‘De la buena y la mala educación’ – por Volk Tambovski

No es necesario hablar sobre Ricardo Moreno Castillo (Madrid, 1950), pues si aún no es un clásico, sí es bastante conocido en el ambiente de quienes disienten de la actual situación de la enseñanza en España; así como, en sentido negativo, entre los fervientes partidarios de las reformas pedagógicas que han hecho posible que tengamos un sistema muy inclusivo, solidario, horizontalista, integrador y varias cosas más, pero donde hay alumnos de dieciséis años, que obtienen el título de la Enseñanza Secundaria Obligatoria sabiendo leer con dificultad y sin saber operar con decimales.
‘De la buena y la mala educación’
(Ed. Los Libros del Lince, 2008)
Nuevo libro de Ricardo Moreno Castillo
por Volk Tambovski

Su libro “El Panfleto Antipedagógico” ha conocido una amplia difusión, tanto en sus versiones en Internet como en su publicación, y el que ahora nos ocupa puede entenderse, en cierto modo, como una continuación de aquél. Se advierte que para hacer frente por anticipado a alguna de las críticas se ha prescindido de los elementos más “panfletarios” del otro para partir de una línea de ataque más suave, lo que no significa que los resultados sean menos demoledores. Al igual que en el anterior, se cuenta con un prólogo de una figura célebre, en este caso Eduardo Mendoza, quien hace una ligera e interesante disección del concepto de “héroe romántico” en nuestros tiempos.

En cuanto a las críticas negativas que sufrió “El Panfleto…” y las que ya se vierten sobre éste es interesante constatar que en casi todas ellas aparecen los términos demagógico y parcial. Que es lo que suele decirse de alguien que se enfrenta a un problema simple despojándolo de todos los accesorios que enmarañan su percepción. Algo así como lo de aquel cuento del traje nuevo del emperador. O lo que hizo Alejandro cuando en la ciudad de Gordio se enfrentó con aquel célebre nudo. Después de oír una retahíla de zarandajas, desenvainó su espada y lo cortó de un tajo. Ejemplos de demagogia y parcialidad para nuestros psicopedagogos, sin duda. Cuando algo que es bastante simple se complica artificialmente, dotándole de muchos ropajes extraños y haciéndolo aparecer desde peculiares puntos de vista estamos entrando en terreno pantanoso, porque cualquier intento de volver a la sensatez desde dentro se va a ver fatalmente lastrado. Un sistema de enseñanza ha de servir para enseñar, que es transmitir conocimientos. Obviamente el transmisor está en una cierta posición de superioridad porque sabe más que los educandos, incluso tiene alguna potestad disciplinaria para corregir a aquel alumno que se dedique a incordiar a los otros. El conocimiento se transmite, esto quiere decir que uno lo emite y los otros lo reciben, independientemente de que luego el profesor pueda tener relaciones cordiales con sus alumnos, hasta aprender de ellos en otras artes. No vamos a abundar aquí, porque ya lo hemos hecho muchas veces, en que estas premisas se han dislocado y retorcido hasta límites ridículos desde 1990. Tampoco vamos a relatar el daño que han hecho la LOGSE y la LOE, actualmente en vigor. Mucho menos se va a citar las gilipolleces que periódicamente sueltan los psicopedagogos que constituyen el sustento espiritual de la situación que tenemos, porque ya las sabemos. Pero durante estos años, tanta tontería perversa ha ido calando, incluso entre gente que aparentemente reniega del sistema. Si asistimos a cualquier congreso educativo oiremos frases, seguidas de muchos aplausos, del tipo: “Para educar a un niño hace falta toda la tribu” o “La escuela es el reino de la diversidad”. De demostrar por qué ambas son, en el mejor de los casos, solemnes tonterías se encarga este libro. También es frecuente que oigamos, entre paternalista y acusadoramente, que quienes critican la “reforma educativa” son unos vagos, nostálgicos de otros tiempos, inadaptados a las nuevas tecnologías… Prolifera mucho una parábola que dice que si un maestro del s. XIX viajase en el tiempo hasta nuestros días, reconocería la clase, el proceder del docente, y que fácilmente podría continuar su labor. Pues claro hombre, porque lo que es la enseñanza en sí, la buena, ha cambiado poco desde la Antigua Grecia. Respecto a las tan mentadas nuevas tecnologías, son útiles como complementos a la hora de adquirir conocimiento, y siempre con el debido entrenamiento a la hora de manejarlas (es decir hay que estudiar algo). De lo contrario es como dar un cronómetro a un chimpancé. Conozco el caso de un profesor de inglés en un grupo de 4º de la ESO que intentó que sus alumnos en vez de fijarse en la pizarra tradicional y en sus cuadernos, probaran ejercicios a través de ordenador, proyectados en una pantalla. Era una clase de cincuenta minutos, varios de los alumnos habían pasado de 3º con todo suspenso, del mismo modo en cursos anteriores. Su interés en la lengua inglesa nunca había pasado de los niveles de la nulidad. Pueden imaginarse el ambientillo mientras se desenrollaba el cable, se iniciaba el ordenador, se colgaba la pantalla, se daban las claves sobre cómo intervenir en cada ejercicio… Por muy avezado que se sea en las llamados TIC (Tecnologías de la información y el conociendo) había pasado su buen cuarto de hora entre exabruptos y lanzamientos varios. Con la tiza de toda la vida, a los dos minutos de entrar en clase se puede empezar a funcionar.

Todo este sistema, actualmente imperante, dominado por una casta de pedagogos poseedores de un lenguaje hermético y vacío, se asienta sobre la motivación. Si el alumno en vez de trabajar se dedica a incordiar al vecino, o ya más decididamente, a sabotear la clase y el derecho de los demás a la educación, es porque algo le pasa, y hay que diagnosticarle y tratarle. Dejando aparte que los próceres de la motivación en sus libros y charlas son mortalmente aburridos, en éstas se podrán escuchar genialidades del tipo de que el profesor y alumnos han de interactuar y que, de ningún modo, aquél ha de enseñar a estos. Eso es incurrir en delito de elitismo. O que la escuela ha de ser el espejo de la sociedad, diversa como ella sola. Y el autor, y muchos con él, nos decimos ¿Hay algo de malo en reconocer que unos saben más que otros? o ¿No sería mejor que la escuela volviera a ser el faro que nos ilumine e intente hacer mejores y no el espejo que reproduzca nuestras miserias y mediocridades? Es interesante eso del elitismo. Resulta que democratizar la enseñanza consiste en exigir poco para que no suspenda nadie y nadie tampoco aprenda. Con este mismo proceder, si algún iluminado se dedicase a democratizar la sanidad dejaría que todos se murieran, porque es elitista que unos se curen y otros no.

En fin, muchos estaremos de acuerdo con lo que se dice en este libro. Decir que el sistema de enseñanza público español no funciona va camino de convertirse en un clásico de la conversación del tipo de que las nuevas generaciones no respetan nada o la crisis del teatro. ¿Qué hacer para acabar de una vez con esta sinrazón? Aquí está una de las ligeras críticas que veo a este libro. Moreno Castillo, como en “El Panfleto…” vuelve a confiar en que la razón nos ilumine y el buen sentido vaya acabando con tanto destino. El que esto escribe es algo más escéptico. Dejando aparte que en el acceso a la carrera docente cada vez cuenta menos el mérito (¿No sabían lo de las oposicioncillas como coto cerrado de interinos endurecidos y eternos?, en que bastantes profesores han desistido de todo lo que no sea cumplir sus horas y preparar el próximo puente, y el rastrerismo de muchos equipos directivos de centros, se necesitaría que un gobierno se decidiese a derogar tanta patraña legislativa, estableciese un camino diferenciado para quienes no quieren estudiar pero sí formarse en una profesión, y así que la Enseñanza Secundaria Obligatoria fuera un bachillerato elemental, y el Bachillerato jibarizado actual de dos años comenzase a ofrecer una formación adecuada previa a la universidad. No sería tan difícil de hacer.

Volk Tambovski. Madrid.
Colaboración. El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 2 Enero 2008.