
Que a lo largo de estos dos últimos años la empresa del libro y la edición ha sufrido muchos cambios provocados por la transición del papel al mundo digital, no es una novedad.
Que la eterna discusión entre los defensores del libro impreso y los defensores del libro digital ha ido moderándose hasta pasar a convertirse en conversaciones razonadas por ambas partes en vez de una exigencia de principios, tampoco es novedad. Cada uno tenemos nuestras preferencias, pero todos adaptamos, o intentamos, nuestras necesidades a un progreso que nos marca el día a día.
Que el sector más afectado por el, llamémoslo, desplome de ventas son la librerías, sigue sin ser novedad alguna.
Y que el sector editorial ha reabierto el eterno debate acerca de la publicación digital, tampoco lo es.
Vivimos en una sociedad en crisis, una crisis que, irónicamente, ha convertido el progreso en retroceso, una situación económica que ha provocado en muchos que se planteen si han elegido una mala elección. Hay otros que no han podido elegir, solo conformarse.
Tanto las grandes empresas como los autores basaron su iniciativa mediante el uso de Internet y las redes sociales, anunciando, promocionando y vendiendo su obra a través de unas expectativas hasta entonces desconocidas por el consumidor, sentando las bases a través de una estrategia comercial clara; la creación de su propio mercado.
Conscientes de que Internet planteó un cambio en los hábitos de consumo, muchas empresas comenzaron esa transformación para hacer factible la adaptación que requiere la edición digital. Y es en este punto donde surge la controversia, donde se hace un análisis de los puntos que benefician y quienes son los beneficiados. Dando como resultado un tira y afloja que los lectores terminan sufriendo acrecentando con sus quejas, por una parte justificadas, ese debate.
Pese a que el concepto “digitalización” aparece siempre ligado a una de las principales causas de la crisis de la industria editorial, el planteamiento aquí desarrollado no la convierte en problema, sino, más bien en parte de la solución.
Se nos muestra, a menudo, la cara “oculta” del proceso digital, centrada en las pequeñas librerías y en el mundo editorial.
Por un lado, las librerías independientes, que han sufrido este progreso como una incipiente amenaza. Cabe plantearse que papel juegan en el mundo digital, y si es posible una compatibilidad con el mismo.
La respuesta es unánime, si tienes mucho puedes quedarte con menos, pero si tienes poco puedes quedarte sin nada.
Uno de los principales problemas que estas pequeñas librerías encuentran es el dinero, se trata de grandes inversiones para poder hacer frente a la fuerte competencia que a día de hoy se ha convertido en algo casi invencible, se trata de la promesa de un servicio que tiene que ser renovado según las necesidades y exigencias de los lectores, se trata de de ofrecer el mejor servicio al mejor precio. Realidades y no promesas.
Y por otra parte, el mundo editorial, el cual ha tenido posturas muy diversas ante este gran desafío; aquellos editores que necesitan la seguridad de que este modelo empresarial se afianzará, aquellos que son conscientes de que la edición digital es muy distinta a la edición en papel, y aquellos que continúan con la seguridad que el libro impreso les aporta en su negocio.
Teniendo en cuenta que durante la crisis la industria editorial ha caído alrededor de un 18%, con mayores previsiones que podrían llegar a ser alcanzadas incluso el próximo año, el miedo generalizado ya no es un temor, sino una realidad.
Son varias las claves de esta crisis editorial, varios los argumentos sostenidos por los editores que luchan por la defensa de un sector que ve como su auge va difuminándose.
Algunos de los puntos más candentes de este debate se centran en la preocupación por la ya, mítica frase, “el libro digital acabará con el libro impreso”. Argumento sostenido por ambas partes, defensores del papel y detractores del mismo, sin reparar que este progreso no trata de una elección radical, de un blanco o negro, de un todo o nada, sino de una adaptación a la demanda de los lectores, de una necesidad de un nuevo modelo de mercado.
Como siempre ocurre, todo existe mientras exista demanda. En este caso, el libro impreso no desaparecerá mientras se siga consumiendo, y, mientras haya editoriales que rentabilicen su producción.
Un segundo punto afirmado es el de la diferencia de precio entre un formato y otro. Muchos editores mantienen que el coste de unos debería ser igual al de los otros, pretendiendo de este modo no tener que cambiar su actual modelo de negocio.
Pero entonces, ¿qué ocurre con el importe establecido en función de las necesidades de cada formato?. Pese a la clara diferencia, nada, absolutamente nada. ¿Sería equiparable el coste de creación o de producción de un libro impreso al coste de uno digital, en el que priman el contenido y los hábitos de consumo?.
Una tercera cuestión es la de la autoedición. Desde el sector editorial se afirma que en cuestión de tiempo supondrá el fin de los editores, pero pese a que la tecnología abra un sinfín de puertas y ofrezca miles de posibilidades no otorga categorías. Se puede crear un libro, publicarlo, promocionarlo, pero eso no nos convertiría en editores, solo en autores con iniciativa. Si editar consiste en parte en seleccionar el contenido y adecuarlo a los requisitos de los lectores, ¿porqué no adaptarse para conseguir esa posterior adaptación?.
Y por ultimo, una cuarta cuestión que cada vez tiene más resonancia; la cantidad tan elevada de títulos que existe, llegando a ser superior a las ventas. Demasiados libros, poco tiempo y menos ventas. Tanto los títulos en catalogo como los títulos editados aumentaron notablemente a lo largo de estos últimos 3 años, mientras que los libros impresos y las ventas descendieron, lo que ha dado como resultado un descenso en la facturación.
Las publicaciones han crecido muy por encima de lo que se puede absorber, se han editado más títulos y los títulos vigentes se han aumentado pese a ese descenso de ventas.
Aún así, una pequeña parte del sector editorial ha conseguido mantenerse intacta, la dedicada a los libros de texto. Convertidos en uno de los más significativos negocios editoriales, los libros de texto evitaron, y continúan haciéndolo, un mayor descenso de la facturación. La renovación de títulos casi en cada año escolar junto con la cada vez menos necesaria presencia de las librerías como medio de venta, hacen de este sector uno de los más seguros actualmente.
Los datos son preocupantes, pero a pesar de ellos, España cuenta con varios modelos de lectura, con nuevos agentes como Amazon, Kobo o Google, con nuevos sistemas de lectura y venta bajo suscripción como Booquo o 24Symbols, con el nacimiento de EReaders propios conectados a las librerías (La Casa del Libro, FNAC), con editoriales digitales como Musa a las 9 o Ganso y Pulpo. Todo es progreso.
Se buscan soluciones, pero cada vez son más los autores que optan por la, ya mencionada en los puntos anteriores, autoedición, relegando la notoriedad que el editor podía jugar anteriormente. Existe la demanda de una nueva estructura empresarial donde exista cabida a los nuevos canales de venta, donde la producción, la distribución y la promoción lleven implícitos esas características tan personales que cada autor dirige a sus lectores, donde existan oportunidades.
Abogamos por una cultura libre, no confundamos con gratis, seamos libres, pues, de disfrutarla.
Al fin y al cabo lo importante no es el soporte.
Leticia Vijuesca Martín. Madrid.
Colaboración. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Agosto 2012.