Las revueltas populares que estallaron a finales de 2010 en los países árabes y, sobre todo, la caída de la dictadura de Hosni Mubarak en Egipto en febrero de 2011, supusieron un terremoto que convulsionó dichos países. Pero Siria parecía inmune al contagio de la denominada «Primavera Árabe». La convocatoria, a mediados de marzo, de manifestaciones en Damasco y otras ciudades sirias, hecha a través de las redes sociales por grupos opositores, no tuvo el éxito esperado y la impresión era que el régimen dirigido por Bashar al-Assad tenía la situación controlada e imperaba la normalidad.
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Revueltas en el Mundo Árabe
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Pero entonces estalló el levantamiento de Deraa, una ciudad del sur de Siria, próxima a la vecina Jordania, cuya población vivía en unas condiciones económicas muy precarias, y donde la brutal represión a la que fueron sometidos unos adolescentes que habían hecho unas pintadas contra el régimen despertó un sentimiento de indignación en la población local, que salió masivamente a las calles a manifestarse contra el gobierno. A partir de entonces las movilizaciones se extendieron por las principales ciudades sirias como Homs, Hama, Latakia, etc. congregando a un número creciente de manifestantes. El gobierno encaró el descontento combinando los gestos aperturistas con la represión más implacable. A finales de marzo dimitía el primer ministro Muhammad Naji al-Otari y Al-Assad asumía personalmente la dirección del gobierno, declaraba públicamente que las manifestaciones eran fruto de una conspiración y mantenía vigente la Ley de Emergencia de 1963, que permitía las detenciones arbitrarias. En abril, mientras las manifestaciones iban en aumento, culminando el día 22 con las concentraciones multitudinarias del “Gran Viernes”, el gobierno, que poco antes había aprobado un «proyecto» para derogar la Ley de Emergencia, recrudecía la represión enviando incluso los tanques para sofocar las revueltas en Deraa, Banyas, Homs (la tercera ciudad importante del país) y los suburbios de Damasco.
Entre finales de mayo y principios de junio, el gobierno decretaba una amnistía general y anuncia la creación de un organismo para promover un diálogo nacional. Pero las protestas, la represión y los disturbios no hicieron más que recrudecerse. El 6 de junio, 120 policías morían en la localidad norteña de Jisr al-Choughour; Damasco responsabilizó de la matanza a “grupos armados”, mientras que la oposición aseguraba fue consecuencia de la represión de un motín. Las revueltas se extendieron a la ciudad de Hama, donde en 1982 fue aplastada una sublevación de los Hermanos Musulmanes, y Alepo, la segunda ciudad del país. Por otro lado, la movilización de los partidarios del régimen iba cobrando más fuerza y, el 11 de julio, protagonizaron sendos asaltos a las embajadas de Francia y EEUU en Damasco. Paralelamente, entre los sectores de la oposición iban consolidándose los que propugnaban la lucha armada frente a los que defendían la vía de la desobediencia civil pacífica y, a finales de julio, salía a la luz el Ejército Libre de Siria, formado por desertores del ejército sirio. Por su parte Amnistía Internacional y Human Rigth Watch denunciaban la violencia contra los manifestantes, mientras las autoridades de la vecina Turquía advertían que el flujo de refugiados que cruzaban la frontera iba en aumento.
En agosto, una coalición de grupos opositores reunidos en Estambul creaba en Consejo Nacional Sirio (CNS) con pretensiones de ser un gobierno provisional en el exilio. Pero el hecho es que existían profundas divisiones dentro de la oposición: el CNS –y el ELS como su brazo armado– reúne un conglomerado variopinto de fuerzas políticas, incluyendo a la rama siria de los Hermanos Musulmanes, y disfruta del apoyo de los EEUU, Turquía, Arabia Saudí y otros países del Golfo; por otro lado, existen grupos de izquierda, nacionalistas y baasistas disidentes que se oponen a la violencia y la injerencia extranjera; además, existe el Consejo de Coordinación de la Revolución Siria, que no descarta una transición negociada, y antiguos miembros del régimen y del entorno de la familia al-Assad en el exilio. Por otro lado, existen fuertes tensiones entre los islamistas y otros grupos opositores que no ven con buenos ojos el intento de los primeros para acaparar y monopolizar la distribución de la ayuda que viene el exterior y capitalizar así el descontento popular contra al-Assad (sin olvidar además que los Hermanos Musulmanes, que apenas tienen presencia en Siria desde la represión que sufrieron en la década de 1980, son duramente criticados por los sectores más extremistas y ultraconservadores del salafismo).
El fracaso de las iniciativas internacionales para mediar en un conflicto que se encamina irremediablemente hacia la guerra civil, como la misión de observadores de la Liga Árabe –que previamente había suspendido a Siria como miembro de la organización– y la misión de la ONU encabezada por Kofi Annan, se agrava con la división en el seno de la comunidad internacional entre los que apoyan al gobierno sirio (Rusia, China e Irán) y los que dan soporte al CNS (EE.UU., UE, Turquía y Arabia Saudí). A nivel interno, el conflicto ha ido tomando un cariz cada vez más confesional y étnico con el creciente protagonismo de milicias y fuerzas paramilitares como la Shabiha pro-gubernamental y grupos yihadistas extranjeros –e incluso miembros de Al Qaeda– entre la oposición. El resultado ha sido la proliferación de matanzas indiscriminadas (como la de la localidad de Hula a finales de mayo de 2012 o la de Tremseh el 12 de julio), atentados suicidas contra objetivos gubernamentales en Damasco y otras ciudades, los ajustes de cuentas y las ejecuciones sumarias, que se han ido alternando con violentos combates como la ofensiva contra el principal bastión de los rebeldes en Homs, el barrio de Baba Amro, a principios de 2012.
Los recientes acontecimientos del mes de julio –la ofensiva insurgente en Damasco, el atentado que costó la vida a ministro y al viceministro de defensa y al ministro de interior y la ofensiva del ejército contra posiciones rebeldes en Alepo– alejan cada vez más la posibilidad de alcanzar un salida pacífica a un conflicto que ha generado un número indeterminado de víctimas civiles y que, además, amenaza con convertirse en una grave crisis a nivel internacional.
Redacción. Internacional. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 24 Marzo / 4 Agosto 2012.