El desmoronamiento del panarabismo – por Francesc Sánchez

Gamal Abdel-Nasser and Shukri al-Quwatli firmando el pacto de unión entre Siria y Egipto, 1958 - Wikimedia Commons

El panarabismo, una ideología que pretendía unir a los árabes a través de sus lazos históricos, culturales y la lengua, murió con Nasser. La degeneración que apareció después en la totalidad de países árabes que de una u otra forma formaron parte de este panarabismo es la causa de las revueltas árabes que estamos contemplando. Aún habiendo una mano negra que esté prendiendo la mecha y agitando al mundo árabe estamos asistiendo al fin de una etapa que empezó con el fin de las descolonizaciones y que prometía un futuro mejor para los árabes. No está fuera de lugar hablar de 1989, año en el que cayó el muro de Berlín y tras él uno a uno todos los estados comunistas de la Europa del Este, incluida una Unión Soviética que terminó por descomponerse y pudrirse en los siguientes años. Es el mismo año en el que se celebraba en Paris el bicentenario de la revolución francesa, haciendo más énfasis –en consonancia con la ideología liberal imperante- en la libertad individual que en la igualdad. El socialismo real y de paso la igualdad cedió frente a una ideología que antepone la libertad individual y la libertad de movimientos de capitales. Ahora pues, en versión árabe subtitulada, estaríamos asistiendo a una segunda parte de esta derrota del socialismo.

Bachar el Asad, aclamado en su parlamento mientras las balas silban en las calles, el inmovilismo de Abdelaziz Buteflika, y el esperpento de Muammar el Gadafi, que en su Libro Verde articulaba una tercera vía entre el socialismo y el capitalismo son el residuo del panarabismo. Lo que en su tiempo fue una alternativa y un proyecto de futuro para los árabes con el paso del tiempo se ha convertido en una pesadilla.

La degeneración en Egipto llegó de la mano de Anuar al Sadat, que deshizo todo lo que Nasser hizo, dando un giro de 180 grados en todas las políticas sociales, apostando por las privatizaciones, y firmando la paz con Israel a espaldas del resto de países árabes involucrados en el conflicto permanente de Oriente Próximo. Hosni Mubarak, el que ahora tiene un dorado retiro en Sharm el-Sheij, fue incapaz de subsidiar adecuadamente los productos de primera necesidad, y de protagonizar una transición democrática. Ben Ali, el que retiró de circulación al anciano Habib Bourguiba, otro panarabista y padre de la patria tunecina, que reconoció derechos para las mujeres, también tiene un dorado retiro en Arabia Saudita. Sadam Husein, más conocido por el gran público, sobre todo por los jóvenes, se mantuvo en el poder en nombre del Baaz –un partido también panarabista- durante muchos años, primero siendo un aliado excepcional de occidente frente a la revolución iraní –aunque de paso gaseara a los kurdos porque ayudaban al enemigo-, y luego convirtiéndose en enemigo tras la invasión de Kuwait. Este error le costó un enfrentamiento con una coalición internacional liderada por los EEUU –la guerra del golfo de 1991- y ya en tiempos más actuales, cuando se confeccionó tras el 11 de Septiembre de 2001, toda esta teoría de la guerra global contra el terrorismo, una nueva coalición internacional liderada también por los EEUU le declaró una nueva guerra, la de 2003, que le que quitó del poder pero de paso destruyó el estado de Iraq hasta nuestros días. La guerra fue urdida bajo la mentira de que Sadam tenía armas de destrucción masiva y podía utilizarlas contra occidente, la verdad fue que Sadam seguía controlando importantes reservas petroleras. Hoy Iraq es un conglomerado de grupos de poder, adscritos habitualmente a una confesión política y religiosa, en donde nada funciona y en donde la violencia está al orden del día. En el Líbano pese a la hegemonía social de los chiitas y Hezbolla el poder sigue repartido en función de una representatividad confesional heredera de la colonización francesa. En cuanto a los palestinos, muerto Yasser Arafat, verdadero padre de una familia no siempre bien avenida, nunca se ha llegado tan lejos en su represión. El estado de Israel, en su lógica colonial, no sólo mantiene sus asentamientos en Cisjordania, haciendo caso omiso de las resoluciones de Naciones Unidas, si no que en sus operaciones de castigo colectivo masacra a miles de palestinos sin que la comunidad internacional haga nada para evitarlo.

Frente a esto quedan las monarquías islámicas y los islamistas. Siendo las primeras como es el caso de Arabia Saudita y Marruecos apoyadas por los EEUU, y siendo los segundos demonizados. Irán, país que no es árabe pero si islámico (en concreto es una teocracia chiita), probablemente sea el único país que incomode a occidente. Afganistán, otro país que tampoco es árabe, pero que por las implicaciones que ha tenido la guerra desde el 11S merece estar en este repaso, está gobernado por unos señores de la guerra que ayudaron a los occidentales –lo llamaron la Alianza del Norte- a echar a los talibanes. También ellos son unos criminales. En cuanto a los islamistas que no gobiernan pero que mantienen una importante influencia social –seria el caso de los Hermanos Musulmanes en Egipto, los ilegalizados del Frente Islámico de Salvación en Argelia tras ganar las elecciones de 1991 y 1992, Hamás en Gaza que gobierna pero en un territorio que no puede llamarse país, o Hezbolla en El Líbano-, han irrumpido con fuerza frente a la degeneración de los panarabistas, y son vistos como una amenaza para occidente. Finalmente nos quedan los grupos de fanáticos que en nombre del Islam han cometido atentados en occidente y los siguen cometiendo en Oriente Medio: estos han sido tanto la razón como la cuartada perfecta para la guerra contra el terrorismo global y la invasión de Afganistán e Iraq.

Desde el 11 de Septiembre de 2001 se nos muestra a los islamistas como unos fanáticos cuando en países clave les apoyamos, mientras que en países en guerra como Palestina, Iraq o Afganistán, se les combate. Teniendo ya el acta de defunción del panarabismo cabria preguntarse que es lo que espera occidente del mundo árabe, como puede pensar siquiera, que puede haber un mejor entendimiento con monarquías absolutas y regímenes teocráticos que mantienen una ideología, la islámica, que está lejos de los planteamientos laicos de nuestra civilización, que con los regímenes que en su momento fueron panarabistas. Lejos de no querer encontrar puntos de encuentro con el mundo árabe, incluidos los islamistas que miran por lo mejor de su pueblo no imponiendo su credo a los demás, no puedo dejar de recordar que en Europa durante muchos siglos nos matábamos en nombre de Dios, que tuvo que morir mucha gente para que el común de los mortales pueda disfrutar de los derechos y libertades que hoy goza. Los regímenes árabes que en tiempos de Nasser tuvieron esperanza fueron combatidos y presionados por occidente porque estos, a diferencia de los gobiernos títeres que occidente promulgó, quisieron sacar provecho de sus recursos naturales y ser independientes. Pasado el momento crítico occidente empezó a apoyar a estos regímenes que ya habían traicionado sus ideales y propósitos iniciales. Fue el momento de la gran cleptocracia y de la represión de las fuerzas vivas árabes. Pueblo sin pan que hoy se ha levantado en contra de unos regímenes que tan solo mantenían –y algunos siguen manteniendo- el partido único como única semejanza a ese proyecto que en su momento fue esperanzador y de futuro.

Llegados aquí cabe preguntarse en que terminará esta revuelta árabe. Si las sociedades árabes –como dicen algunos- son lo suficiente maduras como para emanciparse en democracias, o si occidente –como dicen otros- permitirá que éstas democracias realmente lleguen a ser plenas. La defunción del panarabismo no puede separarse de la muerte del socialismo real en la Europa del Este y en la ex Unión Soviética. La crisis económica que ahoga el mundo desde 2008 nos amenaza, porque así lo quieren nuestros gobernantes, con destruir el estado del bienestar en Europa, mientras los causantes de la crisis no solo no son castigados, si no que siguen ganando dinero a costa de los trabajadores. La izquierda, quizá a excepción de cierta transformación en América Latina, en países como Venezuela o Bolivia, se muestra claudicante, a veces –con sus planes de recorte- irreconocible. Lo que suceda en el mundo árabe para comprenderse bien debe entonces enmarcarse en este panorama internacional. Es entonces cuando el apoyo decidido de occidente a la revuelta árabe, como en su momento fue el apoyo a la revuelta contra los regímenes comunistas en Europa, no es simplemente por buenos ideales. La intervención de la OTAN en la guerra civil en Libia por razones humanitarias a favor del bando más débil tiene un sabor a petróleo. Los regímenes que surjan de las revueltas es entonces cuando prometen ser nuevos y excelentes mercados para nuestras multinacionales.

Pero un momento. ¿En qué medida estos probables planes pueden realizarse bajo gobiernos democráticos hostiles a occidente? ¿En qué medida el exceso de demanda de petróleo en un escenario donde éste sea cada vez más escaso puede hacer estos planes de modernización realidad?

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 6 Abril 2011.