Muchas veces escuchamos a nuestro alrededor que la historia siempre ha sido así, que ha habido vencedores y vencidos y que siempre hubo, y habrá, unos pocos que gobiernan, e imponen, sobre muchos.
Si seguimos atentos, con los ojos bien abiertos, veremos como tal diatriba acaba por legitimar el dominio de aquellos, no por su repercusión positiva sobre el mundo, sino porque la naturaleza de la humanidad, ni más ni menos, lleva intrínseca la maldad y el control de una elite sobre el resto. Esto, como es natural siguiendo tal argumentación, acaba por extenderse hasta Occidente, ya sabe la vieja Europa, justificando que ésta, en el fondo, aunque sea injusta en su proceder, se ha ganado el derecho de mandar, y además, con un racismo soterrado pero claramente palpable, legitimando el propio discurso -tras escudarse como si fuera notoria verdad, pues en cierto modo parece irrefutable- en que el resto del mundo, cómo no me refiero al subdesarrollado -así le llaman- es víctima de su propio destino, de un sino elegido, que se ha buscado, pues los hermanos del Sur –aunque muchos están en el Norte- son incapaces de gobernarse a sí mismos: los servios son animales sedientos de sangre; los chechenos fanáticos musulmanes que disfrutan degollando cabezas y bebiendo la sangre de los hijos de Rusia; los africanos –nótese que en África no hay países ni ciudadanos de tales, ahí todos son africanos- no son más que negros incivilizados, como les es natural por negros; los árabes –sin distinciones, y cómo no, incluyendo a los propios persas pues hablan y visten de forma similar- son radicales que viven, mueren y, ante todo, matan por Alá; y así podríamos seguir durante un tiempo que ni usted ni yo queremos emplear. El prejuicio no conoce fin, al igual que la ignorancia.
Sin duda, Samuel Huntington (*1) hizo bien su trabajo. Desde que este hombre se convirtió en el ideólogo oficial de la política norteamericana tras la caída de la URSS, el mundo se ha convertido, más que nunca aunque de manera más sutil, en un entorno de buenos y malos, de blancos y negros –nunca mejor dicho-, en el que no hay lugar para los matices. Los odios, la ira, la frustración e inseguridad del ciudadano occidental, que permanece acongojado ante una publicidad y un medio fundamentado en el espectáculo que le recuerda día tras día que es un fracasado, han sido conducidos hacia el otro, hacia el ajeno, hacia el moro. Esa es la utilidad de la Imagen del Enemigo (*2); unifica al pueblo, le hace dispersar la vista de los auténticos edificadores de su miseria, y la guía hacia el ajeno, hacia aquel que nada le ha hecho, permitiendo así a los poderosos, a los que siempre han gobernado, seguir haciéndolo sin riesgo a que la impotencia del pueblo se dirija hacia su ventana.
Si mantenemos cierta objetividad, y nos atrevemos a hablar con sinceridad, hemos de aceptar que Occidente ha sido vista por sus ciudadanos esclavos como un ente supremo que posee el derecho a gobernar e imponer, pues lo quiera usted o no, nosotros, Occidente, somos los creadores de la civilización. Esta es la verdad ¿O quizá no?
Anotaciones:
1. Samuel Huntington fue un notable profesor de la Universidad de Harvard, que tras la Guerra del Golfo, la primera, dio a EEUU la excusa perfecta para establecer el Nuevo Orden necesario tras la caída de la URSS. Se hacía necesario un nuevo Leviatán, pues no hay nada más efectivo que la Imagen del Enemigo para unir al pueblo contra un mal externo, ajeno, pero que permita que no luche por sus derechos ni por derrocar un statu quo ilegítimo sino contra un fantasma inventado, contra el que desatar su ira y frustración. Así, Huntington desarrolla su popular Teoría del Choque de las Civilizaciones, la cual pretende explicar la evolución de los conflictos que van a darse con el nuevo orden monopolar. Ya no hay ideología, ni política. Los conflictos del mañana se van a dar por la cultura, la religión, la civilización. De este modo, haciendo una interpretación de la historia absolutamente vaga, superficial y carente de rigor, aunque con mucha bibliografía, desarrolla un concepto que es de notoria utilidad política: divide el mundo en civilizaciones herméticas, carentes de interdependencia y de carácter monolítico, estableciendo la religión como eje central. Así, desarrolla un mundo que se divide en tres grandes civilizaciones: la occidental –obviamente, la buena-, la islámica –mala- y la confuciana –mala, pero no tanto-, centrándose por excelencia en las relaciones dadas entre la occidental y la islámica, presentando ante el mundo a ambas como mutuamente excluyentes, determinadas a enfrentarse, a no llegar a ningún entendimiento, negando con ello el enriquecimiento mutuo que hubo ayer y que podría darse mañana. La inmensa utilidad política de su tesis radica en que, según esta concepción, cualquier conflicto, el que sea, no puede explicarse por razones económicas, políticas, sociales ni estratégicas, sino tan sólo por factores culturales y religiosos, con lo que desaparece la necesidad de buscar las causas del mismo, de ir más allá y tratar de ver qué intereses esconde. La guerra, cuando se da entre las civilizaciones citadas, es inevitable y punto. Tan interesante y práctica resultó esta interpretación que el jefe de la inteligencia de EEUU la puso en práctica y la impulsó en 1993 hasta convertirse hoy día en realidad manifiesta. Es así como Clinton impone el Nuevo Orden, dividiendo el mundo en estados legítimos y Rogue States (Estados Bastardos), de los cuales forman parte, adivínelo, sólo países de religión musulmana, aunque metiendo, eso sí, a Corea del Norte, en esta vida hay que disimular. Desde 1993 hasta la actualidad la Teoría del Choque de Civilizaciones ha sido la guía del establishment, así como nuestro propio opio. Este fue el legado de Huntington.
2. A quien quiera profundizar sobre estrategias y mecanismos psicosociales que se encuentran tras la violencia social recomiendo los libros “La Psicología de los Grupos”, de Amalio Blanco, Amparo Caballero y Luis de la Corte, y “Psicología Social”, de Baron Byrne.
Pablo Jiménez Cores. Madrid.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 22 Junio 2012