Hay pocas cosas que sean verdades absolutas, de hecho yo no conozco ninguna. El periodista que hable de objetividad, miente. Nuestros ojos son las ventanas por las que observamos el mundo pero esas imágenes no significan lo mismo para todos. El proceso de descodificación e interpretación va cogido de la mano con nuestras experiencias pasadas, nuestros valores sociales o incluso nuestra familia y amigos. Por otro lado, tenemos quien clama que por esas mismas razones, solo la ciencia nos puede dar verdades absolutas. Unas verdades absolutas relativas, ya que quien sabe si dentro de 1.000 años no habrá quien se ria de ’nuestra ciencia’ como nosotros nos reímos de la idea que la Tierra era plana.
Bajo este pretexto, lo único constante en éste mundo es el cambio. Egipto no es la excepción. El país faraónico tiene su propio ritmo. Un ritmo que se manifiesta en olas y que en el último año nos lo han demostrado.
La primera ola
Mi viaje por África lo había planeado para que mi paso por Egipto coincidiera con las elecciones. Las habían anunciado para otoño de 2011 así que cuadraba perfectamente. Sin embargo, tan pronto cogí el barco de Algeciras a Ceuta me di cuenta que eso no pasaría. La razón: Egipto no empezó una revolución sino una revuelta. Una revuelta que ha tenido que organizarse en varias olas y aún no ha llegado a su fin –quién sabe cuantos maretazos faltan por venir.
A primer golpe de vista, todos nos dejamos engañar y entusiasmar por esas olas de protesta en el mundo árabe. Desde Occidente se vendía la idea que la democracia había triunfado. Una forma ‘poco arrogante’ de anunciar que ese es el modelo único y válido. Desde Egipto y el mundo árabe era un golpe de aire fresco, era una forma de pasar página, de eliminar tiranos anclados en el poder. Como en la revolución francesa, se cortó la cabeza del ‘tirano’, pero en Egipto se olvidaron que los gobiernos son como árboles. Un gran entramado de ramas y raíces. Para deshacerse de un sistema –como hicieron en la revolución francesa- no es suficiente con podar las ramas principales, el árbol hay que cortar-lo de raíz.
Antes de llegar a El Cairo, esa situación era bastante obvia. El sistema militar seguía en el poder. Las elecciones se habían pospuesto. Las pocas intenciones de un cambio real de la casta dirigente se vislumbraban entre los distintos preparativos de grupos políticos como la Hermandad Musulmana. Sin embargo la plaza El Tahrir estaba vacía. Solo se llenaba los viernes con protestas de todo tipo y muy dispersas.
Esa pasividad contrastaba con edificios altamente vigilados, como el Edificio de la Rádio y la Televisión en la calle Kornisch El Nil. Uno de los edificios que ha vivido las protestas en primera fila. Como en una buena película, cuando algo esta demasiado tranquilo hay que empezar a sospechar que algo grande sucederá. El idilio entre el pueblo y los dirigentes –hasta el momento no cuestionado- estaba a punto de estallar a añicos.
La segunda ola
El 9 de octubre. Esa noche El Cairo volvió a estar en las noticias de todo el mundo. Recuerdo estar tomándome un jugo en el barrio de Zamalek –el barrio más pijo- cuando recibí el mensaje: ¿Estás bien? No sabia que a unos metros de allí, al otro lado del río –Zamalek es una isla en el Nilo- había una batalla campal. Mi curiosidad me comía por dentro, por un lado quería ir al piso, coger la cámara y salir pitando hasta el lugar de los hechos. Fue uno de esos momentos que hablas con el ángel y el demonio al mismo tiempo. Al final, decidí ir. Cuando llegué al puente ví que la cosa ya estaba calmada.
Ese día marcó un punto y seguido en el camino hacia un nuevo Egipto. Ese fue el día en que por primera vez el pueblo se reveló contra el ejército. Igual que el mar se estremece antes de un Tsunami, la retórica contra el papel del ejército había ido creciendo poco a poco. La masa se estremecía poco a poco, hasta que esa noche fue la primera vez que el pueblo atacó a las fuerzas militares. El ejército perdió su papel de fuerza neutral y con ello la mitificación de la que había estado alimentándose des de mucho antes del 25 de enero.
Al fin, la máscara cayó. Esa noche, los manifestantes se encontraron con el verdadero problema de cara. Con o sin Mubarak, los militares son –porque aún lo son- los verdaderos líderes del régimen.
Me fui de Egipto bastante desanimada. Había visto problemas que no se solucionan en un par de años, desde la altísima tasa de analfabetismo –alrededor del 40%- a la estructura económica. Si bien es la segunda económica más grande en el mundo árabe, después de Arabia Saudita, deben importar la mitad de su consumo de cereales. Egipto es conocido como el mayor importador de grano del mundo. A esos problemas, se añadía la venda en los ojos que aún mucha gente llevaba. Fueron pocos los que ese 9 de octubre se enfrentaron a los militares. Y muchos menos los que reconocieron que los militares -mejor dicho el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA)- son los que ponen los palos en las ruedas del cambio.
Sin embrago, esos pocos son los que han avivado la llama de la esperanza. Esos pocos son los que se han convertido en la segunda gran ola de cambio. En la ola de protestas de finales de noviembre. El resultado: que esos pocos sean muchos.
La tercera ola
Después de las revueltas muchos países veían en las elecciones la forma de volver a la normalidad, pero ¿qué es normalidad? En Túnez las elecciones han llevado estabilidad pero el nuevo modelo de país aún no está definido. En Egipto la situación es aún más complicada debido a la complejidad del sistema electoral. Las elecciones parlamentarias empezaron a principios de diciembre pero no terminaran hasta marzo del 2012 y no será hasta el próximo julio que el pueblo elegirá al nuevo presidente.
Votar es simplemente un paso más, para definir poco a poco que quiere la mayoría egipcia. Los buenos resultados de los islamistas hacen ponerse las manos en la cabeza a miles de coptos que piensan que serán los grandes perjudicados. Entre salafistas y los Hermanos Musulmanes –ambos partidos islamistas- rondan la mayoría de votos mientras que el secular Bloque Egipcio y el liberal Partido Wafd se disputan el tercer puesto. Mucho tendrían que cambiar las cosas de aquí a marzo para que los resultados fueran radicalmente distintos.
Indiferentemente de quién gane las elecciones parlamentarias, el verdadero problema para Egipto llegará en julio, cuando el CSFA tenga que ceder el poder a un gobierno civil. El mes pasado 42 personas murieron en los choques con las fuerzas armadas. Quién sabe cuantos más lo harán si el CSFA sigue aferrándose al poder, obviando el deseo de la mayoría. Quién sabe, cuantas olas más vendrán.
Lídia Pedro Solé. Barcelona.
Colaboradora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 23 Diciembre 2011.