Hay personas que tienen talento, se les reconoce, se les premia y se les honra públicamente. Hay personas que reciben los máximos honores, premios y distinciones y siguen siendo sencillas, amables y cordiales con todo el mundo. Y las hay que lo mismo si les honran con homenajes y distinciones como si no les hacen caso siguen siendo vanidosos, pedantes, engreídos y rencorosos con un mundo que, por más que les dé, siempre sienten que les da menos de lo que merecen.
Después de lo anterior, el eminente filósofo y profeta Pero Grullo (que durante siglos y siglos pululó por la lengua castellana con sentencias, ejemplos, principios y máximas) llegaría a la conclusión de que hay personas de muchos tipos y diferentes características, morales.
Incluso quienes parecen personas aunque en sentido estricto no lo sean, como ése que cumplió hace unas semanas ochenta años con un jefe de Estado celebrándolo y todo un montón de funcionarios, “intelectuales” y hasta lambiscones bailándole el agua delante, como diría Cervantes, nos referimos, naturalmente, al Ratón Miguelito, en su tierra Mickey Mouse, con cuyo aniversario estuvieron ocupadas en mayor o menor escala todas las páginas de espectáculos.
Pero parece que la enfermedad de la vanidad y su derivación cuando el talento del vanidoso es reconocido (no estamos hablando de tontos engreídos, sino de talentosos engreídos, que son peores porque tienen el respaldo de su capacidad), cuando ese talento es reconocido el afectado comienza a creerse el Rey del mundo y a obrar como tal. Y los principios nobles y la dignidad en la acción se vuelven muy elásticos.
Con el Premio Nobel, por ejemplo, los científicos se mueven en territorios exclusivos y sabemos poco de ellos. Pero tratándose de escritores… Los modestos y tranquilos siguen trabajando después de recibir el premio pero los vanidosos no se conforman con tener su instante de gloria y salir de la escena, prefiriendo crear fundaciones, sociedades y hasta concursos. En los concursos de sus fundaciones el Rey tiene una curiosa moral: Desea premiar a alguien que lo merece, lo que es muy justo, pero en lugar de hacerlo directamente, en un acto dedicado a esa persona amiga suya, prefiere convocar a un concurso, por ejemplo de toda una vida de periodismo, para el cual el ganador debe reunir las condiciones y requisitos que ya tiene el amigo suyo para quien hace el concurso, el designado desde antes como ganador. Ojo: no era un concurso de calidad, ni de reportaje, sino de tiempo en la profesión y otras condiciones que no estaban sujetas a juicio del jurado, sino a simple comprobación. Y, ¡oh sorpresa!, se presenta alguien que reúne todas las condiciones requeridas y hasta supera en algunas al previamente designado…. ¡pero pese a ello se le da al amigo para el que se había fraguado el concurso!
Ahora bien, veamos: el premiado sí merecía la distinción que se le dio, pero el otro llenaba todos los requisitos y le superaba en uno. Y, sobre todo, se convocó el concurso sabiendo de antemano quién iba a ganarlo. ¿Es eso ético, digno. moral?
¿Es así el temperamento de los escritores digamos, por ejemplo, guayaberescos? ¿Es ese el ejemplo de moral que enseñan en sus clases de periodismo? ¿Supera esa moral, en su esencia, la de las FARC para citar un ejemplo casual y ajeno a cualquier interpretación malévola?
La ausencia de sentido de las proporciones ha llevado a los más exaltados fanáticos de este Premio Nobel de América del Sur (y no hablamos de Gabriela Mistral sino de uno de los vivos, del que no creemos que, aunque tenga cola, le quede aquello de “vivito y coleando”), les ha llevado, decíamos, a situarlo de hecho, sin confesarlo claramente, a la altura de Cervantes. Las fugaces estrellas del espectáculo, a diferencia de las astronómicas, se suelen salir de órbita.
Y un caricaturista muy bueno, Forges, publicó –el domingo 7 del actual, en “El País”– un dibujo en el que Miguel de Cervantes, pluma en mano, piensa:
“No soporto más esta duda… voy a arrojar la moneda al aire y si sale cara empiezo por: ‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía, etc’…; y si sale cruz: ‘En un lugar de la Mancha…’
En fin, conservaremos la lanza en astillero, la adarga antigua, el rocín flaco y el salpicón las más noches, que son oro y no latón.
¡Cosas veredes, Sancho…!
Juan Miguel de Mora. Ciudad de México.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Diciembre 2008.