Andaba yo el otro día pensando en la imagen que los españoles tenemos de nosotros mismos cuando varios hechos televisivos vinieron a turbar mi placidez meditativa. Por un lado, dada la época estival, haciendo caso de eso que dicen de que tenemos mucho tiempo para dedicar a actividades absurdas, lo cual es mentira porque la mayoría han de trabajar las mismas horas y además descansar unas cuantas menos debido al calor y a todos los impresentables que cada noche pululan por la calle jodiendo la vida al prójimo que intenta dormir; pues eso, que haciendo caso de la mística del calorcillo he visto varios episodios de esos programas que ahora emiten algunas cadenas glosando las aventuras de nuestros compatriotas por el ancho mundo. Por esos días también se cumplían setenta años del comienzo de la II Guerra Mundial, y unos pocos días antes se conmemoró el 65 aniversario de la entrada de los aliados en París. En ese conflicto hubo españoles en los dos bandos y en casi todos los frentes; y en la Liberación de París concretamente, al parecer, fueron los primeros que entraron en esa ciudad. Y será por la pretendida ociosidad del verano pero se me ocurrieron varias cosas:
– La primera es que lo que se desprende de lo que dicen y hacen estos compatriotas televisivos en tierra extraña la imagen que tenemos de nosotros mismos cuando estamos rodeados de extranjeros fluctúa entre el complejo de inferioridad y la autocomplacencia del estar encantados de habernos conocido. Parece paradójico, pero ambos extremos se tocan.
– La segunda: Si las inquietudes que manifiestan los españoles que viven en tierras foráneas son un reflejo de las que tenemos los que seguimos aquí, resulta que estamos obsesionados por el tema inmobiliario-albañilero hasta extremos delirantes. Resulta que estos señores y señoras van por las calles de su país de adopción, seguidos por una cámara que se mueve mucho y apenas te deja percibir nada del paisaje, señalando a diestro y siniestro con observaciones del tipo “Esta casa cuesta no sé cuánto, esta otra la han vendido por tanto, aquéllas de allí salieron muy bien de precio…” Como mucho aparece un poco la obsesión por el famoseo “En este bar vi un día al actor fulano, que es un borrachuzo”. Pero de la Historia, el Arte o la realidad social del país, poco. Luego, entramos en la casa del gachó o la gachí, precedidos por la cámara revolcona, y si no nos hemos mareado mucho veremos, oiremos cómo se nos dan detalles –siempre con cantidades- de por cuánto les salió la choza, cuánto ha costado esta reforma, cuántos metros tiene el salón. No sabemos nada de sus ideas o preocupaciones, pero sí que como comerciales de una inmobiliaria no tendrían precio.
– La tercera pasa porque en lo que se resume todo lo que nos cuentan la mayor parte de los expatriados voluntarios –hay honrosas excepciones que no sé cómo habrán pasado la férrea selección de la productora vista su ignorancia del ladrillo y el famoseo- es que presumen, que fardan, que molan, que están superencantados de vivir allí y, sobre todo, de contarlo a los pobrecicos que no han podido salir del pueblo. Que se enteren por lo menos de lo cosmopolita que soy, que hasta hago fumar porros al gato y nadie me dice nada, decía una en Ámsterdam. Vivir para ver. En apenas dos generaciones hemos pasado de emigrar con la maleta atada con cuerda, de pasar la tarde del domingo en el centro español, jugando al dominó con los paisanos, echándonos un sol y sombra al coleto para que nos asome del todo la lágrima cada vez que oímos a Juanito Valderrama con lo de “El Emigrante”, a ser tan “modelnos y enrollaos”, hablar de miles de euros como el que más. Y que conste que los del sol y sombra y Juanito Valderrama tienen toda mi admiración y mi cariño. Tantos jubilados españoles como quedan en Francia, Alemania… , y sus hijos, y ya nietos, ahora tan franceses, alemanes… como el que más. Puede que ésos sí sean los verdaderos españoles por el mundo y no los nuevos ricos gangosos que ahora sacan en la tele.
– La cuarta: ¿Para cuándo una serie sobre la emigración española? ¿O sobre la participación española en la II Guerra Mundial? Con los de los dos lados, lo mismo la División Azul que los liberadores de París. En el fondo, todos pelearon por países que no eran el suyo, perdieron mucho y ganaron poco, excepto la gloria. ¿No da para esto la memoria histórica?
Y sí, decía por ahí más arriba que pasamos del complejo de inferioridad a la presunción garrula en cuestión de segundos. ¿Quién inventó eso de “españolitos” para referirse a nosotros mismos? Si empezamos por arriba, por el lado de la autocomplacencia, el de la onfaloscopia con orgullo no sé de dónde se habrá sacado lo de nuestra supuesta calidad de vida, que al final se traduce en que nos tomamos unas cañitas tras salir de trabajar un montón de horas más de las que se suele en otros países europeos. Al final se es chabacano por lo absurdo de tanto presumir de lo bien que vivimos. Por cierto, hablando de chabacanería ¿Quién inventó la moda de aplaudir en los entierros? No sé si alguien se habrá dado cuenta, en este verano también, de la imagen del encantados de habernos conocido, de ser los más chulos del barrio, de corporativismo imbécil que hemos dado. Me refiero a la desgraciada muerte por un error lamentable del niño Rayan, hijo de la primera víctima por Gripe A. Un suceso triste donde los haya. Resulta que casi cada vez que se hablaba de ello en los medios de comunicación, salía alguien para recordarnos que los sanitarios españoles son los segundos o los terceros mejores del mundo, lo cual, que no me importa si es cierto o no, ni en qué estadísticas nos basamos para tal afirmación, nadie cuestionaba. El error se produjo, algo ha debido de fallar, y alguien ha de asumir la responsabilidad. En el extremo opuesto, en el del complejo de inferioridad, muchas veces la imagen que damos de nosotros mismos en el exterior, en la que más nos complacemos, es la de que empleamos la mayor parte de nuestro tiempo en estar de juerga y que todos los días nos acostamos a las tantas. Como mucho admitimos que hemos aportado al saber y a la ciencia universales la invención del “chupa – chups”, de la fregona, y del futbolín. A lo mejor resulta que no hemos progresado mucho desde hace doscientos años, cuando la imagen de nosotros que comenzaron a difundir ciertos personajes ingleses y franceses a los que llamamos “viajeros románticos” era la de un majerío achulapado y castizo, ocioso, que con una nube de moscas alrededor, dividía su tiempo entre la asistencia a misa y a las corridas de toros. Puede que sea lo que ha quedado en nosotros de aquella época en la que entramos a empujones en la Edad Contemporánea, de nuestra guerra contra Napoleón, de la que se cumplen dos siglos y que casi ningún poder se molesta en conmemorar, como si nos diera vergüenza reconocer que vencimos, a pesar de todas las contradicciones, al primer ejército del mundo de la época. Resulta curioso lo de nuestra imagen exterior, pues es como si los países que ocuparon nuestro lugar como potencia en el concierto europeo a partir de finales del s. XVII se hubieran empeñado en borrar la percepción que se tenía de los españoles en aquellos dos siglos en los que dimos estopa a medio mundo, la del hidalgo grave y austero por contraposición al jaranero gandul. Y nosotros hemos seguido el juego hasta extremos ridículos. Al menos, es lo que parece que queremos seguir aparentando, si nos fijamos en esas multitudes que se entregan a esa expresión de alegría de vivir productiva de actividad mental que es el botellón. O en los idiotas que pasan la vida siguiendo y comentando las vidas de una gentuza a los que llamamos famosos. O puede que esa crisis económica de la que algunos dicen que estamos saliendo, y en la que puede que aún no hayamos acabado de entrar, no sea sólo económica sino también moral.
Maximiliano Bernabé Guerrero. Toledo.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 24 Septiembre 2009.