¿Esperance o esperanza?: Túnez marcando el camino – por Lídia Pedro

Rojo y amarillo, colores de la camiseta del Esperance –equipo de futbol de Túnez. Un par de banderas de Camerún e incluso una de japonesa entre el público. El Esperance ha ganado la Liga de Campeones Africana, el mismo año que Túnez ha vivido un período convulso, lleno de cambios. La victoria del Esperance es un golpe de positivismo. Antes de las revueltas, tanto en Egipto como en Túnez, las influencias políticas y los patrocinios eran la mano invisible detrás de cada partido. Durante las protestas los deportes quedaron en stand-by. Cuando la vida empezó a volver a la rutina, el fútbol no fue la excepción. Eso sí, ésta vez sin la mano invisible meciendo la cuna del deporte. En un contexto de normalidad, se ha demostrado que Túnez está listo para luchar por lo que quiere. En el caso del futbol el Esperance luchó por ganar la Liga de Campeones; en el caso de la política la gente eligió apostar por el Ennahda, que consiguió el 41% de los votos el mes pasado en las primeras elecciones democráticas de los últimos 20 años.

El Esperance ganó la Liga de Campeones en 1994 y desde entonces había llegado a la final tres veces más. Ennahda no había tenido ni la posibilidad de participar en las elecciones y ahora es el partido con la mayoría de asientos en el Parlamento. Los cambios llegan poco a poco a Túnez. Parece mentira que hace un poco más de un año un joven frutero se inmoló en Sidi Bouzid. Parece ayer cuándo me paseaba por las calles de Túnez huyendo de las piedras de manifestantes y gases lacrimógenos de la policía. El sábado tuve que celebrar la victoria del Esperance en un bar de Kampala, curiosamente se llamaba Casablanca.

De mártires a ganadores

El tiempo no pasa en vano. Cuando llegué a Túnez lo primero que me di cuenta era que todo el mundo tenía ideas políticas, de taxistas a vendedores de fruta. La mayoría de la población es bien educada pero tantos años de opresión pasan factura. Fue en Argel, justo antes de ir a Túnez, que un amigo mío, Nadjib Benyoucef, me contó la siguiente historia:

“Dos perros se encuentran de cara en la frontera entre Argelia y Túnez. El que va hacia Túnez está lleno de heridas, va cojo y es medio ciego. El que viene de Túnez está de buen ver. Se nota que no le falta de nada. Así que el de Argelia le pregunta: ¿Por qué huyes? Al que el tunecino no dudó en responder: Porqué no puedo ladrar.”

El problema de esta historia es que nadie dice que el hecho de no poderse expresar libremente también trae heridas, brechas que se abren en la sociedad y que se necesita de mucho tiempo para sanar. Las elecciones del 23 de octubre de 2011 fueron una clara reflexión de esas heridas: la polarización de la sociedad tunecina entre seculares e islámicos.

Desde el momento que Amira Elmufti me vino a recoger al aeropuerto me di cuenta que Túnez era el país más liberal de la región. Llevaba un vestido bien veraniego, sin mangas y bastante corto. Las chicas me contaban mientras fumaban y bebían como odiarían que les prohibieran hacer esas cosas en el futuro. En cambio, Sara Nèji, miembro del Consejo regional de Ennahda en Sidi Bouzid, me mostraba otro punto de vista: ella no quería sentirse “una cosa rara” por llevar velo. Durante los años del expresidentes Zine El Abidine Ben Ali, llevar velo solo podía traerle problemas. La persecución al Islam fue feroz, pero el secularismo del país venia de mucho antes.

Habib Bourguiba, quién llevó al país más pequeño del Magreb a la independencia en 1956, modeló el Túnez secular que todos conocemos. La fuerza del Islam en la vida nacional se vió fuertemente reducida y, poco a poco, Túnez se convirtió en el país árabe más occidentalizado. Después del golpe de estado de Ben Ali en 1987, las políticas de opresión de cualquier manifestación pública de movimientos islámicos siguieron presentes. Partidos islámicos como el Ennahda fueron prohibidos y perseguidos, pero la revolución les dio alas. En otras palabras, todos esos presos políticos se convirtieron en mártires del régimen de Ben Ali. El Partido del Renacimiento ha sabido organizarse y sacar provecho de de esos años de opresión. Al ganar las elecciones han dado un paso firme hacia el frente, aunque aún queda lo más difícil por hacer: gobernar. Como en el futbol, lo difícil no es ganar un par de partidos sino mantenerse en la elite del deporte, llegando a finales y ganándolas. Ennahda tiene que demostrar que es capaz de mantenerse en la elite política.

Bienvenidos a la Túnez del consenso

Las divisiones ideológicas y religiosas han hablado en las urnas. Varios partidos jugaron la final, pero el que ha marcado el gol de oro ha sido el Ennahda. Ahora es el momento de la verdad.

A largo plazo, elección tras elección, Ennahda tiene que demostrar su compromiso a los procesos democráticos. Túnez se ha convertido el primer país, después de la primavera árabe, en el que un partido islamista consigue el poder de forma democrática. Hay pocos precedentes de la simbiosis Islam y democracia. Los más conocidos son Turquía y Palestina, pero cada uno de ellos tiene particularidades que los hacen distanciarse de Túnez.

A lo largo de la historia ha habido partidos islámicos que han ganado elecciones en otros países, pero pocos han conseguido gobernar; y los que lo han hecho no ha sido un camino de rosas. Por ejemplo, en las elecciones del 1990-91 en Argelia, el Frente Islámico de Liberación (FIS) ganó masivamente el sufragio pero el entonces presidente Chadli Benyedid anuló las elecciones y declaró el estado de excepción. Otro ejemplo más reciente que desencadenó en violencia fueron las elecciones de 2006 en Gaza. La victoria de Hamas causó un gran estruendo en el mundo Occidental. El miedo se apoderó de Europa y los Estado Unidos, quienes retiraron las ayudas económicas a la autoridad Palestina. Eso hizo estallar una guerra interna, entre Hamas y Fatah.

Quizás el precedente más parecido a Túnez es Turquía. El mismo líder de Ennahda ha citado el partido del primer ministro Recep Tayyip Erdogan –Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP)- como ejemplo a seguir. Sin embargo, el estamento militar turco tiene mucha mas influencia que en Túnez. AKP es un partido islámico bajo una constitución laica con el respaldo de los militares, lo que hace difícil que Erdogan corte el bacalao a su antojo.

En Túnez, las elecciones han llegado a buen puerto y no hay un estamento militar que domine el poder ejecutivo –pero sí un estamento laico. Ennahda no lo tendrá fácil para gobernar. Los partidos de la oposición son laicos y con ideologías muy distintas: desde el secular CPR (Congreso por la Republica) a Ettakatol (Forum democrático por el trabajo y las libertades), un partido formado en las entrañas de las redes sociales. Las decisiones que se tomaran tendrán que ser fruto de acuerdos y cada movimiento bien cauteloso. Además de las políticas de consenso, Ennahda también tendrá que satisfacer las expectativas de la gente y mejorar las condiciones socio-económicas del país. La edad media de la población es de 30 años, y la tasa de desempleo entre jóvenes de 15 a 24 años llega al 30%. En general, Túnez tendrá que aumentar su crecimiento para crear suficientes puestos de trabajo para el gran número de parados actual, pero también para todos esos nuevos graduados universitarios –cada día más. Económicamente hablando, Túnez necesita aumentar la inversión exterior y reducir las diferencias entre las dos Túnez – es decir, entre la turística zona costera y la cada vez más pobre zona sur y oeste del país.

En éste nuevo panorama, Ennahda se enfrenta a tiempos difíciles. Como el Esperance, ha conseguido tocar la “fama” pero solo el tiempo dirá si consiguen compaginar la dualidad Islam y democracia. O, aún más importante, si consiguen mejorar las condiciones socio-económicas del país –siendo estas últimas las que realmente hicieron salir la gente a la calle el año pasado.

Lídia Pedro Solé. Kampala, Uganda.
Colaboradora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 15 Noviembre 2011.