Ni en tu casa ni en la mía – por Laura Morillas

La geografía que yo entendí, cuando iba a la escuela, no es ésta. Quizás solo existiese -y exista- en mi cabeza, en la de unos pocos ilusos como yo, en la de cientos de personas que llevan su vida en una mochila desafiando las fronteras.

He de decir que nunca se me ha dado bien estudiar y/o entender los mapas, ya fuera el mapamundi para un examen en séptimo curso, ya sea en la actualidad sentada en el asiento del copiloto en un coche en mitad de la nada. Yo soy más de historia que de geografía, más de entender y apreciar la historia de una persona, una tierra, un siglo. Prohibir a alguien que pase determinado tiempo en un país, decidir quién tiene derecho a vivir en ése país y cómo, son cosas que no entran demasiado bien en mi mente y que no tienen nada que ver con la cultura.

La cultura, permítanme la libertad, en mi opinión es algo vivo, en constante enriquecimiento y por tanto, crecimiento, no es algo perpetuo e inamovible. La cultura es parte de nuestras raíces como personas, contribuye a nuestra entidad como personas y llena gran parte del espacio donde habita un país, aportándonos saber y memoria histórica, entre otras. Las fronteras son algo diferente, las fronteras no las ponen la cultura ni los continentes, las fijan las personas y lo que es peor, llegan a matar y humillar por ellas.

Un ejemplo de lo que quiero decir es la ley de inmigración aprobada el 4 de octubre de este año en Alabama, Estados Unidos. Con efecto inmediato a su aprobación, salir a la calle sin un documento de identificación es un delito. Los agentes de policía pueden parar a cualquier persona por la calle para pedirle sus papeles identificativos y proceder a su detención si es migratoriamente indocumentada, algo similar a la ley SB 1070 existente en Arizona. ¿Pero en qué mundo vivimos que una persona puede ser considerada ilegal? Con esta ley las escuelas públicas están obligadas a comprobar el permiso de residencia de los estudiantes y de sus progenitores. Se están ignorando parte de la dignidad y derechos básicos de todo ser humano, se está reafirmando un modelo social y educativo imperfecto, industrializado, materialista e injusto.

Muchísimos países están formados en sus orígenes, en sus genes, por diversas personas provenientes de diferentes culturas y ciudades. Para caso claro y sencillo el de Estados Unidos, nación forjada a base de inmigrantes ingleses, irlandeses, escoceses, españoles, chinos, mexicanos, africanos, y los pocos indios nativos americanos que sobrevivieron a su colonización y exterminio. ¿Qué sentido tiene hablar de la pureza y preservación de una raza determinada en un lugar de tierra específico si éso significa guillotinar la libertad básica que todos tenemos? Y es que vivir dónde queramos es un concepto utópico, no ya por ser además un concepto de carácter económico, sino porque se ha transformado en un asunto político, moralista y amnésico.

Españoles valientes fueron hace muchos años a vivir lejos de sus familias, a otros países tales como Alemania o Austria, huyendo del hambre y el paro. Hoy por hoy son muchos los inmigrantes que llegan a nuestras ciudades huyendo exactamente de lo mismo, gente en muchos casos con licenciaturas, masters y experiencia en los bolsillos. Profesionales o sencillamente gente dispuesta a partirse la espalda trabajando para poder vivir más dignamente y quizás poder cumplir un sueño o dos, y en la mayoría de los casos se encuentran con barrera tras barrera, aislamiento social, desprecio, condescendencia, menosprecio, entre otras.

Una mujer inteligente, joven y con inmejorable preparación profesional limpia casas porque nació en Perú o Rumania y no se le convalida su licenciatura, especialidades y cursos de postgrado, ya que el sistema educativo está ideado por algo parecido a una caja de zapatos con cerebro, cuadriculado, con polvo, oscuro y tan versátil como éso, una caja de zapatos. Del mercadillo, nada de Manolo Blahnik.

Un estadounidense, con su bandera de rayas y estrellas bien presente en su pasaporte, no puede decidir darle un giro a su vida y perseguir al amor de su vida viniendo a vivir con él a España, porque sólo puede hacerlo con un visado de turista de tres meses o con un contrato laboral o estudiantil, porque alguna ley cree oportuno pensar que vivir con tu pareja (la cual además, en este ejemplo real, tiene un contrato laboral serio, seguro y con cierto estatus) no es motivo o garantía suficiente para poder mezclarte con la cultura española.

El dinero, se ve claramente, no es un impedimento para untarte si quieres encima de la cultura cual mantequilla en una tostada, ya que en caso de poseer un contrato laboral esta persona o ser una persona de renombre no tendría mayores problemas, a Benedicto XVI nadie le pidió los papeles en su última visita a España, al contrario, el gobierno le invitó alegre y despreocupadamente con el dinero de nuestros impuestos españoles de pura cepa a todo lo que su magna persona tuvo a bien pedir, sin importar que España sea un estado laico o que Benedicto sea extranjero.

De hecho, ésto último me recuerda el dato de que tras la Segunda Guerra Mundial, muchos fueron los países que gustosa y solícitamente acogieron -con limpia y cristalina conciencia, por supuesto claro- a diversos cargos de la Inteligencia e Investigación nazis, sin importar demasiado sus papeles, delitos o sangre, siempre y cuando estuvieran abiertos a la idea de colaborar compartiendo sus conocimientos y cambiar de nombre en su tarjeta de identidad.

Quizás, al final de toda ésta divagación sobre la libertad de las personas de habitar el país o la ciudad que quieran, la cuestión o cuestiones reales y prácticas sobre las que hay que filosofar o discutir son, en primer lugar, la propia noción de país. Y tras ésto, las cuestiones concretas de organización de cualquier país, estado, territorio o pueblo, tales como educación, economía, autoridad jurídica y policial, etc. Casi nada.

Obviamente independientemente del derecho de vivir en cualquier parte del mundo sin ser discriminado o importar tu lugar de nacimiento o de hábitat anterior, son importantes los factores económicos y culturales, en el sentido de que la sociedad actual está organizada en forma que sin dinero no puedas realmente acceder a una casa, alimentos o bienes básicos, y que la cultura marca una serie de costumbres aquí y allá que son diferentes e influyen mucho en la socialización de unos y otros.

Pero quizás deberíamos de preguntarnos también ¿por qué el sistema económico es cómo es, con todo su dinero y su capitalismo, sus limitaciones y sus leyes? ¿Realmente está hecho con lógica y adaptado hacia las personas que lo utilizan? Podríamos preguntarle a una madre de Ruanda, por ejemplo, su opinión al respecto de esta última pregunta, o a un pescador de las costas de Filipinas que no puede pescar en su propio pueblo porque todo el pescado se lo lleva una gran multinacional, o un joven sahariano que quiere ser doctor pero el sistema no le alcanza siquiera para tomarse ésa idea en serio.

Deberíamos preguntarnos ¿por qué la cultura se usa como un arma arrojadiza y no como un inmenso salón donde todos reunirnos? ¿Por qué se considera patrimonio cultural una corrida de toros cuando somos más los españoles que estamos en contra de la tortura animal pero se pone el grito en el cielo si una vecindad de islámicos quiere construirse una mezquita, cuando además, supuestamente España es laica pero tenemos Iglesias porque se respeta la diversidad de fe? ¿Acaso no es muy relativo, esto de la cultura? No he visto pedir papeles de residencia a una moto japonesa o a una lata de Pringles americana (será que es verdad que cuando haces pop! ya no hay stop).

Pero volvamos a la definición de país, que no es nada más que un área geográfica y una entidad políticamente independiente con su propio gobierno, administración, leyes, la mayor parte de las veces una constitución, policía, fuerzas armadas, leyes tributarias y un grupo humano. Todos necesitamos tener una identidad, un peso en el mundo, un carácter, si todos juntos formamos grupos más o menos organizados que habitamos un territorio más o menos fijo con una cultura creciente en él, es lógico que queramos transferirle parte de ésa identidad y diferenciación a dicho lugar versus otros. El problema, lo que se necesita redefinir, son las fronteras. Las fronteras deberían de identificar, no de prohibir.

La educación, pilar básico de todo ser humano, debería de asentarse en un sistema que respetase y valorase de verdad la diversidad entre personas. Me viene a la mente la gran canción de Pink Floyd, The Wall -en todas sus partes-. Los niños son tratados como piezas en la cadena de producción de una fábrica de coches, los universitarios tienen las alas cortadas por el sistema.

Si en ésta ecuación, más compleja de lo que aquí puedo relatar en este momento, metemos a un chaval de Shangai o de Quito, todas las alarmas saltan, la cadena de producción educativa los mastica y luego los engulle, esperando que su paso por el sistema digestivo de la sociedad educativa y la siguiente, sea lo más rápido y menos dañino posible, en vez de amoldarse y enriquecerse con ellos.

Me imagino una gran y extraña discoteca, donde cada ciudad del mundo baila, bebe cubatas e intenta ligar con el alguien del resto. ¿Vamos a tu casa o a la mía? supongo que preguntaría la ciudad con suerte a su recién conquista. Ni en tu casa ni en la mía hasta que no vea tus papeles, compruebe tu solvencia económica y firmemos un contrato que me dé seguridad en tus intenciones. Así no hay plan, me voy a ver una película o algo a mi salón, diría la primera.

O, siendo más realista y trágica, imagino los meses venideros tras la más que posible victoria del PP en las inminentes elecciones del 20N, cuando Aznar ejerza de consejero a Rajoy -un niño, pongamos Damien con barba, con zapatos nuevos- y le sugiera la gran ventaja de implantar la ley de Alabama antes mencionada, en España, por ejemplo, entre otras grandes medidas interesantes que llevar acabo para mejorar nuestra calidad de vida.

O, para acabar, puedo imaginarme, un mundo dentro de no tantos años, donde los partidos de ultraderecha y xenófobos consigan hacerse con el control de la mayor parte de Europa. Sólo de escribirlo me entran escalofríos por el cuerpo.

Esperemos, por el bien de todos, que nos demos cuenta rápido de dónde nos lleva la falta de memoria histórica, empatía, sentido común y buenas intenciones, en un mundo donde no sólo estamos usted y yo, sino que hay una cantidad inmensa de lugares a los que viajar y descubrir, de personas con las que hablar y compartir momentos y espacios de la vida, de culturas que mezclar y redefinir y crear y probar.

Laura Morillas García. Valencia.
Colaboradora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 11 Noviembre 2011.