El avestruz – por Eugenio Mateo

Los síntomas de hartazgo y nausea que desde hace tiempo me reconcomen han generado espontáneamente una decisión por la que quiero buscar un animal en el que mutar o al menos que me sirva de pauta de actuación. Pero la elección cabal de tal extravagante impulso no tiene nada de sencilla porque cada especie animal, a la vez que sus características, no debe requerir el mismo antropomorfismo. Al fin y al cabo sólo estoy interesado en aquel que sepa aplicar a su rutina el alejamiento de cosas y causas.

Alejarse es renunciar a la presencia. La no presencia exime de la decisión, incluso de la participación y no siendo actor o espectador involuntario de los hechos, convertido simplemente en observador desde la distancia, aunque sea la que media entre un deseo y un logro, acaba por ser la excusa perfecta con la que justificar la impotencia de probar el amargo sabor que tiene ser comparsa en los acontecimientos que nos zarandean, como a guiñapos, a la merced de situaciones que son obligadas a vivirse sin poderse cambiar.

Como a toda acción le llega su reacción, he aquí que tal problema de elección se ha resuelto como por arte de magia. Voy a ser avestruz. Ningún otro bicho viviente mejor adaptado a mis renuncias. Es un ave pero no vuela aunque corre como un caballo. No es cobarde porque sabe plantar cara a las agresiones. Sin embargo es escéptica ante la amenaza, prefiriendo un buen agujero para meter la cabeza que andar dándole vueltas a lo incontrolable, renunciando de esa manera a buscar soluciones que no existen. Sabedora, en definitiva, de que al final la realidad se la llevará por delante, porque intuye el peligro pero al no verlo sufre menos. Es lo que nos acaba pasando a todos. Cerrar los ojos, tiene la misma consecuencia de meter la cabeza en un hoyo, significa un poco menos de dolor cuando te pasa por encima el mercancías de Canfranc. ¡Qué pocas diferencias entre humanos y bestias de dos patas!

Ya soy pues, desde este momento, una flamante avestruz en sentido figurado. O lo que es lo mismo, un ser humano con ínfulas. Mi nueva condición me procura gozo al recibir las venias de los próceres desde su estrado, aun que la prócer sea una alcaldesa consorte a quien nadie ha elegido para tales honores de representación. En otro momento, una circunstancia parecida habría provocado mi ira “ciudasúbdita” que a buen seguro conllevaría graves consecuencias, pero ahora, hoyo querido, mi cabeza no me deja ver más que a un inofensivo certamen de animales a los que defiende, con labia y prosopopeya, una bella señora a quien todos le hacen la pelota sobre no sé cual habilidad en tocar una cola… ¡No! Creo… que es un piano de cola, ¡Sí! Un piano…Un órgano. ¡Yo que sé!

Ahora que es tan fácil esconder la cabeza en tantos agujeros como hay por doquier, no quiero ver las ganas de doblete que tienen algunos para trincar dos sueldos ni el escarnio a los ilusos votantes que en vez de taza reciben taza y media. Como no veo no siento, lo siento, eso que me gano, porque perder, perder, no se puede perder más la referencia entre lo perverso y lo esperpéntico. Si quieren un consejo para evitar ser un ave que no vuela y que acaba en la cazuela, o sea la gallina, háganse avestruz, que tampoco vuela pero de tanto en tanto, da unas patadas que parecen coces. Lo del agujero queda para cuando sube la tensión, que por si no lo saben, es bastante peligroso. ¡Ah! Y luego está lo de los huevos, que son muy gordos. Vamos, un lujo de animal de compañía si se lleva puesto.

Eugenio Mateo Otto. Zaragoza.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 2 Octubre 2011.