Armstrong, la carrera espacial y la guerra fría – por Darius Pallarès

La reciente muerte de quien fue el primer ser humano en pisar la Luna, Neil Armstrong, ha acaparado los titulares de las principales cabeceras, las páginas webs de los grandes medios de comunicación y las redes sociales. Pero la gran mayoría de artículos y opiniones apenas son poco más que una serie de banalidades y lugares comunes que dan muy poca luz sobre la realidad de todo la que rodeó la llegada de Armstrong a tierras selénicas, el programa Apolo y, en general, la misma carrera espacial.

Esta observación se ve más que justificada en personas de generaciones que, como en mi caso, no tuvieron la oportunidad de ver por televisión el histórico acontecimiento y no han dejado nunca de preguntarse por qué años después de aquel hecho no sólo no se ha ido más lejos en los viajes espaciales con seres humanos, sino que ni siquiera se ha vuelto poner los pies en nuestro pequeño vecino; después de la misión Apolo 11 de Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins (19 de julio de 1969), sólo hubieron cinco misiones más que consiguieron llevar seres humanos a la Luna con éxito: Apolo 12 (noviembre de 1969), Apolo 14 y 15(enero y julio de 1971) y Apolo 16 y 17 (abril y diciembre de 1972).

Para entender esto hace falta que hagamos un poco de historia. La astronáutica, término acuñado el 1927 para referirse a las ciencias y tecnologías relativas al desarrollo de ingenios para el espacio extra-atmosférico –a pesar de que en Rusia se emplearía el término cosmonáutica–, fue una disciplina que ya había empezado a desarrollarse a finales de siglo XIX y comienzos del XX con los trabajos del alemán Ganswindt, el ruso Ziolkowsky y el francés Esnault-Peltiere, entre otros. Pero no sería hasta los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, con el desarrollo por parte de Alemania de los misiles V-1 y V-2 –gracias a los trabajos de Wernher von Braun–, cuando se sembraría la semilla de lo que posteriormente se conocería como la “carrera espacial”, liderada por las dos auténticas superpotencias vencedoras de la contienda mundial: la Unión Soviética y los Estados Unidos. Ambos se afanaron por hacerse con los proyectos, los científicos e ingenieros alemanes para llevar a cabo sus propios programas armamentísticos con el objetivo de mantener su hegemonía internacional en la naciente guerra fría.

Hay que recordar que la guerra fría no sólo se vivió como la pugna entre dos países por la hegemonía mundial y la ampliación y conservación de sus respectivas áreas de influencia geo-política, sino también como un enfrentamiento entre dos modelos políticos, ideológicos, sociales y económicos antagónicos: el capitalismo y el socialismo. Así pues, las acciones que emprendieron los dos países en el campo de la astronáutica no sólo eran fruto de intereses estratégicos y de seguridad, sino que también lo eran por motivos de prestigio: había que estar a la vanguardia de todos los adelantos científicos y tecnológicos para mostrar la superioridad del propio modelo social y político. La carrera espacial iría estrechamente ligada a la guerra fría y la carrera armamentística.

La URSS veía con angustia como los EE.UU. se ponían por delante en el desarrollo del armamento nuclear: ya a finales de la Segunda Guerra Mundial emplearon la bomba atómica contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki –los soviéticos no la poseyeron hasta el 1949–, y en 1952, ya disponían de la bomba de hidrógeno –la URSS no la tuvo hasta el año siguiente. Pero los soviéticos vieron en el desarrollo de la cosmonáutica la oportunidad de adelantar a los norteamericanos. Así, el 4 de octubre de 1957, ponían en órbita el satélite Sputnik 1–los norteamericanos no enviarían el suyo, el Explorer 1, hasta enero del año siguiente. El 12 de abril de 1961, el ruso Yuri Gagarin fue el primer ser humano a orbitar alrededor de la Tierra –los EE.UU. no lo conseguirían hasta el 5 de mayo del mismo año con Alan Shepard.

Pero los soviéticos también tomaron la delantera en la exploración de la Luna: el 12 de septiembre de 1959, Luna 2 fue la primera nave que llegó a su superficie; el 4 de octubre del mismo año, Luna 3 fotografió por primera vez la cara oculta de la Luna; posteriormente, el 12 de octubre de 1964, la nave espacial Vosjod 1 colocó a tres hombres en órbita lunar, y con la Vosjod 2, lanzada cinco meses después, se hizo el primer paseo espacial a cargo del cosmonauta Alexei Leonov.

En julio de 1960, la agencia espacial norteamericana NASA –fundada en 1958– anunció el proyecto Apolo para hacer sobrevolar astronautas alrededor de la Luna. Pero el verdadero impulso se dio a raíz del discurso que el entonces presidente John F. Kennedy hizo en la Universidad Rice el 12 de septiembre de 1962. Kennedy, dejó claro los motivos por los cuales hacía falta que los EE.UU. lideraran la carrera espacial y como la conquista de la Luna tenía que ser la manifestación de esta hegemonía:

Quienes nos precedieron se aseguraron de que este país estuviera a la cabeza de la revolución industrial, a la cabeza de las invenciones modernas y a la cabeza de la energía nuclear, y esta generación no pretende quedarse atrás en la nueva era del espacio. Queremos ser parte de ella, queremos liderarla. Porque los ojos del mundo ahora dirigen su mirada al espacio, a la Luna y a los planetas que hay más allá, hemos prometido que no lo veremos gobernado por una bandera de conquista hostil, sino por un estandarte de libertad y paz. Hemos prometido que no veremos un espacio repleto de armas de destrucción masiva, sino de instrumentos de conocimiento y comprensión.

Sin embargo, las promesas de esta Nación solo se pueden cumplir si esta Nación es la primera, y por lo tanto, pretendemos ser los primeros. En resumen, nuestro liderazgo en la ciencia y la industria, nuestras esperanzas de paz y seguridad, nuestras obligaciones para con nosotros mismos y los demás, nos obligan a hacer este esfuerzo para resolver estos misterios, para resolverlos por el bien de la humanidad y para convertirnos en la nación líder del mundo en el espacio.

Así pues, el programa Apolo se convirtió en el objetivo primordial de los esfuerzos norteamericanos. Hay que tener presente además que, apenas un mes después del discurso de Kennedy, estallaba la crisis de los misiles en Cuba, poniendo la guerra fría en el punto más crítico de su historia y amenazando al mundo con una devastadora guerra nuclear.

Cómo ya hemos visto, en julio de 1969, ya bajo la administración Nixon, Armstrong pisaba la Luna. A los ojos de la opinión pública mundial los norteamericanos habían conseguido finalmente avanzarse a los soviéticos en la carrera espacial y, de rebote, afianzar su liderazgo internacional. Pero el hecho era que la guerra fría ya había empezado a dejar atrás los años duros de la beligerancia y la retórica agresiva y entraba en una nueva fase, la “Distensión”, que se plasmaría en el Tratado de no proliferación de armas atómicas (1968) y, sobre todo, el Acuerdo SALT I (1972) que limitó el número de misiles intercontinentales. Las dos superpotencias tenían que dejar en un segundo plano su rivalidad para hacer frente a nuevos desafíos que podían poner en peligro su dominio dentro de sus respectivas áreas de influencia: las protestas contra la guerra del Vietnam, el Mayo del 68, la Primavera de Praga, etc. Desde entonces, la carrera espacial dejó de centrarse en el objetivo de enviar seres humanos a conquistar el espacio para dar prioridad a otros proyectos menos espectaculares a nivel mediático, pero mucho más provechosos a nivel científico y tecnológico –además de ser menos costosos– cómo son los satélites, las estaciones espaciales y las sondas interplanetarias.

Neil-Armstrong
Neil Armstrong en la Luna

No se trata aquí de menospreciar la gesta de Armstrong, sino de ponerla en su contexto para comprender su verdadera significación histórica y ver como la grandeza de las epopeyas individuales y colectivas –ya sean grandes o pequeñas– reside en el hecho de ser testimonios que condensan en si mismos toda la esencia de una época de la cual, en este caso, somos sus descendientes directos.

Darius Pallarès i Barberà. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 29 Agosto 2012