, a comienzos de junio de 1982 se ponía en marcha la operación “Paz para Galilea”; las fuerzas israelíes avanzaron rápidamente y, en pocos días, llegaban a Beirut y ponían asedio al sector oeste de la capital, donde se encontraban las fuerzas palestinas y numerosos civiles refugiados. Finalmente, después de dos meses de intensos bombardeos que provocaron miles de muertos y heridos, la mediación internacional hizo posible que el estado mayor de la OLP, con Arafat al frente, y las fuerzas palestinas pudiesen salir de Beirut para buscar refugio en el extranjero. Todo parecía salir como habían planeado los israelíes, la OLP se iba del Líbano y, además, Bachir Gemayel había sido nombrado presidente del país. Pero el 14 de septiembre Bachir moría en un atentado contra la sede del Kataeb en Beirut este. Todo apuntaba a que Siria estaba detrás de este ataque: Hafez al-Assad podía permitir que Israel interviniera para echar a Arafat (al fin y al cabo, este no había dejado de ser un aliado incómodo para Damasco); pero de ninguna forma podía tolerar que el Líbano aconteciera un protectorado de Tel Aviv. Fue entonces cuando Sharon permitió a los falangistas perpetrar las masacres de Shabra y Chatila en venganza por el atentado contra Bachir. El día 16, milicianos falangistas entraron a los campos de refugiados, que estaban vigilados por las fuerzas israelíes, y durante treinta y ocho horas asesinaron a un número indeterminado de palestinos, las fuentes hablan de entre 1.000 y 3.000 hombres, mujeres y niños.
Pero, como ya se ha dicho, las reacciones de condena por la matanza fueron unánimes; incluso dentro de Israel, donde la opinión pública se sintió engañada por una intervención militar que el gobierno había vendido como una operación limitada en respuesta a las acciones armadas palestinas y, en la práctica, se había convertido en una vergonzosa aventura militar. Esto dio fuerza a los sectores pacifistas, encabezados por el movimiento Paz Ahora, favorable a establecer negociaciones con los palestinos, que el 25 de septiembre organizó una manifestación de protesta que concentró unas 400.000 personas en Tel Aviv. Todo ello precipitó la caída del gobierno: se formó una comisión investigadora para depurar responsabilidades; Sharon tuvo que dimitir; Begin ponía fin a su carrera política, retirándose de la vida pública, y el Likud perdería las elecciones de 1984.
30 años después de las masacres de Sabra y Chatila, el Líbano –a pesar de que la guerra civil acabó el 1990– sigue viviendo al borde de la confrontación armada atrapado por los intereses de los caudillos comunitarios que controlan la vida política en connivencia con las potencias regionales e internacionales; y la población palestina continúa malviviendo en los campos de refugiados, olvidada por todo el mundo.
Darius Pallarès i Barberà. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 19 Septiembre 2012
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