Damasco, Túnez, Kabul – por Sàgar Malé

Damasco-Túnez

El año 2010 fui a Siria. Viajando por Damasco, por Alepo, por Homs o por el monasterio de Mar Musa viví sensaciones paralelas a las que años antes había vivido en Túnez, en Tabarka, en Kairouan, en Kef o en Sidi Bouzid. Nunca noté peligro ni sentí ninguna mirada de hostilidad o de ser mal recibido por sus habitantes. Estaba seguro de que nunca me sentiría amenazado en ningún rincón del país. Sentía que viajaba por una de las zonas más seguras y fáciles de moverse que había estado nunca. Nada me hacía consciente de que estaba en un país centro de conflictos.

La población de ambos lugares era abierta a la comprensión y a la discusión, y no parecía que viviera en un búnker cerrado y sellado. Una sensación extraña… Yo ya sabía que en Túnez gobernaba una férrea y asfixiante dictadura que penetraba en todos los rincones de la vida cotidiana de sus habitantes. Pero la sensación en Siria aún era más extraña ya que además de ser una despreciable autocracia el país parecía flotar sobre aguas pantanosas: era el centro de un conflicto internacional, en medio de dos estados tensos, poderosos y enfermos de arrogancia como Israel e Irán. Siria era un país tranquilo en el epicentro de conflictos peligrosísimos a nivel internacional.

Lo que no podía sospechar es que en Siria y Túnez estallarían un tiempo más tarde revoluciones populares, una de éxito fulminante (Túnez) y una sangrienta y complejísima (Siria, una revolución cuyo éxito no interesa ni a Irán ni en Israel).

Túnez-Kabul

En abril de 2002 viajé por primera vez en Kabul, cuatro meses después de la invasión de Afganistán por Estados Unidos y de la caída del régimen Talibán. En mayo de 2011 fui a Túnez, cuatro meses después de la revolución que hizo caer su dictador Ben Alí. En los dos lugares la gente parecía vivir una sensación similar: el país era desconocido incluso por sus habitantes. No sabían muy bien qué hacer con las nuevas posibilidades que les daba el nuevo país. No daban abasto de hacer todo lo que durante tantos años no habían podido hacer.

En Túnez la población no paraba de hacer concentraciones de protesta o debates abiertos en espacios públicos. Arrancaban los símbolos de la dictadura precedente y no sabían cómo encontrar tiempo para hacerlo todo al mismo tiempo: abrir nuevas publicaciones, nuevos blogs, nuevos partidos políticos … Bromejàvem diciendo que Túnez era, actualmente, un brainstorming (una lluvia de ideas).

En Túnez no sabemos qué pasará. Podemos ser un poco optimistas con la revolución ya que es un país donde, a pesar de la represora dictadura, ha habido unas fuertes bases de construcción de la sociedad. Hay un buen nivel de atención sanitaria, de educación. Pero hay que ser prudentes con la transición…

En Afganistán la población no acababa de creer que se pudiera salir a la calle sin tiros, sin represión. Me paseé por cualquier rincón de Kabul, haciendo fotos sin sentir reticencias. Crucé zonas que sólo unos meses antes habían sido fronteras de una ciudad microparcelada y destruida por batallas brutales. Visité lugares públicos que unos meses antes habían sido vigilados por crueles guardianes del puritanismo musulmán. Mucha gente nos llamaba a nuestro paso «How are you!», Posiblemente la única expresión en inglés que conocían, pero que necesitaban compartir. En los edificios heridos de balas y de paredes derruidas estaban encajadas tiendas de fruta o chatarra, o fotógrafos con aparatos anticuados. La gente todavía no sabía cómo se hacía eso de vivir en un país donde ya no encuentras la represión o la muerte en cada esquina. Se les hacía grande la sensación de libertad y querían abarcarlo todo.

Esta sensación en Afganistán fue temporal y huidiza, duró unos meses, quizás unas semanas. Era un país donde a lo largo de 30 años todo había sido destruido: las casas, las familias, las estructuras políticas, la justicia, la vida social o la vida íntima. El virus de la guerra había penetrado en todos los rincones, algo muy difícil de deshacerse de él. Pero además EEUU pactaba con los criminales que unos años antes habían destruido el país, durante los 80 o los 90, y les daban poder (algunos de los muyaidines), mientras que en Pakistán dejaban que los déspotas que habían secuestrado al país en los años 90 resurgieran (los Talibanes). Llenaban Afganistán de tropas pero nadie tenía la intención de reconstruirlo desde sus bases políticas y de justicia.

Es cierto que las similitudes de lo que viví en los dos países se detienen aquí, con esa sensación de vivir en un país nuevo y todavía desconocido. Túnez no conoce la guerra, ni el desorden, y si bien al caer la policía (leal al dictador) ha caído el nivel de seguridad, es irrisorio comparado con Afganistán, un país donde todo el mundo parece haberse puesto de acuerdo para continuar destruyéndolo y torturándolo. Afganistán es un país donde todo ha sido destruido. Túnez, por el contrario, tiene una base fortísima a todos los niveles para un cambio maduro y sereno.

Nota: Este artículo es una versión en castellano de un artículo publicado en Cap Gros.

Sàgar Malé. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 21 Octubre 2011.