El 1987, Margaret Thatcher pronunció una de sus frases más célebres en una entrevista a la revista femenina Woman’s Own: “’Ah, tengo un problema y es el Gobierno el que debe solucionarlo’. O ‘soy un homeless y, por lo tanto, el Gobierno debe buscarme una casa’ y así podría poner más ejemplos. Están arrojando sus problemas en la sociedad y ¿quién es la sociedad? ¡La sociedad no existe! Solo hay individuos, ya sean mujeres o hombres, y familias, y ningún gobierno puede hacer nada excepto a través de aquellas personas que saben cuidarse por si solas”. Margaret Hilda Thatcher estaba convencida de que el estado era un proveedor ineficiente, de que el dispendio público creaba dependencia y frenaba el crecimiento económico. Durante los años que estuvo en el poder (1979-1990), la llamada Dama de Hierro redujo los beneficios sociales y el gasto público, que bajó en 5,7 puntos; provocó una caída en picado de los niveles de eficiencia del sistema sanitario con el tijeretazo que propinó a la sanidad, y estigmatizó a las personas que recibían ayudas estatales, a las que consideraba parásitos sociales. Thatcher advocaba por el individuo –una característica de los Estados Unidos que admiraba, la auto-ayuda, el voluntarismo, la capacidad emprendedora. Estos eran los únicos aspectos de su ideología que recordaban a su pasado obrero, a la hija del vendedor de una población de provincias (Grantham) que creía en el esfuerzo personal para abrirse camino en la vida. Con Thatcher, las cifras de paro alcanzaron niveles nunca vistos desde la crisis de 1929 (el pico más alto, del 11,9%, se registró en 1984).
Su plan para vender cinco millones de council houses –pisos y casas de alquiler subvencionados por los ayuntamientos- benefició a los especuladores, quienes se aprovecharon de los descuentos de compra para adquirir las casas y venderlas después a un precio superior; disparó el precio de la vivienda; subió el tipo de interés al máximo histórico del 17%, y redujo enormemente el número de edificios subvencionados, incrementando, en consecuencia, las personas sin hogar y las listas de espera. Con ella, el porcentaje de población que vivía por debajo del umbral de la pobreza relativa pasó del 13,4% en 1979 al 22,2% en 1990. De la misma manera, el Coeficiente de Gini (un método que mide la desigualdad en el que 0 es la igualdad perfecta y 1, la máxima desigualdad) subió de los 0.253 a los 0.339 puntos.
Thatcher también privatizó 20 empresas estatales, entre ellas, las compañías de gas y electricidad, incrementando, eso sí, el número de accionistas del país; desreguló el mercado financiero; anihiló a los sindicatos; acabó con la minería, abocando a la mayoría de las zonas de tradición minera a la pobreza, y creó una tasa para financiar a los ayuntamientos que calculaba el impuesto sobre la vivienda en función del número de personas que vivían en ella, de forma que pagaban más los miembros de una familia obrera que se veían obligados a compartir casa que el millonario que vivía solo en su mansión. Finalmente, las protestas por la llamada Poll Tax y las desproporcionadas y terribles cargas policiales para acallarlas llevaron a Margaret Thatcher a presentar su más que merecida renuncia al cargo.
Caterina Úbeda. Barcelona.
Colaboradora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 26 Febrero 2012.