Aquella huelga general de 1926 – por Lluís Foix

Mañana hay huelga general en España. Es la séptima que conoce la democracia. Todas ellas han sido por reformas laborales, un enfrentamiento entre la política del Gobierno y los Sindicatos. Durará un día. En todas las ocasiones el gobierno ha retirado total o parcialmente los intentos de reformar el mercado laboral. Está por ver si Mariano Rajoy hará lo mismo.

Es una huelga política pero muy efímera. Sólo un día. La huelga general por antonomasia es la que se celebró en Inglaterra en 1926, del 4 al 13 de mayo. Hace 85 años que cientos de ingleses se concentraban delante del Parlamento. La mitad aproximadamente cantaban con entusiasmo el himno de la “bandera roja” y se deshacía en vivas a los mineros, mientras el resto entonaban el “Dios salve al Rey”. El país, se afirma ahora con la perspectiva da el paso del tiempo, rozó la guerra civil.

A medianoche las trade-unions convocaban la huelga general enfrentándose abiertamente al gobierno y provocando uno de los episodios más cruciales de la historia británica del siglo pasado. Los Sindicatos entraban en la escena política como una fuerza de choque impresionante y, a pesar de perder la batalla y sufrir las humillantes consecuencias de su atrevimiento, la general strike de 1926 es todavía hoy un mito temeroso que se proyecta sobre la política británica.

Durante nueve largos y difíciles días Gran Bretaña vivió una experiencia única. A finales de abril los mineros interrumpieron el trabajo desafiando los pasquines aparecidos en las bocas de los pozos que anunciaban significativas reducciones de salarios. La federación de mineros se dirigió al movimiento sindical británico para pedir ayuda y acción inmediata.

A las pocas horas el Trade Union Congress acordó intervenir en el conflicto con toda su fuerza y empezaron las negociaciones con el gobierno conservador presidido por Stanley Baldwin. Sindicalistas como Bevin, Clynes y Citrine intentaron persuadir al gabinete para que presionara los propietarios de las minas ofreciendo subvenciones a la industria del carbón.

El acuerdo era posible. Pero lo que se ventilaba en aquellos días era algo mucho más importante que un conflicto laboral. Se trataba de medir las fuerzas entre los progresivamente poderosos Sindicatos y el Gobierno. La verdadera actitud de Stanley Baldwin todavía hoy está envuelta en el misterio aunque su planteamiento, según es resumido por la mayoría de estudiosos del tema, podría ser el siguiente: peligrosidad de los Sindicatos como instrumento de lucha de clases envalentonados por el triunfo del bolchevismo en Petrogrado. Baldwin quería prepararse para la lucha, provocarles, derrotarlos y, por fin, destruirlos.

La chispa que provocó la huelga fue un artículo aparecido en el diario conservador Daily Mail. Su director describía la amenaza de huelga general como un movimiento revolucionario para cambiar el orden social en el país. Los linotipistas y demás personal de la imprenta se negaron a imprimir y componer el artículo que aparecería más tarde en las ediciones de Manchester. Baldwin, al día siguiente, calificó el incidente del Daily Mail como un desafío directo y dijo tajantemente a los sindicalistas que llegaban a Downing Street para reanudar las negociaciones: “no podemos continuar. Les agradezco todo lo que han hecho pero no podemos continuar. Esto es el fin. Adiós”.

El día 4 de mayo casi cuatro millones de trabajadores estaban en huelga. las ciudades amanecieron silenciosas y el país quedaba paralizado completamente. Los transportes no funcionaban, no salieron los periódicos, la falta de carbón paralizó toda la industria, no se suministraban alimentos…

La opinión se dividió. A un lado se encontraban los que se hacían eco del grito de lucha de los mineros, “ni un penique menos de lo pactado, ni un segundo más de trabajo al día”. Y no estaban dispuestos a ceder en la lucha iniciada aquel 4 de mayo. En el otro extremo se situaban aquellos que aceptaban los argumentos del gobierno y consideraban que la huelga era una amenaza para el orden constitucional y, consecuentemente, estaban dispuestos a destruir el poder de los Sindicatos.

A pesar de la disparidad de puntos de vista, no se produjeron incidentes sangrientos. la violencia variaba según las zonas dependiendo en gran parte de la actitud de la policía local y de los comités de la huelga. En Plymouth, por ejemplo, los guardias y los huelguistas organizaron un partido de fútbol y la mujer del jefe de la policía se encargó del saque de honor.

Las fotografías de la época ilustran al público observando con atención los tanques y vehículos armados escoltando a los convoyes de comida. Estudiantes de Oxford y Cambridge intentaban poner en marcha locomotoras y descargar barcos en el puerto de Londres. Había mineros que jugaban a las cartas. Pero a pesar de numerosos detalles de humor y distensión el ambiente estaba muy cargado. El gobierno publicó un bando en el que autorizaba a “todas las ramas de las fuerzas armadas de la Corona a llevar a cabo cualquier acción de creyeran necesaria para fortalecer el poder civil”.

El escritor Graham Green que patrullaba por el puente de Vauxhall en Londres en calidad de policía especial hablaba del “peligro de vivir al borde de la violencia”.

El primer día de la huelga 47 vehículos fueron quemados en Londres. La policía cargó varias veces en Poplar y Canning Town. En Hammersmith se destruyeron siete autobuses y tras un enfrentamiento entre huelguistas y fascistas se practicaron 40 detenciones.

El conflicto se engrandeció y sobrepasó las dimensiones de la disputa laboral del comienzo. Se convirtió en un gran debate nacional en el que se enfrentaban dos maneras de entender el país, dos formas de gobernar entre el poder económico y sus implicaciones sociales y políticas.

Winston Churchill, entonces canciller del Exchequer o ministro de Economía, utilizó uno de los pocos periódicos que salían a la calle, la British Gazette, para defender el punto de vista del gobierno. Él mismo repartía ejemplares en algunos barrios de Londres. La clase media y alta que en un principio simpatizaba con los mineros se encontraron amenazados por la sorprendente solidaridad de la huelga que pensaban que amenazaba subvertir el proceso democrático.

Nadie quería ceder porque la derrota suponía el fracaso total. A pesar de que los líderes sindicales se empeñaban en asegurar que se trataba de un problema laboral y que no existía crisis constitucional, la alarma empezó a cundir entre los propios huelguistas. La radio y los pocos periódicos que acabaron editándose, -fue un tremendo error, decían años después los sindicalistas, el dejar al país sin periódicos- apoyaban la actitud del gobierno. El día 12 empezó la vuelta al trabajo y las Trade Unions capitularon. Los líderes de la huelga acudieron a Downing Street para ver a Baldwin que les envió un emisario para decirles: “el primer ministro no les recibirá hasta que hayan ordenado el final de la huelga”.

El Rey Jorge V escribía en su diario una palabras llenas de significado: “nuestro país puede estar orgulloso de sí mismo. Durante los últimos nueve días hemos tenido una huelga en la que han participado cuatro millones de personas. No se ha disparado ni un tiro y nadie ha muerto como consecuencia del conflicto. Esto demuestra qué país tan maravilloso tenemos”.

El desenlace fue fatal para los sindicalistas. De hecho, destruyó el movimiento sindical durante una generación para volver a aparecer con una gran fuerza en los años sesenta y setenta. El simple planteamiento de una huelga general en Gran Bretaña es observado con grandes reservas. El gobierno y muchos patronos se vengaron con exceso. No solamente muchos obreros no pudieron reingresar en sus empresas sino que los mineros no descenderían a los pozos hasta seis meses después, con las reducciones salariales anunciadas a finales de abril. Tendrían que pasar muchos años, hasta el gobierno laborista de 1945, cuando la nacionalización del carbón fue uno de los temas principales del gobierno Attlee.

La verdadera venganza de los mineros cayó con toda su fuerza sobre el gobierno de Edward Heath en febrero de 1974 que comportó la caída del gobierno conservador. Llegaron los laboristas Harold Wilson y James Callaghan, pero en 1979 apareció Margaret Thatcher que debilitó hasta el extremo el movimiento sindical después de una lucha que se prolongó muchos meses.

Eran otros tiempos, tanto en los años veinte como en los ochenta. El sindicalismo ha perdido fuerza en Gran Bretaña y el Partido Laborista ya no está tan entregado a los sindicatos. Pero aquello sí que fue una huelga general.

Nota: El artículo procede del blog de Lluís, a través de este enlace puede verse el original.

Lluís Foix ha sido director de La Vanguardia, corresponsal en Londres y Washington, y ha cubierto informativamente siete guerras.

Redacción. Memoria Histórica. El Inconformista Digital.-

Incorporación – Redacción. Barcelona, 31 Marzo 2012.