Habló el Imperio Vaticano sobre José Saramago, no lo hizo para valorar su humanidad sino para decir que era un “populista extremista”. Es lógico que a la curia romana no le guste los libros de Saramago; los que hablan de la tragedia de los hombres y mujeres sobre la faz de la tierra. Libros metafóricos que muestran los resortes que ponen en marcha la injusticia social. Libros que muestran la soledad que embarga al hombre cuando observa el mundo con mirada reflexiva, que muestran la injusticia convertida en el pan nuestro de cada día.
Saramago era un populista porque sentía en sus carnes el desgarro del hombre y de los pueblos oprimidos. Saramago era un radical porque no se quedaba en la superficie de los acontecimientos; se introducía en ellos para buscar la raíz. Porque el fenómeno muestra las consecuencias de un sistema depredador, pero trata, por todos los medios, de esconder las causas que lo generan. Saramago reflexionaba para después mostrar abiertamente los motivos. Políticamente incorrecto, no le importaba incomodar a los que llenándose de palabras, intentan acomodar los conceptos y las palabras a su antojo.
La curia romana confunde y difunde los conceptos para atacar al hombre humanista y al escritor que se funden; le atacan porque sus libros muestran la banalidad de la apariencia. Fue molesto para lo hipócritas por mostrar abiertamente los fuegos fatuos que ensombrecen la luz del entendimiento, por no dejarse atrapar entre los cantos de sirenas; cantos embrutecedores que no dejan espacio a la palabra meditada. El Imperio Vaticano que ejerce el dominio entre los creyentes, e intenta imponerlo a los que no creen en sus práctica, que niega cuanto de humano hay en el hombre y en la mujer, se atreve a hablar de Saramago. El escritor no estaba en su onda.
Decía Saramago: “Los ateos somos las personas mas tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen los unos a los otros. Por el contrario, sólo ha servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en Dios, no lo necesito. Y además soy buena persona. El integrismo no es sólo islámico…” Cita del libro de Andrés Sorel, “Saramago, una mirada triste y lúcida”. En él se muestra la mirada asombrada del niño que no llega a entender la pobreza de las tierras del Ribatejo. El niño Saramago crece y nos ofrece la pesimista mirada del adulto que no se deja deslumbrar por las luces que ciegan la razón; ese falso resplandor que muestra la superficialidad de un sistema que condena a millones de personas a una vida miserable hasta su muerte; ese sistema que necesita guerras para depredar los recursos de otros pueblos, que no entiende de comercio justo entre países, que piensa que todo lo que hay en la tierra pertenece a los que son capaces de imponer su poder por medio de las armas o el dinero. Saramago era y seguirá siendo un hombre del pueblo, un escritor que supo de la pobreza porque él la vivió.
«El evangelio según Jesucristo», de Saramago, es mucho más creíble y humano que los dogmas y las mentiras creados por la jerarquía de la iglesia en nombre de Jesús. En “Caín” muestra las contradicciones de los hechos narrados en la Biblia y en los Evangelios; es la lucha inconclusa entre la razón y el dogma que pretende imponer la curia romana. Escribió “Ensayo sobre la ceguera”; una narración que habla de los peligros que encierra la ceguera del entendimiento. Saramago nos mostró las luces deslumbradoras de la sociedad de consumo en la “Caverna”; el tener sobre el ser, la visión por encima de la reflexión y, sobre todo, la imposición de un sistema alienante, anulador del ser humano. Saramago escribe sobre la soledad en “Todos los nombres”, personas reducidas a ser un número entre números, aunque también muestra los resquicios para salir del anonimato, para saber que detrás de cada tarjeta de identidad se alza un ser humano con su historia. Saramago nos habla del porvenir de los pueblos en la “Balsa de piedra”, de esa balsa a la deriva que debe encontrar su destino; un destino desgajado de quienes les impiden vivir con dignidad para ir en busca del otro.
La palabras de Saramago se convirtieron en latigazos para los depredadores de un sistema que niega la humanidad, para aquellos que sólo ven la virtud en el hacedor de dinero, para los hipócritas y para cuantos rinden vasallaje a los poderosos. Creyendo que con esa definición le insultaban, la curia acusa a Saramago de ser un “populista extremista”; se muestran incapaces de comprender que tales palabras puedan ensalzan al hombre, al ciudadano, al filósofo, al escritor que era Saramago, no sólo fue a la raíz de los fenómenos, sino que llegó hasta el extremo para reflexionar sobre las causas que hacen que unos hombres se impongan a otros.
Saramago no le gustaba al Vaticano; esa jerarquía que torturó y mató en nombre de Jesús, esa jerarquía que creo la Santa Inquisición para imponerse a los discrepantes, esa curia que se enfrentó a la Reforma de la Iglesia con la Contrarreforma, que llamó herejes a cuantos no asumieran sus normas. Condenaron y sigue condenando a cuantos sienten que la vida es para vivirla en el mundo dado y no después de la muerte. Negar la vida en la tierra es la crueldad más grande jamás pensada, en eso se confabulan las religiones y los poderes económicos; ¡que bárbaro maridaje!.
Saramago tiene una obra titulada “El año de 1993”, libro alegórico que muestra el pasado y el devenir de la humanidad. En él decía, en su página 153: “Se lavaron sus heridas con el agua del mar y ahora están sentados en la arena mientras los centinelas vigilan desde lo alto de las dunas”.
“Es éste el precio de la paz cuando el amanecer se acerca y el miedo de morir es ése más humano de no vivir bastantes”.
Sí, se marchó un radical y popular humanista, un hombre en extremo lúcido que escribía lo que su conciencia le dictaba; un ciudadano del pueblo. Hasta siempre, Saramago. El eco de tus palabras resonará en aquellos hombres y mujeres que, como tú, quieren sentirse partícipes de la vida, de la justicia, de la dignidad de los hombres y de las mujeres.
Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 24 Junio 2010.