Marruecos-España medio siglo de chantaje – por Maximiliano Bernabé

En este caso el chantajista es Marruecos y la chantajeada España, pero no la víctima. Es cómodo ser chantajeado y ceder, cuando los que pagan son otros. En este caso, el Sahara Occidental, sus habitantes. Si hacemos un resumen histórico, lo más desapasionado posible, los antecedentes serían algo así: España en la segunda mitad del s. XIX ambicionaba establecerse en la costa atlántica del Sahara, invocando para ello el perdido asentamiento de Santa Cruz de la Mar Pequeña, de finales del s. XV, cuya localización exacta no se pudo precisar. Aprovechando esta reivindicación y las cláusulas del tratado firmado tras la Guerra Hispano-Marroquí de 1859-60, se inició una penetración en Saguia el Hamra y Río de Oro que no fue efectiva hasta 1934. En paralelo a esto, España ganó la guerra de 1859-60, victoria privada de efecto por las presiones franco-británicas: El Reino Unido no quería competidores frente a Gibraltar, y Francia lo propio, pero pegados a su Argelia. También participó en el reparto de Marruecos a comienzos del s. XX que dio lugar a los protectorados español y francés. Nuestro país obtuvo el Norte (regiones de Yebala, Gomara y el Rif), la provincia de Tarfaya, en el Sur (zonas de Uad Draa y Cabo Juby), y el enclave de Ifni, en el Atlántico. No obstante, este protectorado fue un regalo envenenado, por dos razones: las zonas del Norte, sobre todo el Rif, en rebelión permanente, supusieron una sangrienta guerra hasta 1926. Y porque España no firmó ningún tratado de protectorado con Marruecos sino que fue una “subarrendataria” de Francia en 1912. Esto tuvo importantes consecuencias, como veremos, a la hora de la independencia. A todo esto, el nacionalismo independentista marroquí cobró extraordinaria pujanza alentado por los norteamericanos durante su permanencia militar en la zona durante la II Guerra Mundial, y se concretó en el partido Istiqlal así como en la formación armada “Ejército de Liberación” de intensa actividad terrorista a principios de la década de 1950. Francia se vio desbordada, no quería un segundo frente tan cercano a su avispero argelino, no logró ningún efecto con su deposición del sultán Mohammed V, y dio la independencia a Marruecos a comienzos de 1956, unilateralmente y sin ni siquiera consultar a España, quien se vio abocada a hacer lo mismo, obligada sin derecho a consulta, dado que su protectorado venía de Francia, no de Marruecos. El repuesto Mohammed V se encontró con el problema del no disuelto Ejército de Liberación, republicano y nacionalista, del que se ocupó su hijo Hassan (futuro rey) mediante ejecuciones sumarias y desapariciones.

¿Dónde entra en este juego turbio nuestra colonia, luego provincia asimilada a las peninsulares, del Sahara? Desde 1930, Al-al el Fassi, teórico del nacionalismo marroquí, se dedicó a difundir unas alucinadas tesis irredentistas marroquíes: Sus fronteras, por supuesta herencia de los imperios Almorávide y Almohade, llegarían por el Sur hasta Senegal y Tombuctú, y por el Este comprendería la mitad de la actual Argelia. Nadie le hizo excesivo caso, hasta que el trono alauita vio la solución. Abrazó por lo bajini el credo ultranacionalista y envió a la conquista del desierto a los miles de integrantes del Ejército de Liberación. Si ganaban, se aumentaría el territorio a costa de las posesiones españolas, si perdían, Mohammed y Hassan se lavaban las manos. Mientras tanto, España había evacuado su parte norte del Protectorado, pero no Ifni y Tarfaya, alarmada por la creciente infiltración de bandas armadas, patrocinadas por el trono marroquí. Esta tensión dio lugar a la guerra de 1957-58, que oficialmente nunca existió, y en la que nuestro país, con la ayuda interesada de Francia, rechazó a los irregulares marroquíes que asediaban Sidi Ifni y que entraron en el Sahara. España ganó, pero se vio obligada a entregar a Marruecos Ifni y Tarfaya pocos años después. Como dato curioso y significativo, éste país se había convertido en peón de la política exterior norteamericana (los independentistas argelinos coqueteaban con los soviéticos) y los Estados Unidos prohibieron a España utilizar el reciente material de guerra adquirido en virtud del Acuerdo de 1953. Resultado: las tropas se transportaron en los vetustos y fiables aviones Junker Ju-52 de la Guerra Civil.

A comienzos de la década de 1970 surgió en el Sahara un movimiento independentista, el Frente Popular de Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro, POLISARIO. Y así llegamos a 1975, año de la agonía de Franco y de incertidumbre sobre su desenlace político: podrían suceder dos cosas, o revolución a la portuguesa o salida pactada, lo que finalmente fue nuestra transición. El ya sultán marroquí Hassan II, experto en cloacas y servicios secretos desde jovencito, vio el río revuelto y se decidió a pescar. El señuelo no era baladí, doblar el territorio marroquí con el Sahara Español. Previó, y acertó, que España no ofrecería ninguna resistencia, por dos razones:
– Existencia de un poderoso “lobby” promarroquí encabezado por el ex ministro franquista Solís Ruiz y, sobre todo, nadie (ni el franquismo residual, ni la oposición democrática) quería asumir el posible coste de una guerra.
– Los Estados Unidos se decidieron por Marruecos como aliado, en detrimento de España. Bajo ninguna condición querían un Sahara independiente, controlado por el POLISARIO, que veían como la salida atlántica de Argelia, y un potencial aliado soviético. A España le volvieron a prohibir, si el caso llegaba, la utilización de su armamento de origen americano. Francia se sumó a la presión contra España, pues Marruecos es y ha sido su peón en el África Occidental.

Todos conocemos el desenlace: España llevó a cabo (con la oposición de muchos militares destacados en el Sahara) una humillante retirada, Marruecos ocupó el territorio, y le ofreció unas pocas migajas en el Sur a Mauritania, país que hubo de retirarse en 1979, excepto de la ciudad de La Güera. De este modo comenzó una larga guerra entre el POLISARIO y Marruecos. A partir de entonces este país inició un acoso diplomático, renovado periódicamente, a España: Expulsión de la flota pesquera española del banco canario-sahariano, incidentes orquestados en las fronteras de Ceuta y Melilla, y oleadas de inmigración ilegal en momentos precisos. Cabe preguntarse por qué esta inquina (bajo la pantalla de una supuesta amistad) contra España. Dejando aparte nuestro enfrentamiento histórico y secular contra los bereberes norteafricanos, tanto España como Francia fueron potencias coloniales. La segunda abandonó territorios pero mantuvo intereses comerciales y presencia militar cuando convenía para defender su influencia. España, en cambio, ha mantenido una política exterior claudicante y acomplejada, mediatizada por un poderoso lobby empresarial promarroquí, dando signos de debilidad ante la más mínima provocación. Si tenemos en cuenta que cada país descolonizado mantiene cierto rencor (lo cual es hasta normal) contra la anterior potencia dominadora, en este caso se ha canalizado exclusivamente contra España, por razones obvias. Todos los gobiernos que hemos tenido desde 1975 han admitido esta cesión, y desde la llegada al poder de Rodríguez Zapatero en 2004 (su primera visita exterior fue precisamente a Rabat) se han alcanzado extremos grotescos de sumisión, utilizando como coartada los acuerdos de inmigración y los intereses empresariales en Marruecos, lo que ha lastrado nuestra posición estratégica en una zona crucial como es África Occidental. Como no tenemos prestigio alguno, es fácil para cualquier país, incluso movimientos terroristas (Al Qaeda del Magreb) obtener dinero español a cambio de presiones. Durante estos treinta y cinco años la izquierda española ha mantenido cierta simpatía por el POLISARIO, materializada en la acción de varias ONGs. No obstante, éste no es el camino. El plan de paz en el Sahara, auspiciado por la ONU, surgido en la década de 1990, ha sido en la práctica instrumentalizado por Marruecos, que ha obtenido cierto refrendo internacional a su partición del territorio sahariano por varios muros fortificados y a la instalación de colonos marroquíes.

Teniendo en cuenta que cuando uno, como lleva haciendo España desde 1975, elude un problema y no se enfrenta a él, se lo acaba encontrando aumentado y complicado, que es lo que nos sucede ahora, tenemos que preguntarnos si hay tiempo aún para hacer algo frente a la desnaturalización que lleva a cabo Marruecos del supuesto proceso de paz del Sahara. Lo más fácil es seguir mirando para otro lado y acabar de perder la poca credibilidad internacional que nos queda. Sin embargo, los saharauis, quienes en estos días sufren la represión marroquí, son descendientes de ciudadanos españoles (como usted y como yo, con DNI) a quienes abandonamos. Lo propio, lo que impone el pragmatismo sensato y, en este caso, también la decencia y el sentido del honor, es llamar a nuestro embajador a consultas y enviar a nuestra Armada a la zona del Estrecho y al banco sahariano. Aguas estas últimas, cuya titularidad, según el Derecho Internacional, nos sigue perteneciendo. Según el Derecho Internacional, seguimos siendo la potencia administradora. Y esto, sólo es el principio de una política exterior razonable.

Maximiliano Bernabé Guerrero. Toledo.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 16 Noviembre 2010.