Por razones de seguridad – por Sàgar Malé

Self Service

A unos 100 metros de la frontera norte con Gaza, en la parte israelí, hay un self-service de gasolinera. Capuccinos espumosos, pasteles de chocolate amarga, zumos de fruta fresca, sandwiches de vegetales y queso. Actitud educada y cordial. Risas, abrazos. Clientela joven, bellísima. Elegancia informal, vestidos verdes y arma colgada en la espalda (con el cañón cruzando la goma a la vista de los calzoncillos o de las bragas). Armas, a veces, casi tan largas como su cuerpo.

Se sientan desaliñados a relajarse del estrés de su trabajo, en la frontera o en el interior de Gaza. Se dedican a blindar el paso a miles de palestinas y palestinos, para que no vayan a Cisjordania, la otra parte de su país. O a impedir que entren desde Cisjordania a Gaza. Impedir que los familiares se encuentren. Algunos hace decenas de años que ya que no se ven. Se dedican a impedir que los enfermos graves vayan a hospitales mejor preparados que los de Gaza, a riego de enfermedad crónica o muerte. Impiden que entren en Gaza productos básicos de alimentación o medicinas. Los que trabajan más duro, más estrés acumulan. Destruyen casas unifamiliares, bloques de pisos, a veces ministerios, o universidades, o hospitales, o escuelas. Los que más trabajan detienen a decenas de resistentes, armados o no, niños o mayores, detienen a políticos que van a su casa, o a niños que simplemente juegan a pelota. A veces tienen que asesinarlos, a veces tienen que asesinar a sus mujeres y a sus hijos. Les sabe muy mal, pero se resisten y no hay otra opción que asesinarlos.

Un trabajo duro. Una tierra dura, hostil. Bien merece entrar en el oasis de tranquilidad del self-service de la gasolinera, parar un rato y tomar un zumo bien fresco de limón con menta triturada.

Mapas

Miro un mapa del Mediterráneo. De norte a sur, de este a oeste. Sus costas, sus puertos, sus islas, sus grandes capitales, sus pequeños pueblos, sus grandes cordilleras, sus extensiones de desierto… Resigo una parte de la costa este, Acre, Haifa, Hadera, Jaffa, Asquelón, Gaza… En el mapa geográfico todo es un continuo sin ruptura. El mapa nos miente. En el mapa no hay guetos. Nada indica que justo un pequeño fragmento de 40 km de largo y 8 de ancho ha sido secuestrado. En el mapa no vemos más de un millón de personas sin posibilidad física de moverse de ese fragmento. No vemos el enorme muro de hierro, ni los muros de cemento de más de 8 metros de alto, ni los centenares y centenares de metros de pasillos, vallas, dispositivos de seguridad bloqueando cualquier posibilidad de moverse, vivir. El mapa no nos muestra los bombardeos, no nos muestra la destrucción sistemática. ¿Cómo podríamos verlo? ¿Cómo indicar que en esos pocos kilómetros cuadrados hay un gueto humano? El mapa nos miente.

No sólo nos miente el mapa. Nos miente el paisaje, a varios kilómetros, a un kilómetro, a 100 metros. Carreteras ordenadas y bien reguladas. Autobuses llenos de gente que van al trabajo con la cartera o las herramientas, que van a la playa con la toalla y las chanclas, que vienen de la compra con los carritos repletos. A 100 metros de Gaza todo un mundo normal, ordenado, civilizado, no nos indica que es responsable de hacer la vida imposible a más de un millón de personas encerradas en unos pocos kilómetros cuadrados.

Frontera

En Erez, la frontera israelí al norte de Gaza, me atiende una jovencita sonriente, maquillada, que lleva un móvil con dibujitos de Kitty. Ella es la que cumple las órdenes de impedir que nadie entre en Gaza (palestinos, trabajadores humanitarios internacionales, incluso diplomáticos). Miro en la pared del fondo un póster hecho a mano, con fotos de jovencitos y jovencitas, y escritas en rotuladores, fechas y corazones rosas. Es el personal que trabaja en la frontera vetando el paso a la gente. Escrita hay la fecha en que van a cumplir 18 años.

Por el momento no se me permite la entrada en Gaza, hay que comprobar mi permiso de entrada y la chica no sabe cuánto tiempo tardaré, tal vez no sea posible hoy. Aunque ha sido coordinado directamente por el cónsul español con la unidad del ejército israelí, no es posible por motivos de seguridad. Al lado un palestino con nacionalidad norteamericana, al que tienen retenido su pasaporte y su teléfono móvil, se niega a que lo lleven a una celda aislada. No le dejan llamar a su embajada, no le dan el pasaporte, no le dan su móvil. Hoy no podré entrar, tendré que volver mañana. La seguridad lo es todo.

Erez

Centenares de metros de frontera. Centenares y centenares.
Pasillos inacabables de hormigón.
Centenares de cámaras.
Espacios completamente aislados y controlados remotamente desde alguien invisible.
Alta tecnología con dispositivos de control de metales o materias peligrosas que someten a las personas a todo tipo de rayos.
Salas faraónicas con decenas de jóvenes en habitaciones acristaladas, a lo alto, gritando desde megáfonos intencionadamente ininteligibles.
Soldados apuntando insistentemente a la sien.
Salas de interrogatorio, absolutamente aisladas, sometiendo a las personas a desnudarse.
Imágenes duras. Muy duras.
Personas discapacitadas abandonando su destartalada silla de ruedas para cruzar casi milagrosamente largos pasillos con muletas. Forzadas por jóvenes que dan órdenes a lo lejos.
Abuelas, abuelos.
Niños obligados a dejar sus madres para cruzar llorando, dentro de cabinas de rayos detectores de metales u otras sustancias.
Mecanismos superiores a cualquier cárcel de alta seguridad.
Erez, un monumento sin otra función que la irracional y prepotente megalomanía de un estado enfermo de seguridad, de rabia y de miedo.

Colonias

Israel necesitaba desde hace años un gueto en el que descargar su rabia y su miedo. Con impunidad. Hasta el 2006 una cuarta parte de Gaza estaba ocupada ilegalmente por decenas de colonias israelíes. No servían, eran molestas, no dejaban descargar tranquilamente el instinto criminal del estado y el ejército. El político más inteligente que ha habido últimamente en Israel, Ariel Sharon, anunció a bombo y platillo su gran «gesto de paz» desalojando las colonias de Gaza. Montó un perfecto circo mediático. Centenares de periodistas de todas partes se desplazaron a Gaza para informar sobre colonos desesperados arrancados de sus casas por un ejército en misión de «paz» defendiendo el gran «sacrificio» de un estado. La ingenuidad política europea aplaudió este «gesto de paz», con más euforia que cuando condenó la masacre de 1.400 personas en el 2008/2009. Israel consiguió la pantomima internacional de ser un estado que «cede a la paz», y creó un territorio preparado para descargar su rabia y su miedo.

Las razones estratégicas y económicas no siempre explican las acciones de Israel. A veces se explican por la pura irracionalidad del miedo. De la rabia.

Ruinas

En Palestina las ruinas son omnipresentes. Cada ruina es metáfora de algo distinto. Israel demolió las colonias de Gaza y dejó una zona en ruinas. Muchas no se retiraron. Le pedí a mi amiga Manal de ir a pasear con su familia Awad por las ruinas de las colonias. No habían estado nunca.

Era viernes, festivo para los musulmanes y decenas de familias se paseaban como si estuvieran en un parque de atracciones. Observaban y comentaban cada fragmento. Los niños se entretenían en recoger fragmentos de cosas rotas con textos en hebreo esparcidas por el suelo, por si encontraban algo de valor, o simplemente por la curiosidad hacia lo extraño. Reconstruían mentalmente el espacio. Recordaban lo que habían oído de los palestinos que habían trabajado en colonias.

Las hermanas de Manal paraban en algunas zonas y comentaban: «He oído que había una universidad ¿Tal vez esto era la universidad?», «¿Esto era una sinagoga, son así las sinagogas?», «Mira, un polideportivo que dejaron entero y los palestinos han destrozado. Se podría haber aprovechado pero mucha gente no quiere ni oír hablar de las colonias.»

Ruinas (observando la guerra)

«A los residentes de Rafah: debido al terrorismo y a que vuestro vecindario está lleno de terroristas que actúan contra Israel, las fuerzas de defensa israelíes nos vemos obligadas a emprender acciones en vuestra área residencial. Por vuestra seguridad estamos obligados a evacuar vuestra área.» (panfleto lanzado antes de la llamada «Operación plomo fundido», por el Ejército israelí).

En agosto del 2009, la familia Awad me dio una vuelta en coche por las ruinas de una Gaza que fue masacrada durante 22 días. Entre diciembre del 2008 y enero del 2009 hubo 1.400 muertos, 8.000 heridos, miles de casas en ruinas y miles de personas destrozadas psicológicamente en la operación militar llamada por Israel «Plomo fundido». Israel mostró su rabia y su miedo en Gaza.

Al inicio del bombardeo los minaretes de las mezquitas destrozados para mostrar lo precisas que eran sus bombas. Vimos las ruinas de edificios destrozados al inicio de la guerra, cuando unos 60 aviones atacaban simultáneamente a diversos puntos de la franja. Vimos la zona donde unas 300 personas fueron asesinadas sin poder reaccionar. O el centro de la ciudad de Gaza, especialmente los barrios residenciales que fueron atacados sin piedad. Algunos de ellos usando fósforo blanco, ilegal si se usa en zonas pobladas. Los bombardeos en el Ministerio de Justicia, los bombardeos en la mukata, los bombardeos en una cárcel, los bombardeos en un teatro donde murieron 22 personas, los bombardeos en mezquitas, bombardeos en edificios universitarios, bombardeos en locales de bodas, bombardeos en un local de ambulancias, bombardeos en …

No pude evitar mandar un sms a una amiga superado por la situación: «Paseo por las ruinas de la rabia. No me salen las palabras. Estoy en shock. Odio las guerras y los canallas que las hacen. Odio las guerras. No puedo más.»

Ruinas (viviendo la guerra)

En la noche de fin de año, en pleno bombardeo, se popularizó en Gaza un sms: «Mira el cielo. Apaches están bailando por ti. F-16 están cantando por ti. Les he pedido que desde el cielo te deseen feliz año nuevo».

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La población se movía dentro de Gaza como una mosca en una botella, según el capricho bombardeador de Israel. La población no tenía donde refugiarse. Gaza está geográficamente rodeada por Israel, que no iba a acoger los refugiados de sus propios bombardeos, y al sur con Egipto, que no tuvo la mínima dignidad humana de acoger a sus vecinos árabes. (algo asqueroso, repulsivo). Durante la guerra yo recibía sms de mi amiga Manal contándome el nomadismo forzado que estaban viviendo. Cuando bombardeaban Rafah, al sur, viajaban a Gaza, al norte. Cuando bombardeaban Gaza iban a Rafah.

Un día bombardearon Rafah, donde tienen su casa, a unos 200 metros de la frontera. Los palestinos han excavado túneles a Egipto ante el bloqueo de Israel a la entrada de suministros básicos. El ejército israelí escupía fuego a la zona de los túneles con la excusa que había tráfico de armas. La familia Awad se metió en un coche huyendo de las bombas. Era de noche, viajaban lento, sin luces, el cielo estaba iluminado por las coreografías artísticamente circulares de los aviones y los flashes de las explosiones. En el coche iba una niña de un año llorando. El padre empezó a consolarla diciéndole que en Rafah estaban lanzando fuegos artificiales para celebrar la boda de una persona muy importante. La familia, para animar a la niña, empezó a cantar y gritar ante una imaginaria fiesta que estaba dejando casas destruidas y personas muertas.

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«A lo largo de la guerra nos movíamos sin parar ya que era la única manera de esquivar las bombas. Todas las fronteras cerradas, no había lugar donde refugiarse. Pero hubo un momento en que decidimos quedarnos, cansados de movernos. Eramos de las pocas familias de Rafah que nos quedamos. Dentro de casa se vivía otra guerra, tanto o más dura que la de las bombas, la guerra de sobrevivir, la guerra de minimizar el agua, la guerra de no lavar, la guerra de no ir al lavabo por restriñimiento, la guerra de inventarnos mil maneras para comer dignamente sin que hubiera nada a nuestro alrededor. La guerra no es sólo morir sino cómo sobrevivir a la vida cotidiana. El cuerpo se deforma rápidamente y te vas sintiendo como un muerto. No te sientes humano.»

«En la última noche el bombardeo fue espectacular, rabioso, irracional. Recuerdo como los F-16 disparaban sin parar ni un momento. Estábamos sentados en el suelo y parecía que en vez de tierra hubiera agua.»
(Manal Awad)

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«De repente acabaron los bombardeos. Cogimos el coche para ir a Gaza. Al viajar tomábamos consciencia de lo que había pasado. Y ocurrió una catársis. En el coche había puesto un cassette del grupo palestino Sabreen que homenajeaba los niños muertos en la Intifada («Dead of the Profeths»). Empezamos a cantar sus temas y cada vez más llorábamos y gritábamos. No podíamos creer lo que había sucedido.»
(Manal Awad)

Ruinas (enemigos internos)

«La metralla de este edificio ¿es del ejército israelí?»
«No, eso son disparos descontrolados de las luchas entre el Hamas y Fatah»

La operación «Plomo fundido» añadió ruinas a las ruinas. A las ruinas creadas por la disciplina y constancia destructora de Israel. Y a las ruinas creadas por los enfrentamientos entre líderes palestinos de los partidos mayoritarios, el Fatah y el Hamas.

Después del desalojo de las colonias recuerdo que hubo un breve periodo de raptos a extranjeros (poco habitual en Palestina). A lo largo de la carretera que cruza la franja se desplegaron milicias de dos colores: las del Fatah que vestían de azul, y las del Hamas que vestían de negro. No había coordinación entre ellas sino voluntad de control del territorio. Poco después estalló una guerra interna cuyo único objetivo era el control del poder. Los tiroteos eran descontrolados, hasta el punto que muchos palestinos les temían más que a los ataques israelíes, mucho mas controlados.

«Siento mucho miedo ante estas luchas. También siento miedo ante los ataques israelíes pero sus disparos y sus bombas son controlados. No hay realmente daños colaterales, cuando muere un niño o una mujer es que han decidido matarlos. Pero los disparos entre palestinos no tienen control y todo puede ser objetivo. Los cristales de mi casa están llenos de disparos porque cerca hay militantes del Fatah.»
«En estos momentos siento vergüenza de ser palestina. ¿Cómo voy a pedir a la comunidad internacional que me defienda de los israelíes cuando nos estamos matando entre los palestinos?» No le daba la razón a mi amiga Manal. Las luchas internas, segregadoras y sangrientas dividieron Palestina en dos: Cisjordania controlada por el Fatah y Gaza controlada por el Hamas. Unas luchas grotescas que nada tienen que ver con la población palestina. Su único objetivo es el poder, y están dividiendo a una población que socialmente nunca ha estado (significativamente) dividida.

Actualmente la situación es dantesca por parte de ambos partidos. Unos se persiguen, torturan y asesinan a los otros impunemente creando una falsa división entre palestinos. En las ciudades y en los campos de refugiados de Cisjordania empezaron a multiplicarse check points para detener a miembros del Hamas. Desde entonces los check points israelíes empezaron a rebajar su tensión ya que el Fatah ya hacía el trabajo sucio: se encargaba de detener a la resistencia. También hizo el trabajo sucio en las manifestaciones que se organizaron en Palestina cuándo hubo los bombardeos en Gaza. Las fuerzas del orden del Fatah en Cisjordania las ilegalizaron, y detuvieron a decenas de manifestantes. En su congreso plurianual el Fatah concluyó que su principal oposición era el Hamas. No Israel, que al parecer ya era su aliado.

En Gaza las historias de la población cuentan historias sobre detenciones y torturas del Hamas a miembros del Fatah escalofriantes: amigos visitando a miembros apalizados del Fatah que, a su vez, también han sido apalizados por visitarlos; detenidos a los que han volado las rótulas disparándolos por detrás de las piernas. Poco a poco imponen leyes sociales ultraconservadoras que afectan sobretodo a las mujeres. También se dan situaciones ridículas como le ocurre a Iman Awad, hermana de Manal. Ella es contable empleada por la Autoridad Palestina, por lo tanto su salario viene directamente de Ramallah, la sede central. El Hamas le exigió que jurara su fidelidad o que dejara de trabajar. Actualmente no trabaja pero si recibe su salario, desde Ramallah, que controla el Fatah.

Mujeres feroces

Estoy con Manal y con su amiga Iqtimal, dos mujeres feroces de Gaza. Siempre han sido dos mujeres fuertes, independientes, hasta desafiantes y transgresoras en su entorno de Gaza. Mujeres trabajadoras, extrovertidas, habladoras, que anteponen sus decisiones personales a las obligaciones sociales (la más visible, aunque no necesariamente la más importante, es no llevar velo).

Iqtimal es divorciada. Manal es soltera. Iqtimal es una fumadora empedernida, ríe escandalosamente, sus bromas son provocadoras y responde a los halagos con respuestas sexuales, sin tapujos. Manal es superpresumida, y calcula mucho a su interlocutor para lanzarse a bromear, pero sus coqueteos en confianza no son habituales en las mujeres palestinas. Iqtimal es provocadora y retante. Manal es romántica, en su cabeza vive historias de amor. No les faltan habilidades seductoras pero no les interesan las relaciones con los hombres de su entorno.

Mujeres admirables. Transparentes. Sinceras, con la verdad por delante. Mujeres fuertes. Mujeres débiles. Demasiado sinceras para ser fuertes. Han decidido quedarse en su país, luchar por su país y por su familia, en esa doble cárcel para ellas. La cárcel física de unos km2 que crea la ocupación israelí. Y la cárcel moral del asfixiante conservadurismo religioso, que con el dominio del Hamas se ha convertido en insoportable.

Mujeres encerradas

Las tres hermanas de Manal sufren también esta doble cárcel.

En la familia Awad no existen cárceles internas; son contrarias a su idea de familia. El padre, en vida, nunca tuvo imposiciones patriarcales, actitud que ha heredado el único hermano. La aún madre nunca ha impuesto restricciones sociales a sus hijas, nunca les ha pedido si se van a casar ni les ha sugerido que se cubran con un velo, viviendo en una campo de refugiados ultraconservador como el de Rafah. A mi me invita como el amigo de su hija, sin intenciones de casarme.

Las cuatro hermanas son solteras, de 30 a 45 años, que en Gaza significa ser ya vieja para casarse, incluso para gustar. A diferencia de Manal, sus tres hermanas viven y sufren su situación desde el silencio de su casa, sin apenas contacto con el vecindario, con el campo de refugiados, con la ciudad, con la misma capital Gaza. Ellas no son extrovertidas. Además no hablan inglés y les cuesta tener relaciones externas, en una región aislada por Israel, especialmente vetada al paso de los árabes.

Manal sí es extrovertida, y habla inglés. Su elección no es menos dolorosa: se relaciona con un mundo exterior casi inalcanzable, de amistades que la vinculan sentimentalmente a muchos países, pero que tiene que mantener por teléfono o Internet. Israel difícilmente da permisos de entrada en Gaza.

La casa de la familia Awad es un microcosmos con su propia vida interna. Aislada de su entorno es un mundo feliz, ahí fluye la libertad de vivir y de expresarse con libertad y fluidez. Pero es también un mundo dolorosamente cerrado a un exterior hostil.

Permisos

Gaza está cerrada a cal y canto por Israel desde hace muchos años. El sueño de un palestino de Cisjordania es ir a Gaza, y el sueño de uno de Gaza es ir a Cisjordania. A menudo mueren enfermos que no han podido ser tratados en hospitales de Gaza pero que no han podido salir porque Israel no ha dado permiso para cruzar la frontera. Una estrategia fascista de castigo colectivo, de un país que pasa por demócrata.

La familia Awad me contó tres veces que obtuvo permisos en los últimos diez años. Dos de ellos fueron gestionados directamente por ONG internacionales. Una vez el hermano tuvo reuniones de trabajo en Ramallah por la mañana, dejando la tarde para cumplir uno de sus sueños: ir a la ciudad de Nablus a comer el dulce más famoso de Palestina, el knafe. Otra vez Manal tuvo permiso para viajar a Jordania, que desde Gaza es de paso obligatorio por Israel, entrando por la carretera ocupada que va al Mar Muerto y pasa por Jordania. Fue un momento absolutamente emocionante en nuestra amistad en la que por primera vez pudimos comer hummus y pollo en la animada plaza central de Jericó.

El tercer permiso lo obtuvo su tía mayor, de 75 años, a tratarse en un Hospital de Jerusalén, muy débil por una enfermedad en la sangre. El gran sueño de su vida era volver a su pueblo original de la que fue expulsada en 1948 por el naciente estado de Israel y sus milicias sionistas. Su pueblo sufrió el mismo destino que todos los pueblos palestinos en Israel: fue destruido. Pero ella recordaba perfectamente dónde estaba, los bosques, los árboles, las casas, las plazas… las ruinas del pueblo estaban en una explotación agrícola cerrada a cal y canto. Tuvieron que entrar clandestinamente, saltando vallas.

Recogieron un jarrón de cristal lleno de arena. Arena de su pueblo original, de su pueblo destruido, de su pueblo inexistente. Lo tienen en la mesa de su casa, como una joya preciosa.

Nakba

La población de Gaza es, en parte, el resultado de la Nakba, la limpieza étnica en Palestina de 1948 cuando se creó el estado de Israel. Allí hay los campos de refugiados más poblados y tal vez los más rebeldes de Palestina. La familia Awad es originaria de Abu Shosha, cerca de Lydda (en Israel, Lod). Shukria, la madre, recuerda todos los detalles de la limpieza del pueblo.

«Recuerdo bombardeos diarios y asesinatos a los que se resistían. A las diez llegaban los soldados sionistas al pueblo (sionismo es el movimiento que desde el s. XIX reivindicaba una tierra para los judíos), cogían a unos cuantos, los dejaban en un descampado y les decían que se fueran andando. Mi padre fue de los que se negó a abandonar el pueblo. Lo mataron. Más tarde cercaron y encerraron completamente el pueblo durante tres días y no nos dejaron comer. Finalmente, a punta de pistola, nos expulsaron a pie, desde Abu Shosha a Latrun (a unos 50 km.) en el límite de la actual Cisjordania. El éxodo fue una locura. Yo tuve que hacer el recorrido sin zapatos. Otra partió con su hijo recién nacido pero a lo largo del camino enloqueció, y al final ya no reconocía la criatura que llevaba. Otra salió ya enloquecida y llevaba una almohada como si fuera su hijo…».

Ruinas (sin techo

Abu Shosha, el pueblo original de la familia Awad, fue destruido. Con él la casa. Fue la primera vez pero no la última que Israel demolió su hogar.

En mayo del 2004 Israel llevó a cabo otra de sus innumerables operaciones de castigo colectivo, esta vez en la frontera con Egipto. Le pusieron el poético nombre de «Operación Arco Iris». Fueron 7 días de imparable destrucción de edificios en el campo de refugiados de Rafah. Asesinaron a 44 palestinos, demolieron 400 casas, y causaron daños estimados en 8 millones de dólares (según Al-Mezan Center for Human Rights). El argumento era «por razones de seguridad», y se argumentaba el paso de armas en túneles que conectan Gaza con Egipto y la búsqueda de resistentes palestinos. En realidad Israel estaba preparando una área de control en toda la periferia fronteriza y en una franja de centenares de metros, y Rafah tenía el inconveniente de estar pegado a la frontera, casi en conexión directa con el Rafah egipcio.

La familia Awad perdió su casa, si previo aviso. Lo perdió todo. Un año más tarde, en el hueco de su casa demolida, Manal me contó cómo ocurrió:

«En esta esquina de ahí había nuestra casa, y a su lado había cinco más que también fueron demolidas. Los israelíes llegaron sin previo aviso con el buldózer, desde el otro lado de la calle, demoliendo primero las otras. Este es el muro que conectaba nuestra casa con la vecina. De ahí saltaron mi madre, mi hermana y mi tía de más de 80 años. Casi mueren aplastadas por su propia casa que estaba siendo demolida por el ejército israelí. Teníamos un jardín con un árbol en la parte trasera de la casa, desde el que saltaron hacia la casa de los vecinos. Algunos vecinos sacudieron banderas blancas pero no servía de nada. No imaginábamos nada justo antes, no podíamos pensar que demolerían nuestra casa. Había toque de queda con disparos y helicópteros por todas partes y la gente no se movía por la calle.»

«En estas ruinas que ves aquí estaba la entrada, aquí la habitación de invitados, aquí la habitación de mis hermanas, aquí la mía, aquí el lavabo, aquí la cocina, la sala de estar, aquí el comedor y aquí el pasillo al patio donde este limonero cortado fue también arrancado. Argumentaban que buscaban resistentes. Pero esta casa de enfrente pertenece a líderes de la Jihad Islámica, máximos enemigos para Israel, y no demolieron su casa. En cambio sí demolieron la nuestra, que claramente no somos un peligro para la seguridad de Israel. Pero somos palestinos, eso es todo. A sus ojos todos somos un peligro ya que deberíamos ser expulsados de nuestro país y terminar el trabajo que empezaron en la Nakba. »

«Una de las cosas más tristeza nos da haber perdido es un mueble que yo construí, dentro del cual íbamos dejando recuerdos familiares. Lo perdimos todo. Los muebles, la casa, y los recuerdos. Y nuestro mueble de recuerdos. Todo. Alguien toma la decisión de destruir tu memoria, tus recuerdos. Tu vida. Aunque sea una casa muy sencilla, te pertenece. No sólo porque ahí está tu memoria, sino porque es el espacio donde decides tu vida… es tu casa. Y de repente viene alguien y destruye el espacio de tu vida y de tus recuerdos. Las cosas que más quieres. Destruye el tiempo que pasamos juntos con la familia, donde comíamos, jugábamos, veíamos la TV, nos peleábamos… Es una sensación difícil de contar. Más de 30 años de vida. Vine aquí cuando tenía 4 meses. Ésto es la vida, la vida aquí en Gaza.»

Area buffer

La casa de la familia Awad fue reconstruida años después de su destrucción. No la pagó Israel (nadie le pide cuentas por sus destrucciones) sino el departamento de refugiados de las Naciones Unidas (UNRWA). Israel destruye, «por razones de seguridad». El mundo paga, «por razones humanitarias».

La casa está en el barrio de Brasil en Rafah, y cercana a la zona límite de la franja de Gaza objetivo de Israel en la «Operación Arco Iris»: el corredor de Filadelfi. Filadelfi es una área buffer. Es una franja de terreno que no tiene ninguna función, en la que no hay exactamente nada, sólo algunas casas, muchas destruidas, y terrenos vacíos llenos de chatarra, ruinas etc. Pero su condición fronteriza hace que sea el barómetro de Gaza.

En el 2005 me paseé en coche por esta área. Con prudencia, lentitud. Era arriesgado. Un paraje demolido y tiroteado, que se parecía al de cualquier ciudad bombardeada en la postguerra (Kabul, por ejemplo). Ante su enorme muro metálico fronterizo había decenas de torres con soldados que vigilaban y disparaban a sus habitantes y a cualquier vehículo que se acercara. Los niños se habían acostumbrado a jugar en las ruinas, a veces evitaban los disparos, a veces eran asesinados. Había una escuela de personas sordomudas que tuvo que ser abandonada. Dispararon y mataron a varios alumnos que no oían los avisos acústicos que mandaban los soldados.

Los túneles estaban ahí. Pero a partir del 2007 y 2008 han crecido espectacularmente debido al bloqueo israelí. Desde el 2007 Israel lleva a cabo una guerra menos espectacular pero más cruel, e igual de ilegal: el castigo colectivo. Se ha sacado las colonias pero las fronteras son controladas de forma más férrea. No entran productos básicos de alimentación, gasolina, materiales de construcción, productos médicos. Aumentan las enfermedades crónicas, los enfermos que necesitan insulina no tienen suministros, se dan numerosos casos de muertos por falta de medicación. Todo a capricho de Israel. Por las calles empiezan a multiplicarse los burros y los caballos, arrastrando fatigados a familias enteras subidas a un carro; están poco acostumbradas a ser bestias de carga. En las tiendas los zumos de frutas, el arroz o las cajas de leche de marca israelí son substituidas por desconocidas marcas egipcias o africanas.

El hermano de Manal me acompañó a los túneles a través de unos contactos de la zona, puesto que pasearse por allí sin contactos era peligroso. Es una zona de mafias controladas por el Hamas, crecidas de la necesidad, en las que hay corrupción, la explotación laboral de cerca de 16.000 trabajadores, muchos de ellos han trabajado en las colonias y ahora están en paro. También la explotación de menores (hasta puntos inhumanos) es cada vez más escandalosa.

Los túneles crecieron de la necesidad, y han creado un suculento negocio para las mafias y especialmente para el Hamas, amo y señor de la franja. Hay unos 1.000 o 2.000, no se sabe muy bien… A lo largo de unos 500 metros agujerean un frágil suelo tiroteado, bombardeado y cubierto de ruinas. A veces hay 2 o 3 niveles de profundidad. El suelo parece un queso gruyere, a punto de hundirse por cualquier punto, y los trabajadores de los túneles viajan en motos, por el peligro de circular en coches.

Cada túnel, es un miscrocosmos, con sus estructuras, generadores de corriente, motores de arrastre, radiocomunicación, gente viviendo, cafeterías… Los negocios de ventiladores o las tiendas de madera crecen espectacularmente construyendo los pasillos. No sólo pasan productos básicos. También armas de fuego, dinero, coches a piezas… La leyenda popular sobre los túneles ha crecido: se habla del paso de animales para la ganadería o para en zoo de Rafah, o de parejas de árabes magrebies y palestinos creadas por Internet y cruzando a través de los túneles.

El bloqueo estructural de Israel a Gaza incita a la creación de los túneles. El Hamas se aprovecha y genera de la absoluta necesidad de la población una industria corrupta y clandestina. Hasta el punto que no se desea que Israel abra los pasos de mercancías. El negocio se cortaría. Como siempre los palestinos y las palestinas son los primeros perjudicados de la industria

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El Ministro de Asuntos Exteriores de España Miguel Ángel Moratinos, firma el 11 de junio del 2010 un comunicado dónde dice que: «debemos asegurar mejor las necesidades humanitarias de la población de Gaza, ahogar la economía mafiosa de los túneles, pero también aportar garantías de que esto no vendrá acompañado de un recrudecimiento del tráfico de armas y del flujo de grupos terroristas a Gaza.» Israel, en todo el documento, casi no tiene responsabilidades.

Toda la declaración es una muestra del cinismo, la burla y la ausencia de respeto hacia la población de Gaza de la Unión Europea y del Gobierno Español. Se intenta poner a un mismo nivel los crímenes y castigos colectivos a m¡les y miles de personas del gobierno israelí, con los ridículos gestos de desafío pseudoviolento del Hamas. Aún peor, parece que la payasería belicista del Hamas sea lo más peligroso de la zona.

Al final es una actitud de lamida del culo al estado de Israel desgraciadamente habitual en la política española, en una desesperada necesidad de liderar otra pantomima de «proceso de paz» en Palestina. Un proceso que como siempre desprecia las víctimas, centenares de miles de palestinos y palestinas. A pesar de un castigo colectivo a más de un millón de personas encerradas en una gran cárcel, de 1.400 muertos en 2008-2009, de 14 activistas humanitarios asesinados en pleno mar en 2010 o declaraciones de auténtico fascismo político por parte del embajador israelí en España como: «Qué son 14 muertos con la cantidad de gente que muere en las carreteras españolas.» Esta clase de engendros políticos pueblan nuestra clase política y son la cara de la opinión pública. Una actitud que no va en nuestro nombre.

… al igual que la ridícula clase política palestina no representa un pueblo que ha demostrado sobradamente su capacidad de resistir en su vida diaria a la ocupación.

Aeropuerto

Mi amiga Manal es arquitecta de formación. Me enseña un antiguo edificio diseñado por ella, en los límites del sur de Gaza. Es una dependencia administrativa de estilo funcional y con motivos de arquitectura local. Esta construido a medias. No pudo acabarse. Me enseña el resto del edificio, los halls, y las puertas de embarque a los aviones del aeropuerto de Gaza, en Rafah. Hay vigilantes protegiendo una construcción inútil desde su inicio. El aeropuerto de Gaza nunca ha sido utilizado ya que en dos ocasiones Israel bombardeó sus pistas. Pagadas, por supuesto, por la Unión Europea, que es lo que mejor sabe hacer: pagar y callar.

La entrada Norte de Gaza es un complejo fronterizo de cárcel de alta seguridad, la metáfora más clara del apartheid que Israel impone a Palestina.

La salida Sur es una magnífica metáfora del destino de la población de Gaza, de la población de Palestina. Un aeropuerto que conecta a ningún sitio.

Sàgar Malé. Gaza / Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 24 Junio 2010.

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